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La secuela del humalismo y la crisis peruana

Fuentes: Rebelión

Aún se discute en el Perú -y también en el exterior- la experiencia armada de Andahuaylas que sorprendió a todos en la madruga del 1 de enero del 2005. Algunos elementos del tema han sido ya despejados, pero otros subsisten, en unos casos por insuficiente información o precariedad de análisis, y en otros porque hay […]

Aún se discute en el Perú -y también en el exterior- la experiencia armada de Andahuaylas que sorprendió a todos en la madruga del 1 de enero del 2005. Algunos elementos del tema han sido ya despejados, pero otros subsisten, en unos casos por insuficiente información o precariedad de análisis, y en otros porque hay sectores interesados en deformar los hechos para acomodarlos mejor a sus propios intereses. Eso de «pescar a río revuelto» se ha convertido en una lamentable práctica, de la que se valen no sólo actores políticos sino también críticos del proceso social latinoamericano.

UN GOLPE EN MARCHA

Ahora está ciertamente más claro que antes que los sucesos de Andahuaylas no fueron una acción aislada. Formaron parte de un escenario más vasto en el que se inscribían apetitos diversos, pero sobre todo el accionar de fuerzas contrarias a los intereses del país y de los trabajadores. Una sucesión significativa de hecho condicionaron la acción: la nómina de ascensos militares correspondiente al fin de año, que incluyó una relación numerosa de oficiales dados de baja y otro promovidos a puestos más altos; la pugna que se registrara en los niveles superiores de la institución armada entre el Ministro de Defensa general Roberto Chiabra y el Comandante general del Ejército, general José Graham Ayllón; el desprestigio creciente del Poder político que cometió adicionalmente la frivolidad de desmantelar los mandos institucionales de la Fuerza Armada desde un balneario playero -Punta Sal-; y la campaña política que en torno al tema promovieron los líderes de la Oposición oficial teor izando acerca de la «ofensa» que implicaba para el país que este «delicado asunto» fuera tratado de manera veraniega e irresponsable.

Todo eso sumó sin duda puntos orientados a calentar el ambiente y abrir la perspectiva a una acción con nombre propio: el operativo andahuaylino, germen de un Golpe de Estado. No es casual, en efecto, que la proclama leída inicialmente por Humala haya incluido una referencia específica al general Graham Ayllón asegurándole que ellos -los reservistas- estaban defendiendo «el honor institucional», como él lo había pedido. La Mafia -esa estructura existente en la sombra, pero que golpea cada vez que puede- estaba en lo suyo.

Se ha discutido mucho acerca de la presunta torpeza de Antauro Humala. ¿A quien se le ocurre, se ha dicho, tomar un puesto policiales una provincia lejana y quedarse allí para lanzar una proclama y deoner las armas más tarde?. En todo caso debió asaltar el retén apenas para apoderarse de las armas y salir al combate ganando el respaldo de la población y enfrentando a las huestes oficiales, se señala no sin cierta lógica. Pareciera, sin embargo que el rumbo de los hechos asomaba diferente: tomar la instalación armada, lanzar una proclama y esperar adhesiones que debían producirse en las primeras 24 horas de comenzado el operativo ¿Por qué no ocurrió eso? ¿Qué impidió que el hecho se extendiera y se generalizara la rebelión en una circunstancia en la que su sumaban diversas fuerzas civiles y militares a la acción?

LOS FACTORES DE LA DERROTA

El primer, y decisivo factor fue ciertamente la muerte de 4 policías al costado del puente Colonial, en la parte vieja de la ciudad. Los integrantes del Escuadrón Verde que perecieron en esa circunstancia integraban un destacamento que acababa de arribar a Andahuaylas, que carecía de preparación y de experiencia para enfrentar ese tipo de acciones y que cayó como consecuencia de una embocada simple. Los uniformados no murieron en una acción bélica. Ni siquiera en un intercambio de disparos. El vehículo en el que se desplazaban volcó en el camino, y ellos fueron atacados por civiles armados. Las cámaras de la televisión los mostraron vivos y pidiendo ayuda ya en manos de sus atacantes, pero luego estos simplemente los ejecutaron. Como dijera Raúl Wiener parafraseando a Talleyrand, el hecho, más que un crimen, fue una estupidez. Le permitió al gobierno mostrar al país una violencia sin sentido y una crueldad extrema, y sensibilizar a buena parte de la población que se identi ficó fácilmente con las esposas y los hijos de los muertos que lloraban desolados en cámaras. Incluso eso permitió encubrir las informaciones posteriores y que se referían a bajas en el segmento de los humanistas. Al final, a los caídos del grupo armado, ni los contaron. El Jefe del estado habló luego siempre de «los cuatro policías muertos». Los otros, no existieron en la versión oficial.

