Nadie mejor que los aborígenes canadienses sabe su historia de sufrimientos y opresión; el resto de la población de este país la ignora con la ayuda de la falsimedia que se ocupa activamente de ocultarla y distorsionarla. Pero incluso asi de vez en cuando algún episodio de esa historia se hace público, escapa la contención […]
Nadie mejor que los aborígenes canadienses sabe su historia de sufrimientos y opresión; el resto de la población de este país la ignora con la ayuda de la falsimedia que se ocupa activamente de ocultarla y distorsionarla. Pero incluso asi de vez en cuando algún episodio de esa historia se hace público, escapa la contención de la falsimedia. Unas semanas atrás se publicó, por corto tiempo, una noticia que demuestra el calibre del genocidio de las clases dominantes de este país contra los aborígenes o Primeras Naciones como ellos mismos se llaman organizados.
Ian Mosby, un posdoctorado en la Universidad de Guelph en la provincia de Ontario, estudiante de historia nutricional descubrió que los niños y niñas aborígenes de la tribu Mi’kmaq en la Escuela Internado de Shubenacadie (provincia de Nova Scotia o Shubenacadie Indian Residential School) fueron sometidos desde 1942 a 1952 a un experimento por el que niños de esa Escuelas Internado fueron negados de vitamina C, y de atención medica en caso de que esta deficiencia -artificial y premeditadamente creada, fuese descubierta para no «arruinar» el experimento. Estos experimentos fueron llevados a cabo por científicos del Gobierno Federal de aquella época y aplicado en seis de las 80 Escuelas Internado para niños y niñas aborígenes canadienses que existieron entre 1840 y 1996. Estas escuelas fueron instrumentos de genocidio cultural y humano; por ellas pasaron más de 150.000 pequeños, vulnerables, administrada por supuestamente «piadosos religiosos» mayormente católicos y anglicanos. Estas escuelas fueron usadas para todo tipo de abusos de poder contra los indefensos niños aborígenes -sometidos a terribles abusos físicos, sexuales, sicológicos, esterilización, asesinatos, y como ahora vemos a experimentación genocida. Todo, ahora documentado testimonialmente y aceptado por el Gobierno Federal de Canadá en la legislación de la Comisión de Reconciliación y Verdad.
El experimento sobre nutrición no es sino parte de todo este abuso y no puede realmente sorprendernos pero si puede ayudarnos a visualizar la dimensión del crimen que sufrieron los aborígenes canadienses siendo niños. El documento que descubriera Mosby data de 1954, fue salido del Departamento Nacional de Salud y Bienestar firmado por los científicos G.F. Ogilvie y L.B. Pett bajo el titulo «Un estudio a largo plazo de suplemento de Acido Ascórbico» experimento con los niños del Internado de Shubenacadie. Los dos investigadores documentan específicamente las deficiencias de vitamina C que causaron a una mitad de los niños participantes, como parte de su proyecto, y que provocarían varias enfermedades en estos -incluida enfermedad de las encías o periodontal. La otra mitad de los niños reciben suplemento de vitamina C. El estudio continuo por cuatro años. Mosby señala que la correspondencia entre los dos investigadores y autoridades en otras escuelas comprueba que los científicos querían asegurarse que los niños no recibieran tratamiento médico alguno y que no se interfiriera con sus dietas, por ejemplo suplementándolas para beneficio de los niños. El experimento no ayudó a elucidar nada, los resultados eran esperados, simplemente los niños afectados sufrieron las consecuencias de la privación de vitamina C y pagaron por ello.
Experimentos con seres humanos inevitablemente nos recuerdan la Fundación Rockefeller y su proyecto de Eugenesia, llevado a la práctica en la Alemania nazi con seres humanos presos en los campos de concentración. Pareciera que es una historia del pasado. Pienso que tenemos como aceptado que estos errores del pasado no han de repetirse, que existen parámetros éticos de conducta científica que aplican. Pero la Ciencia y la Tecnología no siempre funcionan en forma ética. Los ejemplos de experimentación con seres humanos abundan, en especial con poblaciones empobrecidas; mucha gente pobre está siendo usada en experimentos médicos en forma abierta y hasta supuestamente legal. En Estados Unidos quienes no pueden pagar un seguro de salud muchas veces aceptan participar usando drogas experimentales de corporaciones farmacéuticas porque son gratis, y al menos son un tratamiento frente a la opción de no recibir tratamiento alguno.
