Coincidamos con quienes estiman que, en este caso, los árboles no permiten ver el bosque, o, como escribe Augusto Zamora en la digital Rebelión, el humo no deja ver el fuego, los ruidos apagan las voces. ¿Meros lugares comunes? Nada de eso. Sucede que, aunque solapadas, son falsas las premisas con que el establishment vinculado […]
Coincidamos con quienes estiman que, en este caso, los árboles no permiten ver el bosque, o, como escribe Augusto Zamora en la digital Rebelión, el humo no deja ver el fuego, los ruidos apagan las voces. ¿Meros lugares comunes? Nada de eso. Sucede que, aunque solapadas, son falsas las premisas con que el establishment vinculado con el Partido Demócrata y con sectores cercanos despliega una implacable campaña contra el flamante presidente de los Estados Unidos.
Que conste: no pretendemos justificar los exabruptos, desplantes, paranoia tuitera, veleidades y otras características de la personalidad abiertamente narcisista con que el magnate devenido mandatario se está desenvolviendo.
Empero, ¿verdaderamente los motivos de la cruzada mediática, política y legal contra Trump suponen la defensa de los inmigrantes ilegales? Claro que no. Estos nunca han importado realmente. «Mucho menos el manoseado muro con México (a Bill Clinton le corresponde la medalla en ese tema). No obstante, inmigrantes y muro tienen la carga emocional suficiente para servir de tapadera». ¿De qué? De «impedir que Trump demuela el consenso imperial vigente desde los años 90 del siglo XX. No es una pelea de buenos y malos, porque en ella no hay buenos. Trump, simplemente, estaría pagando el precio de romper ese consenso y querer imponer un imperialismo de viejo cuño, basado esencialmente en la supremacía militar, similar a la de Theodore Roosevelt, a principios del siglo XX».
Tal como se pronuncian Arnaud Blin y François Soulard en el artículo «Los naipes están sobre la mesa: Trump y el retorno de una realpolitik ortodoxa», traducido y publicado por alainet.org, la época del «No Drama Obama» ha terminado nítidamente. Toca el turno -oh, «eterno retorno»- a las pulsadas de todo tipo. Tras semanas de incertidumbre acerca de la nueva política exterior de la Unión, se precipitaron en torrentosa corriente los acontecimientos. «En el espacio de pocos días, [ocurrió] la intervención militar en Siria y Afganistán, unida a un nuevo plan -informal todavía- para la gran estrategia de los Estados Unidos».
Sí, «a pesar de varias teorías conspiracionistas que no dejaron de mostrar la arquitectura de desinformación que se va intensificando a escala planetaria, la decisión de intervenir en Siria tras el ataque con gas sarín atribuido […] a las fuerzas armadas sirias va a definir de alguna manera toda la política de Donald Trump para los próximos años. De hecho, esta intervención señala el estruendoso regreso de los Estados Unidos en el juego de los grandes y marca una ruptura con la política del presidente Obama, la cual ha sido muy lejos de ser menos militarista pero si menos pretenciosa en términos de proyección de potencia. Más allá de la retórica oficial sobre la necesidad de hacer respetar las normas internacionales, esta intervención tiene como único objetivo enviar una señal a la comunidad internacional, y en particular a Rusia y a China, [de] que los Estados Unidos piensan volver a ocupar ahora el primer plano de la escena».
Paralelamente, el repentino acercamiento con China -que luego se vio empañado por la crisis de los misiles ensayados por Corea del Norte, socio estratégico de Beijing-, duramente criticada durante la campaña presidencial, y el brutal enfriamiento de las relaciones con Putin dan a entender que el actual inquilino de la Casa Blanca va a jugar la baza del equilibrio de las potencias, «aliándose con otro de los dos grandes actores del tablero mundial».
Según el leal saber y entender de Blin y Soulard, ante las dificultades ya afrontadas en materia de política interior, todo lleva a creer que «nuestro hombre» va a concentrarse en los asuntos exteriores. «Por un lado porque la Casa Blanca goza en esa área de un poder mayor que en el espacio interno; por otro lado porque Donald Trump va a encontrar en las negociaciones con sus pares un terreno que le conviene mucho más que el de andar tironeando por pequeñeces con el Parlamento estadounidense. A través de su política exterior, donde va a hacer sentir la potencia de los Estados Unidos, Trump intentará ganarse un apoyo del público estadounidense que le permita, eventualmente, amordazar al Parlamento (recientes encuestas indican una opinión mayoritariamente favorable a las medidas de ataque aéreo a Siria en la población estadounidense)».
