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La Ruta de la Seda

Fuentes: Rebelión

Ponencia presentada en las X Jornadas de Economía Crítica realizadas el 7, 8 y 9 de setiembre en la Universidad Nacional de General Sarmiento, Los Polvorines, Prov. De Buenos Aires, Argentina.

Representantes de un centenar de países, 29 jefes de Estado, delegados de organizaciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, empresarios y técnicos. Todos reunidos en Beijing para escuchar al presidente chino Xi Jinping lanzando el mayor proyecto de infraestructura, comercio y comunicaciones para los próximos largos años.

Las denominadas iniciativas de la Franja y la Ruta o «Una franja, una ruta», buscan crear una amplia plataforma de cooperación financiera, económica y comercial que conecte a decenas de países de Asia, Europa y África reeditando las antiguas vías comerciales terrestres y marítimas de la Ruta de la Seda.

Carreteras, trenes y barcos comunicarán puertos y ciudades chinas con unos 60 países de Asia, África y Europa y unirán regiones que poseen más del 70% de las reservas de petróleo y gas del mundo, en las que viven el 70% de la población mundial y se genera el 55% del PIB de todo el planeta.

Introducción

A partir de la crisis financiera internacional 2008/9, China ha profundizado su condición de primera exportadora global (12% del total) y es la mayor potencia comercial del mundo (75% de su PBI), aunque el valor de sus importaciones haya disminuido 25 puntos entre 1995 (60%) y 2016 (35%). En el primer semestre de 2015 disminuyeron sus importaciones un 5,15% y también las exportaciones (-0,9%). China crece hoy sobre la base de su demanda doméstica.

La novedad es que China ha comenzado a desplegar una plataforma para su intercambio global, integrando Euroasia desde el noroeste de China hasta Alemania. La «Ruta de la Seda» representa una inversión en infraestructura de U$S 8,5 billones en quince años, que abarca a 63 países, 60% de la población mundial y un tercio del PBI global.

Lo más importante es que le asegura una nueva centralidad con eje en la masa terrestre euroasiática y no los océanos que la vinculan a Europa y EEUU. La integración capitalista mundial se ha realizado por vía marítima en los últimos 200 años bajo la hegemonía británica y luego norteamericana. Por tal motivo, la integración china al sistema capitalista global se dio en forma subordinada («Guerra del Opio» 1839/42).

Con la «Ruta de la Seda», China recuperará la posición central que tenía en el siglo XVIII, cuando representaba el 32% del PBI mundial. Todo indica que China volverá a ser el «Imperio del Medio» del siglo XXI, el nuevo centro y eje de la economía global.

La nueva «Ruta de la Seda»

Representantes de un centenar de países, 29 jefes de Estado, delegados de organizaciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, empresarios y técnicos se reunieron en Beijing para escuchar al presidente chino Xi Jinping lanzando el mayor proyecto de infraestructura, comercio y comunicaciones para los próximos largos años.

Las denominadas iniciativas de la Franja y la Ruta o «Una franja, una ruta», buscan crear una amplia plataforma de cooperación financiera, económica y comercial que conecte a decenas de países de Asia, Europa y África reeditando las antiguas vías comerciales terrestres y marítimas de la Ruta de la Seda.

El plan presentado por el presidente chino durante varias visitas al exterior realizadas en 2013 incluye, entre otras rutas, la Franja Económica que se expande por vía terrestre desde China hasta Europa a través de Asia Central y Rusia; y la Ruta Marítima a través del Estrecho de Malaca a India, Oriente Medio y Africa Oriental. Son en total cuatro corredores, tres terrestres y uno marítimo.

Carreteras, trenes y barcos comunicarán puertos y ciudades chinas con unos 60 países de Asia, África y Europa y unirán regiones que poseen más del 70% de las reservas de petróleo y gas del mundo, en las que viven el 70% de la población mundial y se genera el 55% del PIB de todo el planeta.

Poca gente se dio cuenta entonces de lo que representaba una iniciativa de estas características puesto que no sólo suponía el inicio de un nuevo orden económico, sino que iba acompañada de toda una revisión del sistema financiero en el que se sustentaba hasta entonces el mundo y que se basaba en el sistema de Bretton Woods que ha regido desde la II Guerra Mundial. Porque en paralelo a esta «Nueva ruta de la seda» se ponía en marcha el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), el organismo financiero que le da soporte, constituido en 2013 en Beijing por China y otros 56 países, encabezados por Alemania, Gran Bretaña, Francia y Australia a los que se sumaron recientemente Venezuela, Canadá, Perú y Hungría, entre otros, con un capital de U$S 100.000 millones, que alcanzaría U$S 350.000 millones en 2020.

Poca gente se dio cuenta entonces de que China es un país gobernado formalmente por el Partido Comunista, que la mayoría de sus grandes empresas y bancos están en manos del Estado y que, en síntesis, la «Nueva ruta de la seda» y todo lo que la acompaña representa una ambiciosa, y al mismo tiempo preocupante, para Occidente, expansión del capitalismo de Estado tanto en el ámbito económico como en el financiero.

Desde aquel 2013 hasta hoy se registró un notorio aumento del número de países que decidieron participar en la iniciativa, dijo Xi Jinping el 15 de mayo del corriente año al presentar su plan. En efecto, el Foro de Beijing significó un histórico respaldo internacional para una iniciativa sin precedentes.

