En el hombro de la noche apareció la luna, pero apenas por un momento. Las nubes se apartaron, como descorriendo una cortina, y entonces el cuerpo nocturno lució su huella de luz. Sí, como la marca que deja un diente en el hombro cuando, en el vuelo del deseo, uno no sabe si cae o […]
En el hombro de la noche apareció la luna, pero apenas por un momento. Las nubes se apartaron, como descorriendo una cortina, y entonces el cuerpo nocturno lució su huella de luz. Sí, como la marca que deja un diente en el hombro cuando, en el vuelo del deseo, uno no sabe si cae o se eleva.
Hace 20 años, después de subir trabajosamente la primera loma para entrar a las montañas del sureste mexicano, me senté en un recodo del camino. ¿La hora? No la recuerdo exactamente, pero era ésa en que la noche dice que ya-estuvo-bueno-de-grillos-mejor-me-voy-a-dormir, y al sol ni quién lo levante. O sea que era la madrugada.
Mientras trataba de serenar la respiración y los latidos del corazón, pensaba yo en la conveniencia de optar mejor por una profesión más reposada. Después de todo, estas montañas se la habían pasado muy bien sin mí hasta mi llegada, y no me echarían de menos.
Debo decir que no encendí la pipa. Es más, ni siquiera me moví. Y no por disciplina militar, sino porque me dolía todo mi, entonces, hermoso cuerpo. Iniciando una costumbre que mantengo (con una férrea autodisciplina) hasta ahora, empecé a maldecir mi habilidad para meterme en problemas.
En ésas estaba, o sea en el deporte de la queja-queja-queja, cuando vi pasar, loma arriba, a un señor con un costal de maíz a la espalda. Se veía pesado el bulto, y el hombre caminaba encorvado. A mí me habían quitado la carga a media loma para no retrasar la marcha, pero me pesaba la vida, no la mochila. En fin, no sé cuánto estuve ahí sentado, pero al rato pasó de nuevo el señor, ahora loma abajo y ya sin carga. Pero el hombre seguía caminando encorvado. «¡Chin!», pensé (que era lo único que podía hacer sin que me doliera todo), «así me voy a poner con el tiempo, mi porte varonil se va a arruinar y mi futuro como símbolo sexual será como las elecciones, o sea, un fraude».
Y en efecto, a los pocos meses caminaba ya como signo de interrogación. Pero no por el peso de la mochila, sino para no enganchar la nariz en las ramas y bejucos.
Como un año después encontré al Viejo Antonio. Una madrugada llegué hasta su champa para recoger tostadas y pinole. En ese entonces no nos mostrábamos a los pueblos y sólo unos cuántos indígenas sabían de nosotros. El Viejo Antonio se ofreció a acompañarme hasta el campamento, así que repartió la carga en dos costales y le puso el mecapal al suyo. Yo metí el costal en la mochila porque lo del mecapal no se me daba. Con focador hicimos la caminata hasta llegar a la orilla del potrero, donde empezaban los árboles. Paramos frente a un arrollo, esperando ya a que amaneciera.
No recuerdo bien a cuento de qué vino la plática, pero el Viejo Antonio me explicó que los indígenas caminan siempre como encorvados, aunque no traigan cargando nada, porque llevan sobre los hombros el bien del otro.
Pregunté cómo mero era eso, y el Viejo Antonio me contó que los dioses primeros, los que nacieron el mundo, hicieron a los hombres y mujeres de maíz de modo que siempre se caminaran en colectivo. Y me contó que caminar en colectivo quiere decir pensar también en el otro, en el compañero. «Por eso los indígenas caminan encorvados», dijo el Viejo Antonio, «porque cargan sobre los hombros su corazón y el corazón de todos».
Yo pensé entonces que para ese peso no bastaban dos hombros.
Pasó el tiempo y, con él, pasó lo que pasó. No preparamos para combatir y nuestra primera derrota fue frente a estos indígenas. Ellos y nosotros caminábamos encorvados, pero nosotros por el peso de la soberbia, y ellos porque también nos cargaban a nosotros (aunque nosotros ni en cuenta). Entonces nos hicimos ellos, y ellos se hicieron nosotros. Empezamos a caminar juntos, encorvados pero sabiendo todos que no bastaban dos hombros para ese peso. Así que nos alzamos en armas un día primero de enero del año de 1994… para buscar otro hombro que nos ayudara a caminar, es decir, a ser.
EL TERCER HOMBRO
Como en el origen de la Nación Mexicana, la historia contemporánea de las comunidades indígenas zapatistas tendrá también su leyenda fundacional: quienes habitan estas tierras tienen ahora tres hombros.
A los dos hombros que suelen tener el común de los seres humanos, los zapatistas han agregado un tercero: el de las «sociedades civiles» nacionales e internacionales.
En una de las partes posteriores de este video «raro» hablaré de los avances que se han conseguido para las comunidades zapatistas. Se verá entonces que son grandes, como no los habíamos soñado siquiera.
Pero ahora quiero contarles que esto ha sido posible porque «alguien» nos echó el hombro.
Nosotros pensamos que hemos sido afortunados. Nuestro movimiento ha contado, desde sus inicios, con el apoyo y la simpatía de cientos de miles de personas en los cinco continentes. Esta simpatía y este apoyo no se han resignado frente a las limitaciones personales, las distancias, las diferencias culturales y de idioma, las fronteras y los pasaportes, las diferencias en concepción política, los obstáculos puestos por los gobiernos federal y estatales, los retenes, hostigamientos y ataques militares, las amenazas y agresiones de grupos paramilitares, nuestra desconfianza, nuestra descortesía, nuestra incomprensión del otro, nuestra torpeza.
