Los flujos migratorios de centroamericanos, especialmente salvadoreños y hondureños, hacia Estados Unidos se hacen cada vez más costosos, en riesgos personales y en valor monetario. Según diversas fuentes oficiales y de organismos civiles, en los últimos cinco años han muerto o desaparecido al menos 5.000 salvadoreños y 400 hondureños en los últimos cuatro años. Todos […]
Los flujos migratorios de centroamericanos, especialmente salvadoreños y hondureños, hacia Estados Unidos se hacen cada vez más costosos, en riesgos personales y en valor monetario. Según diversas fuentes oficiales y de organismos civiles, en los últimos cinco años han muerto o desaparecido al menos 5.000 salvadoreños y 400 hondureños en los últimos cuatro años. Todos intentaban atravesar Guatemala y México en tránsito hacia Estados Unidos.
Un ejemplo: en mayo pasado, siete jóvenes de un pueblo de la oriental provincia de La Unión, de El Salvador, se reunieron en un punto no determinado, esperaron al coyote (traficante de personas) que los iba a guiar hacia Los Ángeles (EE UU) y luego emprendieron el camino. Cinco días después, uno de ellos telefoneó a su padre desde México para decirle que ese mismo día se embarcarían con rumbo al norte para alcanzar la frontera estadounidense por la costa mexicana del Pacífico. Fue la última noticia que se tuvo de los jóvenes. «Se supone que naufragaron y murieron en el mar», explica a EL PAÍS Jesús Aguilar, de la ONG Carecen, una asociación defensora de los derechos de los inmigrantes centroamericanos en Estados Unidos.
«Esto es cada vez más frecuente, es constante. Hay que tomar en cuenta que son aproximadamente 700 los salvadoreños que diariamente salen rumbo a Estados Unidos en busca de trabajo», narra Aguilar, quien desde hace seis años trabaja para Carecen en El Salvador con el objetivo de concienciar del riesgo que implica la inmigración ilegal y de los atropellos que se cometen contra los derechos humanos de los inmigrantes centroamericanos en México y en Estados Unidos.
Por su parte, el viceministro de Relaciones Exteriores de Honduras, Eduardo Enrique Reyna, afirmó recientemente que su Gobierno ha recibido denuncias de 400 desapariciones de hondureños en su trayecto hacia el norte, donde ya residen más de un millón de conciudadanos, en su mayoría ilegales. Reyna asegura que una buena parte de los desaparecidos han sido víctimas de extorsiones y de secuestros por parte de los coyotes, que se ponen en contacto con los familiares de las víctimas para tratar de «cobrar rescates».
Jesús Aguilar cuenta que sus seis años de trabajo en Carecen le permiten afirmar que el «fenómeno de la victimización de los inmigrantes es cada día más creciente. En la mayoría de los casos, los indocumentados fallecen en accidentes, sea de tránsito, en los trenes o en las frágiles embarcaciones; en asaltos de pandillas maras; en los desiertos por las insolaciones o ahogados en ríos».
«Cientos, miles, son enterrados como XX, que quiere decir desconocidos, en fosas comunes. El indocumentado, por lo general, tira sus documentos de identidad al internarse en México», apunta Aguilar, quien considera que los controles migratorios que se imponen actualmente en México y en Estados Unidos están creando un número mayor de víctimas y al mismo tiempo han encarecido los servicios de los coyotes. Introducir a un salvadoreño en Estados Unidos antes costaba cerca de 6.000 dólares; en la actualidad, puede costar hasta 10.000 dólares.
En EE UU residen 2,5 millones de salvadoreños, que envían anualmente 3.000 millones de dólares, lo que representa más del 16% del producto interior bruto (PIB) local. Los inmigrantes hondureños envían 2.400 millones de dólares anuales, monto que representa también más del 16% de la maltrecha economía de Honduras.
«Los Gobiernos y las bancas locales celebran el hecho de que cada vez sean mayores los montos de las remesas, pero no piensan en el alto coste social del fenómeno de la migración: desintegración y mutilación de las familias, y fugas de la juventud y de la fuerza laboral, además de la victimización a que son sometidos nuestros compatriotas», concluye Jesús Aguilar.