En un encuentro con dirigentes de la Organización Nacional Campesina (ONAC), hace unos días, preguntamos ¿cuántos votos se necesitan para meter un senador?, 50.000, respondieron. ¿Y si queremos cambiar un gobierno, cuánta gente deberíamos movilizar?, preguntamos de nuevo; 50.000 más o menos, dijeron. La movilización es más eficaz que los votos, y no demanda tanto […]
En un encuentro con dirigentes de la Organización Nacional Campesina (ONAC), hace unos días, preguntamos ¿cuántos votos se necesitan para meter un senador?, 50.000, respondieron. ¿Y si queremos cambiar un gobierno, cuánta gente deberíamos movilizar?, preguntamos de nuevo; 50.000 más o menos, dijeron. La movilización es más eficaz que los votos, y no demanda tanto sacrificio como las campañas electorales. Este elemental principio parece que no es muy elemental para la izquierda, hoy más atareada en conseguir algún cargo de tercera línea, que sobre del pacto colorado-liberal parlamentario.
Ya en tiempos de Lugo el progresismo cometió el error de desmovilizar a la gente, argumentando que «no había que desestabilizar al gobierno». La izquierda logró apuntalar transitoriamente a Lugo, pero la derecha, sin protocolo y parsimonia lo dejó en la calle en menos de 24 horas. Si las 50.000 personas, que la izquierda se encargó de desmovilizar, se hubieran congregado en junio del año pasado frente al congreso, la historia hubiera sido distinta.
Hoy la izquierda sigue el mismo esquema (o con los mismos desaciertos), privilegia el lobby institucional y está dejando de lado nuevamente la lucha social. ¿Qué fuerza puede tener la izquierda ocupando alguna perdida vicepresidencia segunda o la presidencia de alguna comisión parlamentaria en un congreso con aplastante hegemonía de los partidos tradicionales? Ninguna probablemente.
El poder de la izquierda está en la movilización popular. En el 2.002, Chávez, quien había ganado las elecciones, fue salvado del golpe gracias a un levantamiento popular y no por los votos. Y conste que fue la primera vez en la historia que un golpe orquestado por la CIA había fracasado. No fue poca cosa.
Los triunfos de Evo Morales y de Rafael Correa, fueron producto de largas luchas populares que eclosionaron en triunfos electorales finalmente.
Pareciera que en este periodo que se inaugura la izquierda quiere hacer muy buena letra congraciándose con los medios corporativos y la derecha parlamentaria. Es bueno recordar que es la misma derecha que quebrantó el orden institucional hace un año, y es la misma prensa que la aplaudió calurosamente.
La izquierda se está volviendo demasiado institucionalista. Cada vez más se parece a la derecha, sólo se acuerda de la gente cuando hay elecciones, el resto es para la gestión institucional, donde tiene nulas posibilidades de provocar cambios. El emblemático color rojo del socialismo está quedando solo en las banderas y la izquierda se está volviendo excesivamente de color rosa en la práctica.
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