La tierra de Rubén Darío y de Sandino reconocemos que es un bien para la literatura, pero un mal para la política
El pasado 17 de junio el escritor Vargas Llosa escribió, en el diario conservador El País, prosas que profanan el actual proceso de redemocratización política de mi país.
La coyuntura política de Nicaragua no permite titubeos políticos, ni mucho menos ocurrencias literarias. Su discurso carece de calidad al ofrecer una lectura limitada, elitista y caricaturesca de la crisis sociopolítica. Llama la atención que su discurso abraza sin cuestionamiento una lectura allegada a los sectores conservadores -su saludo a Ramírez lo delata- radicales del país. Da la sensación de que su pluma y letra, en ausencia de un reconocimiento mayor de las causas y efectos concretos de la crisis, reproduce una visión y solución estéril. Así que permíteme acompañarle en su reflexión, para una segunda mejor intervención.
El uso político de la vida y la muerte. Cuando dices que «las matanzas que su policía política y los parapoliciales sandinistas siguen perpetrando» preocupa mucho porque no reconoce la violencia política de una otredad antigubernamental radical. Según su texto, las víctimas fatales de la crisis son universales en la medida de que su uso particular sirve a su argumentario ideológico.
Ambivalencia afectiva con la patronal nicaragüense. Resulta particularmente interesante que, en un primer momento, condena a «los empresarios mercantilistas», descalificándolos categóricamente como «empresarios sin escrúpulos». No obstante, ya en un segundo y último momento, admira y se entusiasma cuando estos mismos empresarios, aliados antes del Gobierno sandinista, conforman e imponen mayor fuerza al levantamiento popular. Llegado a este punto hay que preguntarle si los empresarios son buenos cuando son aliados y malos cuando no lo son.
El mito de la Nicaragua endeudada y ruinosa. Con petróleo o sin petróleo venezolano; con cooperación o sin cooperación venezolana, el Gobierno sandinista ha demostrado una capacidad de gestión económica exitosa y ampliamente reconocida internacionalmente. Por tanto, Mario, cuando expresas «la Nicaragua endeudada y ruinosa», lo éticamente correcto es abstenerse de hacer una opinión de este tipo, sobre todo porque Nicaragua fue uno de los pocos países que no retrocedió frente a la crisis económica mundial y la baja de los precios en materias primas. A tal punto, de estar hasta hace poco en los países con mayores perspectivas económicas.
Discutamos el grueso de opinión pública. Hablas que la «impopularidad es gigantesca», que «abraza prácticamente a todos los sectores sociales», donde mencionas a empresarios, estudiantes, campesinos e Iglesia Católica. No nos precipitemos. Todavía no hay un abandono de las mayorías populares al proyecto político sandinista. Sindicatos, transportistas, médicos, docentes, desmovilizados de guerra, combatientes históricos y base partidaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Por lo tanto, metodológicamente debemos de ser cuidadoso en señalar que estamos en un contexto de nuevas correlaciones de fuerzas.
La falsa idea de una única salida. En Nicaragua, se sabe que «la renuncia inmediata del poder» del Presidente Daniel Ortega es una solución inviable y poco factible para el conjunto de la población nicaragüense. Principalmente porque la crisis sociopolítica, que comenzó el 18 de abril, mostró una polarización política que se encontraba latente en los últimos años. El no reconocimiento de dicha polarización podría traducirse en desenlaces de mayor violencia generalizada, más represión y escalada de enfrentamientos armados.
Por eso defender la tesis de una única salida es desconocer la crisis sociopolítica nicaragüense en toda su complejidad. El mecanismo institucional más preciado que debemos apelar, como defensores de la democracia, es el diálogo. Un mecanismo acogido por vastos sectores como el del mayor valor democrático, para salir de la parálisis y estancamiento entre gobernantes y gobernados.
Como mínima cortesía intelectual, y actuando de buena fe, debemos apoyar el proceso del diálogo y no juzgarlo precipitadamente. Porque al final es una victoria para Nicaragua. Por primera vez en su historia política, existe un diálogo incluyente y pluralista, con actores y sectores amplios, donde se discute un nuevo pacto social de convivencia democrática.
Un pacto social que, ojalá con espíritu democrático, todos los participantes contribuyan y cooperen en la búsqueda de una paz social duradera. Ese horizonte político, es el que debemos apoyar intelectual y moralmente, Mario. Solo así, estaremos ante «una nueva era para esa tierra de héroes y de grandes poetas».
Como autor de esta nota y nicaragüense, condeno enérgicamente la violencia política generalizada en el país, lamentando las trágicas muertes de mis hermanos y hermanas. Estoy seguro de que interpreto el sentir de muchos nicaragüenses que esperamos una solución integral, justa y pacífica que cumpla las mayores exigencias de redemocratización política para Nicaragua.
Guillermo Pérez Molina. Asesor Académico e Investigador de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Sociólogo y psicólogo.
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