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La OEA, una creación neocolonial y sus complicidades impunes

Fuentes: Cubadebate

Desde su creación en 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA) es una institución ausente en la defensa de los derechos de los pueblos sometidos a estrategias de dominación a lo largo del siglo XX y fue cómplice de los sucesos más cruentos que dejaron miles de víctimas en el continente. A lo largo de […]

Desde su creación en 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA) es una institución ausente en la defensa de los derechos de los pueblos sometidos a estrategias de dominación a lo largo del siglo XX y fue cómplice de los sucesos más cruentos que dejaron miles de víctimas en el continente.

A lo largo de 60 años permaneció como una institución fantasma ante la tragedia latinoamericana cumpliendo el indigno papel de Ministerio de Colonias actuando bajo los mandatos de la virtual metrópoli colonial, que nos impuso la dependencia con violencias diversas.

Ahora atraviesa una de sus mayores crisis, que en realidad comenzó a profundizarse ante su total inoperancia en 1982, en la llamada Guerra del Atlántico Sur, la gota que desbordó el vaso después de no haber dado respuestas a las injusticias que vivió la región en los años 60-70.

En realidad desde su nacimiento, la OEA estaba marcada. Sus antecedentes fueron diseños de Washington como la Primera Conferencia Internacional Americana en 1890, la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, y su secretaría permanente; la Unión Panamericana de 1910, hasta la conformación del organismo actual en los días tumultuosos y trágicos que vivió Colombia, después del asesinato del líder popular y candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948.

Este asesinato fue una de las primeras actividades de la Central de Inteligencia (CIA)creada en 1947 en Washington, la misma que había enviado sus cuadros a la reunión de Bogotá, donde cancilleres de 21 países corridos por el miedo, acosados por una campaña de prensa feroz -porque el terrorismo mediático no es nuevo- terminaron firmando la Carta de la OEA que Estados Unidos necesitaba.

La muerte de Gaitán sirvió a Washington para imponer su agenda disfrazada en objetivos que nunca respetaría como fortalecer la paz, consolidar democracias, promover los derechos humanos, desarrollos sostenibles y desarrollo social y económico, entre otros buenos deseos que nunca se cumplieron.

Su creación obedeció a necesidades estratégicas de Estados Unidos como lo revelarían después diversos documentos desclasificados y recopilados por el abogado y escritor colombiano Apolinar Díaz Callejas en 1988.

La hegemonía estadounidense, quedó establecida en la política exterior de ese país después de la Segunda Guerra Mundial y esos trazados significaron el atrapamiento de América Latina en los juegos de un poder imperial que tempranamente había confesado que «América era para los americanos(norteamericanos)».

En la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, la delegación estadounidense estaba encabezada por el general George Marshall, secretario de Estado del gobierno de Harry Truman, quien traía dos planteos básicos de la «Guerra Fría»: la lucha contra el comunismo y la «seguridad continental» que se convertiría luego en Doctrina de Seguridad Nacional y contrainsurgencia en los años 60, Seguridad Hemisferica y Guerra infinita en los 2000.

No venían a unir a América sino a tomarse la región. Un año antes habían logrado imponer el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) o Tratado de Río, que sólo sirvió para amparar el intervencionismo y legitimar lo actuado por los gobiernos estadounidenses.

El trabajo de Marshall y sus equipos estaban destinados a acusar el asesinato de Gaitán al comunismo, a la Unión Soviética, a los que nunca hubiera interesado la desaparición del líder liberal de inspiración socialista.

Una serie de telegramas y cartas dirigidas por Marshall al presidente y sus colaboradores, rescatados en los documentos desclasificados por Díaz Callejas, dan cuenta del cuidadoso armado que se realizó en Colombia con la complicidad del presidente Mariano Ospina Pérez, los amigos de Estados Unidos y los medios.

