Traducido para Rebelión por Susana Merino
¿Qué hacer en democracia cuando las condiciones sociales y políticas permiten la llegada al poder de personas totalmente carentes de las condiciones requeridas para la función?
¿Qué hacer cuando las cuestiones de gobierno no inspiran la aparición de verdaderos líderes o de personas animadas de las mejores intenciones hacia la salvaguarda y la fructificación del bien público?
¿Qué hacer cuando los caminos del poder están llenos de comerciantes y de corruptos de toda laña, dispuestos a todo tipo de acciones condenables para entorpecer toda clase de iniciativas que intenten cambiar el sistema de desigualdades prevalente en la sociedad?
¿Qué hacer finalmente para salvar a la democracia cuando el aparato del estado involucra a las organizaciones sociales y políticas y se convierte en el único dispensador de empleos y fuente de toda riqueza?
Es la trampa en la que desde hace mucho tiempo se encuentran los haitianos y especialmente la misma democracia desde hace no menos de dos décadas.
Si se mantuviera aún la dictadura, los haitianos podrían soñar todavía con un estado democrático al que atribuirían todas las virtudes. No viviendo en el presente vivirían de la esperanza. De la esperanza en todos los órdenes, comenzando por el de tener un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Pero, no tienen necesidad de soñar… ¿Acaso ese sueño no es una realidad? ¿No es esta la era de la democracia que instaló la nueva constitución de 1987? Los constituyentes de ese tiempo no podían prever que la noción de democracia que se hallaba en el centro de sus reflexiones fuera vaciada de su sustancia reteniendo nada más que sus apariencias. De manera que allí adonde se deseaba contar con DECISIONES y ACCIONES adecuadas a las condiciones de sub-desarrollo del país y cuyas repercusiones se deberían sentir profundamente en la sociedad, solo se encuentran GESTICULACIONES superficiales sin ninguna repercusión social valedera.
Una de las áreas más significativas de estas gesticulaciones, es en tal sentido la de las elecciones. ¿Quién hubiera creído que uno llegaría casi a quejarse de su proliferación? Es que en la estructura socio-política haitiana, ese acto absolutamente democrático ha perdido su sentido. Desde hace dos decenios, son necesarias en todas las divisiones administrativas y territoriales, es cierto que se trata de una prescripción constitucional, pero es la única actividad nacional que no parece sufrir ausencias. En la coyuntura nacional esta captación pletórica de poder económico, político o administrativo este gesto democrático poco importa a la organización o al desarrollo de las regiones o de las comunidades. Lo que importa a quienes solo interesa la forma o la apariencia en materia democrática es que los gestos se realicen y se cubran los cargos aunque las estructuras existentes no le dejen al elegido ninguna posibilidad de cambiar o de mejorar las cosas en cada uno de sus respectivos ámbitos.
Desde sus comienzos, por lo tanto, fue una democracia de fachada o de discursos vacíos cuando los hay, donde faltaba lo esencial, es decir el tener en cuenta las necesidades de la población y los medios apropiados para satisfacerlas. Desde el principio los dueños del poder actuaron como si no representaran más que a sí mismos sin sentir ningún compromiso con las reivindicaciones de sus electores, ni informándoles de sus proyectos y de su orientación.
El sismo del 12 de enero 2010 nos proporciona un ejemplo flagrante de la enfermedad de la democracia en Haití. Es claro, que esta enfermedad es endémica en otras partes. Se podría agregar también que las sociedades occidentales que se consideran campeonas de virtudes democráticas, contribuyen ampliamente a son desarrollo. Lo que no es una razón para no tratar de erradicar en el país de Toussaint-Louverture sus formas tan particulares.
Luego de casi seis meses del doloroso acontecimiento del sismo, en que los gobernantes han demostrado su nulidad total en materia de liderazgo, ni una sola vez han intentado informar a la población sobre los planes encarados para la reconstrucción. Teniendo en cuenta las trágicas circunstancias se habría esperado desde los primeros días que el presidente se dirigiera a la nación con el objeto de confortarla en momentos tan difíciles, de comunicarle su dolor y de darle una somera reseña de los cursos de acción a seguir. Además, hubiera sido normal que la población sea regularmente puesta al corriente, de los planes y proyectos gubernamentales para hacer frente a la catástrofe y a los problemas de la reconstrucción. Pero desde entonces solo el gran silencio nacional.
Este comportamiento, no ha dejado de provocar la atención no solo en el propio país sino también en el exterior a través de las redes internacionales de ayuda. Todos los que entre ellos han seguido los acontecimientos en Haití durante el curso de los cinco últimos meses han podido constatar lo mismo, es decir, la ausencia de liderazgo del gobierno y la falta de comunicación con la población.
El informe del senado usamericano presidido por John Kerry, senador por Massachussets no dice, por otra parte, gran cosa. Manifiesta por un lado la ausencia de liderazgo del gobierno y por el otro el que «no comunica a los haitianos de manera eficiente que está dispuesto a hacer los esfuerzos necesarios para la reconstrucción» La diputada europea Michèle Striffler, se manifestó igualmente preocupada por la «aparente ausencia de liderazgo de las autoridades haitianas» El mismo gobierno no ha sido ni siquiera capaz de aprovechar la oportunidad que se le ofrecía de hacer avanzar el proyecto de reconstrucción. En tal sentido ha señalado también que los camiones y las excavadoras han sido enviados a los EEUU y a Europa, mientras los haitianos no disponen más que de palas y carretillas. En la mayor parte de los organismos extranjeros instalados en Haití sucede lo mismo. Ante la tan evidente apatía del gobierno, algunos de ellos imaginaban la posibilidad del regreso de los haitianos de la diáspora a la escena nacional. Sería, según ellos, la única posibilidad de impulsar el hercúleo proyecto de la reconstrucción del país.
Aunque se entiende, que esa idea es un tanto fantasmagórica porque esos haitiano ya no solo están impedidos de actuar políticamente en la escena nacional (la mayor parte tiene ya otra nacionalidad, lo que les hace perder los derechos políticos en Haití) sino que fuera de las elecciones generales, no existe ninguna otra providencia constitucional que pudiera justificar esa intervención.
Estas restricciones forman parte de los cruciales obstáculos que condicionan la evolución de la situación política haitiana. Sin enumerar muchos otros, de diferente magnitud social, que tienden a hacer del ejercicio democrático una prueba difícil. Con el pretexto de que este régimen político es a menudo el camino más largo para lograr la realización de un proyecto, algunos tienen tendencia a imputarle taras que están más bien ligadas a su carencia intelectual ya su falta de liderazgo. Como si la democracia fuera a veces en este país la coartada de la debilidad para rendir cuentas de la inercia de los diferentes niveles de la administración pública.
Son muchos los haitianos que desean ardientemente un cambio de gobierno. Como en el casino, están dispuestos una vez más a jugar aunque hayan perdido su apuesta a menudo. Esperan una vez más todavía ganar la apuesta mayor, es decir encontrar un verdadero líder con la capacidad intelectual necesaria y con el doble de sentido ético y de responsabilidad que incumbe a la función de presidente de la república. Además, como si esto fuera poco, pretenden personas de la misma calidad en el senado y en la cámara de diputados ¿Es que no resulta más bien surrealista?