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Liberan sigilosamente a ocho prisioneros

Las víctimas anónimas de Guantánamo

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Pisándole los talones a la liberación de Mohammed al-Amin, estudiante mauritano que sólo era adolescente cuando fue secuestrado para pedir una recompensa en una calle de Pakistán hace más de cinco años, el Pentágono ha liberado a otros ocho detenidos – seis afganos, un libio y un yemení – reduciendo «los peores de los peores» en Guantánamo de 778 hombres a sólo 335.

Se desconocen las identidades de tres de los seis afganos liberados. No es de extrañar, ya que el Departamento de Defensa de EE.UU. nunca revela los nombres de los que libera, y los medios noticiosos dejaron hace tiempo de presentarse en Kabul para saludar el retorno de otro montón de agricultores, comerciantes y conscriptos talibanes de su estadía brutal y surrealista en un pequeño rincón de Cuba que es para siempre EE.UU. De los 163 afganos liberados desde que se abrió Guantánamo (de un total de 218), una docena de los liberados en los últimos años no han sido identificados, y parece que estos tres también continuarán en el anonimato.

Como compensación, sin embargo, los tres afganos que fueron identificados representan una corte transversal microcósmico de la ineptitud de los militares de EE.UU. y del Pentágono durante los dos años que siguieron a la invasión de Afganistán dirigida por EE.UU. en octubre de 2001, ya que consisten de un líder militar anti-talibán favorable a EE.UU., otro hombre que fue arrestado después de que su casa fue bombardeada, y otro capturado mientras caminaba por la calle.

El líder militar favorable a EE.UU. – uno de varias docenas de afganos activamente pro-estadounidenses retenidos en Guantánamo durante los años – es Sabar Lal Melma, de 40 años cuando lo capturaron. Melma era ayudante militar de Haji Roohullah, comandante de una antigua milicia anti-talibán basada en la provincia Kunar, que estaba alineada con la Alianza del Norte. Roohullah, que también fue descrito por Ghulam Ullah, el jefe de educación en Kunar, como «dirigente religioso nacional,» había disparado la primera salva contra los talibanes en Kunar después de la invasión dirigida por EE.UU., y como resultado de sus credenciales contra los talibanes y su apoyo para Hamid Karzai, fue recompensado con una importante posición en el gobierno de la provincia después de los talibanes, y también fue nombrado miembro de la Loya Yirga, la prestigiosa reunión de dirigentes tribales que eligió a Karzai como presidente en junio de 2002. Traicionado por un rival – probablemente Malik Zarin, jefe de la tribu rival Mushwani, que se había congraciado con los estadounidenses y los utilizaba para sus propios fines – Roohullah, Melma y otros once fueron capturados por las fuerzas de EE.UU. en agosto de 2002 y llevados a la prisión de EE.UU. en la base aérea Bagram para ser interrogados, y fueron acusados de formar parte de un grupo extremista islámico y de ayudar a combatientes de al Qaeda a escapar de Tora Bora, a pesar de que habían tenido numerosas reuniones con altos responsables estadounidenses y habían ofrecido su apoyo para la campaña de Tora Bora.

Aunque los otros fueron posteriormente liberados, los estadounidenses decidieron que Roohullah y Melma tenían suficiente valor para los servicios de inteligencia como para ser transferidos a Guantánamo en agosto de 2003. Según un informe de Associated Press creyeron que, a pesar de la abrumadora evidencia de lo contrario, Roohullah «tenía fuertes vínculos con combatientes de Oriente Próximo en Afganistán, particularmente saudíes como Osama bin Laden,» y pensaron que era significativo que fuera adepto a la secta wahabí del Islam. En su tribunal, Melma destacó la injusticia de ser encarcelado con miembros del talibán: «Lo único que quiero deciros es que es tan irónico en este lugar que vea a un talib y luego me vea a mí aquí con él. Estoy en el mismo sitio como un talib. Veo a esta gente a diario, me maldicen… Dicen: ‘Ves, recibiste lo que te mereces, estás aquí, también.'» Sorprendentemente, aunque Melma ahora ha sido liberado, Haji Roohullah sigue en Guantánamo, sin una perspectiva inmediata de ser liberado.