Esta propuesta «abrirá más oportunidades para el comercio, la disponibilidad de recursos financieros y capacidades técnicas para una más rápida implementación de los proyectos de infraestructura relacionados», señaló Xi durante el primer Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional.

Lo escuchaban el presidente ruso, Vladímir Putin, el turco, Recep Tayyip Erdogan, el argentino, Mauricio Macri y la chilena, Michelle Bachelet, entre una treintena de mandatarios. Otras naciones estuvieron representadas a nivel de ministros hasta completar casi un centenar de delegaciones extranjeras.

China planea inversiones de cientos de miles de millones de dólares a largo plazo con asistencia financiera de bancos chinos, del Estado chino y del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), una institución multilateral impulsada por Pekín. Xi Jinping puso números a las inversiones iniciales para este megaproyecto: el Gobierno aportará 14.500 millones de dólares y los bancos oficiales chinos 55.000 millones, a lo que se suman 40.000 millones de dólares anunciados en los últimos años.

Además del volumen de inversiones previsto para las primeras etapas del programa el presidente chino trazó una clara división con el discurso motorizado por Occidente: este proyecto no contempla guerras, ni invasiones, ni violencia, ni injerencia en asuntos de cada país, ni discusiones ideológicas ni imposiciones de modelos de desarrollo político y social. «La Iniciativa de la Franja y la Ruta está abierta a todos. Su desarrollo no deja a nadie fuera ni es contra nadie», destacó. Insistió en que «este Foro ha enviado un positivo mensaje al resto del mundo: trabajaremos juntos para una comunidad de destino compartido por toda la Humanidad».

Xi informó que aunque la Iniciativa de la Franja y la Ruta se originaron en China, pertenece a todo el mundo. Su expansión va más allá de regiones, desarrollo y civilizaciones. Describió la iniciativa como una «marca de desarrollo» abierta e inclusiva y como un bien público global proporcionado conjuntamente por todas las partes.

Promovió que «el mundo podría extraer sabiduría y fuerza de la antigua Ruta de la Seda, que se caracteriza por un espíritu de paz y cooperación, apertura e inclusión, aprendizaje y beneficios mutuos». Agregó que «las antiguas rutas de la seda prosperaban en tiempos de paz, pero perdían vigor en tiempos de guerra. Esta iniciativa requiere un ambiente pacífico y estable». Pidió «fomentar un nuevo tipo de relaciones internacionales basado en cooperación, alianzas y amistad, sin confrontación».

El mandatario chino también contextualizó el marco global en el que se da esta propuesta: debilidad del comercio y de la inversión, titubeante globalización económica, creciente desequilibrio del desarrollo, impacto del desplazamiento a gran escala de los refugiados e inmigrantes, guerras, conflictos y terrorismo.

«Los países están explorando su propio camino para resolver estos desafíos y han puesto en marcha muchas estrategias e iniciativas buenas de desarrollo, pero es difícil depender de un país singular para manejar o resolver los problemas globales», señaló.

Reafirmó que «sólo a través de la coordinación de sus políticas e integración de sus factores económicos y recursos a escala global, los países pueden crear las sinergias necesarias para promover la paz, la estabilidad y el desarrollo compartido en el mundo».

Estados Unidos, Alemania y la Unión Europea decidieron no enviar delegaciones de alto nivel a Pekín. En los días previos, con mayor o menor intensidad, mostraron su desconfianza en la propuesta china y sobre todo le pidieron mayor apertura comercial y de inversiones. A esta posición se sumaron el Banco Mundial y el FMI aunque estos organismos multilaterales decidieron estar en Beijing.

En respuesta y antes del comienzo del foro, China se comprometió a impulsar obras de infraestructura de acuerdo a los «estándares internacionales cuando se puedan aplicar». El 28 de marzo el gobierno chino publicó un plan de acción para la Franja y la Ruta en el que menciona los cuatro principios de apertura y cooperación; armonía e inclusión; operación del mercado; y beneficio mutuo. El mismo compromiso destaca coordinación, conectividad, comercio sin obstáculos, integración financiera y vínculos entre pueblos.

En el mismo sentido, el comunicado final de la Mesa de mandatarios del Foro de Beijing, firmado el 15 de mayo por los países que enviaron a sus jefes de Estado, menciona objetivos comerciales y económicos aperturistas a futuro; igualdad de oportunidades en licitaciones y respeto a las normas internacionales de financiación. También se hizo mención explícita al rechazo al proteccionismo. «Reafirmamos nuestro compromiso compartido de construir una economía abierta, garantizar el comercio libre e inclusivo y oponernos a todas las formas de proteccionismo», dice el texto.

Agrega el documento que los representantes de los gobiernos de los cinco continentes allí presentes «nos comprometemos a promover un sistema de comercio universal regulado, abierto, no discriminatorio e igualitario, bajo el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC)».

India, uno de los actores importantes en esta iniciativa por ser parte central de la ruta proyectada, no envió representación. Cuestionó que uno de los corredores comerciales sea entre China y Pakistán, nación con la que está enfrentada. Un día antes del comienzo del foro en Beijing el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de la India, Gopal Baglay, advirtió que «ningún país puede aceptar un proyecto que ignora sus preocupaciones fundamentales sobre la soberanía y la integridad territorial», en referencia a Pakistán.