Concluyendo con este aspecto, la estrategia completa parece articularse alrededor de los mencionados nexos de poder explícito, «teniendo por telón de fondo una estrecha visión del interés nacional de los Estados Unidos». Si este esquema se hace carne de las circunstancias, explican los aludidos observadores, el principal peligro advendrá de la voluntad de intervenir militarmente, verbigracia en Siria o en Irak. A su vez, sus lazos con Putin podrían degenerar raudos, con consecuencias nefastas en el terreno.
«En este juego de tres -EE.UU., China, Rusia- Europa no será más que un socio de segundo rango obligado a seguir a los Estados Unidos. Es cierto que, contando con un voto cada uno en el Consejo Permanente de Seguridad de la ONU, Francia y el Reino Unido tendrán al menos voz en el asunto pero, globalmente, les costará salir del rol de segundones y no podrán oponerse a Washington de manera efectiva».
Con respecto a América Latina, «seguimos en la línea de la Doctrina Monroe […] combinando poder blando y ofensivo capaz de presionar a los regímenes recalcitrantes». Por supuesto, «no hay duda de que Washington piensa ejercer todo su peso para que la geopolítica del continente apoye los intereses estadounidenses e intentará dictar sus propios términos, tal como sucede ya con México [y Venezuela]. En Oriente Medio, todo lleva a creer que la política de Trump se inclinará ampliamente en favor de Israel y que esa actitud decidirá las demás alianzas en la región. El Estado Islámico, que por ahora no representa prácticamente ninguna amenaza para los Estados Unidos, podría convertirse en un pretexto para una intervención en Cercano Oriente. En este sentido, algunos próximos atentados podrían servir de chispa disparadora».
Así que el César, «cuyo último objetivo es devolver a su país el lugar preponderante que ocupó hasta hace unos años», cuando en su contienda por la Oficina Oval renegaba de los encontronazos bélicos, deberá esquivar los múltiples obstáculos ante su ruta: «En ese ámbito, Medio Oriente, Rusia, Corea del Norte e incluso China son todas trampas potenciales que podrían rápidamente llevar a Washington por una pendiente extremadamente resbaladiza, tanto más cuanto que el Presidente gusta particularmente de la estrategia del caos. Desde un punto de vista más general, este paso a la fuerza no resolverá en nada los grandes problemas del momento que afectan al conjunto del planeta. Más bien, todo lo contrario. Y con esto de ´cortarse solo´, finalmente todo el mundo, incluidos los Estados Unidos, se arriesga a perder las plumas, e incluso mucho más».
Dos modos de entender el imperialismo
Dentro de ese maremagno, lo que más animadversión despierta en el segmento del establishment proclive al «No Drama» obamiano constituye, conforme al arriba mencionado Augusto Zamora, la idea inicial de acuerdos con Rusia. Insistamos en que la doctrina imperial de EE.UU. desde 1992 se basa en impedir el resurgimiento de una superpotencia en Eurasia, que ose disputar la supremacía universal a la Unión.
«Eso explicaría por qué el grueso de los tiros han sido dirigidos contra los colaboradores sospechosos de ´rusofilia´. Con una carambola: liquidando políticamente a esos colaboradores, se arrinconaba a Trump y se le obligaba a recular en sus planes de acercamiento a Rusia… La razón de todo ello: EE.UU. necesita que el peón Europa contenga a Rusia para tener manos libres con China, pues EE.UU. no podría con Rusia y China a la vez». Como si no bastara, Trump ha apoyado eufóricamente el «Brexit», no obstante el que «un Reino Unido fuerte en una Europa fuerte es un interés estadounidense dominante».
Ocurre que Mister Trump ha provocado -quizás sin proponérselo- un choque entre los dos modos de entender el imperialismo norteamericano y acerca de cómo lograr su prevalencia a pesar de los desafíos planteados por el resurgimiento de Rusia y el creciente poder económico, comercial, industrial y militar de China. En esencia, resultaría esa, y no otra, la cuestión que las élites de USA estarían dirimiendo, pues el jerarca amenaza con cambiar basamentos de lo que, hasta su victoria electoral, representaba una visión geopolítica ampliamente compartida, aplicada plácidamente, sin sobresalto alguno, desde el suicidio de la URSS, en 1991.