El hombre que fue llevado a Guantánamo porque su casa fue bombardeada es Mohibullah, de la provincia Uruzgan, tenía sólo 21 años cuando fue capturado. Despertado durante la noche por el ruido de tiros, fue a su recinto y disparó tres tiros de advertencia al aire para alejar a los que tomó por ladrones. Poco después, un avión estadounidense lanzó una bomba sobre su recinto, hiriéndolo, y fue capturado por las Fuerzas Especiales a la mañana siguiente. «Nunca trabajé con los talibanes, hablé con ellos o comí con ellos,» dijo a su tribunal en Guantánamo. «Yo era conductor de autobuses.» Hace dos años, en un intento de asegurar su libertad, escribió una petición de habeas corpus, sin la ayuda de un abogado, en la que dio más explicaciones sobre las circunstancias de su captura, señalando que fue gravemente herido al ser destruida su casa, pero que cuando los estadounidenses, que admitieron que el bombardeo puede haber sido un error, se lo llevaron, afirmando que iban a tratar sus heridas, en lugar de hacerlo lo transportaron a Guantánamo. «Ahora he estado detenido aquí durante dos años y medio y no sé por qué,» escribió Mohibullah. «Ni siquiera los interrogadores me han dicho todavía cuál ha sido mi crimen y por qué me detuvieron.»

El tercer afgano – el que fue capturado en la calle – es Azimullah. Con sólo 20 años en aquel entonces, explicó a su tribunal en Guantánamo que fue capturado cerca de una madraza (escuela religiosa), en la que estaba estudiando. Fue acusado de actuar «como guía para un grupo de individuos que atacaron la Base de Fuego Salerno» (una base de EE.UU.), pero dijo que no sabía nada de ese grupo, o sobre afirmaciones de que tenían «armas, equipo de vigilancia (cámaras y binoculares) y radios,» o que «se había encontrado con un árabe y un afgano que le dieron dinero antes del ataque.» Cuando le preguntaron sobre las circunstancias de su arresto, dijo que iba caminando hacia la aldea con un hombre llamado Salim, al que no conocía anteriormente, que lo había encontrado «en el camino yendo a la aldea,» cuando un grupo de soldados afganos «nos vieron y nos arrestaron.» Explicó que cuando sucedió no le dijeron porqué era arrestado, pero que «cuando me llevaron a base,» donde fue entregado a los militares de EE.UU., «me dijeron que yo los había atacado y que yo hice esto y lo otro.»

La historia del libio liberado, Abu Sufian Hamouda, es algo más complicada. Hamouda, que tiene 48 años, era un refugiado de su país. Según la «evidencia» de los militares de EE.UU., acumulada durante los últimos cinco años, había servido en el ejército libio como conductor de tanques desde 1979 a 1990, pero fue «arrestado y encarcelado en múltiples ocasiones por ofensas relacionadas con las drogas y el alcohol.» Después de haber aparentemente escapado de la prisión en 1992, huyó a Sudán, donde trabajó como conductor de camiones. En un intento de reforzar la evidencia en su contra, el Departamento de Defensa afirmó que la compañía para la que trabajó, la compañía Wadi al-Aqiq era «de propiedad de Osama bin Laden,» y también trató de afirmar que se había unido al Grupo Libio de Combate Islámico [LIFG por sus siglas en inglés], un grupo militante opuesto al régimen del coronel Gaddafi, a pesar de que admitió que un «facilitador de al-Qaeda/LIFG» lo había descrito como un «miembro evasivo de LIFG que no recibió entrenamiento.»