El corredor económico chino-pakistaní prevé una intensa actividad de los dos países en la región de Gilgit-Baltistan, un área de Cachemira que está bajo control de Islamabad pero es reclamada por India. El gobierno hindú terminó de madurar su ausencia cuando los primeros ministros de Pakistán y China, Nawaz Sharif y Li Keqiang, firmaron seis nuevos acuerdos de cooperación. Beijing respondió: «el Foro de Franja y Ruta es una iniciativa económica, no queremos que sea politizada».

Las dudas recogidas por la prensa internacional occidental durante los días del foro se apoyaban en la magnitud del proyecto, en las intenciones últimas de China como parte de su expansión económica mundial y en la evolución del escenario global en plena crisis financiera y desaceleración económica. De lo que nadie dudó es que no ha habido un plan de esta envergadura y significado histórico al menos desde las décadas de 1940 y 1950 (Plan Marshall). Tampoco hubo dudas de que China tiene la capacidad económica y financiera para llevarlo adelante.

Hay corredores como las trazas ferroviarias entre Bakú (Azerbaiyán)-Tiflis (Georgia) y Kars (Turquía) que deberán atravesar zonas de alta conflictividad política y militar. Pero también existen proyectos de infraestructura que serán rápidamente aceptados por tratarse de una demanda urgente para que la economía de un país o una región crezca y se integre a la economía mundial. Los beneficios no serán inmediatos pero permiten imaginar la magnitud de las transformaciones en las próximas décadas.

Según el gobierno chino en 2016 el comercio con los países que forman parte del proyecto de la Franja y la Ruta fue de 913.000 millones de dólares, equivalente a la cuarta parte del volumen comercial total de su economía. Una veintena de países se beneficiaron con la construcción de zonas comerciales o de cooperación económica por empresas chinas que invirtieron más de 50.000 millones de dólares, generaron más de 1.000 millones de dólares de ingresos fiscales y 180.000 empleos locales.

Un factor clave para financiar buena parte de este proyecto es el Banco Asiático de Inversión para Infraestructura (BAII), creado en 2015 con el claro objetivo de otorgar créditos para mejorar la infraestructura en Asia. Apenas un año después de su nacimiento, el BAII tenía 70 países asociados y prestó más de 2.000 millones de dólares. Ninguno de los asistentes al foro de Beijing está en condiciones de mensurar las consecuencias que tendrá para los centros de poder mundial la exportación de yuanes, la moneda oficial china, que conllevará la Franja y la Ruta. En momentos en que Estados Unidos navega en soledad por sus caminos de la guerra y la Unión Europea se resquebraja, Xi Jinping mostró las herramientas chinas para extender su comercio y sus inversiones bien lejos de sus fronteras. Si se consolida esta propuesta el impacto del yuan frente al dólar, al euro, el yen japonés o cualquier otra moneda fuerte no será inmediato, será progresivo aunque inexorable.

La contracara del ascenso chino

Hace apenas un año atrás, el por entonces presidente estadounidense Barack Obama daba un impulso final al cuestionado Acuerdo Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) con un artículo publicado en la prensa estadounidense: «El mundo ha cambiado. Las reglas están cambiando con él. Estados Unidos, no países como China, deben escribirlas», argumentaba el 2 de mayo de 2016.

En esa nota, Obama explicaba que la región Asia-Pacífico va camino a convertirse en «el más poblado y lucrativo mercado del planeta», por lo que aumentar el comercio en esa zona del mundo es fundamental para los negocios y empleos estadounidenses. Según el ex presidente, conseguir ese objetivo le daría «una ventaja» a Estados Unidos por sobre sus «competidores económicos, incluyendo a China».

«China no está perdiendo el tiempo. Mientras hablamos, China negocia un tratado comercial que tachará algunos de los mercados de mayor crecimiento en el mundo a expensas nuestra, poniendo los trabajos, negocios y mercancías estadounidenses en riesgo», advertía Obama en defensa del TPP, fuertemente criticado en las campañas primarias por los entonces precandidatos Bernard Sanders (Demócrata) y Donald Trump (Republicano).

Frente al avance de acuerdos comerciales impulsados por China, el ex presidente aseguraba que Estados Unidos tenía «un plan propio», el TPP, con un objetivo claro: «Nos da la seguridad de que escribiremos las normas del comercio mundial en el siglo XXI». Enfáticamente concluía: «Estados Unidos debería escribir las reglas. Otros países deberían jugar bajo las reglas que Estados Unidos y sus socios establecen, y no al revés. Eso es lo que el TPP nos da el poder de hacer».

El 23 de enero de este año, en su primer día de trabajo en la Casa Blanca, Donald Trump enterró el TPP mediante una orden ejecutiva. El nuevo presidente estadounidense retiró al país del acuerdo firmado en febrero de 2016 por 12 países que representan cerca del 40% de la economía mundial. Ahora, el espacio abandonado por Washington va siendo ocupado por Pekín.

La pérdida de peso específico en el crecimiento económico mundial y en el comercio internacional por parte de Estados Unidos es la contracara del ascenso mundial de China en ambos terrenos. Las contradicciones internas en Washington sobre los caminos a seguir han sido aprovechadas por el gobierno de Xi Jinping.