Comulguemos con Zamora, quien alude in extenso a documentos oficiales de Washington: esa posición partía de que, si EE.UU. ansiaba renovar y extender su hegemonía mundial, desde el presupuesto de que los rivales que batir eran China, Rusia e Irán, los pasos fundamentales serían los siguientes: Washington porfiaría en su presencia en los océanos Atlántico y Pacífico; en el segundo de ellos está su «mayor desafío»: Beijing. En esta trama, para enfrentar a la potencia asiática, debería aprobar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP, sus siglas en inglés), «una señal de la renovada determinación de EE.UU. de mantener sus compromisos en Asia oriental, tanto política como estratégica y económicamente… si no se aprueba el TTP se enviará un mensaje a Asia y al mundo de que EE.UU. está demasiado dividido internamente y no le interesa un acuerdo comercial tan ventajoso. En caso de fracasar, China tendría una mano mucho más libre para escribir las reglas económicas en Asia».
Asimismo, se afirma que «históricamente, la mayor parte de los logros de la política exterior estadounidense se han llevado a cabo en asociación con nuestros aliados más cercanos en Europa», región «estratégicamente… amenazada por la creciente ambición de Rusia». Así que, «para proporcionar seguridad a los aliados de EE.UU. y también para disuadir los esfuerzos de Rusia [EE.UU. está impelido a] establecer una presencia más sólida de sus fuerzas armadas, que debería incluir una mezcla de fuerzas estacionadas permanentemente, fuerzas de despliegue rotativo, equipo pre-posicionado, acuerdos de acceso y un calendario más vigoroso de entrenamiento y ejercicios militares».
Ahora, para el fortalecimiento de la influencia gringa en el Viejo Continente se hace «esencial que el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) sea negociado y aprobado exitosamente tanto por el Congreso de EE.UU. como por la Unión Europea. El próximo presidente, en lugar de considerar el TTIP como uno de los temas ´difíciles´ que debería ser postergado, tiene que convertirlo en una prioridad del Gobierno y del Congreso desde un principio», cosa que, se sabe, eludió.
En relación con Damasco, en los antes citados documentos oficiales se proclamaba que «EE.UU., junto a Francia y otros aliados, debe emplear la potencia militar necesaria, incluida una zona de exclusión aérea debidamente diseñada, para crear un espacio seguro en el que los sirios puedan trasladarse sin miedo de ser asesinados por las fuerzas de Assad y donde las milicias de oposición moderadas puedan armarse, entrenarse y organizarse. EE.UU. puede encabezar la asistencia y protección necesarias para este espacio seguro, de la misma manera que lo hizo con los kurdos en el norte de Irak después de la primera guerra del Golfo. Todo ello dirigido a derrocar al régimen de Bashar el Asad y establecer un gobierno ´amigo´ de EE.UU.».
Para Zamora -con quien compartimos asimismo esta especulación- si Hillary Clinton hubiera ganado en 2016, este guión habría discurrido como miel sobre hojuelas. Pero no acaeció de esa guisa, obviamente. El anhelo de los grupos «cimeros» se tronchó con la inesperada victoria de un outsider salido del extrarradio republicano, sin ningún bagaje ni estrechos nexos con esas élites. «Trump, durante su campaña electoral, no ocultó sus simpatías por Putin ni su deseo de alcanzar acuerdos con Rusia. Acuerdos en Europa (´Crimea no vale una guerra nuclear´), que incluyan el fin de las sanciones por tal tema; y sobre Siria, para combatir al terrorismo islamista junto a Rusia (´el Estado Islámico lo creó Obama´). Trump, además, declaró la guerra a los tratados de libre comercio, siendo el TTP el primero en ser tumbado, suerte que seguirá el TTIP. De esa forma, Trump rompía las mandíbulas geoestratégicas diseñadas para atenazar al continente euroasiático. Porque TTP y TTIP usaban el comercio como medio de apuntalar un orden geopolítico dominado por EE.UU. Eran arietes para arrinconar a Rusia -el TTIP- y a China -el TTP».
