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Entrevista a Rafael Poch de Feliu sobre "Entender la Rusia de Putin" (y II*)

«La humanidad se enfrenta a un reto de civilización que es incompatible con el capitalismo»

Fuentes: El Viejo Topo

Hasta su despido de La Vanguardia, Rafael Poch de Feliu (Barcelona, 1956) fue veinte años corresponsal de ese diario en Moscú (1988-2002) y Pekín (2002-2008), nueve en Berlín y en la Europa del Este, antes y después de la apertura del Muro, y tres en París (2014-2017). Ha sido también corresponsal de Die Tageszeitung en […]

Hasta su despido de La Vanguardia, Rafael Poch de Feliu (Barcelona, 1956) fue veinte años corresponsal de ese diario en Moscú (1988-2002) y Pekín (2002-2008), nueve en Berlín y en la Europa del Este, antes y después de la apertura del Muro, y tres en París (2014-2017). Ha sido también corresponsal de Die Tageszeitung en España , colaborador de Le Monde Diplomatique, y de la revista Du Shu de Pekín. Entre sus libros cabe destacar: Tres preguntas sobre Rusia (Icaria, 2000), La gran transición (Crítica, 2003), La actualidad de China (Crítica, 2009) y La quinta Alemania (junto a Àngel Ferrero y Carmela Negrete, Icaria, 2013). Mantiene actualmente un blog semanal: https://rafaelpoch.com/

Nos centramos en la conversación en su último libro, publicado por Akal (Madrid, 2018, 159 páginas) en la colección «A fondo».

*

Nos habíamos quedado en este punto. Recuerdo el título y subtítulo del libro: Entender la Rusia de Putin. De la humillación al restablecimiento. El capítulo I lleva por título «Raíces de la autocracia». Traza aquí una historia muy singular de Rusia. ¿Por qué es tan importante, tal como señala, las diferencias entre la Iglesia greco-oriental y la romana-occidental? ¿Nos ayuda estudiar esas diferencias a entender mejor el «alma rusa»?

Esas diferencias son cruciales para comprender cómo los espacios sociales que se derivan de un pluralismo de autoridades y jefaturas, dan holgura, autonomía e independencia a los grupos y a las personas, a su pensamiento y en última instancia a su capacidad de acción. La sumisión y dependencia de la iglesia al poder político estatal en Rusia, y antes en Bizancio, la forma en que la iglesia griega entiende y practica su unidad y su ortodoxia, entendida como el conjunto de principios doctrinarios y de normas aceptadas por la mayoría que modelan la tradición, todo eso configura un ambiente mucho más cerrado en el Oriente ortodoxo que en el Occidente católico, donde la autoridad del Papa era exterior al monarca y la iglesia una institución internacional y transversal, frecuentemente en tensión con el poder político. Desde esa mayor holgura y pluralidad de poderes y sumisiones, es mucho más fácil dar el salto hacia el Renacimiento y luego a la Ilustración, que acabará desacralizando el poder y liberando el pensamiento. Ahí está una de las raíces del déficit de libertad en los regímenes políticos rusos. «Max Weber en Moscú«, podríamos decir.

Pone mucho énfasis en el despotismo del estado ruso. Habla de la enormidad del Estado absoluto unido a la ausencia de espacios autónomos y de pluralismo. Pero, ¿no ocurre así en muchos otros lugares del mundo? Perdone la cita bíblica, pero cabría recordar tal vez aquello de «quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra». ¿Habría pedrea?

Sí, en muchos lugares del mundo… pero casi todos se encuentran al Este de Moscú. No quiero dar una calificación «moral» a ese hecho, ni apuntarme a un discurso sobre el «despotismo asiático» porque lo siguiente podría ser el «odio africano» y la «intrínseca bondad civilizadora del hombre blanco«, ¿verdad? Me gusta más el enfoque relativista e histórico que me enseñó en esta materia, el Profesor Kiva Maidanik, uno de mis maestros. Decía algo así: «¿Qué fuerza resultó fundamental para que la clase obrera rusa supiera mantener contra viento y marea lo conquistado en Octubre de 1917 en las insoportables condiciones de guerra contra casi todo el mundo de 1918-1920? ¿Qué herramienta hizo posible transformar una sociedad rural atrasada, asediada y arruinada por la guerra, de increíble heterogeneidad estructural, en un país industrializado, integrado, con su enorme potencial científico que ofreció la base material de su independencia y de su proyección sobre el resto de la humanidad? ¿Qué herramienta permitió derrotar a la mayor fuerza militar del capitalismo en la primera mitad del siglo y salir al paso de la otra en su segunda parte? Esa y otras preguntas del mismo estilo tienen la misma respuesta; el Estado y otra vez el Estado. Pero hay otras preguntas; ¿Qué fuerza vació, deformó y derrotó a la mayor revolución libertaria y antiexplotadora del siglo, arrebatando el poder y la propiedad al pueblo? ¿Qué institución realizó el mayor genocidio contra su propio pueblo y se apoderó de los frutos de su victoria de 1945? ¿Qué fuerza es la gran culpable del atraso económico y social, del estancamiento y de la podredumbre de nuestra sociedad en los últimos decenios? ¿Cuál fue el mayor obstáculo para que la causa socialista se abriera paso en la Urss y en Europa central? La respuesta sigue siendo la misma; el Estado«.

