CIUDAD BARRIOS, El Salvador-Esta animada ciudad montañosa sobrevive gracias al dinero que sus hijos e hijas envían desde Estados Unidos. En los días que llegan las remesas, las filas en el banco local llegan hasta 150 personas. Tras recibir el dinero, la gente se sube a los moto-taxis rumbo a la feria del pueblo, para […]
CIUDAD BARRIOS, El Salvador-Esta animada ciudad montañosa sobrevive gracias al dinero que sus hijos e hijas envían desde Estados Unidos. En los días que llegan las remesas, las filas en el banco local llegan hasta 150 personas. Tras recibir el dinero, la gente se sube a los moto-taxis rumbo a la feria del pueblo, para abastecerse de comida y ropa, o bien hurgar en pequeñas tiendas de electrodomésticos repletas de televisores y equipos de música.
Muchos expertos en desarrollo económico piensan que son realidades como ésta -que los pobres reciban directamente dinero en efectivo- las que pueden transformar las regiones más empobrecidas del mundo. Decenas de millones de inmigrantes alrededor del mundo envían remesas a sus hogares, por lo que el flujo de este dinero se ha vuelto enorme: el año pasado fueron US$167.000 millones, según el Banco Mundial.
Ciudad Barrios, sin embargo, también es una prueba de que depender de las remesas tal vez sólo sea una moda pasajera en la economía del desarrollo, sin peso suficiente para realmente hacer una diferencia. ¿La desventaja? El ciclo de la pobreza continúa a medida que el pueblo se vuelve una especie de antesala de EE.UU. Aquellos que tienen ambiciones emprendedoras parten rumbo al norte, dejando al pueblo sin talentos. Sólo una pequeña fracción del dinero que se envía a Ciudad Barrios se invierte en sectores que podrían crear empleos, como la agricultura o la industria. Y, como los que sostienen a las familias viven fuera, los ladrones se han abalanzado sobre un lugar que recibe torrentes de dinero desde el exterior. Todo esto restringe las oportunidades para las siguientes generaciones, excepto la posibilidad de seguir a sus predecesores hacia el norte.
«En cuanto la gente vuelve a casa y ve los salarios, nuevamente regresa a Estados Unidos», dice Israel Hernández, que dejó Ciudad Barrios en 1998 y desde entonces limpia hogares en Washington D.C.
Para reducir la pobreza de forma sostenida y crear una clase media, los países necesitan crecer con rapidez a lo largo de muchos años. Aunque las remesas impulsan algunos gastos, hasta ahora no existe mucha evidencia de que ese dinero contribuye a un crecimiento sostenido. Al contrario, el flujo de efectivo que proviene del exterior muchas veces distorsiona la economía local y podría reducir las posibilidades de mejoras a largo plazo.
Las remesas pueden elevar el valor de la moneda local, lo que limita la capacidad de sus exportadores para competir. Además, el 85% del dinero se destina a pagar cuentas, lo que deja poco para ahorros o inversiones. Al final, muchos emigrantes retornan a sus países para jubilarse, no para ayudar a construir la economía local. «Las remesas son un parche para los problemas fundamentales del desarrollo», afirma Dean Yang, profesor de políticas públicas de la Universidad de Michigan. «La exportación del empleo y las remesas no lograrán que El Salvador, Filipinas u otros países se vuelvan tigres del desarrollo».
Incluso el Banco Mundial, que ha enfatizado el potencial de desarrollo de las remesas, tiene ahora sus dudas. En un informe sobre América Latina publicado ayer, el banco sostiene que las remesas no son «un sustituto para políticas sólidas de desarrollo».
A medida que fracasaban otras fórmulas de crecimiento, las remesas han recibido una atención cada vez mayor como una manera de impulsar la ayuda social sin incurrir en gastos fiscales. En los años 70 e inicios de los 80, muchos países trataron de cerrar sus fronteras para proteger a sus industrias de la competencia extranjera, lo que provocó inflación y la creación de monopolios, sin lograr un crecimiento sostenible. Después intentaron el enfoque opuesto, pero el libre comercio y los mercados desregulados han tenido escaso impacto fuera de Asia. En tanto, la ayuda extranjera ha sido demasiado pequeña e ineficiente como para marcar una diferencia, mientras que la inversión privada se ha dirigido a un número limitado de países y sectores.
Ayuda sin Estado
Las remesas sí ayudan a que las familias pobres se alimenten y eduquen a sus hijos. Según estudios del Banco Mundial, el dinero que llega desde el extranjero representa cerca del 60% de los ingresos de los hogares más pobres de Guatemala. En Uganda, las remesas han contribuido a que el número de pobres se redujera en 11 puntos porcentuales.
Sin embargo, una mirada a El Salvador muestra que ese efectivo también puede entorpecer a las naciones en desarrollo. Desde que puso fin a la guerra civil, en 1992, este país de siete millones de habitantes ha transformado su economía. Pero, hasta ahora, el esfuerzo no ha logrado impulsar un crecimiento rápido. El Salvador abolió los controles de precios, privatizó industrias, redujo drásticamente aranceles que en algún momento llegaron a 290% y, para frenar la inflación, adoptó en 2001 el dólar como moneda. Este año firmó, junto a un grupo de países centroamericanos y República Dominicana, un tratado de libre comercio con EE.UU.
