En un régimen de democracia representativa el poder desde el campo popular se construye articulando inseparablemente la lucha social con la lucha institucional, pero desde el 2008 la izquierda priorizó exclusivamente la gestión parlamentaria-institucional, menospreciando la lucha popular. Las dos organizaciones de la izquierda institucional, el Frente Guasu (FG) y Avanza País (AP) están completando […]
En un régimen de democracia representativa el poder desde el campo popular se construye articulando inseparablemente la lucha social con la lucha institucional, pero desde el 2008 la izquierda priorizó exclusivamente la gestión parlamentaria-institucional, menospreciando la lucha popular. Las dos organizaciones de la izquierda institucional, el Frente Guasu (FG) y Avanza País (AP) están completando un largo recorrido de accionar conservador que va desembocando unívocamente en su proceso de derechización.
Centrar todo el trabajo político en la lucha institucional es simplemente caer en las trampas del sistema y reforzar el statu quo. Un solo ejemplo basta, desde el 2011 el Paraguay recibe una compensación adicional de 240 millones de dólares anuales de Brasil por la energía no utilizada de Itaipú, gracias a la «gestión institucional» de Lugo. En estos años el Estado paraguayo ya recibió alrededor de 1.500 millones. ¿Con esa monumental fortuna cambió en algo la situación de los sectores populares a quien la izquierda dice representar?, parece que no. Mientras en el país siguen aumentando la pobreza y la desigualdad, ese dinero es utilizado para agigantar el Estado burócrata y represor, y sirve entre otras cosas, para nutrir a la Fuerza de Tarea Conjunta, que está instalando el terror en medio de la población campesina que en el 2008 votó mayoritariamente por Fernando Lugo.
Los niveles de represión en el campo aumentaron drásticamente con Cartes y el terror se profundiza. Centenares de viviendas son convertidas en escombros por las fuerzas represoras, dejando desolación en lugares donde alguna vez existieron poblaciones campesinas. En la última represión de Obligado hasta los niños fueron apresados como vulgares delincuentes. Mientras, obnubilada por las elecciones del 2018, la izquierda corre atrás de Lugo y de Mario Ferreiro. El primero entregó dócilmente el poder a los golpistas en el 2012, y el segundo dividió el voto opositor favoreciendo a Horacio Cartes en el 2013.
El progresismo se vació, no tiene ni siquiera un programa político como en el 2008, excepto la trivial oferta electoral de Ferreiro y Lugo. El primero sigue coqueteando con Cartes, y Lugo, que como un manso cordero le abrió el camino hacia el poder en el 2012, hoy quiere ganarse sus favores alentando la enmienda electoral.
Gracias al apoyo popular la izquierda logró convertirse en la tercera fuerza política, pero al abandonar la lucha social devino en una anquilostomiasica fuerza testimonial, que hoy tiene que aferrarse a la derecha hilvanando algún pacto político como tabla salvadora, que por lo menos le garantice un pedazo de poder.
Cartes otra vez
La izquierda está equivocada si piensa que pactando con Cartes lo va a derrotar. Si el poder acepta un acuerdo es para ganar no para perder. Lo que Cartes no logra con el congreso lo consigue con la corte suprema. Con la venia del poder judicial colocó ilegalmente bonos en el mercado internacional por valor de 500 millones de dólares, y no necesitó del congreso, basto una llamada telefónica. El presidente maneja el aparato estatal como una despensa y la corte no llega ni a la categoría de almacén. Todo lo tiene controlado. Tiene el voto cautivo del funcionariado que junto a sus familiares y amigos sumarán los más de un millón de votos suficientes para ganar a una oposición dividida. Cartes vino para quedarse y si pacta con Lugo o Ferreiro no es para ceder el poder sino para perpetuarse. A no ser que los partidos de izquierda recuperen la memoria y que alguna vez vuelvan a ser lo que dicen que son: partidos de izquierda.
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