Este rechazo de Trump a los acuerdos de comercio multilaterales, históricamente promovidos por Estados Unidos, y el intento de generar acercamientos puntuales con Rusia han generado una fuerte ofensiva contra su presidencia desde el corazón del poder en Washington. Mientras China avanza, la potencia americana atraviesa una fenomenal crisis política que genera incertidumbre en los países y gobiernos aliados.

En su última investigación, el Washington Post afirmó que Trump había revelado más información con el embajador ruso de la que el país comparte con sus propios aliados. El medio estadounidense también repudió que la reunión privada en la Casa Blanca, a la que no tenía acceso la prensa nacional, fuera fotografiada por la prensa estatal rusa Tass.

Quizás lo que más molestó del encuentro en la Casa Blanca fue que el comunicado oficial resaltara que «Trump enfatizó la necesidad de trabajar juntos (con Rusia) para poner fin al conflicto en Siria». Ocurre que ante la pérdida de peso económico y capacidad comercial frente a China, Estados Unidos ha acelerado sus amenazas bélicas en distintas partes del mundo. Ese parece ser ahora el terreno en el que Washington se siente más fuerte, mientras ve cómo China gana apoyos en su busca por establecer un nuevo orden mundial, ahora como defensora del libre comercio internacional.

En la última cumbre del G-20, celebrada precisamente en China, Xi Jinping hizo un llamamiento a una «nueva globalización» fuera de los parámetros neoliberales, de los valores occidentales y de sus instrumentos, haciendo hincapié en que cada país tiene que seguir su propio camino específico hacia el desarrollo «fuera del desastroso, largo y ruinoso camino de extender la democracia tal y como lo planteaba la antigua globalización».

Por si no hubiese quedado claro el mensaje, en la crucial reunión de la Asamblea Nacional Popular se ha contrapuesto la situación en los países occidentales (con referencias a EEUU y a la UE) con «la estabilidad del sistema comunista». Y se ha utilizado una cita de Mao para afirmar que «la aparición de la crisis social del capitalismo es la evidencia más actualizada para mostrar la superioridad del socialismo y del marxismo». Es la primera vez en mucho tiempo que se utiliza un lenguaje semejante, sobre todo cuando se añade que «la democracia de estilo occidental solía ser un poder reconocido en la historia para impulsar el desarrollo social, pero ahora se ha llegado a su límite (…) puesto que está secuestrada por los capitales y se ha convertido en el arma para los capitalistas que persiguen beneficios».

China está presentándose como una superpotencia estable, promocionando sus valores -tanto económicos como políticos- para encabezar esa nueva globalización que reclamó en el G-20. Incluso se llega a afirmar que se está casi en una situación inversa respecto a 1979, cuando China y EEUU restablecieron relaciones diplomáticas, y donde el impacto ideológico, institucional y económico de EEUU en China fue brutal y espectacular, pero ahora la situación es otra puesto que ya no es EEUU quien marca el paso en muchos aspectos, sino China. Incluso en un asunto de importancia capital: la cibernética.

China tiene el sistema más grande de telecomunicaciones del planeta, la red ferroviaria de alta velocidad más larga del mundo y ahora es quien utiliza la política industrial y comercial para dominar las tecnologías emergentes, quien hace inversiones masivas de capital y quien lleva nuevas ideas al mercado a escala mundial. Desde EEUU aún se dice que China no innova, que solo imita, pero pese a ello ya considera al país asiático como su gran rival.

Una parte considerable de la opinión pública estima que China es un fabricante masivo de productos baratos de baja calidad. Esa percepción pierde de vista que ninguna nación llega al rango de potencia global produciendo baratijas. Por el contrario, China es capaz de inundar el mundo con todo tipo de mercancías a precios inaccesibles para los demás productores, pero es también el país más avanzado en innovación y en tecnologías de punta.

Cada seis meses se actualiza la lista de los 500 «superordenadores» del mundo que se puede encontrar en top500.org. En 2001 casi la mitad de esos ordenadores pertenecía a los Estados Unidos y China no aparecía en lista. En 2013 Estados Unidos seguía ostentando la mayoría absoluta, pero China ya tenía 63 superordenadores entre los 500 más veloces. En ese año el ordenador más rápido era el Tianhe-2, fabricado por la Universidad Nacional de Tecnología de Defensa de China, desplazando al mejor de los Estados Unidos.

El año pasado se produjo un hecho notable. El Centro de Computación de Wuxi creó una computadora que deja atrás a todas las máquinas conocidas. Se llama Sunway TaihuLight (La luz de la divinidad Taihu), es capaz de realizar 93.000 billones de operaciones de coma flotante por segundo, o 93 petaflops.

En suma, es tres veces más rápida que la supercomputadora china que estaba en primer lugar en el ranking mundial y casi seis veces más veloz que la estadounidense mejor colocada. Tiene 41.000 procesadores y 260 núcleos y su costo fue de 260 millones de dólares.

El segundo dato es que fue construida totalmente con componentes chinos. Las otras supercomputadoras chinas, como la Tianhe-2, están fabricadas con chips de la estadounidense Intel. Pero en abril 2015 Estados Unidos prohibió la venta de chips para supercomputadoras a China, lo que en realidad sirvió para estimular a los asiáticos.