¿En adelante?
A todas estas, ¿logrará continuar el líder de la «actual Roma» con su «rusofilia» inicial, por ejemplo? Díficil, por no aventurar que imposible. Como ya se aprecia, se van frustrando las promesas que insuflaron esperanza a los norteamericanos y a los pobladores del orbe en pleno, cansados de conflictos. Y no hay que obviar que el mandamás está apoyado por una parte de la élite globalizada, que, evoca en SPUTNIK MUNDO la periodista Vicky Peláez, ansía la continuación de la agenda de expansión del imperialismo yanqui.
El secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg, ya le envió un mensaje recordándole que «una OTAN fuerte es buena para Estados Unidos y buena para Europa». Con lo cual está «rogándole» que la política agresiva prosiga su curso y que «Rusia debería ser considerada como un país enemigo de Occidente».
Lo que acontece es que los miembros del bloque están preocupados por el recorte de una aportación a su presupuesto ascendente al 72 por ciento. Si el primer magistrado de USA decide establecer las paces con el «oso» y cooperar con este en la tarea de destruir el Estado Islámico y otras organizaciones terroristas afines, no se requeriría una OTAN armada hasta los dientes, pues el único «enemigo de la Unión Europea -señala Peláez-, artificialmente creado por los globalizadores ‘iluminados'», se convertiría en su aliado.
Y para materializar su declaración de abandonar las conflagraciones y tomar el camino de la cooperación, Donald Trump tendría que enfrentarse al complejo militar-industrial, al financiero, al energético y al mediático, o lograr compromisos con ellos, además de Israel. «Este país dio apoyo al candidato republicano en su campaña electoral y habrá que ver cómo evolucionan las relaciones de Norteamérica con Irán teniendo en cuenta que Israel considera al país persa su enemigo», de acuerdo con la colega.
De manera que, désele la vuelta que se le dé, el asunto pasa de Trump. Las encendidas críticas contra él suponen una enconada batalla entre aquellos gerifaltes que se decantan por el palo y la zanahoria, que no titubean en alternar la mano fuerte y el guante de seda; y los que apuestan por la realpolitik, la dura textura del madero sempiterno.
Postura, la postrera, que parece prevalecerá, porque hasta el instante los intentos de iniciar una guerra a gran escala han sido disuadidos merced a la cordura de los gobiernos agredidos o amenazados, y no de los Estados Unidos, gran parte de cuyas capas dirigentes lucen ansiosas de un encontronazo internacional, para reactivar una economía lenta, por el hoy inoperable axioma de destruir las fuerzas productivas para reconstruirlas, y con la embestida dar aliento al insaciable complejo militar-industrial.
Lo demuestran la intervención en Afganistán, Libia, Irak, Siria, Malí, Sudán del Sur, Yemen, Venezuela; las arremetidas contra Rusia, China, Irán… Para diversos expertos son estas evidencias más que palpables de que un estallido generalizado -en sí, impensable, porque no quedarían supervivientes en tiempos de armamento atómico- supone el mayor e irracional propósito de las transnacionales del Orden Mundial.
Es que, como asevera en RT Carlos Santa María, quizás un tanto optimista, el tiempo se agota, la derrota del terrorismo está pronta históricamente y la crisis se acerca para el régimen gringo. Por tanto, las contradicciones se agudizarán y, ante ello, primarán la inteligencia y la dignidad de las naciones soberanas… que sabrán evitar la pugna. Mientras, continuará el escenario de una lucha sin respiro entre los conservadores del consenso detonado en los años 90 y los heraldos de un imperialismo de añosa impronta, basado laen descarnada supremacía militar.
Eso sí: la diana visible deviene y devendrá Donald Trump, que si empezó con las villas y castillas de un desarrollo económico sin rispideces bélicas, ahora elige a Marte, el dios de la bruñida lanza. Ah, y a no dudarlo, los motivos alegados de las diatribas contra el «advenedizo» de una porción de los contendientes continuarán resultando la «benévola» defensa de los inmigrantes ilegales y la «animadversión» contra un cacareado muro.
Ojalá, más allá de dimes y diretes, a la larga se imponga la razón, porque el peligro nuclear está latente. Palpitante. Nunca lo olvidemos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.