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La izquierda paraguaya y el fin de un ciclo

Fuentes: Rebelión

Con el golpe parlamentario del 2012 para el progresismo se cerraba un ciclo, que se inició con el triunfo de Fernando Lugo, quien apoyado por un ferviente movimiento popular derrotó al viejo partido colorado en el 2008. El acceso del ex obispo al poder abrió las compuertas democráticas en un país gobernado de manera excluyente […]

Con el golpe parlamentario del 2012 para el progresismo se cerraba un ciclo, que se inició con el triunfo de Fernando Lugo, quien apoyado por un ferviente movimiento popular derrotó al viejo partido colorado en el 2008. El acceso del ex obispo al poder abrió las compuertas democráticas en un país gobernado de manera excluyente por el coloradismo desde 1947. Después de más de medio siglo se producía una alternancia en el poder, creándose un ambiente de efervescencia democrática sólo comparable con la «primavera democrática» de 1946. Aquel año, de conmoción democrática, los partidos opositores crearon el frente revolucionario, conduciendo una insurrección popular que puso al país al borde de una revolución. Revolución que hubiese triunfado a no ser por el apoyo brindado por Perón a la reacción paraguaya.

El ciclo progresista en el gobierno luguista apenas duró cuatro años. Lo que parecía un potente movimiento de masas que algunos equipaban al bolivarianismo chavista, terminaría efímeramente en el golpe parlamentario que fue un mero trámite administrativo de recambio de poder. Nadie opuso resistencia al golpe, menos Lugo, que seguía repitiendo que estaba ubicado en el centro neutral de las ideologías, pidiendo clemencia a una oligarquía que ya había sentenciado su fin.

Las claudicaciones del progresismo

Salvando distancias históricas con la «primavera democrática», podemos decir que en el 2008 se daban incipientes condiciones subjetivas que podrían haber madurado si el progresismo luguista se colocaba a la vanguardia del campo popular y estimulaba la lucha social para profundizar los cambios. No fue así, el luguismo prefirió el atajo fácil y el acomodo, dando las espaldas al movimiento popular que le dio su apoyo y esperaba ese momento en la historia. El temor de que el ascenso de masas pudiera convertirse en una fuerza incontenible fue mayor a la voluntad del progresismo en realizar los cambios que prometió. Así quedó en el olvido ese segmento poblacional, en su gran mayoría compuesto por jóvenes incrédulos en el sistema, que vieron en el luguismo una esperanza de transformación social. También quedo en el olvido la posibilidad histórica del cambio.

En las aburridas elecciones últimas de abril pasado se produjo una participación de apenas el 60%, la más baja desde la caída de la dictadura, con el agravante de que el protagonismo juvenil fue casi nulo. En estos sufragios el progresismo cedió varias de sus bancas a expresiones conservadoras como el PEN y Patria Querida, que resurgen no por sus propuestas sino por las claudicaciones de la izquierda, que en su práctica política y parlamentaria reprodujo los mismos esquemas de los partidos tradicionales. Durante los cinco años de vida parlamentaria el progresismo no acompañó la lucha del movimiento popular. Su accionar se centró en la presentación testimonial de leyes «progresistas», como si la ley de por sí tuviera el mágico poder de producir cambios.

Los jóvenes estuvieron ausentes en las elecciones de abril, probablemente son esos mismos jóvenes que adhirieron al progresismo unos años atrás, y siguen esperando una alternativa a los partidos tradicionales que como hace 130 años atrás sólo se diferencian en el color de sus banderas. Y entre los conservadores de izquierda y los conservadores de derecha, la gente que acudió a votar prefirió a los últimos. Al fin y al cabo solo les diferencia el discurso.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.