Después de trasladarse a Pakistán, Hamouda permaneció allí al parecer hasta el verano de 2001, cuando él y un amigo cruzaron la frontera a Afganistán, viajando a Jalalabad y luego a Kabul, donde Hamouda encontró trabajo trabajando como contador para Abdul Aziz al-Matrafi, director de al-Wafa, una obra benéfica saudí que suministraba ayuda humanitaria a afganos, pero que era considerada por las autoridades de EE.UU. como una fachada de al Qaeda. Con el pasar de los años, docenas de detenidos en Guantánamo fueron calificados de terroristas por sus asociaciones con al-Wafa. La mayoría han sido liberados, pero uno de los que quedan en Guantánamo, poco conocido y del que apenas se habla, es al-Matrafi, quien fue secuestrado en un vuelo de Pakistán a Arabia Saudí en noviembre de 2001.

Es difícil cerciorarse de si existe alguna verdad en las afirmaciones de que al-Wafa era una fachada para al Qaeda. Según la «evidencia» contra Hamouda: «Miembros del talibán visitaban frecuentemente la oficina de al-Wafa en Kabul y tenían que ver con el director de esa oficina,» lo que no es de extrañar, ya que el talibán era el gobierno en la época. Menos clara es la afirmación de que, según varios informes, incluyendo una declaración supuestamente hecha por Hamouda, «el director de la oficina de al-Wafa estaba relacionado con al Qaeda y conocía a Osama bin Laden.» Incluso dejando de lado las dudosas circunstancias bajo las cuales fue producida esta «confesión,» otros detenidos han afirmado que bin Laden en realidad sospechaba de al-Wafa por sus vínculos saudíes.

Lo que es aparente, sin embargo, es que la participación de Hamouda con la organización se centraba en su trabajo humanitario, como dejó en claro otra «afirmación,» de que realmente no tenía nada que ver con terrorismo. En la «evidencia» presentada para su Tribunal de Revisión de su Condición de Combatiente, bajo factores que pretendían demostrar que «apoyaba operaciones militares contra EE.UU. o sus socios de la coalición,» se declaraba que, mientras trabajaba para al-Wafa, viajó a Kunduz «para supervisar la distribución de arroz que estaba protegido por entre cuatro y cinco guardas armados.» Parece que en Guantánamo, hasta la distribución de arroz puede ser considerada como componente de una operación militar.

Capturado en Islamabad, después de huir de Afganistán luego de la invasión dirigida por EE.UU., Hamouda fue retenido durante un mes por las autoridades paquistaníes, y entregado a los estadounidenses, que comenzaron a sondearlo para obtener la frágil «evidencia» de actividades terroristas bosquejada anteriormente. Durante este año, aprobaron su liberación y, a pesar de los recelos de sus abogados, declaró que estaba dispuesto a volver a Libia, a pesar de que lo que le espera allí puede no ser nada mejor que lo que ha sufrido durante los últimos cinco años. Tal vez, como uno de los hombres verdaderamente perdidos de Guantánamo, ha decidido que, si ha de pasar el resto de su vida en prisión sin razón aparente, prefiere estar en Libia, donde su mujer y su familia podrán verle, que en Guantánamo, lugar en que, como todos los demás detenidos, estaba más aislado de sus parientes que el más letal asesino masivo en EE.UU. continental.

El último de los ocho, Ali Mohammed Nasir Mohammed, tenía 19 años cuando fue capturado por soldados paquistaníes y entregado a los militares de EE.UU. en diciembre de 2001. Ligeramente evasivo ante su tribunal, dijo que fue a Afganistán para «echar una mirada sobre cómo le iba a la gente,» y agregó: «Me imaginaba que iba a ver muchos centros con muchos guardias y que vería a muchos musulmanes. Descubriría cómo los musulmanes rendían culto y lo que hacen.» Admitió, sin embargo, que asistió a un campo de entrenamiento durante 40-45 días y también admitió que había trabajado para los talibanes, aunque dijo que había trabajado sólo en las cocinas o como guardia detrás de las líneas del frente, y que no había participado en operaciones militares contra la coalición dirigida por EE.UU., diciendo a su tribunal:»Nunca he disparado una sola bala en mi vida.» Después de escapar de Afganistán pasando a través de la región de Tora Bora para llegar a Pakistán, fue capturado por soldados paquistaníes después de preguntar cómo llegar a la embajada yemenita.

