La Casa Blanca ha puesto todo su empeño en lograr que los países latinoamericanos consideren al gobierno de Venezuela como «Estado problemático» y lo aíslen diplomáticamente, pero no había conseguido, hasta ahora, que ningún país de la región enfriara su relación con Caracas, como ahora lo hizo el gobierno mexicano. Ni siquiera conflictos bilaterales graves, […]
La Casa Blanca ha puesto todo su empeño en lograr que los países latinoamericanos consideren al gobierno de Venezuela como «Estado problemático» y lo aíslen diplomáticamente, pero no había conseguido, hasta ahora, que ningún país de la región enfriara su relación con Caracas, como ahora lo hizo el gobierno mexicano.
Ni siquiera conflictos bilaterales graves, como los que Venezuela tuvo con Colombia y República Dominicana, se desbordaron y llegaron al punto del retiro de embajadores, como se dio ayer aquí. Tampoco la relación Washington-Caracas, que no puede imaginarse más tensa y conflictiva, ha crecido a ese grado, considerado la antesala de la ruptura.
Solamente en dos ocasiones los conflictos bilaterales que ha sufrido Venezuela con países del hemisferio se recurrió al nivel de «llamado a consultas» de embajadores, nunca a «retiro» de los diplomáticos. Ambas situaciones fueron mucho más críticas que el reciente intercambio de adjetivos entre los presidentes Hugo Chávez y Vicente Fox.
El primer caso se produjo en septiembre de 2003, cuando el gobierno venezolano detectó en República Dominicana lo que llamó «una célula de conspiradores» que encabezaba el ex presidente Carlos Andrés Pérez. El entonces presidente dominicano, Hipólito Mejía, rechazó las reiteradas peticiones de Caracas de investigar y siempre negó la existencia de un complot, a pesar de que discretamente tuvo que pedir a Pérez que saliera del país. En protesta, Caracas retiró su embajador y suspendió el convenio petrolero con Dominicana.
Al poco tiempo hubo cambio de gobierno en Santo Domingo y el nuevo presidente, Leonel Fernández, restauró la relación. Apenas en septiembre de ese año, Dominicana se adhirió a Petrocaribe y obtuvo que Venezuela le duplicara su cuota de petróleo.
El segundo caso, mucho más crítico, ocurrió en enero de este año, cuando el ejército de Colombia capturó en territorio venezolano, sin autorización del gobierno, al líder de las FARC, Rodrigo Granda, y lo entregó a Estados Unidos. Caracas denunció el hecho como violación a su soberanía. A pesar del grado de tirantez, ambos gobiernos decidieron llamar a consultas -no retirar- a sus respectivos embajadores. Caracas y Bogotá pronto restauraron la relación gracias a la mediación de Brasil, Chile y Perú.
Ni siquiera Estados Unidos ha retirado a su embajador en Venezuela, Charles Shapiro, ni ha cancelado la acreditación del jefe de la misión venezolana en Washington, a pesar de que el gobierno de Bush ha recibido los más sonoros epítetos por parte de Chávez. Cuando el gobierno venezolano denunció, poco antes del referendo revocatorio en ese país, en mayo de 2003, que el diplomático estadunidense había acudido al consejo electoral en una consulta totalmente fuera de regla, la Casa Blanca llamó a Shapiro a consultas y éste después regresó a Caracas. En los hechos, la confrontativa relación bilateral entre los dos rivales de América se mantiene en un marco controlado, no de crisis.
Otros países, lejos de buscar un choque con Venezuela, han salido en su defensa ante Estados Unidos. Eso fue lo que hizo algunos meses el gobierno de Brasil, cuando Washington criticó la venta de material bélico brasileño y español a la nación andina. El presidente Luiz Inacio Lula da Silva manifestó en la Cumbre de Guayana: «No aceptamos difamaciones contra compañeros… Venezuela tiene derecho a ser un país soberano». Y el presidente de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, le reclamó a Estados Unidos su intromisión en los asuntos bilaterales de Venezuela y España.
Chile también rechazó las presiones estadunidenses de aislar a Venezuela en el marco de la Cumbre Iberoamericana, en abril. El presidente Ricardo Lagos afirmó que en Venezuela «hay un mandatario legítimamente elegido y una oposición que tiene que estar a la altura de sus desafíos».
Con lo que resulta que, como expresó un editorial de The New York Times del 26 de abril: «La administración Bush no encuentra aliados en el mundo para enfrentar al gobierno de Chávez». Después del pobre resultado que tuvo en su cabildeo a favor del Area de Libre Comercio en Mar del Plata, hace unos días, parece ser que la Casa Blanca ya encontró quien la «ayude» a parar la revolución bolivariana: México.