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Intervención de EEUU y atolladero de Siria

La nueva agenda de Líbano

Fuentes: Gara

La ONU acaba de hacer públicas las conclusiones del informe Mehlis, que toma su nombre del fiscal alemán Detlev Mehlis, encargado de investigar el atentado mortal contra el ex primer ministro libanés, Rafic Hariri. Su muerte en febrero inauguró una sucesión de grandes cambios en el país levantino. El autor, profundo conocedor del área sobre el terreno, analiza su alcance, repercusiones y dificultades.

La pasada primavera, Líbano saltó a la primera plana mundial a raíz de los acontecimientos bautizados por los medios de comunicación como «Revolución de los Cedros», que culminaron con el fin del dominio sirio sobre el país y la posterior reorganización del escenario político tras las elecciones celebradas en junio.

Dicha «revolución», análoga a las registradas en Georgia y Ucrania, fue enmarcada en lo que ciertos círculos de Washington denominaron «Primavera Arabe», vinculando ciertos movimientos «democráticos» en diversos países árabes, con acento en las elecciones de Irak, que se presentaban como un triunfo de la política de Bush. Pero pese a la propaganda, la agenda de EEUU para Oriente Próximo está provocando más inestabilidad en la región, y amenaza con reavivar conflictos dormidos. En Líbano, los sectores progresistas se mantienen escépticos respecto al cambio de rumbo tomado, y recuerdan los graves problemas estructurales del país, así como la mala memoria histórica que podría hacer que se repitieran los errores del pasado.

2005 está siendo un año muy intenso para el pequeño país levantino, que ha visto cómo en pocos meses se alteraba dramáticamente el equilibrio de poder existente desde el fin de la guerra civil hace 15 años. El 14 de febrero, fuimos testigos del atentado que costaba la vida al ex primer ministro Rafiq Al Hariri, al que sucedieron multitudinarias protestas contra el gobierno y la injerencia siria. Durante marzo y abril, la presión popular y la presión de la «comunidad internacional», encabezada por Francia y EEUU, logró que, en cumplimiento de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, las tropas sirias se retiraran de suelo libanés tras más de 20 años de presencia. A lo largo de aquellos meses, la prensa conservadora publicaba artículos en los que se analizaban las malas relaciones de Hariri con Damasco, acusando tácitamente al régimen sirio de estar detrás del magnicidio. En junio, veíamos a los libaneses, exultantes, votando en los primeros comicios libres de la presión del país vecino, en los que el hijo del mártir, Saad Edine Hariri, ganaba encabezado una coalición «anti siria».

Periódicamente, recibimos noticias de atentados contra destacadas personalidades libanesas tachadas de «anti sirias», aunque el epíteto resultaba aventurado en más de una ocasión, como en el caso de George Hawi, líder del Partido Comunista Libanés y conocido combatiente de la resistencia contra Israel.

La comisión internacional Mehlis, que investiga el asesinato de Hariri, ha detenido ya a cuatro de los principales jefes de la seguridad del país, y está llamada a condenar a dirigentes del antiguo régimen aliado de Damasco, sin descartarse que pueda implicar al propio régimen sirio de Bashar Al Assad, el claro perdedor de todo el proceso.

El nuevo mapa politico

En junio, el partido de la familia Hariri (Movimiento Futuro), conseguía ganar las elecciones, gracias a las alianzas con diversas fuerzas locales como el PSP del druso Walid Jumblatt, el movimiento maronita conservador de Qornet Shilwan o las Fuerzas Libanesas de Samir Geagea. En el Parlamento, Saad Edine Hariri encabeza un bloque de «oposición», o «anti sirio» (el binomio político lealistas-oposición determinaba hasta ahora la relación que se tenía son Siria), que controla 72 asientos de una cámara de 128. A la cabeza del nuevo Ejecutivo, se ha situado la antigua mano derecha de Rafiq Al Hariri, Fouad Sinora, procedente del ámbito financiero. Sinora no ha tenido más remedio que formar un gobierno de unidad nacional, ya que su coalición no consiguió los dos tercios necesarios para controlar el Parlamento, y así forzar la renuncia del presidente pro sirio, Emile Lahoud, sobre quien penden serias acusaciones por la implicación en el atentado contra Hariri. El actual Gobierno incluye, por tanto, a varios políticos afines a la antigua estructura como Elías Murr (yerno del propio Lahoud), así como a miembros de los grupos chiítas Hezbollah y Amal, cuyas posturas contrarias en temas estratégicos, como son las relaciones con Siria y con EEUU, dificultarán el cumplimiento de la nueva agenda para el país.