Lo que hace poco usual su historia es que, una vez que el Pentágono había decidido que no merecía la pena retener a un cocinero de los talibanes que evidentemente no sabía nada sobre al Qaeda, la confusión sobre su identidad impidió su liberación durante 16 meses. En mayo de 2006, como dijo el Washington Post hace cuatro meses: «Le hicieron un control. Tomaron su foto, así como sus huellas digitales. Lo midieron para ropas y zapatos, luego le ofrecieron una reunión con la Cruz Roja. Como lo describió concisamente el Pentágono en un correo a sus abogados: ‘Su cliente ha sido aprobado para dejar Guantánamo.'» Sin embargo, como explicó su abogada, Martha Rayner: «Nunca llegó a casa.» «Atascado,» como siguió diciendo el artículo del Post, «en un limbo de identidades equivocadas, inercia burocrática y negligencia oficial,» su caso fue «una recusación de un sistema, todavía encubierto en el secreto más estricto y en gran parte más allá de toda responsabilización, en el que un hombre que no enfrentaba ninguna acusación y ninguna sentencia siguió privado de la libertad que le otorgaron.» en mayo de 2006. «Es una hermosa ilustración de lo que sucede cuando no hay control del carcelero,» señaló, sagazmente.

El artículo del Washington Post continuó describiendo lo que impidió la liberación de Mohammed durante 16 meses. Aunque nació en Arabia Saudí y había vivido allí antes de su desacertado viaje a Afganistán, era considerado como yemenita, tanto bajo la ley yemenita como la saudí, porque sus padres son de Yemen, donde siguen viviendo, y Mohammed tenía un pasaporte yemenita y creció allí. Lo que confundió particularmente las cosas fue que los militares de EE.UU. consideraron a Mohammed como saudí, y mientras las autoridades saudíes se lavaban las manos en cuanto a su persona, y el gobierno yemenita decía que «no sabía de su caso.» Languideció en Guantánamo durante otros 16 meses, encarcelado en el Campo Seis, en el que incluso mantienen en confinamiento solitario a los detenidos absueltos, hasta que se pudo hacer un nuevo arreglo.

Finalmente, al salir de Guantánamo estos ocho hombres después de cinco años o más en detención por EE.UU., sin acusación o juicio, sus casos obviamente no hacen nada por rescatar la reputación de incompetencia ilegal del gobierno estadounidense. Y la cosa sólo puede empeorar. De los 335 detenidos que siguen en Guantánamo, el gobierno admite que sólo tiene la intención de presentar a unos 80 para ser procesados por una Comisión Militar. De los restantes 255, ha aprobado la liberación de por lo menos 70, como los que acaban de ser liberados, (en el caso de algunos desde hace dos años o más), y a pesar de las bravatas de este verano del gobierno de que se propone retener indefinidamente a docenas de otros porque, en una revolucionaria tergiversación legal más, son demasiado peligrosos para ser liberados, pero no suficientemente peligrosos como para ser acusados, ahora parece que en última instancia ellos también terminarán por obtener su libertad. Incluso si los 80 procesos propuestos tienen lugar, lo que es extremadamente poco probable, seguramente los arquitectos de este desastre no podrán afirmar que una tasa de éxito de un 11% basta como justificación para el coste moral, ético, judicial y financiero de una operación que ha sido manifiestamente desvelada no como el ala carcelaria triunfante de la «Guerra contra el Terror» sino como un experimento inepto, cruel, degradante y finalmente fracasado.

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Andy Worthington es historiador británico, y autor de «The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America’s Illegal Prison» (que será publicado por Pluto Press en octubre de 2007).

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