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La Organización Mundial de la Salud, el virus neoliberal y una crisis provocada

Fuentes: Rebelión

Atacada y criticada por algunos pocos de sus Estados miembros, (eufemismo que hace referencia a los obsecuentes aliados de la administración estadounidense) la Organización Mundial de la Salud (OMS) celebró -virtualmente- su 73 Asamblea Mundial en momentos en que se enfrentaba, posiblemente, a la mayor crisis de su historia.

Se acercaba a esta gran reunión más frágil que nunca, en el peor momento posible, bajo el signo de la pandemia del Covid-19. Acosada, por las acusaciones y amenazas de boicot por Estados Unidos. No obstante, los países miembros alcanzaron una resolución conjunta por consenso,copatrocinada por mas de 130 países para unir al mundo en la lucha contra la pandemia.

El acuerdo es una respuesta a las acusaciones del presidente estadounidense Donald Trump, para quien la institución es una «marioneta de China», donde brotó el virus a fines de 2019. El mandatario amenazó con congelar indefinidamente la financiación a esta agencia de Naciones Unidas e incluso con retirar la membresía de su país si no hacía «mejoras sustanciales» en 30 días. Ante estas declaraciones, el gobierno chino acusó a Trump de utilizar a China para «eludir sus obligaciones» ante la OMS. «Es un error de cálculo y Estados Unidos ha elegido el objetivo equivocado», afirmó el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores, Zhao Lijian.
Por su parte, Rusia, que se acerca a los 300.000 casos de contagio, pero donde la situación parece estabilizarse, criticó a Estados Unidos por querer llevar a la quiebra la agencia de la ONU. «Nos oponemos a la quiebra (de la OMS) que obedecería a intereses políticos y geopolíticos de un solo Estado, es decir, de Estados Unidos», dijo el viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguéi Riabkov.
Terciando en la polémica, la Unión Europea expresó su apoyo a la OMS, indicando que «es el momento de la solidaridad, no de señalar con el dedo o socavar la cooperación multilateral».
Donald Trump considera que la OMS ignoró los informes sobre la aparición del virus y le reprocha ser demasiado indulgente con las autoridades chinas en su manejo de la pandemia de la COVID-19, que, en Estados Unidos, el país más castigado, deja unos cien mil muertos y ha contagiado a 1,5 millones de personas.

La resolución contempla la necesidad de hacer una evaluación de la actuación del organismo, presentado por la Unión Europea junto a países como México, Australia, Japón, Rusia, India o Brasil, pide revisar entre otros puntos «las acciones de la OMS, sus respuestas en el tiempo durante la pandemia, y sus recomendaciones a la hora de prevenir, hacer preparativos y mejorar la capacidad de respuesta».

Al término de la asamblea, el director general de la organización, Tedros Adhanom Ghebreyesus, confirmó que esta evaluación se iniciará lo antes que sea posible, agregando sutilmente que «no sólo se limitará a la labor de la OMS». «Damos la bienvenida a cualquier iniciativa que fortalezca la seguridad sanitaria global y a la OMS, que como siempre está firmemente comprometida a la transparencia, la adopción de responsabilidades y la mejora continua», declaró.

La emergencia pública

Cuando el director general declaró la emergencia pública internacional por el brote de coronavirus el pasado 30 de enero, la OMS hizo varias recomendaciones. No eran consejos vinculantes, pero sí políticamente significativos. Aunque el reglamento es legalmente vinculante no existen mecanismos de aplicación que la OMS pueda ejercer para que un país cumpla con los requisitos.

Algunos tienden a “olvidar” que el verdadero alcance de la OMS, que no es más ni menos que el de un organismo intergubernamental de asesoramiento, que actúa en simbiosis con los estados miembros. Su rol se limita recomendar a los países sobre qué hacer para mejorar la salud de sus ciudadanos y qué medidas tomar para prevenir el brote de enfermedades.

A su vez, paradójicamene, no puede hacer cumplir esas recomendaciones, ya que no tiene la capacidad de obligar o sancionar a sus miembros. En la práctica, actúa como un centro de intercambio de información, investigación y recomendaciones técnicas, para la erradicación de enfermedades como la malaria y la poliomielitis. entre otras.

Desde Ginebra, sede la OMS, insisten en que se limitan a proveer protocolos, recomendaciones y guías técnicas, pero los países son soberanos a la hora de ponerlos en marcha y decidir cómo actuar para proteger a sus ciudadanos.

De hecho, frente a la pandemia del COVID-19, la organización siempre ha reiterado, y recomendado algunos principios sencillos que deben aplicar los Estados, como reducir la exposición del público a la enfermedad, en particular identificando todas las cadenas de contaminación.

Recordamos que Tedros Ghebreyesu sha estado repitiendo durante varios meses, aquel slogan simbólico del “debemos hacer test, test, test «, y pocos lo han escuchado. La mayoría de los países occidentales han demostrado ser deficientes en este ámbito hasta el punto de una cuarentena inevitable, mientras tanto otros, con sus arlequines-presidentes, apostaron por una supuesta inmunidad de población contra todas las recomendaciones. Entre otros, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Boris Johnson, han sido lo más destacados negacionistas.