De momento, sólo uno de los actores principales ha quedado fuera del gobierno: el general Michel Aoun, que consiguió fuertes apoyos tras su repentino retorno del exilio francés. Aunque no hubo acuerdo con el Gobierno de Sinora sobre el reparto de ministerios, algunos apuntan que su nombre se baraja como nuevo presidente tras la esperada caída de Lahoud tras la publicación hoy del informe de la comisión Melhis.

Relaciones internacionales

El régimen de Siria ha sufrido un serio revés no sólo por perder al apetecible país vecino, sino por haberlo hecho de forma tan humillante ­las tropas sirias ocuparon definitivamente Líbano en 1989, bajo los auspicios de los Acuerdos de Taif y con el beneplácito de la ONU y de EEUU, entonces interesado en el acercamiento a Damasco con vistas a la invasión de Irak, lo que puso fin a una guerra que duraba ua 15 años­.

Pero aunque muchos libaneses, sobre todo los cristianos, quieran verse libres de Damasco por completo, resulta complicado pues ambos países comparten parte de su identidad así como intereses en temas importantes, como las relaciones con Israel, país que ocupó militarmente el sur del Líbano hasta el año 2000.

La nueva agenda plantea grandes y difíciles retos, como es el desarme de Hezbollah, que recoge la resolución 1.559 y exigen EEUU y Francia. Hezbollah, que no sólo controla grandes áreas del país sino que está legitimado por las urnas, tiene una postura contraria a la injerencia de EEUU, lo cual comparten amplios sectores de la población, no solamente chiíta. Cabe recordar que durante la guerra civil, EEUU se implicó a favor de los cristianos y acabó retirándose tras sufrir dos mortíferos atentados contra su embajada y el cuartel general de los marines en 1983.

Aunque el «Partido de Dios» está jugando sus cartas con vistas a normalizarse a ojos de la comunidad internacional (por primera vez controla carteras), parece improbable un abandono próximo de las armas. «Las armas de Hezbollah son las armas de la resistencia libanesa y son una defensa para todos los libaneses», declara su líder, Sheikh Hassan Nasrallah. A ello contribuyen una serie de conflictos aún abiertos en la frontera ­las Granjas de Shebaa y las Siete Aldeas, cuya pertenencia está aún en litigio), amén del apoyo declarado del partido por la causa palestina.

El problema palestino, germen de conflictos en el Líbano, sigue sin plantearse seriamente en la escena política. Los superpoblados y míseros campos de refugiados repartidos por todo el país son una bomba de relojería, sin horizonte en las negociaciones con Israel, y sufriendo las mismas luchas intestinas que aquejan a los territorios ocupados.

Problemas internos

En un plano social, detrás de las alianzas y de la aparente unidad de los dirigentes políticos, se esconden viejos recelos y desconfianzas. Las diferentes comunidades siguen viviendo con relativa autonomía las unas de las otras, y apenas se ha escarbado colectivamente en los acontecimientos de la guerra. Como comentaba hace poco el profesor de sociología de la American University of Beirut, Samir Khalaf, «no hemos erigido monumento alguno por la guerra, no hay un sitio donde se pueda llorar a los muertos, todo el mundo ha hecho como que pasaba página, y eso es peligroso». Las familias que controlaban las milicias durante la guerra siguen en el poder. Con el reciente indulto a Geagea (condenado por la muerte de varios rivales políticos durante la guerra), y la vuelta de Aoun (cuyo pasado militar resulta también macabro), todos los actores vuelven a estar en sus puestos.

Hariri es hoy día, utilizando el término oriental, un mártir nacional, y su tumba reposa en la céntrica plaza de los mártires de Beirut, al lado de la Virgin Megastore. Es el área de Solidere, que las empresas de Hariri se encargaron de reconstruir, y que simboliza el abandono del pasado y la vuelta a los grandes negocios en la «Suiza de Oriente Medio».

Solidere es un buen epitafio para el «milagro Hariri», del cual se han beneficiado ciertos sectores de Líbano, a pesar de que los problemas económicos del país se hacen cada vez más evidentes, con una deuda externa que los datos oficiales elevan a 36 billones de dólares (el doble de su producto interior bruto), y una corrupción y unas desigualdades sociales boyantes. Si los problemas persisten, no se augura un buen futuro a las relaciones entre las distintas comunidades, y el conflicto podría volver a estallar. Algunos libaneses, con su característica flema oriental, se preguntan si no será esto lo que realmente está en las agendas de los que han trazado el cambio de rumbo en el Líbano. –

Ricard Boscar es colaborador del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).