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La velocidad del sueño. Segunda parte: Zapatos, tenis, chanclas, huaraches, zapatillas

Fuentes: Rebelión

Septiembre es el noveno mes del año, y arriba la Luna trae una panza como si tal. Y hasta se ruboriza un poco cuando se deja caer sobre occidente. La lluvia y las nubes como que se asomaron, pero les dio pereza y se quedaron atrás de la montaña, ésa que se levanta al oriente. […]

Septiembre es el noveno mes del año, y arriba la Luna trae una panza como si tal. Y hasta se ruboriza un poco cuando se deja caer sobre occidente. La lluvia y las nubes como que se asomaron, pero les dio pereza y se quedaron atrás de la montaña, ésa que se levanta al oriente. Abajo, en la grabadorcita, Tania Libertad canta ésa que dice «no lo van a impedir (…), a pesar del otoño creceremos». Confundida en las sombras, la sombra escribe una carta. Después del «Ejército Zapatista etcétera» y de la fecha, septiembre de 2004, ya se lee…

A: Pierluigi Sullo.

Dirección del semanario Carta.

Italia, continente europeo, planeta Tierra.

Pedro Luis, hermano:

Recibe un abrazo desde las montañas del sureste mexicano. Supongo que te extrañará el «Pedro Luis», pero es que se me ha contagiado el «modo» de los compas de «zapatizar» los nombres, así que pongo «Pedro Luis» por «Pierluigi».

Bueno, pues recibí la carta que escribiste y que no mandaste. O sea que recibí la carta en Carta. Me explico: resulta que primero me mandaron una fotocopia de la misiva aparecida en Carta (26 agosto_1 septiembre 2004, año VI, número 31). Como mi italiano no alcanza siquiera a parecerse al «itañol» de los «turbineros y turbineras» (que hace años trabajaron, y duro, para dar luz a la realidad), tuve que pedir que alguien hiciera el favor de traducirla. Y lo hicieron, pero en una neo lengua que acá llamamos «itazapañol» que, si la memoria no me falla, inauguró la Vanessa cuando, siempre desobediente, tardó años viviendo en la realidad zapatista. Así las cosas, tuve que recurrir a unos diccionarios que nos habían enviado hace tiempo (no muy me acuerdo, creo que fue Mantovant o Alfio). Para esto, antes hubo que buscar y encontrar los diccionarios, los cuales estaban, como era de esperar, nivelando una de las patas de una de las mesas de una de las comandancias generales del único ezetaelene. O sea que me tardé en intuir, más que en saber, lo que decía la carta de Carta.

Tal vez me equivoque, pero alcancé a entender que el objetivo de tu misiva es saludarnos… y plantear problemas.

El género epistolar es, según mi humilde opinión, uno de los mejores medios para el debate (otro, mejor todavía, es la práctica política).

No lo dices abiertamente, pero cualquiera podrá darse cuenta de que, en el fondo, tu carta plantea, ahora desde la Italia rebelde, el mismo problema de la velocidad del sueño. Y aunque tampoco lo declaras de manera explícita, desde la Italia que lucha, o sea que sueña, también respondes: «no lo sé».

Bien, a los problemas que planteas yo podría responderte con el axioma del inefable y grande (de ego) Don Durito de La Lacandona: «No hay problema lo suficientemente grande como para no darle la vuelta».

Aunque me parece una receta excelente (a mí me ha dado buenos resultados en más de una vez), creo sinceramente que lo que planteas no busca una solución, sino una discusión.

El ¿qué hacer en Italia? es, en efecto, un problema. Y a mi manera de ver, forma parte del problema ¿qué hacer en el mundo?

Bien, la respuesta de nosotros los zapatistas es… «no lo sabemos».

Yo sé que no esperabas otra cosa de nosotros, conociéndonos tan bien como nos conoces. Sin embargo, de nuestro suelo y de nuestra lucha podemos decir lo siguiente:

Primero. En el México de hoy, todos los políticos, aún aquellos que vayan arriba en las encuestas, en las principales de los noticiarios o en el número de manifestantes, sin importar el color de la retórica que enarbolen o el signo de su organización partidaria, contarán con la hosca desconfianza de nosotros los zapatistas, con nuestro escepticismo e incredulidad. Basados únicamente en sus palabras, promesas, intenciones, cifras, estadísticas, estudios de opinión, no obtendrán absolutamente nada bueno de nosotros. Nada, ni siquiera el beneficio de la duda. Como el jefe del Ejército Libertador del Sur, general Emiliano Zapata, frente a Francisco I. Madero, nuestra hostilidad hacia los políticos del centro será norma invariable: y como Emiliano Zapata frente a la silla presidencial, seguiremos dando la espalda al Palacio Nacional y a quienes aspiran a sentarse en esa silla. Y lo mismo va para el autodenominado «Congreso de la Unión» y el circense Poder Judicial de la Federación.