En los años 80, a medida que la guerra civil se intensificaba, miles de salvadoreños abandonaron el país. Ahora, cerca de 1,5 millones de salvadoreños viven en el extranjero, muchos de ellos de manera ilegal en EE.UU. Los emigrantes salvadoreños envían a sus familias unos US$3.000 millones al año, equivalentes a cerca del 16% del Producto Interno Bruto.
Durante la guerra civil, la guerrilla y el gobierno se disputaban el control de Ciudad Barrios, a 160 kilómetros al este de San Salvador. José Edgardo Díaz Cordero trabajaba en la farmacia local cuando en 1990 la guerrilla le exigió medicinas para atender a sus heridos. Después, cuenta, recibió un mensaje anónimo de un escuadrón de la muerte que lo acusaba de ser cómplice de la guerrilla y le advertía que dejara el país.
Atraído por un auge en la construcción, Díaz Cordero, de 54 años, llegó a Washington D.C., donde ya se habían asentado muchos de sus vecinos. Comenzó a enviar a su mujer en El Salvador cientos de dólares cada mes para el cuidado de sus cinco hijos. Sólo regresó a su país una vez, en 1995, pero los salarios eran tan bajos que volvió a EE.UU. Después, dos de sus hijos se le unieron y ahora son sus socios en un negocio de instalación de pisos. A partir de 2000, cuando los precios del café se desplomaron, empezó otra estampida de oriundos de Ciudad Barrios hacia EE.UU.
En 2000, Francisco Membreño, un caficultor de Ciudad Barrios, dejó a su esposa embarazada, preocupado por no poder sustentar a su futuro hijo. Nunca ha vuelto para conocer a su hijo, Ronald, que ahora tiene seis años. Membreño tiene dos empleos y trabaja limpiando oficinas en Washington D.C. Comparte un apartamento con otro salvadoreño. Todos los meses envía unos US$300 a su esposa, Ernestina Argueta, que ahora vive con Ronald en la casa de sus padres. El dinero se usa principalmente para comida y medicinas, dice Argueta. Ahorra un poco para expandir un diminuto pedazo de tierra que compró su marido con la esperanza de cultivarlo algún día.
Alimentados, pero pobres
Según Claudia Rodríguez-Alas, investigadora de la American University en EE.UU., cerca de un tercio de los 40.000 habitantes de Ciudad Barrios recibe remesas. En promedio, calcula, los hogares de esta ciudad reciben US$157 al mes, cifra levemente superior a lo que, según el gobierno, necesita una familia de cuatro miembros para alimentarse. Pero aún está por debajo de la línea de pobreza, que oficialmente se encuentra en US$275 al mes. En esencia, las remesas son suficientes para sacar a las familias de la extrema pobreza, pero no mucho más.
Obviamente hay beneficios. Las familias salvadoreñas que reciben remesas mantienen a sus hijos más tiempo en la escuela que aquellas que no reciben dinero, según un estudio de las economistas Alejandra Cox, de la Universidad Estatal de California, y Manuelita Ureta, de la Universidad de Texas A&M. Según los registros de la municipalidad, el leve auge de consumo impulsado por ese dinero ha duplicado el número de negocios en Ciudad Barrios a 220 desde el año 2000. Incluso ayudó a abrir un cibercafé.
El consumo financiado por las remesas podría impulsar la economía. Pero a ello se contraponen una caída drástica en el ahorro doméstico y un estancamiento de la inversión, medidos en porcentaje del PIB. El resultado: el país progresa poco. Entre 1999 y 2005, las remesas se duplicaron, a US$2.800 millones, pero el país sólo registró un crecimiento económico de 2,4% al año, demasiado bajo para avanzar seriamente. Una razón que explica esto es que las remesas apreciaron casi un 50% el valor de la moneda local frente a las de países vecinos entre 1992 y 2001, lo que perjudicó las exportaciones salvadoreñas. Ahora el país adoptó el dólar, pero la competencia de China y otros países de Centroamérica se ha intensificado, por lo que los exportadores no han logrado recuperarse.
Las remesas han elevado tanto los precios inmobiliarios que mucha gente ya no puede arrendar sin ayuda externa. Además, entre quienes reciben remesas hay cada vez menos incentivos para trabajar, ya que los sueldos son ínfimos comparados con lo que sus familiares ganan en EE.UU. En Ciudad Barrios, las cooperativas cafeteras contratan a nicaragüenses y hondureños, ya que no encuentran a suficientes salvadoreños para trabajos que pagan entre US$5,50 y US$8 el día.
Los economistas dicen que El Salvador y otros países que reciben remesas tienen que encontrar maneras de canalizar ese dinero hacia inversiones domésticas. El gobierno salvadoreño quiere crear un vehículo de inversión que permita a sus compatriotas en el exterior financiar proyectos o industrias locales. Así, funcionarios salvadoreños están realizando ferias en EE.UU. para facilitarles a los inmigrantes de su país comprar bienes raíces en El Salvador. Y Microfinance International Corp., una compañía de microcréditos, ofrece a los salvadoreños préstamos transnacionales de manera que puedan invertir en El Salvador y pagar en EE.UU.
-John Lyons contribuyó a este artículo