Este hecho marco sin duda el inicio de la derrota, porque luego de él ninguna institución y grupo militar o policial pudo izar la bandera del humanismo, ni sumarse a la iniciativa. Los Etno caceristas, que habían ofrecido gruesas sumas de dinero a jefes militares de la zona a fin que se adhirieran a la causa, y que esperaban ansiosos apoyos externos, tensaron las fuerzas y extendieron los plazos, pero no pudieron evitar su aislamiento. Eso explica el que Antauro haya prometido primero deponer las armas el lunes 3 al mediodía, que luego haya diferido ese gesto hasta el día siguiente a las 7 y 30 de la mañana, y que finalmente haya esperado todo el martes para en última instancia rendirse en horas de la noche, cuando comprendió que nadie acudiría en su auxilio.

El segundo factor de la derrota fue ciertamente el sentido aluvional e impreparado del movimiento. Decenas de los participantes en el hecho aseguraron después que desconocían los planes en marcha, que habían sido citados para un evento político, pero no para una acción armada. En contrapartida, había entre los alzados también otros que estaban dispuestos a buscar un enfrentamiento armado a cualquier precio porque estaban sin duda sedientos de «acción». Incomodado por la presión de ellos, Humala probablemente optó por abandonar su trinchera y desplazarse hacia el municipio de la ciudad a fin de negociar allí las condiciones de la paz.

Ya en la sede municipal y rodeado por efectivos de las instituciones oficiales, Humala no tenía salida. ¿Se había metido él solo en la boca del lobo, como lo aseguró el párroco que fungió de «mediador» en esa circunstancia y que quedó como rehén en el fuerte policial? Es posible que sí, pero no inconscientemente. Tenía que saber lo que podría ocurrir y las consecuencias de su acto.

Hoy unos dicen que se rindió y que se entregó temeroso de ser rebasado por sus huestes. Otros aseguran simplemente que fue capturado. Cualquiera haya sido la forma en la que el jefe de la revuelta fuera sometido, lo real es que no tenía opciones a mano. Con mayor o menor resistencia, iba a caer de todos modos. Estaba vencido. Había sufrido, antes que un golpe militar, una derrota política que lo colocó a la defensiva.

EL TEMA IDEOLOGICO:

Ahora se plantea otro factor del análisis: el tema ideológico. ¿Hubo intenciones revolucionarias en esta acción? ¿Fue un acto de «izquierda» que pudo y debió encontrar respaldo y apoyo en el movimiento popular. Responder a estas interrogantes no resulta fácil.

Es evidente que hubo un sentimiento revolucionario e intenciones de este corte en muchas de las personas que participaron en los hechos de Andahuaylas. Y es que el escenario popular de hoy en el Perú es convulso, y la incapacidad de la clase dominante para atender las demandas crecientes de la población, ha generado un sentimiento combativo e incluso heroico en significativos sectores de la sociedad. Hay en el Perú, objetivamente, lo que podría llamarse una Situación Revolucionaria, agravada poderosamente por la miseria en la que se debate gran parte de la población. Pero esta voluntad revolucionaria no anidó ni en los impulsores de la acción ni en sus ejecutores más caracterizados. Por eso no se tradujo en acción alguna que tuviera tal carácter.

Por eso no puede decirse que ese fue un movimiento de Izquierda. Al contrario: la Izquierda estuvo objetivamente ausente de esa lucha. Pero no podría mostrarse orgullosa de ello. Si hubiera estado más dedicada a forjar el espacio popular y construir y levantar la alternativa de masas indispensable en la coyuntura, y menos empeñada en objetivos de orden burocrático y electoral; no sólo hubiese detectado la naturaleza de los hechos que se avecinaban, sino también se hubiese orientado mejor en torno a los mismos.

Cuando Carlos Ferrero asegura que los humalistas eran comunistas porque estaban ligados a Sendero Luminoso, dice un disparate. Sendero Luminoso no es una organización revolucionaria ni comunista, sino una estructura terrorista que sirvió como anillo al dedo a los planes orientados a la fascistización del país. Hoy podría hacer lo mismo respaldando sin tapujos las acciones golpistas de la mafia encubiertas en los planes sediciosos del humalismo. Y Ferrero lo sabe, porque, en su momento, fue un conspicuo personero de la Mafia.

PARA LA POLEMICA

Hay dos elementos adicionales, sin embargo: el contexto internacional de la crisis en la región, y la presencia de lo que cierta prensa ha dado en llamar «militares de Velasco» en la jornada. Veamos.