Segundo. En el caso específico de los partidos políticos que se autoproclaman de izquierda y que tienen registro en México (y que, no hay que olvidarlo, no son las únicas organizaciones políticas de izquierda que existen en nuestro país), no podemos dejar de sonreír con amargura cuando sus funcionarios de partido, gobernantes, diputados, senadores y jilguerillos a sueldo, le echan en cara a Vicente Fox el incumplimiento de su promesa de campaña de resolver el «problema» de Chiapas en 15 minutos. Nosotros no olvidamos que los que critican eso fueron los mismos que votaron en favor de una ley que, además de incumplir con un acto de elemental justicia, contravenía fundamentalmente el clamor de los pueblos indios de México, y de millones de personas en nuestro país y en otras partes del planeta.
Son los mismos que alientan grupos paramilitares para hostilizar y agredir a las comunidades zapatistas. Son los mismos que se empeñan en parecer agradables a una derecha (llámese alta jerarquía eclesial o empresarial) que, hay que decirlo, no siente ninguna atracción por ellos. Son los mismos que, bajo el brazo, cargan los planes económicos y policiacos que han sido diseñados en los board directory de la codicia internacional.

Aún con todo esto, no podemos avalar, con nuestro silencio, las suciedades jurídicas con las que se pretende impedir que quien encabeza el gobierno en la ciudad de México se presente en 2006 a competir por la Presidencia del país. Nos parece que se trata de una acción ilegítima, mal arropada por falacias legales, que atenta contra el derecho de los mexicanos a decidir si uno u otra o nadie es gobierno. La concreción de una felonía de tal naturaleza significaría, ni más ni menos, la invalidación del artículo 39 de la Constitución mexicana, el cual consagra el derecho del pueblo a decidir su forma de gobierno. Sería, para ponerlo en términos llanos, un golpe de Estado «blando».

Al señalar esto no nos ponemos del lado de una persona ni de un proyecto de gobierno. Mucho menos se traduce en apoyar a un partido que no sólo no es de izquierda y no es progresista, tampoco es republicano. Simple y sencillamente nos ponemos del lado de la historia de lucha de nuestro pueblo.

Tercero. Las elecciones pasan, los gobiernos pasan. La resistencia queda como lo que es, una alternativa más para la humanidad y contra el neoliberalismo. Nada más, pero nada menos.

Sin embargo, consecuentes con la aversión que profesamos hacia los dogmas, siempre admitiremos que podemos estar equivocados y que pudiera ser que, en efecto, como predican ahora los cagatintas de moda, sea necesario, urgente, imprescindible, entregarse incondicionalmente en los brazos de quien, desde arriba, promete cambios que sólo se pueden conseguir desde abajo.

Podemos estar equivocados. Cuando nos demos cuenta porque la necia realidad se interponga en nuestro camino, seremos los primeros en reconocer esa equivocación delante de todos, afines y contrarios. Será así porque, entre otras cosas, nosotros creemos que la honestidad frente al espejo es necesaria para todos aquellos que, de palabra o de hecho, se comprometen con la construcción de un mundo nuevo.

En todo caso, nosotros ponemos la vida en nuestros aciertos y en nuestras equivocaciones. Creo sinceramente que, desde la madrugada del primero de enero de 1994, nos hemos ganado el derecho a decidir nosotros mismos nuestro paso, su cadencia, su velocidad, su compañía continua o esporádica, sus estaciones y, sobre todo, su destino.

Ese derecho no lo cederemos. Estamos dispuestos a morir por defenderlo.

Cuarto. Seguiremos haciendo lo que creemos que es nuestro deber. Y esto sin importar el rating que tengan nuestras acciones, el lugar que ocupemos en los noticiarios, o las amenazas y profecías que, desde uno y otro lado del espectro político, tienen a bien recetarnos cada vez que no hacemos lo que quieren que hagamos o que no decimos lo que quieren que digamos (cosa que sucede todo el tiempo).

No nos sumaremos al griterío histérico de la clase política, y de sus fans en las columnas de «análisis político». Esos que pretenden imponer, siempre desde arriba, una agenda que nada tiene que ver con lo que abajo sucede en nuestro país, a saber, el desmantelamiento implacable de los fundamentos de la soberanía nacional.

Tampoco manotearemos sobre el calendario para que el 2006 adelante su incertidumbre, su feria de vanidades, su cínico derroche de recursos y de estupidez. Mucho menos será nuestra guía de acción la de quienes nos exigen que nosotros pongamos los nombres de presos, desaparecidos y muertos, mientras ellos ponen los nombres en las listas plurinominales.