El tercer dato es que por primera vez China supera a Estados Unidos en la cantidad de máquinas en la lista de las 500 más veloces. Tiene 167 supercomputadores frente a 165 de su competidor. Un dato adicional, es que todas las computadoras de este tipo, en todos los países, utilizan Linux, o sea software libre.

En paralelo, China ha sobrepasado a todos los países en la solicitud de patentes, ensanchando cada año las distancias con los demás. En 2015 China solicitó 1.100.000 patentes a la OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual), cifra que supera a las que presentaron Estados Unidos, Japón y Corea del Sur juntos, que son los que le siguen en el ranking mundial.

Pero lo más importante es la velocidad del crecimiento chino, similar al que registra en todos los rubros. En 2001, China presentó poco más de 30.000 solicitudes de patentes, mientras Japón solicitaba medio millón y Estados Unidos casi 300.000. Una diferencia abismal. Quince años después, Japón quedó estancado y los estadounidenses apenas llegan a la mitad de patentes que los chinos.

China se ha convertido en el país más innovador del mundo; no sólo en el más productivo.

Por eso en estos momentos a EEUU sólo le queda el único recurso del que dispone para impedir ser desbancado como gran superpotencia: agitar las tensiones bélicas, como está haciendo en el Mar Meridional de China. Hoy su poderío militar es superior al chino. Pero eso está cambiando y vemos cómo China está construyendo de forma acelerada toda una cúpula con la que va a proteger su estrategia de «Un cinturón, una carretera».

El dólar domina la economía mundial en tanto y en cuanto continúe su superioridad militar y mantenga las bases militares estadounidenses que lo sustentan a lo largo de la Tierra. Mientras existió la URSS tuvo un cierto contrapoder que ahora no existe y por eso inició guerras (Yugoslavia, Afganistán), invasiones (Irak) y promovió derrocamiento de gobiernos (Libia, Siria) con un único fin: mantener el papel del dólar.

Para EEUU es vital que el dólar sea hegemónico, por lo que todo lo que socave este principio es una amenaza directa. En defensa de esta hegemonía monetaria EEUU utiliza muchos argumentos, desde la defensa del libre comercio hasta las sanciones y la guerra. Pero con China se está quedando sin ellos. Es imposible sancionar a la primera economía del mundo, como ya es reconocido de forma oficial incluso por la CIA, es difícil sostener el discurso sobre que China no es una economía de libre comercio -sobre todo después de que China forma parte de la OMC, pese a las reticencias sobre si cumple todos los parámetros- y es muy complicado ir a la guerra aunque no sea una opción que descarten los militaristas del Pentágono.

Por si acaso, el desarrollo chino en este aspecto es más que acelerado: su programa de misiles puede hundir portaaviones enemigos; las bases de EEUU en Japón y otros países cercanos están directamente amenazadas en caso de confrontación bélica; ha comprado los sofisticados sistemas de misiles defensivos rusos S-400 (por encima de ellos sólo están los S-500, de uso exclusivo ruso), así como un nuevo lote de aviones Sujoi-35 y Sujoi-37 que tan buenos resultados están demostrando en Siria; ha presentado su nuevo avión J-20, el más rápido en estos momentos y con el que EEUU pierde su superioridad aérea y ha anunciado que pronto contará con un motor de fabricación china y, lo más importante, está ampliando con una rapidez sorprendente su flota marítima anunciando que para finales de este año ya contará con un segundo portaaviones y que está iniciando la construcción de un tercero, así como submarinos, fragatas, corbetas y otras naves de combate. La meta es tener cinco en funcionamiento para 2020. Aún así aún estará lejos de EEUU en este aspecto, puesto que tiene 11 portaaviones, pero esa hipotética desventaja la suple con la cercanía de los puertos de abastecimiento y con los misiles anti-portaaviones como el «Viento del Este».

El objetivo en este aspecto es claro y así lo ha refrendado la última Asamblea Nacional Popular: sólo con un poder militar «adecuado» se podrá tener la certeza de que la estrategia económica y financiera diseñada cumple sus objetivos. Especialmente, en lo referente al control del comercio marítimo, al cinturón de la «Nueva Ruta de la seda». Porque, como también se ha dicho, «como consecuencia de los cambios profundos que se están produciendo en el orden mundial, el país está dispuesto a hacer frente a cualquier tipo de situaciones complicadas tanto dentro como fuera de China». Es la primera vez en la historia milenaria de China en la que se hace mención expresa de actuar más allá de sus fronteras. Es el paso adelante que asegura el cinturón y la carretera y que precede al «gran salto».

El acuerdo comercial China-EEUU

No obstante, el encuentro Donald Trump/Xi Jinping en Palm Beach concluyó el 6/7 de abril con un acuerdo complementario.

La posición norteamericana fue que el superávit comercial chino de U$S 340.000 millones que representan los 2/3 del intercambio bilateral de U$S 560.000 millones en 2016, es inaceptable. China coincidió y agregó que ese desequilibrio le acarrea profundos trastornos macroeconómicos, sobre todo en la oferta monetaria y el aumento del nivel potencial de inflación. Xi propuso un plan de 100 días para lograr el reequilibrio en el comercio bilateral.

