La operación de las fuerzas militares colombianas, que abatieron a cerca de 30 personas en un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano ha generado una crisis diplomática de imprevisibles consecuencias. Los apretones de manos y abrazos repartidos por doquier tras la inusitada cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo, el pasado día 7 […]
La operación de las fuerzas militares colombianas, que abatieron a cerca de 30 personas en un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano ha generado una crisis diplomática de imprevisibles consecuencias.
Los apretones de manos y abrazos repartidos por doquier tras la inusitada cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo, el pasado día 7 de marzo, gestan un hipotético final feliz que ha llenado de optimismo e ilusión en un futuro de paz, las bocas de prácticamente todos los gobiernos latinoamericanos. Aunque parezca que todo está dicho sobre la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano para eliminar a un grupo de guerrilleros de las FARC, cada vez aparecen más interrogantes sobre el caso y el futuro de la región.
Si bien es cierto que las contundentes denuncias del presidente de Ecuador, Rafael Correa, obligaron a Álvaro Uribe a arrepentirse en público de sus pecados, declarando que no volvería a cometer acciones de estas características en territorio extranjero, también es verdad que aparecen cada vez más datos que apuntan a toda una estrategia de desestabilización de la zona.
Evolución geopolítica
Si en el mes de abril las elecciones en Paraguay le dan la victoria, según apuntan las encuestas, al candidato de la coalición progresista Fernando Lugo, ya solo quedarán en América Latina dos gobiernos de perfil conservador: Perú y Colombia. Según declaró a DIAGONAL Ignacio Velarde, analista político peruano: «Los bajos índices de popularidad del Gobierno de Alán García -apenas un 28,2% de los peruanos apoya su gestión- y el alto nivel de convulsión social existente en Perú, permiten prever la posibilidad de que el mandatario peruano no llegue ni siquiera a terminar su mandato, todo ello en beneficio de su opositor izquierdista Ollanta Humala». Con este escenario, el único país que mantendría un gobierno conservador claramente aliado de los Estados Unidos, y con signos de continuidad sería Colombia. Para Fernando Feito, sociólogo brasileño del Centro Universitario Araraquara: «Colombia está pasando a desarrollar en Sudamérica el mismo papel que desarrolla Israel en Oriente Medio. Aislado políticamente y siendo la cabeza de puente de los intereses norteamericanos en la zona, ejerce un rol obstruccionista para la integración latinoamericana y, debido a su enorme capacidad militar, es un potencial elemento de desestabilización en la zona».
Capacidad militar colombiana
Según denuncia el periodista y analista político uruguayo Raúl Zibechi, la capacidad militar colombiana ha tenido un crecimiento asombroso en los últimos años: «En estos momentos, las tres ramas de las fuerzas armadas colombianas tienen 270.000 uniformados a los que deben sumarse 142.000 policías. En total, más de 400.000 personas en armas en siete divisiones, con una Fuerza de Despliegue Rápido y una Agrupación de Fuerzas Especiales Antiterroristas». Y prosigue: «Sólo en 2007 el ejército creó 52 nuevas unidades. Recibió donaciones de helicópteros Black Hawk de EE UU, compró 13 aviones caza a Israel y 25 aviones de combate Super Tucano a Brasil en 2006». Colombia, en muy pocos años y con una fuerte inversión en material bélico proveniente de fondos norteamericanos a través del Plan Colombia, ha desarrollado una capacidad militar comparable con la de Brasil (país de mayor capacidad militar de Sudamérica), que tiene cuatro veces más población y siete veces más territorio, pero con una diferencia fundamental: Colombia cuenta con tropas especializadas en combate en la selva y un fuerte respaldo logístico norteamericano. Comparativamente con Venezuela, la capacidad militar de los colombianos supera a su vecina en un índice de seis a uno. Mientras que con Ecuador, esta diferencia se ve acentuada disparándose a once a uno, según publicó la revista Military Power Review a finales del año pasado.
Entrenamiento y armas israelíes
Varias voces, y entre ellas, la del presidente venezolano Hugo Chávez, han venido denunciando en reiteradas ocasiones la presencia de instructores militares israelíes en territorio colombiano.
A primeros del pasado mes de febrero trascendió la noticia de que Colombia cerró una operación con Israel para la compra de 24 aviones supersónicos «renovados» del tipo «cachorro de león» (Kfir, en hebreo). Para calmar los ánimos de los países periféricos, el ministro de Defensa colombiano, Juan Manuel Santos, declaró: «Se piensa en el conflicto armado interno, no en los vecinos». Santos cerró dicha operación en su última visita a Tel Aviv, señalando que el motivo del viaje es «el fortalecimiento de las relaciones entre Israel y Colombia». Israel ha pasado a ser uno de los principales proveedores de armas y entrenamiento del ejército colombiano, según han indicado recientemente en la prensa israelí fuentes de la fuerzas armadas de este país, que apuntaron que las relaciones con Colombia son de «importancia estratégica». Al fin y al cabo, decían, «ellos combaten allá a las FARC, al igual que nosotros combatimos aquí a Hamas».
¿Qué pasó en Santo Domingo?