La verdad se resume a que los estados, en particular los occidentales, no han escuchado. Más bien, no trataron de entender lo que estaba sucediendo en China a principios de 2020. Así pues, la declaración de una pandemia el 11 de marzo puede considerarse puramente retórica para empujar a los Estados miembros de la OMS a tomar consciencia, dado que la emergencia sanitaria internacional ya les estaba obligando a reaccionar.

En resumen, la OMS depende de sus Estados miembros y de la fiabilidad de su información, para actuar en consecuencia. En este sentido cabe entonces preguntarse, ¿ha sido fiable la información proporcionada por las autoridades chinas sobre este brote? En este contexto, ¿qué podría hacer la OMS?


Algunos antecedentes

Son innumerables las amenazas para la salud que pueden cruzar las fronteras de los países. Está suscrita por los Estados que forman parte de la OMS, una normativa que requiere que los países miembros alerten a la comunidad internacional a través del organismo, cuando tienen brotes de enfermedades que podrían cruzar las fronteras.

La principal línea de defensa de la OMS es el Reglamento Sanitario Internacional (RSI) (2005). La aparición de la pandemia de gripe por A (H1N1) en abril de 2009 fue la primera gran prueba de estrés desde la entrada en vigor del Reglamento en 2007.

En esta ocasión, la OMS fue acusada de haber actuado demasiado rápido y de manera exagerada en un momento de crisis económica. Unos años más tarde, en 2014, la dirección de las críticas fue la contraria: se consideró que el organismo tardó en reconocer la magnitud del peligro cuando el ébola comenzó a transmitirse en África occidental.

El brote se cobró más de 11.300 vidas y hubo un sin numero de destacados expertos que criticaron que la respuesta de la OMS a la epidemia fue un “fracaso atroz”.

En realidad, se trata de la sexta vez que la Organización Mundial de la Salud ha declarado este tipo de emergencia desde la entrada en vigor del (RSI) en 2005, actualizado tras el brote de SARS de 2002 y 2003, en el que la OMS fue elogiada por su respuesta.

En principio, OMS, fundada en 1948, se financiaba en su totalidad a través de las contribuciones anuales de los países miembros. Pero desde 1978, la autoridad sanitaria internacional ha sido víctima de la reestructuración neoliberal, al igual que la mayoría de las instituciones sociales y económicas que sirven al interés público, incluidos, por supuesto, muchos programas y organismos de las Naciones Unidas.

Desde entonces, bajo la presión de los estados miembros ricos, la OMS se ha ido desviando progresivamente de su amplio mandato de salud pública, de desarrollo, equidad y sistemas de salud sostenibles y se ha orientado hacia enfoques biomédicos limitados y verticales.
La OMS hoy está de rodillas, profundamente comprometida… y forzada a entrar en el negocio de la salud.

A modo de ilustración, en 2019, el actual Director General de la OMS presentó un informe, denominado el “business case” del Plan de Acción Mundial de su organización de esta manera: “La inversión inicial de 14.100 millones de dólares para el período 2019-2023 es una excelente relación calidad-precio y permitirá rentabilizar la inversión generando un crecimiento económico del 2-4%.

Ningún producto básico en el mundo es más valioso

¿Por qué el Dr. Tedros Ghebreyesu debe vender el sector de la salud a los inversores en lugar de discutir el plan quinquenal de la OMS con sus 194 miembros? Porque la OMS hoy en día está más o menos privatizada.

Controla sólo el 20 % de su presupuesto. El 80% restante consiste en contribuciones voluntarias extrapresupuestarias de los estados miembros (ricos) y de fundaciones privadas, casi todas ellas destinadas a prioridades y programas específicos impulsados por los donantes.

Esta tendencia es aún más notable en aquellos países donde se encuentran las compañías farmacéuticas más grandes del mundo. El problema es que se trata de subvenciones cedidas con un interés específico, a través de las cuales los donantes correspondientes adquieren poder para acceder directamente a la línea de trabajo de la OMS.

Esto tiene consecuencias como la pérdida de autonomía democrática en el proceso de toma de decisiones, la influencia de intereses comerciales está produciendo cambios en los objetivos y estrategias de la OMS, como muestran, por ejemplo, las donaciones de la fundación Bill Gates, cifrada en 220 millones de dólares, una de las donaciones más importante del actual presupuesto de la OMS.

Gates defiende, por su parte, el derecho de gestión de su Fundación. Sus donaciones ponen en circulación vacunas y medicinas patentadas, en lugar de genéricos. ¿Qué hace la Fundación Gates con las vacunas? Si Gates ayuda a la OMS a cambio de impulsar programas de vacunación con medicamentos patentados, es porque se benefician de este acuerdo los proveedores de estas vacunas y sus accionistas, es decir, la Fundación Gates.

Esto repercute en los pueblos más empobrecidos del Sur, ya que a menudo no se pueden permitir estos caros programas de vacunación.