¿Y China? ¿no ha sido allí el Estado la clave de su ascenso? Y al mismo tiempo, ¿no es obstáculo para otras cosas esenciales de su actual desarrollo? Así pues, dejémoslo en pregunta: ¿cómo separar una cosa de la otra?

Le agradezco mucho el recuerdo de Maidanik. Lo oí sólo una vez vez, tal vez en 1989, hablando de lo que había significado la aniquilación de la Primavera de Praga para la tradición marxista-comunista y me dejó profundamente impresionado. No he olvidado sus palabras.

Hay un apartado en este primer capítulo, deslumbrante en mi opinión, al que ha titulado «Universo campesino». ¿Por qué da tanta importancia al campesinado en la historia rusa?

Porque la tiene. La Rusia actual es hija y nieta de campesinos. Mucho más que nosotros, ibéricos, y que cualquier otro en la Europa no balcánica. Y el mundo campesino ruso ha tenido hasta hace muy poco unas características e instituciones que desaparecieron por completo en el siglo XVIII en el resto de Europa. La mentalidad, la religión y la ética campesinas, impregnaron la sociedad rusa moderna que era rural en un 80% en 1917 y aún en un 50% en los años sesenta del siglo XX. El muzhik fue el sujeto de fondo de la revolución, de la urbanización, del terrible consenso y terror estalinista, de la derrota del nazismo y la liberación de Europa en 1945, de la reconstrucción del país… Rusia no se entiende sin atender, observar y escuchar al muzhik.

La mayoría de las fuentes bibliográficas de este primer capítulo, las cita en las páginas 70-72, son rusas. Entre los pocos autores no rusos cita usted a Teodor Shanin.

El motivo es bien simple: Nadie mejor que los rusos han estudiado y explicado su país. Ahí está su gran literatura universal (quien se interese por Rusia debe comenzar por ella), sus historiadores y filósofos. Claro que hay brillantes estudiosos extranjeros. Shanin es uno de los que me enseñó mucho. Otro es el ya mencionado Moshe Lewin. Ambos nacidos en el imperio ruso, en Vilnius (Lituania) en los años treinta y veinte, respectivamente. Los dos judíos. Uno de ellos fue salvado siendo niño por una anónima campesina rusa que le embarcó in extremis en un camión que huía de la inminente entrada de los alemanes en la ciudad. Por ello, decía, dedicó su vida al estudio del mundo campesino ruso.

El segundo capítulo del libro lleva por título: «¿Por qué se disolvió la URSS?». Sigue usted hablando en términos muy positivos, elogios no excluidos, de Gorbachov. No coincide con la mirada de otros ensayistas y pensadores que también conocieron bien aquella sociedad. Pienso, por ejemplo, en Alexander Zinóviev. Perdone la descortesía: ¿no es algo acrítico con una figura como la de Gorbachov que, sin duda, tuvo muchas luces pero también algunas sombras? Por ejemplo, su increíble confianza en el cumplimiento de los acuerdos por parte de las autoridades occidentales.

Me parece que la animadversión de parte de la izquierda española hacia Gorbachov se explica en el desconocimiento de la situación, de lo que era la URSS y de las circunstancias de su crisis terminal. A ella le dedico el segundo capítulo de mi libro («¿Por qué se disolvió la URSS?»), pues muchos continúan sin entender gran cosa de todo aquello. Puntalicemos. Primero: Gorbachov era un socialdemócrata, es decir un partidario de democratizar el socialismo. En Europa occidental un socialdemócrata puede ser un partidario del capitalismo con toques sociales y liberales. Pero estamos hablando de la URSS que era una mezcla de socialismo y dictadura. Gorbachov era un socialdemócrata y un humanista porque quería eliminar la dictadura de aquella síntesis. Cualquiera entiende que aquello no tiene nada que ver con el SPD o el PSOE: el punto de partida era otro, así que el propósito merece todos los elogios.

