El partido colorado sigue siendo un partido hegemónico así como lo fue en tiempos del estronato, de donde heredó esta fisonomía esencial de su poder. Su hegemonía se basa en la unidad interna, y si eventualmente se rompiera probablemente quede relegado del poder en el 2018. A mediados de los 90 la mayor amenaza para […]
El partido colorado sigue siendo un partido hegemónico así como lo fue en tiempos del estronato, de donde heredó esta fisonomía esencial de su poder. Su hegemonía se basa en la unidad interna, y si eventualmente se rompiera probablemente quede relegado del poder en el 2018.
A mediados de los 90 la mayor amenaza para la unidad colorada representó Lino Oviedo, el líder neofascista que logró convocar en torno a su figura la ideología conservadora de las bases coloradas, desplazando a la vieja oligarquía representada por Luis María Argaña. La división se profundizaba y ante el peligro inminente de perder las elecciones, Argaña, histórico líder partidario, tuvo que someterse a una alianza para conservar la unidad partidaria.
Imposibilitado por la justicia a candidatarse, Oviedo designó a Cubas Grau en su reemplazo, y Argaña aceptó la candidatura a la vicepresidencia. En aquellas elecciones de 1998 la dupla colorada arrasó con el 53,8 % de los votos, la unidad colorada había mostrado su eficacia. La alianza opositora PLRA-PEN quedó con el 42,6%. Los datos demostraban que si el coloradismo se unía ganaba las elecciones y una coalición opositora no le afectaba.
En el 2003 el coloradismo quedó fraccionado por el ala oviedista que candidató a Sánchez Guffanti de forma autónoma. Guffanti sumó el 13, 2% de votos. La oposición que se presentó dividida alcanzó 45,5% de los votos; el liberalismo con 23,8% y Patria Querida 21,7%. Sin embargo, con solo el 37,2% de votos triunfó Duarte Frutos. La oposición superó al coloradismo en 8,2 %, pero perdió las elecciones.
En el 2008 nuevamente la unidad colorada se resquebrajó como consecuencia de unas duras internas partidarias. La oposición se unió en torno a Fernando Lugo y el dividido partido colorado tuvo que abandonar el poder después de 61 años.
En el 2013 la candidatura de Lino Oviedo por el UNACE ponía en peligro nuevamente la unidad colorada y no había más remedio que neutralizarlo. Dos meses antes de las elecciones Oviedo muere en extrañas circunstancias en un accidente de aviación, quedando eficazmente neutralizado. El oviedismo se esfumó y sus simpatizantes retornaron al viejo partido que recuperaba su unidad. Esas elecciones del 2013 fueron ganadas por Horacio Cartes gracias a la unidad colorada y gracias a la muerte de Lino Oviedo.
Los colorados y el síndrome de Lugo
Mario Abdo Benítez está explotando con habilidad el descontento de las bases coloradas. Hoy encabeza las encuestas y su triunfo parece irreversible. A Cartes le queda muy poco margen de maniobra, el mismo partido que lo encumbró ahora amenaza con enviarlo al vertedero de la historia. Es la maldición colorada, sin dudas. Este incómodo escenario está cargado de malos presagios; le están vedando su sueño de perpetuarse en el poder. Aceptar su derrota o pactar una alianza con Abdo Benítez son las salidas posibles. La primera opción sería una catástrofe, significaría su muerte política. No obstante, tiene una leve ventaja, los colorados aprendieron en el 2008 que divididos pierden las elecciones. No nos olvidemos de aquel refrán que dice que «el gato sólo una vez mete la mano en el fuego». Todo podrá ocurrir en las internas coloradas, menos una división. Los colorados saben más por viejo que por zorro, y aprendieron el dolor que causa la división. Son iguales que el gato, sólo una vez meterán la mano en el fuego.
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