La gran influencia de la industria farmacéutica trasnacional y las fundaciones puede observarse en el caso de la llamada “gripe porcina”. En junio de 2009, la OMS proclamó la máxima alerta para la pandemia H1N1, siguiendo el consejo de su Comité Permanente de Vacunación.

De entre los miembros y consejeros de la Comisión de Vacunación había economistas, los cuales tenían un contrato con los fabricantes de Tamiflu y otros antigripales. La vacuna, puesta en circulación por los expertos en pandemias de la OMS, supuso para estas empresas unos mil millones de dólares.

La salud representa un mercado de 10 billones de dólares en 2020, como el Foro Económico Mundial no deja de recordar a sus constituyentes.  Las “donaciones” a la OMS o la participación en asociaciones público-privadas para la salud son inversiones valiosas para las empresas multinacionales que buscan nuevas esferas rentables para sus actividades.

La salud ya no se concibe como un derecho humano, tal como se declara en la constitución de la OMS, sino como una mercancía o, en el mejor de los casos, como un aporte a la productividad, tal como lo promovió Jeffrey Sachs en 2001 en el informe de la OMS Invirtiendo en la Salud para el Desarrollo Económico.

En la actualidad, casi toda la labor sanitaria internacional se organiza a través de asociaciones entre el sector público y el privado, que representan otro mecanismo más de extracción de riqueza (del 99% al 1% más ricos) aprovechando del sector público para obtener beneficios privados.

Sólo hay una razón por la que las organizaciones con responsabilidades públicas están adoptando estos acuerdos. Se considera que son la única fuente de fondos sin explotar, lo que en cierta medida es cierto. Pero eso se debe a que, bajo los regímenes neoliberales, los presupuestos del sector público han sido recortados y las bases impositivas destruidas.

Esta evolución es a su vez el resultado de la influencia de las transnacionales en los gobiernos y las instituciones financieras internacionales. En términos sencillos, esto significa ignorar las causas fundamentales (condiciones de vida miserables) en favor de soluciones tecnológicas a corto plazo; descuidar la prevención de las enfermedades y la promoción de la salud, en favor del tratamiento (invariablemente farmacéutico).

E ignorar el hecho de que todos los países ricos mejoraron de manera significativa y sostenible la salud de la población al abordar las condiciones de vida miserables mediante obras públicas y medidas de salud pública.

La solución al problema de los recursos para la salud no es que los organismos públicos vayan a mendigar al sector privado o a las fundaciones de famosos filántropos – ellos mismos completamente identificados con el capitalismo transnacional.

Su «politización con fines geopolíticos» es de mal augurio. Los países más poderosos del mundo exigen a la OMS que siga sus respectivos intereses soberanos por razones que poco tienen que ver con la salud mundial. La OMS se encuentra en esta situación a pesar de que, en el último decenio, ha definido su liderazgo en materia de salud mundial más por sus capacidades científicas, médicas y de salud pública que por su autoridad para desafiar políticamente a los Estados.

La realidad es que los Estados miembros de la OMS más poderosos, sus empresas transnacionales y las instituciones financieras internacionales son en gran medida responsables de impedir el establecimiento y mantenimiento de sistemas de salud funcionales y equitativos en los países pobres, a la vez de debilitar y desmantelar los servicios de salud en los países ricos.


La vacuna más eficaz, la APS

La Atención Primaria de Salud (APS) tal como estaba propuesta por la Declaración de Alma Ata de 1978, fue un proyecto revolucionario de justicia social titulado Salud para todos para el año 2000. Pero la APS, no recibió apoyo. Por el contrario, en un par de años, sus fundamentos de justicia social y económica quedaron más o menos destruidos y el proyecto se desmanteló progresivamente durante la siguiente década.

Los Estados miembros de la OMS más poderosos, sus empresas transnacionales y las instituciones financieras internacionales son en gran medida responsables de impedir el establecimiento y mantenimiento de sistemas de salud funcionales y equitativos en los países pobres, además de debilitar y desmantelar los servicios de salud en los países ricos

Seguimos convencidos que la atención primaria de salud sigue siendo la solución, conscientes en que los distintos intentos de reactivación de la OMS han tropezado con una feroz resistencia de los intereses privados. Insistimos en el hecho de que nunca ha sido más importante que ahora que los ciudadanos apoyen y se apropien de nuevo del mandato constitucional de justicia social de la OMS que – para bien o para mal – sigue siendo la autoridad sanitaria internacional de los pueblos.

Tal vez estos estados tendrían mucho de qué responder en los próximos meses, mientras tanto prima nuevamente la amenaza como estrategia, ya que al principal donante -EEUU- no se le ocurre nada mejor que congelar los fondos, demostrando en su imbecilidad un desprecio absoluto por la humanidad.

Genera más confusión a la confusión con teorías de complot montadas por los servicios de inteligencia, pero sin el aval de los investigadores y científicos.  Se avizora en este patético personaje un triste “remake” de las armas de destrucción masiva.

Eduardo Camín. Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Fuente: http://estrategia.la/2020/05/26/la-organizacion-mundial-de-la-salud-el-virus-neoliberal-y-una-crisis-provocada/