Segundo: su gobierno concluyó en fracaso. Acabó solo a medias con los aspectos dictatoriales, pero sí con el socialismo. Es verdad, pero eso fue contra su voluntad y pese a su lucha y sus equilibrios hasta el último momento. Su libertad explosionó y desordenó el país, liberó los apetitos burgueses de su degenerada casta dirigente y no logró aliados ni entre los sectores populares ni en la intelligentsia, ambos mucho más cómodos con un líder déspota y provinciano como Boris Yeltsin que, este sí, abrió de par en par las puertas del supermercado nacional para que sus administradores lo saquearan y se convirtieran en propietarios. Recordemos cómo Gorbachov se la jugó y cómo fue víctima de dos golpes de estado: el primero en agosto de 1991 a cargo del ala conservadora del establishment soviético, y el segundo, en diciembre de 1991, a cargo de los dirigentes de las tres repúblicas europeas, deseosos de acabar con los impedimentos a la privatización y con los símbolos socialistas del régimen.

Tercero: es verdad que fue ingenuo y optimista respecto a su confianza en los líderes occidentales respecto al cumplimiento de los acuerdos alcanzados. Su talón de Aquiles fue, precisamente, subestimar lo que podríamos llamar «imperialismo occidental», es decir el hecho de que las democracia occidentales son democracias (muchas de ellas de baja intensidad) de puertas adentro, pero absolutas dictaduras en su comportamiento internacional. Reconociendo ese defecto optimista, debo puntualizar de nuevo en favor del personaje, que sin ese optimismo habría sido imposible plantearse la reforma democratizante de la Unión Soviética y asuntos como el desarme universal. Solo con realismo/pragmatismo no creo que hubiera habido cambio alguno. Por otro lado, la propia disolución de la URSS, a la que Gorbachov se opuso, así como los espectáculos bananeros que le siguieron, determinaron también muchos de aquellos incumplimientos: Occidente respetaba a Gorbachov, pero le perdió todo el respecto a la Rusia postsoviética.

Y finalmente, vayamos al cuarto punto: Gorbachov es excepcional en el contexto de la historia secular rusa porque transfirió poder de autócrata a cámaras representativas electas, lo que va contra toda la tradición del poder moscovita descrita en el primer capítulo de mi libro. Eso se llama democratizar. Salió mal, sí, pero ¿acaso no infunde respeto? ¿Acaso no merece la pena intentarlo de nuevo? ¿Desmerece eso su lugar en la historia? Mi respuesta a esas tres preguntas es inequívoca.

Tocado y hundido. Habla de la disolución técnica de la URSS el 8 de diciembre de 1991. «Tres hermanos, Rusia, Ucrania y Bielorrusia, mataron a la madre para quedarse con la herencia». ¿Pero no fue un poco absurdo mirado incluso en esos términos, en términos de poder? ¿No se perdía mucho poder colectivo con esa disolución? ¿No pudieron mover sus hilos, mentes y deseos agentes externos a aquel acuerdo tripartito? ¿No perdieron mucho pensando ganar más?

Puede que se perdiera «poder colectivo», pero de lo que se trataba para ellos era de ganar «poder privado», de convertirse en una casta propietaria normal y no en meros administradores. El país no les importaba gran cosa. Lo que les importaba era llenarse los bolsillos. Una vez realizado eso, entonces sí se plantearon restablecer el Estado ruso y su papel. Putin ha sido el encargado de ello. Los «agentes exteriores» no tuvieron ningún papel esencial en aquello. La clave fue el análisis de la estadocracia soviética, una casta administrativa degenerada. Ni la CIA, ni todo el ejército de «sovietólogos» a su servicio, captaron nada de aquel aspecto. Y por eso todo fue tan inesperado y desconcertante también para ellos.

Finaliza este segundo capítulo con una reflexión que a mí me parece muy importante. Le cito: «En muy pocos años se dobló el número de obreros (que en el año 2000, excluyendo a todos esos nuevos, era de 1.460 millones). El resultado ha sido un cambio fundamental en la correlación de fuerzas global entre capital y trabajo. Un mundo con más explotación, precariedad, deslocalización y globalización crematístico-industrial. Eso es lo que tenemos hoy y habrá que ver a qué tipo de convulsiones, colapsos y disoluciones nos lleva». ¿A qué convulsiones, colapsos y disoluciones puede llevarnos en su opinión? Por ejemplo, en la UE o en España en particular.

Parece que nos lleva a perder el trenoc de los retos del siglo, que yo resumo en tres aspectos; el calentamiento global, el incremento de la desigualdad entre grupos sociales y regiones del mundo, y la proliferación de la capacidad de destrucción masiva. Todo eso nos lleva directos hacia un mundo verdaderamente inquietante, aún más complicado que el actual que ya produce escalofríos. La humanidad se enfrenta a un reto de civilización que es incompatible con el capitalismo. Es así de sencillo. En ese marco la «situación en España» es una gota de agua en el océano y el destino de la UE, una nota a pie de página.