El programa pasa por el aumento de las exportaciones estadounidenses a China, acompañado por un aumento de las inversiones de sus transnacionales en sectores hasta ahora vedados como las telecomunicaciones, mercados bursátiles, transporte, energía y finanzas. También crecerían las importaciones chinas de productos estadounidenses y sus inversiones en el sector manufacturero. En 2016, China fue el principal inversor extranjero en EE. UU. con U$S 46.000 millones. Ahora se propone participar del plan de infraestructura norteamericano que Trump lanzaría este año de U$S 1 billón hasta 2020, para actualizar la interconexión física norteamericana, que tiene un retraso de más de 20 años, con una inversión que abarcaría hasta 20% de lo presupuestado, unos U$S 200.000 millones.

Wilbur Ross, secretario de Comercio y mano derecha de Trump en esta negociación, dijo que la propuesta china constituye «… un cambio oceánico».

¿Logrará contribuir este acuerdo a superar la recesión mundial dando comienzo a una Nueva Onda Larga de crecimiento?

La Ruta de la Seda hacia América Latina

América Latina fue formalmente invitada a sumarse a la nueva estrategia comercial de China. Los lazos económicos, financieros y de comercio con este continente se profundizaron en la última década.

Más de 20 países de la región llevaron representantes a nivel de ministros al Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional de mediados de mayo en Beijing. Argentina y Chile estuvieron encabezados por sus respectivos presidentes, Michelle Bachelet y Mauricio Macri.

Macri dijo que la iniciativa de China «es una oportunidad que no queremos dejar pasar». Propuso al gobierno chino interactuar con la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (Iirsa), foro de diálogo entre los 12 países de Suramérica nacido en el 2000 para analizar la planificación y el desarrollo de infraestructura regional de transporte, energía y telecomunicaciones. Cuenta con el apoyo técnico y financiero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Corporación Andina de Fomento (CAF).

«Tenemos interés en que Una Franja, Una Ruta se articule con Iirsa para impulsar entre nuestras regiones la clave del siglo XXI: la conectividad», dijo Macri. El mandatario argentino fue ubicado al lado de Xi Jinping en la Mesa de mandatarios que centralizó el Foro (del otro lado estuvo Putin). Allí presentó a Argentina como «un gran productor de alimentos» con capacidad para «duplicar esa producción en los próximos años».

Bachelet (que en enero próximo completará su mandato) reafirmó el apoyo de su gobierno al plan. En un discurso durante la ceremonia inaugural del Foro expresó su esperanza de que Chile se convierta en un puente entre Asia y América Latina. Ese mismo concepto de «puente» había sido expresado por Xi Jinping durante una visita que realizó a Chile en noviembre 2016. No fue la primera. En 2011, siendo vicepresidente de China, Xi visitó el país gobernado en aquel momento por Sebastián Piñera. Chile fue el primer país de Latinoamérica en reconocer a China, en 1970. Hoy China es el principal socio comercial de Chile. Para Beijing este país suramericano es el primer paso de su expansión hacia América Latina.

Pocos días antes del Foro de Beijing, Chile y también Bolivia se convirtieron en miembros del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Se sumaron así a Brasil, Perú y Venezuela, países que también son socios de esta iniciativa, columna vertebral de la expansión comercial, comunicacional y de infraestructura de China.

El director del BID, Luis Alberto Moreno, reveló que próximamente esta institución firmará un memorando de entendimiento con el BAII para buscar financiación conjunta para proyectos en Latinoamérica.

En la última década China se convirtió en el segundo mayor socio comercial de América Latina y la tercera mayor fuente de inversión en el continente. Además firmó acuerdos de intercambio de divisas para facilitar el comercio con Brasil, Chile y Argentina.

Venezuela estuvo representada en Beijing por el ministro de Hábitat y Vivienda, Manuel Quevedo Fernández. El funcionario del gobierno bolivariano destacó que la propuesta de China «respeta la igualdad soberana de los países», tal como lo señaló el presidente Xi Jinping durante la ceremonia de apertura del Foro. Destacó «la visión muy respetuosa del mundo, sobre todo acerca del respeto a la soberanía de los países y la independencia de cada pueblo».

El ministro recordó que el plan de viviendas sociales en Venezuela que aspira a construir tres millones de unidades, se desarrolla entre otras cosas gracias a los convenios firmados con China, donde las empresas del gigante asiático participan en la construcción.

«Las empresas chinas juegan un papel positivo en Venezuela. Son muy importantes en la transferencia de conocimientos, de tecnología y también aportan modernos sistemas constructivos muy eficientes, ecológicos y respetuosos con el medio ambiente, algo que es muy importante», afirmó Quevedo.

En declaraciones a la agencia Xinhua el funcionario recordó que los venezolanos «queremos llamar a la igualdad, a la convivencia, a la paz, a la armonía entre venezolanos y venezolanas. Esos son precisamente los conceptos que hemos escuchado en este Foro Internacional expuestos por el presidente Xi Jinping. Es una gran lección para todos los países del mundo porque se habla de paz, de armonía, de convivencia, de respeto, de cooperación. Y no de imposición de un modelo».

China viene lanzando iniciativas audaces que, en general, son bien acogidas por los diversos Gobiernos de la región, pero éstos se muestran incapaces en este momento de dar respuestas de conjunto, ya que los proyectos para la integración se han debilitado como consecuencia del viraje conservador que viven buena parte de los países en los últimos años.

