Este principio del Siglo XXI que estamos viviendo parece mostrar una característica notable desde el punto de vista geopolítico. Las invasiones bárbaras aparentan, o haberse incrementado notablemente, o por lo menos haberse concentrado significativamente en las zonas de África del Norte y el Medio Oriente. Invasiones bárbaras como por ejemplo los sucesivos ataques a Irak, […]
Este principio del Siglo XXI que estamos viviendo parece mostrar una característica notable desde el punto de vista geopolítico. Las invasiones bárbaras aparentan, o haberse incrementado notablemente, o por lo menos haberse concentrado significativamente en las zonas de África del Norte y el Medio Oriente.
Invasiones bárbaras como por ejemplo los sucesivos ataques a Irak, que dejaron como saldo no solo el final de un régimen de gobierno, sino también la destrucción de un país, el saqueo de las reliquias culturales de la civilización más antigua de la humanidad y sobre todo el terrible saldo de miles de civiles muertos y heridos.
La han seguido en procesos similares y entre otros, la invasión a Afganistán y el efecto de tabula rasa provocado en Libia luego de 75.000 misiones de bombardeo de última generación, de la acción terrorista de los mercenarios disfrazados del «Consejo Nacional de Transición», del asesinato de su líder y sus seguidores, y del reparto escandaloso de sus riquezas petroleras entre las grandes corporaciones transnacionales de Occidente; ambos casos acompañados también de la muerte masiva de inocentes.
Hoy nos encontramos con el asedio a Siria, que se ha prolongado porque no ha sido suficiente la acción terrorista de los grupos mercenarios financiados, protegidos y armados por Occidente para tumbar al gobierno establecido y derrotar al ejército regular, al no haber logrado (por la oposición de Rusia y China) que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara una nueva «zona de exclusión aérea» que justificara el bombardeo y la destrucción de instalaciones militares e infraestructuras. Aquí también la barbarie se ha mostrado en el mayor y progresivo conteo de muertos, heridos y refugiados, que corre por cuenta de la población civil.
Mientras tanto prosigue en Palestina el sistemático genocidio llevado a cabo por el ejército israelí, a una población encarcelada en la Franja de Gaza que debe soportar el ataque de una de las fuerzas armadas mejor equipadas y más modernas del mundo, realizado contra una mínima y pobre resistencia, pero sobre dirigido a una indefensa población civil que es quien pone siempre el mayor número de asesinados, baldados y perseguidos. Ataques que son parte de una estrategia de destrucción del pueblo palestino y que se realizan siempre utilizando excusas insostenibles, como la Intifada (las protestas populares contra la invasión israelí) o los puntuales ataques realizados por la resistencia palestina, hoy encabezados por el brazo militar de Hamás.
Y se perfilan mientras tanto en el horizonte, anunciadas por los «grandes mandatarios» de las potencias occidentales, nuevos ataques e invasiones encabezados por la amenaza directa de una intervención en Irán con el pretexto de detener su supuesta investigación nuclear militar.
Al igual que las invasiones bárbaras tradicionales de otros tiempos y otras culturas, esta neobarbarie se caracteriza como ya vimos, por dejar el reguero de muertos, heridos y refugiados entre las poblaciones no combatientes. No es una situación nueva para Occidente. Durante la conquista de los otros continentes, las poblaciones de los pueblos sojuzgados fueron diezmadas sin contemplación por las potencias europeas. En el propio seno de la Civilización Occidental, las guerras napoleónicas involucraron a las poblaciones civiles europeas en la guerra, al establecer la leva obligatoria y al atacar las ciudades sin tener en cuenta las bajas no militares.
En el siglo pasado los Estados Unidos produjeron la absoluta masacre de poblaciones civiles en dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki, para demostrar la potencia de su nuevo juguete bélico, la bomba atómica. Hoy, las «grandes potencias» no tienen empacho en realizar sus acciones militares sin tener en cuenta en absoluto las muertes civiles, a las que han bautizado con el eufemismo de «efecto colateral» para intentar disimular la monstruosidad de los hechos. No solo sucede con las invasiones, sino también con los ataques por control remoto, como los que se dan diariamente en Pakistán, donde con la excusa de ejercer su abierta política de «asesinatos selectivos» los aviones sin piloto estadounidenses (drones) dejan su mortífero saldo entre el pueblo indefenso.
Estas nuevas invasiones bárbaras no se diferencian demasiado de aquellas más tradicionales que arrasaran en otros tiempos a pueblos establecidos. Lo siguiente fue escrito en 1883, pero se aplica perfectamente a las actuales invasiones: «…Hemos profanado los templos, las tumbas, el interior de las casas, asilo sagrado entre los musulmanes. Hemos matado personas que llevaban salvoconductos, hemos degollado por meras sospechas a poblaciones enteras que después han resultado inocentes; hemos sometido a juicio a hombres tenidos por santos en el país, a hombres venerados porque tenían bastante valor para arrostrar nuestro furor con el fin de interceder a favor de sus desdichados compatriotas; y en cada caso se han encontrado los hombres para condenarlos y hombres civilizados para ejecutarlos.» i
Dónde sí esta neobarbarie presenta una característica diferente es en la permanente utilización de supuestas «razones humanitarias» para justificar la conquista y la guerra. «Imponer o defender la democracia», «Rescatar al pueblo de la opresión y la tiranía», «Combatir los intentos de regímenes totalitarios», «Defender los Derechos Humanos», «Evitar los peligros del comunismo» y hasta un poco más honestamente en algunos casos «Defender nuestros intereses más allá de las fronteras». Ni Ghengis Kan, ni Atila, ni ninguno de los líderes de las invasiones bárbaras antiguas necesitaron nunca engañar o mentir para justificar sus motivos. Invadían y atacaban porque podían hacerlo y porque su objetivo era la conquista. Hoy los eufemismos ya nombrados y cantidad de otros similares son usados para ocultar los verdaderos motivos de invasión y pillaje: apoderarse de recursos naturales o ganar dominio geográfico para sus estrategias geopolíticas. A estas dos causas responden fundamentalmente nuestras contemporáneas invasiones bárbaras.
La ocultación y el engaño son síntoma de la decadencia de un sistema y una cultura que están atravesando por su período de desintegración. La demonización y la denigración del invadido son parte del mismo sistema. El uso constante de la red corporativa de medios transnacionales -que funcionan como generadores de realidad y de opinión sobre todo para los estamentos medios, tanto en los países centrales como en la periferia- logra universalizar los pretextos y las falsas valoraciones. Así, estas guerras de invasión se presentan como un enfrentamiento entre civilización y barbarie. Los «civilizados» y tecnológicamente avanzados países centrales (con los EE.UU. a la cabeza), combaten la «barbarie», el «fundamentalismo», la «intolerancia» de los pueblos y culturas que se resisten a ser avasallados. Es la total inversión de la realidad, el «mundo al revés» de Galeano. Los verdaderos bárbaros son quienes invaden, destruyen, saquean y se apropian, aunque se cubran con el manto de la «democracia», la «justicia» y la «verdad».
En nuestra Latinoamérica, desde 1989, cuando con el pretexto de detener al general Antonio Noriega los Estados Unidos invadieron Panamá (y dejaron el tendal de civiles muertos, infraestructuras y viviendas destrozadas y demás), nos hemos ido librando de nuevas invasiones bárbaras. Los avatares de la geopolítica global y las estrategias de los países centrales las han mantenido alejadas de nuestra región. Sin embargo, en un sistema tan dinámico y cambiante como el que vivimos, los factores de poder y los intereses pueden cambiar de un día para otro, y la posibilidad de ser blanco de futuras invasiones se constituye en una probabilidad cierta. Allí están la IV Flota Naval de EE.UU. operando en el Caribe, y las por lo menos 47 bases militares en territorio de Nuestramérica, dando realidad a esa probabilidad.
Por eso somos muchos los que estamos atentos, y promovemos la preparación para la lucha y la resistencia frente a la eventualidad. Una resistencia que ha estado y está presente en cada uno de los ejemplos que mostramos. Los pueblos no están nunca dispuestos a permitir que se les avasalle y se ataque su vida, su territorio y su soberanía, por parte de los bárbaros que vengan del exterior.
Nota:
i DIÁLOGO DE CIVILIZACIONES, Roger Garaudy, Editorial Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1977, pág 63, «Informe de la Comisión Gubernamental de Investigación», París, Francia, 1883