Quinto. Esto no quiere decir que no escuchemos. Lo hacemos y lo seguiremos haciendo. De todas partes del mundo nos llegan palabras de aliento y de crítica, consejos y amonestaciones, adhesiones y repudios. Todo lo escuchamos y lo guardamos en el corazón colectivo que somos. Cualquiera en cualquier parte del mundo puede estar seguro de que los zapatistas lo escucharemos.

Pero una cosa es escuchar y otra es obedecer.

Las «polémicas» sobre si los zapatistas somos revolucionarios o reformistas, lights o heavys, ingenuos o maliciosos, buenos o malos, nos tienen sin cuidado y, como los mosquitos en las largas noches de las montañas del sureste mexicano, no son lo que nos desvela.

En tierras zapatistas no mandan las trasnacionales, ni el FMI, ni el Banco Mundial, ni el imperialismo, ni el imperio, ni los gobiernos de uno u otro signo. Acá las decisiones fundamentales las toman las comunidades. No sé cómo se llama eso. Nosotros lo llamamos «zapatismo».

Pero el nuestro no es un territorio liberado, ni una comuna utópica. Tampoco el laboratorio experimental de un despropósito o el paraíso de la izquierda huérfana.

Este es un territorio rebelde, en resistencia, invadido por decenas de miles de soldados federales, policías, servicios de inteligencia, espías de las diversas naciones «desarrolladas», funcionarios en función de contrainsurgencia y oportunistas de todo tipo. Un territorio compuesto de decenas de miles de indígenas mexicanos acosados, perseguidos, hostigados, atacados por negarse a dejar de ser indígenas, mexicanos y seres humanos, es decir, ciudadanos del mundo.

Sexto. En el resto del planeta, nuestra ignorancia es enciclopédica (de hecho ocuparía más volúmenes que las obras completas de la palabra externa e interna de los neozapatistas, la cual, dicho sea de paso, es abundante) y poco o nada podemos decir sobre organizaciones políticas de izquierda que lucha o dicen luchar, bajo otros cielos.

Ahí, como en todos lados, preferimos mirar hacia abajo, hacia movimientos y tendencias de resistencia y de construcción de alternativas. Hacia arriba sólo volteamos a ver si una mano de abajo nos señala hacia allá.

Séptimo. Con nuestras torpezas o aciertos, definiciones o vaguedades, estamos tratando, sólo tratando, pero poniendo la vida en ello, de construir una alternativa. Llena de imperfecciones y siempre incompleta, pero nuestra alternativa.

Si hemos llegado hasta donde hemos llegado no ha sido, sin embargo, por nuestra sola capacidad o decisión, sino por el apoyo de hombres y mujeres de todo el mundo que han comprendido que en estas tierras no hay un montón de menesterosos, ávidos de limosnas o de lástima, sino seres humanos que, como ellos y ellas, anhelan y trabajan por un mundo mejor, uno donde quepan todos los mundos.

Creo que un esfuerzo así merece la simpatía y el apoyo de toda persona honesta y noble en el mundo.

Y creo que, las más de las veces, esa simpatía y ese apoyo encuentra su versión más afortunada en la lucha que emprenden o mantienen en sus respectivas realidades, cualquiera que sea su cultura, su lengua, su bandera, su tipo de calzado, zapato, tenis, chancla, huarache o zapatilla.

En este sentido, en nuestra geografía, están más cerca de las comunidades zapatistas realidades que los mapas señalan distantes.

Así, está más cerca nuestro la Europa de abajo: la Italia desobediente y autogestionaria; la Grecia que se comunica con señales de humo; la Francia de la chancla y de los sin papeles y sin techo, pero con dignidad; la España insurrecta y solidaria; el Euzkal Herria que resiste y no se rinde; la Alemania rebelde; la Suiza comprometida; la Dinamarca compañera; la Suecia perseverante la Noruega consecuente; la Patria negada a los kurdos; la Europa marginal que padecen los inmigrantes toda la Europa de los jóvenes que se niegan a comprar acciones en las bolsas del cinismo… y las mujeres mexicanas indígenas mazahuas.

Rebeldías y resistencias que sentimos más cercanas que las interminables distancias que nos separan de la soberbia ciudad de San Cristóbal de Las Casas y de los partidos políticos que hablan con la izquierda y actúan con la derecha.

Bueno, pues es todo por ahora, compa Pedro Luis. Créeme que no lamento si, con lo que te escribo, corro el riesgo «de ser juzgado como uno que delira, que no ve la realidad». Como quiera que sea, sigue pendiente el problema fundamental, a saber, el de dilucidar cuál es la velocidad del sueño.
Mientras se resuelve, recibe un abrazo y para la próxima vez que escribas, manda, además de la carta en Carta, una traducción, manque sea en «itañol».

Vale, Salud, y que el griterío de arriba no impida escuchar el murmullo de abajo.

(Continuará…)

Desde las montañas del sureste mexicano.

Subcomandante insurgente Marcos.

México, septiembre de 2004. 20 y 10.