De forma acertada o no, la labor diplomática desarrollada en la cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo, vino a desarticular una carrera de agresiones mutuas entre Colombia, Venezuela y Ecuador que podrían haber desencadenado un grave conflicto regional auspiciado por EE UU. Siendo conscientes de que los compromisos adquiridos por Uribe son «pan para hoy y hambre para mañana», Brasil construirá nuevos emplazamientos militares y creará una base de control aéreo en la frontera con Colombia, y de igual manera posicionará nuevas unidades militares en la región de Acre limítrofe con Bolivia en prevención de una profundización de la crisis política en ese país. Según declaró a DIAGONAL Joao Amarelo, general brasileño en la reserva: «Brasil, hasta ahora la mayor potencia militar latinoamericana, se prepara para blindarse ante posibles operaciones de desestabilización auspiciadas por los gringos en la zona».
¿Cuántos países intervinieron en la Operación Fénix?
Muchas dudas quedan sobre lo que sucedió en la llamada ‘Operación Fénix’, en la madrugada del pasado 1 de marzo en el campamento clandestino de las FARC, en territorio ecuatoriano. Por un lado, la intervención colombiana en Ecuador tiene varios elementos de similitud con los procedimientos utilizados en las operaciones de incursión militar y eliminación de líderes opositores desarrollados por los israelíes en los territorios de sus países fronterizos: alta precisión militar, un alto grado de desarrollo tecnológico militar y una brutalidad desmesurada, en este caso sin precedentes en el territorio de Ecuador, considerado en todo el continente como un país de paz.
Hay que tener en cuenta que diez bombas de 226 kg fueron lanzadas cayendo en un radio de 600 metros, todas en el corazón del campamento, cuando este es imposible de detectar desde la visión aérea por lo frondoso y tupido de la vegetación selvática en esa zona. Sin duda, se utilizaron censores para detectar el calor humano, así como tecnología de espionaje muy avanzada.
También es importante destacar que la masacre se perpetró con un nivel de sangre fría impresionante, y fue desarrollado por comandos especiales. Tras los bombardeos, esperaron algo más de una hora para perpetrar una nueva incursión, en esta ocasión con helicópteros Black Hawk, con el fin de exterminar a los guerrilleros que quedaron vivos e intentaban auxiliar a sus compañeros heridos tras el bombardeo. Además, las investigaciones forenses y de balística realizadas por las autoridades ecuatorianas demuestran que varios de los guerrilleros masacrados fueron asesinados con disparos a quemarropa y en diferentes horas de la mañana, por parte de los comandos que descendieron desde los helicópteros al territorio ecuatoriano.
Según indican estos informes forense, por las horas de muerte de los guerrilleros, la operación militar y ocupación del campamento de las FARC pudo extenderse hasta altas horas de la madrugada, lo que vislumbra que pudo haber torturas, antes de las ya confirmadas ejecuciones extrajudiciales. Por último, queda otra duda por despejar: hasta donde se sabe, hoy por hoy, la aviación militar colombiana no tiene capacidad de cargar con bombas inteligentes de 500 libras (250 kilos), lo cual apunta a la intervención de aviones pertenecientes muy posiblemente a EE UU y procedentes de alguna base aérea del Comando Sur.
LA CRISIS VISTA DESDE COLOMBIA
JOSE DAVID CARRACEDO (BOGOTÁ)
El 1 de marzo, Colombia despertó con la noticia de la muerte de Raúl Reyes con muchas ambigüedades sobre el lugar donde se había ejecutado la operación. Dato poco relevante para una opinión pública hastiada de la guerra y en demanda de noticias que apunten al final del conflicto. Una opinión pública urbana donde la legitimación política de las FARC ha perdido aliados en los últimos 15 años en partidos y universidades, siendo ahora prácticamente inexistente. La reacción de protesta de Ecuador y Venezuela pasó de la sorpresa a la indignación ante «las pruebas» de cooperación de estos gobiernos con las FARC. En un clima exultante de patriotismo y belicismo, en los medios se planteaba que Colombia había actuado conforme a las leyes internacionales. Más bien eran Venezuela y Ecuador las que enfrentaban posibles sanciones diplomáticas. Mostrando al Gobierno colombiano como víctima, en el Senado se llamaba a la guerra y se denunciaba la carrera armamentística de sus vecinos. Vargas Lleras, líder del uribismo, afirma: «El problema es que Colombia no tiene con qué contrarrestar todo ese poder bélico». Parece desconocer que Colombia dobla a Venezuela en gasto militar directo. En este clima, centenares de miles de personas marcharon el jueves 6 de marzo en Colombia contra la violencia paramilitar y los crímenes de Estado. Una movilización histórica puesto que, aunque fue inferior a la del 4 de febrero contra las FARC, sorprendió tanto el número de asistentes como de ciudades y regiones donde se celebró. Si bien los medios no apoyaron ni impulsaron con el mismo entusiasmo que la anterior convocatoria, no la ignoraron como tantas otras veces, sino que más bien intentaron presentarla como una segunda parte, una marcha «contra la guerra y todas las víctimas del conflicto».