En diversos países de América Latina han surgido movimientos populares orientados a cuestionar el sistema de dominación capitalista. No todos ellos tienen claro un objetivo socialista, lo que no impide que sean visto en el contexto concreto como fuerzas positivas y progresistas. Así ocurre con los Sin Tierra, en el Brasil, o con los indígenas bolivianos, o sus similares del Ecuador. También por cierto, con los Mapuches en Chile y la población aymara, de Ilave, que en abril del año pasado ocupó dramáticamente espacios en el escenario peruano. Todas las fuerzas que se han movido a partir de esas convocatorias, han tenido un sesgo progresista y han generado expectativas mayores en nuestros países.

¿Por qué tendría que ser diferente la actitud de los revolucionarios peruanos frente a un movimiento así llamado etno-cacerista que reivindica como suya la protesta indígena y la lucha de las poblaciones más deprimidas de la sociedad?.

Ya aludimos antes a razones de peso: los antecedentes personales de Antauro Humala, el «Corpus Christi» de los años 80, que jefacturaba destacamentos asesinos en la selva de Huanuco; los argumentos expuestos en la prensa del movimiento («fusilaremos a los blanquitos, a los empresarios, a los maricones y a las vedettes»; «amo el Golpe de Estado» «hay que aniquilar a la casta criolla y judía»); y el núcleo que rodea a Humala, gentes con antecedentes no propiamente oscuros, sino más bien claramente reaccionarios.

Pero el proceso dialéctico va más allá que las naturales prevenciones. Nadie podría esperar que un proceso revolucionario salga de la cabeza del pueblo limpio y compuesto, como salió Palas Atenea de la cabeza de Júpiter tronante. Incuso con gruesos errores en su formulación inicial, un movimiento, si es honrado, terminará corrigiendo y superando sus deformaciones y recogiendo el sentimiento y reales expectativas ciudadanas. El mismo proceso de Hugo Chávez, que hoy luce coherentemente antiimperialista, no nació así. Y muchos de los que nacieron con él, se quedaron en el camino porque no fueron capaces de enfrentar nuevas tareas y renovadas definiciones políticas. Eso es conocido y es válido para todas las circunstancias.

Por eso no se puede excomulgar al movimiento de Andahuaylas y decir de él simplemente que era una acción golpista, aislada de las masas, ajena al sentimiento nacional y contraria a la democracia. Hacerlo, sería situarse en el mismo papel en el que se ubican los defensores de la democracia formal, que no defienden principios, sino intereses de clase.

El tema de los militares velasquistas tiene otro carácter. Es verdad que el proceso de Velasco fue en el Perú un proceso democrático, patriótico y antiimperialista. Nosotros -los comunistas peruanos- lo dijimos con fuerza e n su momento y nos jugamos respaldando su causa. Pero es claro que no puede hablarse en abstracto de «militares velasquistas» y menos en nuestro tiempo.

Ya en su momento hubo militares velasquistas que buscaron enfrentar a los trabajadores, destruir sus organizaciones de clase, anular sus conquistas y conculcar sus derechos. Algunos de ellos -recuérdese- crearon incluso una estructura sindical para quebrar a la CGTP y acabar con las concepciones clasistas del sindicalismo. Pero ese no fue el rumbo principal en el periodo. Y esos intentos, fueron vigorosamente neutralizados por la misma lucha de los trabajadores. Hoy, después de una dura experiencia social en el país, los velasquistas han sido virtualmente barridos del escenario militar. La Fuerza Armada sufrió, a partir de 1976, pero sobre todo desde 1980 un proceso de fascistización profundo que acabó con todos los resquicios de patriotismo, revolucionarismo o antiimperialismo en las instituciones castrenses. La responsables de la política de entonces se ocuparon con singular empeño en asegurar que la Fuerza Armada toda se emparara las manos en sangre; que todos los oficial es y soldados, cualquiera fuese su nivel, jerarquía o antecedente, mataran, torturaran, violaran y saquearan a las poblaciones en el interior del país o en la capital. Y que lo hicieran sin discriminación alguna para que no hubiera nadie que pudiera acusar por esos crímenes a otros.

Los que resistieron a esa política fueron eliminados, echados de la institución armada o simplemente obligados a irse. Y por eso la Fuerza Armada del Perú fue capaz de cometer los crímenes alevosos que hoy señala la Comisión de la Verdad; y sus cuadros, corromperse hasta el colmo, como ocurrió bajo el fujimorato.

El que elementos vinculados a la institución castrense, como Bobbio Rosado o Lyudwing Essenwagen fueran militares también en los años de Velasco, no constituye prueba de nada. Ni siquiera referencia. Tendría que saberse qué hicieron en su momento, y cómo lograron mimetizarse y sobrevivir en una institución como la que encarnaran durante varios años Nicolás Hermoza Rios, Luis Pérez Documet o Santiago Martin Rivas.

Como se ve, la experiencia humalista abre una caja de Pandora con temas de singular interés (fin).

Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera