No es ninguna novedad que al capitalismo, alcanzado un punto de su desarrollo, la democracia o mejor dicho, su democracia (caracterizada por la libertad de asociación y reunión, separación de poderes, formación de partidos, elecciones periódicas, igualdad de los ciudadanos ante la ley, etc.) deja de ser un impulso dinamizador para transformarse un obstáculo a […]
No es ninguna novedad que al capitalismo, alcanzado un punto de su desarrollo, la democracia o mejor dicho, su democracia (caracterizada por la libertad de asociación y reunión, separación de poderes, formación de partidos, elecciones periódicas, igualdad de los ciudadanos ante la ley, etc.) deja de ser un impulso dinamizador para transformarse un obstáculo a su posterior desarrollo. Tras la formación de los grandes monopolios que extienden sus tentáculos por todo el mundo, librados a una guerra sin cuartel por los mercados, tras el mareante desarrollo técnico que ha hecho crecer la productividad del trabajo humano hasta niveles que podemos llamar de insospechados si nos colocamos en los albores del capitalismo, resulta que el hambre insaciable de trabajo excedente, de plusvalía, reaparece con su más negra faz, en 2005 como en 1840, porque sigue siendo el motor que mantiene vivas las relaciones de producción, que es lo mismo que decir la sociedad entera articulada sobre esos principios democráticos iniciales, pero que ya no sirven para continuar extrayendo plusvalía en la medida en que lo exigen las grande inversiones, con un crecimiento de la productividad que expulsa del proceso productivo cada vez más trabajadores al tiempo que aumenta progresivamente la capacidad productiva de los equipos que se instalan.
La actual ola de deslocalizaciones, la explotación de inmigrantes, la instalación de maquilas, los intentos por prolongar la jornada de trabajo, la congelación de salarios, en fin, la búsqueda casi desesperada de «nichos», como dicen los economistas de hoy, de «mano de obra barata» (y dócil) son todo medios para arrancar trabajo excedente que tienen que chocar necesariamente con los postulados de esa democracia. En una palabra, las exigencias de la acumulación de capital chocan hoy de frente con las llamadas «libertades fundamentales» de su democracia.
Quizás el ejemplo más gritante lo tengamos en China. Todos envidian sus tasas de crecimiento, manteniéndose durante años en unos niveles desconocidos en el resto del mundo capitalista. Lo envidian pero no he visto a ninguno de los apologistas del capitalismo entrar a examinar si no es precisamente por causa de la inexistencia de esos «derechos fundamentales» por lo que se pueden arrancar altas tasa de plusvalía prolongando al máximo las jornadas laborales y manteniendo bajo el valor de la fuerza de trabajo. Lo mismo que se hace en las maquilas, o con los emigrantes. Y se olvidan de consignar que en esa producción masiva de productos a bajo precio para la exportación hay una participación creciente de las multinacionales beneficiándose de la inexistencia en China de esos «derechos fundamentales» que dicen venerar en sus encuentros de Davos.
En estas circunstancias y con una red de comunicaciones sin parangón en la historia, las contradicciones entre la vida real, que ya se nos meten en casa arrolladoramente, a través de la televisión y de un Internet presente cada día en mas hogares, y el discurso machacón e insistente a favor de una democracia, en cuyo nombre se están cometiendo los mayores crímenes que haya conocido la historia desde que se salió de las tinieblas de la Edad Media, está llevando más y más ciudadanos a sentir que están asistiendo a una comedia con tintes macabros y a escuchar con creciente escepticismo a los que se proclaman demócratas, de palabra, mientras que de hecho, pisotean la democracia o se identifican con otros que lo hacen por el simple hecho de que son poderosos. Cuanto más nos esforzamos en conocer el mundo en que vivimos mas irritación nos produce una Bush, un Blair, un Aznar (por solo citar los mas sonados) justificando en nombre de la democracia lo que hacen en Irak, en Afganistán, en Bosnia, en Haití, o sus ataques a Chávez y a Castro. El rizo se riza en Venezuela, donde se respira un aire de libertad que ya quisieran los norteamericanos para sí, (he estado allí recorriendo el país, no hablo de oídas) y es tratado por Bush y compinches como una tenebrosa dictadura, sin que los «demócratas» europeos de toda la vida encuentren nada que objetar.
Esta creciente irritación está distanciando aceleradamente a los ciudadanos de los partidos políticos, elementos indispensables de esa democracia (entendida ésta con la carga histórica y conceptual que he descrito más arriba), que están obligados a defender de palabra y deturpar de hecho. El descrédito de esa democracia se materializa en un creciente descrédito de los partidos políticos, dado que son uno de los principales pilares de la misma y se encuentran en la primera línea de fuego en su defensa. Su doblez se hace visible y se agiganta en la medida en que se ven forzados a hacer uso del circense «más difícil todavía» en sus malabarismos verbales para salir de cada nuevo atolladero en el que les meten los hechos reales desmintiendo sin tregua ni descanso el mundo virtual en el que pretenden que vivamos.
Las fuerzas políticas que viven en esa esquizofrenia son todo menos tontas, y no han dejado de notarlo. Hay que contraatacar y ya aparecen algunas señales de lo que puede ser la tendencia del futuro: minimizar el papel de los partidos políticos y colocar la defensa de la democracia en manos de la sociedad civil, entendiendo por tal las ONGs que están creando o que están creadas pero se alimentan de los pechos de los partidos a través de subvenciones, legales e ilegales. Entienden que pueden ser más creíbles que los partidos y se pueden parapetar tras ellas.
De cara a la celebración de la 35 Asamblea de la OEA, «el pasado 11 de abril, el gobierno estadounidense convocó a distintas organizaciones de la «sociedad civil» del continente americano al Foro Hemisférico de la Sociedad Civil en la ciudad de Washington bajo los auspicios de la agencia gubernamental USAid. Como organizador y financista de dicho foro, el gobierno estadounidense se adjudicó el derecho a establecer las directrices de su contenido mediante la presentación de un «papel de trabajo» redactado por su misión permanente en la OEA, en el que se contemplaba el «monitoreo preventivo» de los sistemas democráticos en el continente por parte de la sociedad civil y la empresa privada mediante la creación del «Observatorio Interamericano de la Democracia.» (Guerra Fría en la OEA: Episodio 1 Por: Antonio Guillermo García Danglades. Publicado en Aporrea.org el Jueves, 09/06/05)
Ya en la Asamblea:
«El subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Roger Noriega, por ejemplo, hizo hincapié en el «papel fundamental» que tiene la «sociedad civil» para obligar a los gobiernos a rendir cuentas y determinar las amenazas de las democracias, al tiempo que anunciaba la creación de un fondo de 250 mil dólares para el apoyo de la «sociedad civil» en las actividades de la OEA. Igualmente, el representante de Estados Unidos en el diálogo con la sociedad civil manifestó que el momento había llegado para que la OEA acogiera la incorporación de la «sociedad civil» en evaluar los gobiernos del continente.» (Guerra Fría en la OEA: Episodio 2 Por: Antonio Guillermo García Danglades. Publicado en Aporrea.org el Jueves, 09/06/05)
El gobierno Norteamericano había invitado a diversas Organizaciones de la «sociedad civil» a la Asamblea de la OEA, de las cuales algunas se arrogaron el derecho a vigilar a los gobiernos de la región para garantizar el cumplimiento de los preceptos democráticos. EE UU intentó dar cuerpo a ese plan en la resolución final pero fue rechazado por la mayoría de los países presentes. La cuestión estaba clara para todos los presentes: Ante la manifiesta imposibilidad de articular con los desacreditados y divididos partidos de oposición al gobierno de Chávez una alternativa al mismo que pudiera cuajar en una candidatura con posibilidades de vencer en los próximos comicios de 2007, tras varios años y varios millones de dólares para intentarlo, ha terminado por depositar sus esperanzas en organizaciones derechistas como SUMATE, que participaron en la intentona golpista de abril de 2001, a cuya presidenta recibió en la Casa Blanca pocos días antes de iniciar sus trabajos la Asamblea de la OEA.
¿Estamos ante una simple maniobra coyuntural o ante una tendencia que puede transformarse en una tabla de salvación? El hecho es que desde el argentino ¡Que se vayan todos! Las revueltas populares que se han seguido (Ecuador, y ahora Bolivia) han puesto en la picota a la partitocracia que domina el panorama político desde la independencia. El mayor valor que se le da al presidente del Supremo de Bolivia, para que lo aceptasen los sublevados es el hecho de no tener una adscripción política. En España estamos asistiendo a un fenómeno parecido con el PP saliendo a la calle y movilizando a sus seguidores contra el gobierno escudándose en su organización civil Asociación de las Victimas del Terrorismo.
Sería paradójico si se quiere, pero nada tendría de extraño que las ONGs, nacidas de iniciativas populares para actuar en aquellos campos que los políticos abandonaron, por obra y gracia de la subvención primero y de la expansión de falsas ONGs después, vengan a transformarse en la punta de lanza de los epígonos del capitalismo de cara los ciudadanos que no quieren saber nada de los partidos políticos, cuyo número crece día a día. No estamos mejor en Europa, como muestra elocuentemente el accidentado camino que esta tomando la Constitución Europea, que está poniendo en evidencia (por pasivo en algunos casos, por activo en otros) el divorcio entre los ciudadanos y sus representantes. El fenómeno se mundializa a ojos vistas.
¿Qué semejante maniobra carece de futuro? Es probable. Cualquier derrotero que le imaginemos será peor que el imqginado anteriormente. Pero el capitalismo mismo, como anciano que es, ya no tiene, no puede tener, ningún plan para el futuro. Elevar a los altares la competitividad, como están haciendo, no puede llamarse proyecto de futuro. Es un simple «ir tirando». Su propia democracia se ha vuelto contra ellos y la profundización de la misma, el hecho de que los ciudadanos empiecen a usarla, les espanta. Los proyectos de un futuro para la humanidad están en otras manos y requieren el ineludible paso de abolir estas relaciones de producción.