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La historia enterrada en Hanoi

Fuentes: Los Angeles Times

Más allá del presuntuoso bar de la piscina del Hotel Metropole de Hanoi, que visité el mes pasado, se abre una entrada con una puerta que da a un tramo oscuro de escaleras. Al fondo del todo hay un húmedo y mohoso refugio antiaéreo, y para aquellos que saben leer vietnamita un cartel en letras […]

Más allá del presuntuoso bar de la piscina del Hotel Metropole de Hanoi, que visité el mes pasado, se abre una entrada con una puerta que da a un tramo oscuro de escaleras. Al fondo del todo hay un húmedo y mohoso refugio antiaéreo, y para aquellos que saben leer vietnamita un cartel en letras doradas explica que Joan Baez y Jane Fonda buscaron allí refugio una vez.

Yo también, aunque no en la misma ocasión que ellas.

En diciembre de 1965, cuando viajé a Hanoi con 25 años, yo era un activista contrario a la guerra. Trabajaba de organizador comunitario en Newark, Nueva Jersey, y me desquiciaba que el presidente Johnson se dedicara a reclutar a miles de jóvenes norteamericanos para una guerra terrestre a la que había prometido no lanzarse durante su campaña de 1964. Tenía la certeza de que la guerra de Vietnam supondría el final de la guerra contra la pobreza.

El gobierno norteamericano no permitía en aquel entonces que los norteamericanos visitaran Hanoi, pero un grupo de nosotros era de la opinión de que tenía su importancia reunirse con ese «Vietcong sin rostro» e investigar la afirmación de Johnson de que los objetivos de bombardeo eran sólo «acero y cemento», no civiles. Visitamos aldeas y pagodas bombardeadas que desmentían las palabras del presidente, y ayudamos a abrir camino a corresponsales de guerra como Harrison Salisbury, del New York Times, que más tarde confirmaron la evidencia de nutridas bajas civiles en Vietnam del Norte.

No había salido nunca de los Estados Unidos con anterioridad a ese viaje, y lo que me encontré fue un lugar bastante distinto de la propaganda que había escuchado. Sí, a los norvietnamitas los gobernaba un partido comunista, pero el partido había surgido en el contexto de un movimiento de independencia anticolonial. Lejos de ser fanáticos sin rostro, los vietnamitas a los que conocí me impresionaron como patrióticos descendientes de siglos de guerra contra los franceses, los británicos, los chinos y ahora mis compatriotas.

La operación Rolling Thunder [Trueno arrollador], la campaña de bombardeo norteamericana sobre el Norte, no había llegado hasta Hanoi en el momento de nuestra visita, pero las sirenas de las incursiones aéreas se escuchaban continuamente de noche y, siempre que sonaban, el amable personal del hotel nos despertaba y nos conducía escaleras abajo hasta el refugio. El lugar era claustrofóbico, pero con velas, linternas, humor negro, las noticias de la BBC en la radio y la calma de nuestros anfitriones, la inquietud pasaba.

Después de la terminación de la guerra en 1975, el refugio quedó enterrado durante años mientras se reconstruía el hotel. Volvió a salir a la luz durante la construcción del bar de la piscina en 2011. Pero me preocupa que siga enterrada buena parte de la historia de la guerra.

El 27 de enero se celebrará el 40 aniversario de los acuerdos de junio, que supusieron el final de la intervención militar directa de los Estados Unidos en Vietnam, y es probable que haya una cobertura considerable de la ocasión por parte de los medios. En contraste, no hubo prácticamente cobertura de otro 40 aniversario en la historia de la guerra, el «bombardeo navideño» de Hanoi en diciembre de 1972. Si llega acaso a recordarse, lo es suponiendo que se bombardeó Hanoi hasta llevarla a la mesa de negociaciones.

Pero es que eso, pura y simplemente, no es verdad.

En noviembre de 1972, Richard Nixon había conseguido su reelección gracias una amplia victoria sobre el candidato de la paz, George McGovern. Al triunfo de Nixon contribuyó el optimista anuncio de octubre por parte del secretario de Estado, Henry Kissinger, de que «la paz está al llegar» en Vietnam.

