La conversación telefónica del 2 de diciembre de 2015 entre el presidente Trump y la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen desconcertó a propios y extraños provocando inquietud respecto a la observación de la política de «Una sola China» por parte de la nueva Administración estadounidense. Pese al posterior y personal desmentido de Trump al líder chino […]
La conversación telefónica del 2 de diciembre de 2015 entre el presidente Trump y la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen desconcertó a propios y extraños provocando inquietud respecto a la observación de la política de «Una sola China» por parte de la nueva Administración estadounidense. Pese al posterior y personal desmentido de Trump al líder chino Xi Jinping, los pasos dados desde entonces por la Casa Blanca advierten que una nueva política taiwanesa se abre camino en EEUU.
Dos hechos merecen ser destacados. En primer lugar, la autorización para que los buques de la Armada estadounidense realicen escalas en puertos de Taiwán, contenida en el Acta de Autorización de la Defensa Nacional. En segundo lugar, la firma de la Taiwan Travel Act, que elevará el perfil de los intercambios oficiales entre Taipéi y Washington. Por su alcance, estas dos medidas ponen en solfa la naturaleza de las relaciones de EEUU con Taiwán.
Además, a propósito de la política de «Una sola China», Washington advierte ahora que no significa más que reconoce la posición de Pekín de que hay una sola China en el mundo que incluye a Taiwán pero que EEUU no adopta ninguna postura con respecto a esta cuestión, advirtiendo que no acepta que Taiwán sea parte de la República Popular China.
El nuevo clima bilateral es inseparable de la influencia en el entorno presidencial del «Project 2049 Institute» que dirige Richard L. Armitage, ex número 2 del Departamento de Estado durante el mandato de Bush (2001-2005). En cuanto se mantenga, Taipéi prevé un estrechamiento importante de los vínculos con el gobierno estadounidense en todos los ámbitos, incluida la defensa, mejorando las ventas de armas y la coordinación entre los respectivos ejércitos.
El giro se interpreta como una manifestación del propósito de EEUU de mantener la superioridad en la región y en el mundo en todos los ámbitos, en línea con la nueva Estrategia de Seguridad Nacional. La mejora de los vínculos con Taipéi se produce tras el anuncio de Xi de que la reunificación no puede ser dejada «de generación en generación», emplazando a una pronta solución. Trump se dispone a interponer palos en la rueda para evitarlo, utilizando la cuestión de Taiwán para dificultar el famoso «sueño chino» o, quizá, obtener contrapartidas en otras áreas.
Taiwán, como es natural, se deshace en elogios hacia la nueva actitud estadounidense, muy alejada de aquella otra, más común, que llevó al ex presidente Lee Teng-hui, a recibir en pijama a las autoridades norteamericanas en una parada de tránsito en Honolulu en 1994 camino a Costa Rica como protesta por su sumisión a las presiones continentales. Pero hay también quien reclama, y no solo desde las filas de la oposición nacionalista, prudencia ante la que pudiera ser una mera estrategia de negociación con Pekín que podría engullir a Taiwán en cualquier momento dejando sus intereses al pairo.
Reacción de Pekín
Las autoridades chinas han condenado estos cambios al tiempo que han advertido al gobierno en Taipéi con hacerse ilusiones respecto a la viabilidad de cualquier independencia de jure que reviente el statu quo.
Los ejercicios militares, por mar y aire, han aumentado de forma exponencial en paralelo al acercamiento estadounidense que hace pinza con la negativa de la presidenta Tsai a suscribir el Consenso de 1992, es decir, el principio de una sola China, tal como le requieren desde el continente para normalizar las relaciones paraoficiales. La presión diplomática se va configurando con la intensificación del bloqueo a la participación internacional y la sustracción de aliados, en una espiral en la que Taipéi parece haber tirado la toalla para concentrarse en sus socios no oficiales más preciados (Washington y Tokio).
En paralelo, Pekín multiplica los incentivos para atraer a jóvenes talentos de Taiwán, alentando una progresiva equiparación en el trato con los ciudadanos del continente, una política que le está deparando réditos no desdeñables a la vista del deterioro socioeconómico en la isla.
Taiwán es un problema central en la política china y también puede llegar a serlo en la política exterior de EEUU, especialmente si Pekín perpetra un golpe de mano que pudiera producirse si considera que la suma de gestos en aumento aleja en demasía a Taiwán de su órbita.
De aquí a las elecciones locales del próximo 24 de noviembre, los tira y afloja seguirán in crescendo. Pekín intentará influir en el resultado, propiciando, en cuanto esté a su alcance, una merma significativa del soberanista y gobernante PDP apoyándose en la baja popularidad de la presidenta Tsai Ing-wen. ¿Podrá capitalizar el descontento el KMT? ¿Es el KMT una mejor garantía para el PCCh? Pese al desgaste del PDP, las encuestas no señalan un trasvase de votos al KMT; este, por otra parte, parece distanciarse del acercamiento propiciado por Ma Ying-jeou (2008-2016), coqueteando con su programa de origen (los tres noes: ni unificación, ni independencia, ni uso de la fuerza), lo cual, para China, no representa una garantía.
Con las dos Coreas en el proceso inverso, la tensión en el Estrecho de Taiwán presagia un nuevo escenario de crisis en la región.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China
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