¿Tiene la UE una política propia respecto a Rusia o mantiene, cuanto menos, algún signo de independencia política del dominante marco usa-otánico?

Cada país tiene su temperatura, pero los que marcan la pauta, Francia, Reino Unido y Alemania, siguen la estela de Washington. Claro que tienen reservas y Trump provoca su desarrollo de forma muy activa. Hace tiempo que los alemanes piensan en sacudirse la hipoteca con Washington que supone la OTAN en política exterior y de seguridad, pero mientras tanto todos ellos siguen actuando como ayudantes del Sheriff.

Le he leído alguna vez afirmar que la OTAN tiene una fecha de caducidad no muy lejana. ¿Lo sigue pensando?

Es una posibilidad a la que Trump contribuye activamente, pero la pregunta es qué habrá después de ese papel de «ayudante del Sheriff». No me hago muchas ilusiones. Visto lo visto, en Libia, en Afganistán, en Siria, en Ucrania, en Yemen… lo que se dibuja en el horizonte podría ser la ambición de una Europa convertida en matón autónomo. Los alemanes empiezan a discutir la conveniencia o no de dotarse del arma atómica -lo que es anticonstitucional- o de socializar la bomba francesa convirtiéndola en un recurso nuclear «europeo». También proponen que el puesto de Francia como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU sea convertido en un puesto «europeo», cosa que suavizan diciendo que su representante sea un francés… La pregunta es: ¿soberanía europea en defensa para hacer qué?

Excelente pregunta. ¿Es posible, aunque sea por necesidad, una alianza estable, a corto y medio plazo, entre Rusia y China? ¿Puede pensarse en una alianza Rusia-Occidente contra China con la que Rusia podría ganar tranquilidad, no estar sometida a la máxima presión?

Todo es posible pero nada me parece estable. Y esa inestabilidad me parece el dato central. Rusia no está acostumbrada a ser el «hermano menor» de nadie y menos de China de quien fue «hermana mayor» hasta la ruptura chino-soviética. Veo muchos problemas en un bloque entre Rusia y China, aunque es verdad que Estados Unidos empuja en esa dirección. Pero si hubiera que apostar a largo plazo, veo más plausible lo segundo, una alianza Rusia-Occidente contra China, que lo primero.

Finaliza usted este tercer capítulo y el libro hablando de una zona gris «en la que la bipolaridad a cargo de Estados Unidos y China coexista con la acción de muchos otros actores y aspirantes». ¿Ese le parece el escenario más probable? ¿El más deseado? ¿Quiénes podrían ser esos actores y aspirantes a los que hace referencia? ¿Dónde se ubicaría Rusia en este escenario?

Lo que digo es que todo está bastante borroso, incluido aquello que pasa por ser lo más claro. Por ejemplo, el declive de Estados Unidos. Existe y es claro, pero tendencialmente dura desde 1945, así que puede tener mucha cuerda, sobre todo si los demás no funcionan. Aunque el peso económico de EE.UU se haya reducido mucho, su dominio empresarial, militar y «cultural» es aplastante. No es solo una cuestión de PIB y ejércitos. ¿Donde está el Hollywood de China?, ¿quién es el John Wayne, la Marylin Monroe o los Beatles de China?, ¿cuales son las palabras chinas de moda entre la juventud?

Otro dato que se da por hecho es el ascenso de China al estatuto de superpotencia, pero puede haber sorpresas allí. Es un país objetivamente muy bien gobernado pero sobre todo visto desde la perspectiva de los graves problemas, contradicciones y desequilibrios que tiene. Contiene la mayor clase obrera del mundo y sus problemas pueden pinchar. Luego están todos aquellos aspirantes a ser actores en el mundo multipolar. Pero, ¿sigue siendo un BRIC Brasil después de las últimas elecciones? ¿Donde está África del Sur? De las fragilidades de Rusia se dicen algunas cosas en el libro. ¿Y la Unión Europea? Cuantas veces habíamos cantado su ascenso y ahora la vemos en trance de desintegración y completamente inoperante en la esfera internacional. El mundo árabe nunca había estado más dividido y revuelto, Irán amenazado. La India, ¿es un factor global? ¿Y el desafío de América del Sur? ¿Que ha sido del chavismo, del Ecuador de Correa, de la Argentina de los Kirschner….? La simple realidad es que todo está más que borroso. De ahí esa «zona gris». Como dijo el simplón, «es lo que hay».

De acuerdo, gracias, no abuso más de su tiempo y de su generosidad.

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(*) Para la primera parte de esta entrevista a Rafael Poch de Feliu sobre Entender la Rusia de Putin «El mundo no se comprende con simplezas maniqueas» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=252142

Fuente: El Viejo Topo , n.º 372, enero de 2019, pp. 54-61

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.