Sin embargo, un mes después de las elecciones, el presidente ya no pensaba en la paz. Preparaba, por el contrario, un ataque que insistió sería «de carácter masivo y brutal». En su libro The 11 Days of Christmas, Marshall Michel III, un historiador militar que voló en 321 misiones de combate sobre Vietnam, escribe que el gobierno asumió que «los norvietnamitas se vendrían abajo rápidamente». Los aviones B-52 que llevarían a cabo el ataque se consideraban prácticamente invencibles: ni uno solo de ellos había sido abatido en el curso de las 112.000 misiones realizadas en Vietnam a lo largo de siete años.

Esa Navidad, mientras los pesados gigantes despegaban de sus bases de Guam y Tailandia, sus confiadas tripulaciones escuchaban Baby Elephant Walk de Henry Mancini en sus auriculares. Pero rápidamente quedó claro que la campaña no sería fácil.

En las primeras dos noches del ataque, las fuerzas vietnamitas derribaron ocho B-52, provocando «sacudidas de alarma» a toda la administración, de acuerdo con la historia escrita por Michel. En 11 días fueron abatidos 15 B-52 sobre Hanoi, y otros cinco quedaron gravemente dañados. 28 norteamericanos resultaron muertos y 34 fueron capturados en tierra. Se apilaron los restos destrozados de los B-52 en el centro de Hanoi para que pudieran verlos la gente y los periodistas.

No obstante, los EE. UU. dejaron caer sobre Hanoi 15.000 toneladas de bombas a lo largo de la campaña. En la calle Kham Thien, en un vecindario civil, murieron 250 personas. El hospital Bach Mai quedó arrasado, murieron 25 miembros del personal médico y muchos pacientes quedaron enterrados vivos. Nadie sabe cuántos exactamente, pero las estimaciones habituales sitúan el número de vietnamitas muertos en 1.600 en Hanoi y 300 en Haiphong.

Joan Baez se alojaba en el hotel en aquel entonces, y pasó muchas horas en el refugio antiaéreo. Con ella se encontraban Barry Romo, un veterano de Vietnam, Michael Allen, teólogo de Yale, y Telford Taylor, general retirado de los Estados Unidos que había sido fiscal durante los juicios de los criminales de guerra nazis en Nuremberg. Miles de norteamericanos se aprestaron de inmediato a enviar asistencia médica para ayudar a reconstruir el hospital de Bach Mai.

Los bombardeos de los B-52 concluyeron el 29 de diciembre sin lograr en modo alguno su meta de poner de rodillas a Vietnam del Norte. Los acuerdos de paz de París se firmaron un mes más tarde, casi exactamente iguales a los acuerdos que ambas partes se habían preparado para firmar meses antes. El tratado acabó con la implicación militar norteamericana, pero la batalla entre el norte y el sur continuó durante dos sangrientos años más antes de que el malhadado régimen de Saigón se derrumbara ante la ofensiva militar norvietnamita. Para entonces, Nixon ya no estaba en el poder, tras haberse visto obligado a dimitir a causa del escándalo de Watergate.

Acaso el refugio antiaéreo sirva para recordar a la gente la gran injusticia que causamos a un país que se encontraba al otro lado del mundo. Todavía hoy se sigue dando a luz a niños con defectos de nacimiento causados por el defoliante Agente Naranja, con el que las tropas norteamericanas rociaron extensas zonas. Todavía hoy los campesinos pierden extremidades por pisar minas terrestres y bombas de racimos de las dejadas por los norteamericanos en los antiguos campos de batalla.

La tarea de reconciliación no ha hecho más que empezar.

Tom Hayden (1939), veterana figura de la izquierda norteamericana, comenzó su actividad política con el movimiento por los derechos civiles en el Sur. Participó en la fundación de Students for a Democratic Society, una de las principales organizaciones de la Nueva Izquierda de los 60, de la que fue presidente en 1962 y 1963, periodo en el que redactó la célebre «Declaración de Port Hurón», importante documento sobre democracia participativa. Renombrado opositor a la guerra de Vietnam, en 1968 intervino de forma destacada en las manifestaciones que rodearon la Convención Nacional Demócrata en Chicago y fue detenido y juzgado como parte de los famosos «Siete de Chicago». Parlamentario de la Asamblea del Estado de California entre 1982 y 1992 y senador del Estado de 1992 a 2000, es miembro del comité asesor de los Progressive Democrats of America, en el ala izquierda del Partido Demócrata.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5652