La tercera visita de Xi Jinping en apenas cuatro años -entre el 16 y el 23 de noviembre-, revela la importancia que China le otorga a la región latinoamericana. En esta ocasión, el presidente chino visitó dos países que integran la Alianza del Pacífico, como Perú y Chile, además de Ecuador, con quien mantiene una alianza estratégica. La breve gira de Xi lo llevó a participar en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Lima y finalizó en Chile, donde su país organizó la Cumbre de Líderes de Medios de Comunicación de China y América Latina y el Caribe.

No todos son tan optimistas. En su primera exposición pública como presidente de la UIA, Miguel Acevedo, desparramó críticas hacia los acuerdos celebrados, cuyas consecuencias llegó a comparar con «El Indec de Moreno». Avisó que buscará bloquear las importaciones de China en algunos sectores como juguetes. Y remató: «Reconocer a China como economía de mercado profundizará los desequilibrios comerciales y de empleo y seguirá agudizando la primarización de nuestra economía», planteó frente a toda la dirección de la UIA. «De ahí nuestra preocupación sobre algunas disposiciones recientes que pueden acotar los instrumentos comerciales necesarios para resguardar nuestros mercados frente a la competencia desleal», advirtió.

Sin embargo, Felipe Larraín, ex ministro de Hacienda de Chile, en el World Economic Forum que se realizó en Buenos Aires los primeros días de abril, señaló que: «Nosotros somos más chinos dependientes que estadounidenses dependientes». Chile le envía un cuarto de sus exportaciones, Perú y Brasil el 18%. Aunque considera que China está creciendo menos, observa que hay una reconversión, crece menos la inversión que el consumo, crecen más los servicios y menos las manufacturas. De allí que sea esperable que el poder adquisitivo aumente y América Latina tendría el desafío de ser parte de la cadena alimentaria que provee a China. «No les vendemos solo cobre, también les vendemos vino y mucha fruta. […] Este proceso de transformación hacia una economía basada en consumo doméstico nos va a dar oportunidades muy significativas en agro, agroindustria y pesca».

¿Qué tiene China para ofrecer a América Latina? Hasta ahora el país asiático se ofrecía como un gran mercado para las exportaciones de productos primarios, en particular soja, mineral de hierro e hidrocarburos. El comercio bilateral ha sido el punto fuerte, con un crecimiento exponencial: en apenas una década se multiplicó por 20, alcanzando 236.000 millones de dólares en 2015. Para potenciar el comercio y las relaciones se creó el Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que celebró su primera reunión en enero de 2015 en Pekín y estableció un plan para llevar los intercambios comerciales hasta 500.000 millones de dólares en 2019 y alcanzar la cifra de 250.000 millones de dólares de stock de inversión extranjera directa recíproca.

Pero el comercio está estancando y tiende a decrecer por la caída de las importaciones chinas, por lo que esas cifras difícilmente sean alcanzadas. Sin embargo, varios países tienen interés en firmar tratados de libre comercio con China, en especial Uruguay. Si se concretara, sería el cuarto TLC de países de la región con China, luego de los firmados con Chile en 2005, Perú en 2009 y Costa Rica en 2010.

El presidente chino marcó las diferencias en la política hacia América Latina respecto de las propuestas del presidente electo de EEUU, Donald Trump. Mientras Washington apunta hacia la expulsión de migrantes indocumentados y apuesta por un retorno al proteccionismo, Pekín menciona «un futuro compartido» con la región sobre la base de «promover la liberalización y las facilidades al comercio y la inversión y oponerse a cualquier tipo de proteccionismo».

Al finalizar la gira de su presidente, el Gobierno chino difundió un nuevo documento sobre sus relaciones con América Latina, centrado esta vez en cuestiones geopolíticas y no económicas. Se propone una «asociación estratégica integral» con América Latina, que esté libre de «grilletes ideológicos». En cuanto a las inversiones, prioriza la infraestructura sabiendo que la región tiene urgencias en ese terreno. Luego de repasar la nueva situación geopolítica global, marcada por el ascenso de los llamados países emergentes, China apuesta por «introducir su experiencia en América Latina y el Caribe para contribuir a mejorar su gobernabilidad».

Sin embargo, este nuevo lenguaje de la diplomacia china choca con fuertes obstáculos. Como debió escuchar en su reunión con la CEPAL, el 90% de la inversión directa china en la región se dirige a explotar recursos naturales, que representan el 70% de las exportaciones, en particular hidrocarburos y minerales. Inversiones de estas características están provocando aguda conflictividad social, por el daño ambiental que provocan, ya que son resistidas por indígenas y campesinos.

«Mientras que EEUU y las instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, tienden a financiar operaciones de acuerdo con las modas de desarrollo del momento, como la liberalización del comercio exterior y los programas de microcréditos antipobreza, los créditos chinos suelen estar destinados al financiamiento de proyectos de energía, infraestructura e industriales, en una región que tiene una brecha anual de desembolsos en infraestructura de por lo menos 260.000 millones», según el economista Gustavo Giraldo, coordinador del Observatorio Asia Pacífico de la Universidad Nacional de La Matanza en Argentina.