El hijo de Lionel Pett, uno de los científicos responsable del experimento con los niños aborígenes, fue entrevistado por el periódico Toronto Star acerca de la conducta de su padre, y defendió su reputación diciendo que su padre solo «estaba tratando de hacer un buen trabajo» y asegurándose de entender los efectos de las vitaminas y minerales, garantizando a los canadienses mejor salud en tiempos de privaciones como la guerra y la pos-guerra, aunque para esto usara niños y niñas aborígenes prácticamente «prisioneros» en las Escuelas Internado. Niños que por ser menores de edad no podrían haber consentido a que se experimentara con ellos, niños cuyos padres tampoco consintieron -pues ni se enteraron de que los experimentos existían, miembros -menores y adultos de una sociedad que no los consideraba tales, parias en su propia tierra.
Ayer y hoy se continúan; semanas atrás la familia de Brian Sinclair presentó una demanda a la corte judicial por violación de los derechos elementales de Sinclair, aborigen, quien falleció en septiembre del 2008 en la sala de emergencia del hospital «Health Sciences Centre» de la ciudad de Winnipeg, Canadá, resultado de no haber sido atendido por una infección que podría haber sido curada en media hora con una receta de antibióticos. Sinclair esperó 34 horas en la Emergencia del hospital -más de 150 pacientes fueron atendidos pero el murió esperando. Las filmaciones de la sala de espera del hospital nos muestran a Sinclair -en silla de ruedas pues había perdido sus dos piernas por congelamiento el año 2007 en una noche de invierno durmiendo a la intemperie en la escalera de entrada de una iglesia- pacientemente esperando que lo atendieran.
Loa aborígenes canadienses son hoy el 4,3 por ciento de la población -1 millón 400 mil personas, que sufre el doble de mortalidad infantil que el resto de la población, cinco veces más Diabetes y seis veces más Hepatitis C que el resto de los canadienses. De los 30.000 niños bajo el cuidado del gobierno de Canadá la mitad son niños aborígenes, esto en gran parte debido al nivel de empobrecimiento de las reservas y de la población aborigen en las ciudades. Hasta la fecha y desde finales de los años 60 contando solamente los casos reportados hay 582 mujeres aborígenes desaparecidas o asesinadas. El 90 por ciento de las 70 mujeres aborígenes desaparecidos o asesinadas en la provincia de Ontario eran madres.
Todos los aborígenes canadienses sufren discriminación y opresión pero no todos quedan atrapados en estas; un número importante de aborígenes canadienses se desarrolla, crece y funciona y ha adquirido herramientas educativas y laborales que les permite avanzar y ver el futuro con esperanza. Esperanza que transmiten a sus hijos que a su vez se sienten con capacidades de avanzar más allá que sus padres y así lo hacen.
La eterna pregunta, interesante que sea de hecho «la pregunta,» es acaso cual imperio -el español o el anglosajón, ha sido más destructivo y criminal con los pueblos aborígenes del continente. En verdad los poderes occidentales todos -pese a sus mentados avances civilizatorios, han sido arrogantes, en extremo ambiciosos, absolutistas en lo ético y en lo ideológico, faltos de honor en la palabra verbal y escrita, y capaces de un nivel de criminalidad que debería espantarnos por el resto de los tiempos. Si es cierto que el imperio español bautizaba a los aborígenes, lo hacía en idioma español sabiendo que estos no lo hablaban y generalmente como rito previo a ejecutarlos. Con el tiempo es cierto que los españoles se mezclaron más con los aborígenes sobrevivientes, pero esto puede haber bien sido resultado de la forma de conquista que de una percepción diferente hacia los aborígenes. Los anglosajones en Norteamérica, en especial los protestantes ingleses, no hacían concesión alguna con respecto a su perspectiva de los aborígenes, vistos solamente como parte de la flora y de la fauna del lugar, y por ello implementaban sin problemas su plan de arrasarlos como se arrasan los árboles para abrir la tierra al cultivo.
El trato en los Internados de niños y niñas aborígenes no fue sino una estrategia para implementar métodos efectivos en borrarles su cultura y su historia, para implantarles por la fuerza el concepto occidental del mundo y de la vida, y fue visto por aquellos religiosos oradores, y adoradores de dios, como una tarea valida, mas aun «abnegada,» y digna de implementar. Todos nosotros, representantes de alguna forma de occidente, de sus valores o desvalores, de su moralidad inmoral, no nos queda más que disculparnos con modestia y honestidad tanto como sea necesario por los crímenes de nuestros antepasados porque de ellos, sin planearlo, nos hemos beneficiado. Y extender nuestra modestia y nuestra posición penitente a todos los pueblos pobres del mundo que nos observan con ojos despavoridos aterrorizados por las infamias que en el nombre de nuestra «civilización» podemos todavía hoy cometer.
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