La histeria anticomunista debía servir para vencer las resistencias de algunos de los 21 países asistentes, que las había. Incluso ante los acontecimientos se llegó a debatir la llegada de tropas de Estados Unidos y el jefe de la delegación de Venezuela, el ex presidente Rómulo Bentancourt, se plantó contra esa posibilidad y amenazó con retirarse de la reunión.

En realidad luego hubo trasiego silencioso de tropas del Comando Sur entonces establecido en Panamá y aviones militares llegaron hasta los aeropuertos colombianos, para «seguridad de los delegados».

La serie de telegramas intercambiados por Marshall y su gobierno demuestran que, a pesar de la incredulidad de periodistas y medios de Estados Unidos sobre la versión de una conspiración comunista para asesinar a Gaitán, la delegación estadounidense encontró buen apoyo en medios colombianos relacionados con la embajada.

Acusaciones sin evidencia alguna, como reconocen funcionarios de Washington fueron, sin embargo publicadas en medios colombianos bajo control estadounidense.

La campaña sirvió para que Marshall y sus delegados convencieran a la mayoría de aprobar la resolución de la IX Conferencia Internacional Americana contra el comunismo con un objetivo básico en función de la «guerra fría».

La declaración «para preservación y defensa de la democracia en América», llamó a tomar medidas urgentes para evitar que «agentes lal servicio del comunismo internacional pretendan desvirtuar la auténtica y libre voluntad de los pueblos de este continente».

Se destacaba la «naturaleza antidemocrática e intervencionista del comunismo internacional» y cualquier «totalitarismo incompatible con la concepción de la libertad» y por supuesto con los consabidos «postulados de la dignidad humana y la soberanía de las naciones» que precisamente Estados Unidos jamás respetó.

Cinco años después, en 1954 este país invadió Guatemala y se entendió por qué y para qué se habían firmado esos compromisos que servirían para respaldar la política intervencionista de Washington.

La imagen solitaria del canciller de Guatemala Guillermo Toriello en 1954 cuando denunció primero los planes de intervención de Estados Unidos sobre su país, luego la intervención misma y defendió los derechos de su pueblo, es hasta hoy un símbolo de la soledad en que la OEA dejó a América Latina.

¿Quién demanda a la OEA por los más de 200 mil muertos en Guatemala desde la invasión de 1954 hasta los años 90, entre ellos casi 90 mil desaparecidos?

¿Y las invasiones a Cuba en 1961, Santo Domingo 1965 y Haití y la siembra de dictadores en Centroamérica y toda la región?. ¿Responderá la OEA por las miles de víctimas en todos nuestros países y en Colombia que desde 1948 no tiene paz?

La OEA no estuvo para detener la mano de los mercenarios en Nicaragua, ni los invasores en Granada(1983) o Panamá (1989) ni actuó cuando la flota británica vino a retomar las Islas Malvinas, a tanta distancia de sus costas y reconocidamente argentinas.

En aquellos años de la Guerra Fría- que en realidad nunca acabó- Washington no podía permitir un cambio en las estructuras sicioecónomicas de la dependencia que implantó en el continente, desde la puesta en marcha de la doctrina Monroe en 1823. Esto abrió el camino del expansionismo del «destino manifiesto» y el apoderamiento de nuestros territorios. Luego fueron otros planes como la siembra de las dictaduras de la seguridad nacional.

En los años 90 fue la catástrofe del neoliberalismo globalizante y en los años 2000 se trazó un proyecto de recolonización encubierta, una invasión silenciosa, donde los militares-sus tropas- están agazapados, mientras abundantes funcionarios de inteligencia, espías y equipos de Baja Intensidad ofrecen ayudas, crean Organismos No Gubernamentales y Fundaciones de buenos nombres y malos antecedentes y objetivos.

En abril de 2002 un golpe cívico militar en Venezuela fue derrotado por el pueblo en las calles, pero los funcionarios de la OEA, ni siquiera hablaron de golpismo.