Giraldo sostiene que si el ritmo de la presencia de China en América Latina mantiene el dinamismo de la última década, la potencia asiática «se convertirá en el mayor poder extranjero en América Latina durante el transcurso de este siglo». En gran medida, lo hará aprovechando las debilidades de la Unión Europea -cuya importante presencia histórica se ha debilitado desde la crisis de 2008- y el repliegue relativo de EEUU.

Como señala el director del Observatorio, Xulio Ríos, «China lo tiene bien claro con América Latina». El documento librado durante la visita de Xi Jinping, «sugiere la paralela urgencia de que América Latina establezca unos lineamientos mínimos de su política en relación a China. Solo de esta manera puede interactuar de forma proactiva, sentando las bases para un mejor aprovechamiento de las oportunidades que traza este segundo documento de política china para la región. Ese es el primer deber que China plantea a los países de la CELAC».

Todo indica que en el corto plazo no habrá cambios en el carácter de las relaciones entre China y América Latina. Lo más probable es que se realicen avances bilaterales con los países más dispuestos a asumir riesgos, y que se profundicen las ya importantes relaciones con Venezuela, Ecuador y Argentina. Pero en el futuro inmediato, ningún Gobierno latinoamericano podrá prescindir de China, más allá de que acepte los desafíos que plantea en el que fuera el ‘patio trasero’ exclusivo de Washington.

Perspectivas económicas de América Latina y China

El modelo de crecimiento basado en las materias primas está demostrando sus límites.

El flujo comercial con China creció 22 veces desde 2000. Las exportaciones mineras y de combustibles fósiles crecieron al 16% anual y los productos agrícolas 12% entre 2001-2010. Las materias primas representan el 73% de las exportaciones a China. Los productos manufacturados tecnológicos solo el 6%.

De momento América Latina es una región prioritaria para China, pero necesita diversificar y modernizar su estructura productiva, ya que para 2030 se prevé una caída de las exportaciones a China en el caso de los metales del 16% al 4%, lo mismo ocurrirá con los combustibles y los productos alimenticios del 12% al 3%.

De todos modos, la economía china se está transformando, caracterizada por un mayor consumo interior, envejecimiento demográfico, consolidación de una clase media urbana y un desplazamiento hacia industrias intensivas en conocimiento y tecnología.

El consumo interior chino puede abrir nuevas oportunidades para las exportaciones latinoamericanas de alimentos, servicios y turismo. Además de una creciente demanda de proteínas y alimentos procesados acompañadas de mayores niveles de calidad y seguridad alimentaria.

En la próxima década aumentará el consumo per cápita de azúcar, carnes de ave y ovina en más de un 20%. Pescado, aceites vegetales, frutas, verduras, leche y carne de ternera entre 10/20%, disminuyendo el de arroz y trigo.

La demanda no podrá ser satisfecha por sus limitados recursos hídricos (6%) y de tierra fértil (7%), lo cual favorecerá a países exportadores de carne, leche o verduras como Brasil y Argentina.

La demanda de servicios también estará centrada en entretenimientos, arquitectura, planificación urbanística, gestión medioambiental, servicios médicos para una población envejecida, junto con actividades más tradicionales como el turismo. Al respecto, 334.000 chinos visitaron América Latina en 2013, lo cual representa el 1% del turismo chino internacional.

Zouchuqu o la estrategia china de «salir al exterior» se ha concentrado hasta ahora en la adquisición de recursos globales y la internacionalización de empresas chinas. En el caso de América Latina en energía, infraestructura y minería.

Los productos que más contribuyeron a la exportación fueron petróleo, minerales de hierro, cobre, soja, desperdicios de metales, harina de pescado, madera y azúcar, que representan el 80% del total sin tener en cuenta a México.

En 2013 las importaciones de productos manufacturados de tecnología baja, media y alta desde China alcanzaron el 91% del total.

Los préstamos desde 2010 acumularon U$S 94.000 millones. El 16% para Argentina, 19% para Brasil, 9% para Ecuador y 47% para Venezuela, que representan el 91% del total de préstamos chinos a la región entre 2005/14. Abarcan no solo sectores extractivos sino también telecomunicaciones, electricidad, tecnologías ecológicas y compra de tierras. Para el 2025 alcanzarían la suma de U$S 250.000 millones.

Conclusión

El acontecimiento central de las últimas décadas es el vertiginoso crecimiento de China y el fortalecimiento de su Estado nacional con un PBI similar al de EE. UU. cuando hace veinte años representaba un 20%.

El proyecto del presidente Xi Jinping consiste en «rejuvenecer la nación china» profundizando las reformas económicas, centralizando el poder del Partido y promoviendo en la población el patriotismo y la identidad nacional. En lo externo, recapturar Taiwán y controlar los mares del Sur y Este de China, así como un lugar de primacía en el escenario mundial.

La actual atmósfera de desconfianza entre China y EE. UU. podría resultar en un conflicto. La llegada de Trump al poder en Washington, el desarrollo militar y misilístico de Corea del Norte, los avances chinos para extender su soberanía económica y territorial en los mares adyacentes cuando desde los finales de la Segunda Guerra Mundial ejerció ese rol EE. UU. a través del control naval de las principales vías de comunicación marítimas y alianzas militares con Australia, Corea el Sur, Japón y Filipinas, son factores que lo abonan.

La evolución de la relación de EE. UU. y China será en los próximos años el principal acontecimiento de la política mundial

Bibliografía

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