Como tampoco hicieron nada ante cada golpe en el siglo XX. En noviembre de 2005, en Mar del Plata Argentina, los países del Mercado Común del Sur sepultaron el sueño colonial del Area para el Libre Comercio de las Américas(ALCA), que en 1994 había propuesto el ex presidente William Clinton, como un proyecto recolonizador en tiempos del neoliberalismo rampante, que les aseguraba las reglas del juego necesarias. Entonces encargó a la alicaída OEA la organización y administración de estas reuniones. Duró once años el proyecto y de nuevo en 2005 la OEA quedó con las manos vacías.

Sin prestigio alguno, repudiada por los pueblos latinoamericanos, la OEA nació como un árbol torcido y torcida y denigrada está ahora en el siglo XXI intentando liderar países que ya no le obedecen. Otras instituciones propias regionales hicieron lo que se debía hacer y tienen ahora protagonismo real.

Los funcionarios burocráticos de la OEA tampoco llamaron golpe a lo sucedido en Bolivia en agosto-septiembre de 2008 y quedaron paralizados ante la masacre de Pando en septiembre de 2008, cuando las autoridades de ese departamento boliviano que participaban en el golpe contra el gobierno de Evo Morales, decidieron «escarmentar» a campesinos desarmados. Mataron despiadadamente a más de 20 personas, entre ellos niños, dejando heridos y torturados. Entonces emergió la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur)por decisión de varios gobiernos y envió una misión de alto nivel a investigar los hechos, abriendo el camino a la justicia. Como en mayo de 1980 había sucedido en el Río Sumpul frontera entre Honduras y El Salvador, donde el ejército hondureño dispuso la expulsión y entrega a su par salvadoreño de campesinos d eesta nacionalidad refugiados. En muy pocas horas el ejército salvadoreño, formado, financiado y asesorado por Estados Unidos, mató a más de 600 personas, en una cacería brutal. Todavía no hay justicia, pero la OEA tampoco estuvo.

Esta organización jamás paró la mano de un golpe duro o suave, ni intentó detener el genocidio del siglo XX y siempre brindó en la mesa de los dictadores y de los dueños del poder real.

En marzo de 2008, varios gobiernos latinoamericanos no obedecieron órdenes de Washington cuando sucedió el brutal bombardeo sobre un campamento de negociación por la paz, en Sucumbio, Ecuador, por parte del ejército colombiano, con apoyo de asesores de Estados Unidos e Israel. El objetivo de la OEA era imponer, durante la reunión convocada ante esos hechos, una claúsula que anulara las soberanías en función de la guerra infinita contra el terrorismo. No pasó y resultó en una de las grandes derrotas de la OEA en los últimos tiempos.

Ahora hay una verdadera rebelión de países latinoamericanos pidiendo que se levante la cláusula que se usó para expulsar a Cuba de la OEA y que ese país decida si quiere participar. Cuba está en el centro del debate en la próxima reunión en San Pedro Sula Honduras. Las posiciones por un cambio definido en la política de Estados Unidos hacia Cuba, ponen en una situación límite a la OEA. La voz del secretario general de ese organismo José Miguel Insulsa insinuando condiciones para que Cuba reingrese a la OEA apareció como una acción extemporánea y vacía.

El comandante Fidel Castro, en una de sus últimas reflexiones se pregunta si «debe existir la OEA». Y en su respuesta recuerda los 60 años de infamias vividos por esa institución de los que Cuba no participó.

En realidad además de estas exigencias los países de América latina, demandan como un acto de mínima justicia, el levantamiento del bloqueo criminal contra el pueblo cubano, pero sin condiciones.

La OEA enfrenta su momento más grave. Si no cambia su estructura, si continúa siendo una creación colonial para solapar cuestiones coloniales y amparar las injusticias de una despiadada metrópoli imperial, los países de América Latina, no pueden seguir convalidando la farsa que tanto cuesta a pueblos desguarnecidos cuando aún la independencia verdadera se pelea en las calles y en los caminos de nuestra región.