No, por encima de todo eso (y de muchas cosas más que cada quien sabe), las «sociedades civiles» de México y el mundo han trabajado por, para y con nosotros.
Y lo han hecho no por caridad, no por lástima, no por moda política, no por afán publicitario, sino porque, de una u otra forma, han hecho suya una causa que a nosotros solos nos sigue quedando grande: la construcción de un mundo donde quepan todos los mundos, es decir, de un mundo que cargue el corazón de todos.
Desde los rincones más insospechados de México y del mundo, desde los islotes que se mantienen a pesar del huracán neoliberal, a visitar los caracoles y a hablar con las Juntas de Buen Gobierno (sea para proyectos, donativos, aclaraciones, o simplemente para conocer del proceso de construcción de la autonomía), en un año llegaron personas y organizaciones de, por lo menos, 43 países, incluyendo al nuestro, que es México.
Hombres y mujeres, como individuos y como organizaciones, de España, Alemania, País Vasco, Eslovenia, Italia, Suiza, Escocia, Estados Unidos, Dinamarca, Bélgica, Finlandia, Australia, Argentina, Francia, Canadá, Polonia, Suecia, Holanda, Noruega, Brasil, Guatemala, Turquía, Chile, Colombia, El Salvador, Perú, Grecia, Portugal, Japón, Africa del Norte (así viene en el informe, no sé de mero qué país), Nicaragua, Inglaterra, Uruguay, Bolivia, Austria, Nueva Zelanda, Israel, Irán, la República Checa y de todos los estados de la República Mexicana, han puesto su hombro junto a los dos de las comunidades para empezar a cambiar radicalmente las condiciones de vida de los indígenas zapatistas.
Así, en un año, a los caracoles y a las Juntas de Buen Gobierno (JBG) han llegado (en veces con proyectos productivos, en veces con donaciones, en veces con el oído atento y respetuoso, en veces con la palabra hermana, en veces con la curiosidad, en veces con el afán científico, y en veces con el deseo de solucionar problemas mediante el diálogo respetuoso y el acuerdo entre iguales), miles de personas como individuos, como organizaciones sociales, como organizaciones no gubernamentales, como organizaciones de ayuda humanitaria, como organizaciones defensoras de los derechos humanos, como cooperativas, como autoridades de municipios de otros estados de México y de otras partes del mundo, como cuerpo diplomático de otras naciones, como investigadores científicos, como artistas, como musiqueros, como intelectuales, como religiosos, como pequeños propietarios, como empleados, como obreros, como amas o «amos» de casa, como trabajadores y trabajadoras sexuales, como locatarios de mercado, como vendedores ambulantes, como futbolistas, como estudiantes, como maestros, como médicos, como enfermeras, como empresarios, como contratistas, como autoridades estatales, y como muchas cosas más.
Tan sólo en Oventic, el caracol reporta haber atendido, en un año, a 2 mil 921 personas de otros países y a mil 537 de México, sin contar a los compañeros y compañeras bases de apoyo zapatistas que acuden a tratar diversos problemas con la junta.
El tercer hombro de la lucha zapatista tiene muchos colores, habla muchas lenguas, ve con muchas miradas y camina con muchos.
A ellos y ellas les hablamos y les queremos, además de dar las gracias, entregarles…
LAS CUENTAS
Bien, la hora de las cuentas. Les ruego tolerancia, porque a mí me ha tocado revisar las cuentas de todas las juntas, para elaborar esta especie de informe, y cada una tiene su «modo» de decir qué pone en las sumas y qué pone en las restas. En fin, que no ha sido fácil, pero como quiera, los detalles de esto se podrán consultar en cada caracol a partir del 16 de septiembre de este año.
En conjunto, las cinco Juntas de Buen Gobierno que funcionan en territorio zapatista reportan ingresos por casi 12 millones y medio de pesos, egresos por cerca de 10 millones y un saldo que anda alrededor de los 2 y medio millones.
Hay diferencias apreciables en las cuentas manejadas por las JBG en cada caso. Esto es así porque algunas juntas reportan todo el dinero del que tuvieron conocimiento, es decir, incluyen en la cuenta lo que recibieron directamente y lo que recibieron los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (Marez) con la aprobación de la Junta de Buen Gobierno. Otras juntas sólo reportan lo que manejaron directamente, sin incluir lo que recibieron los Marez.
Hay también diferencias apreciables en el ingreso económico de las JBG, en algunos casos se debe a que hay juntas (como la de Los Altos y la de Selva Fronteriza) que cubren un territorio muy grande; en otros, porque sus sedes son más conocidas por las «sociedades civiles» (Oventic y La Realidad), y en algunos más, porque la diferencia de desarrollo organizativo entre las zonas es aún muy marcada.
Aún en cantidades aproximadas (y redondeando, porque los compas reportan hasta los centavos), éstos son algunos datos de lo reportado por cada junta en un año de ejercicio:
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Ingresos anuales |
Egresos anuales |
R. Barrios |
Un millón 600 mil pesos |
Un millón de pesos |
Morelia |
Un millón 50 mil pesos |
900 mil pesos |
La Garrucha |
600 mil pesos |
300 mil pesos |
Oventic |
4 millones y medio de pesos |
3 y medio millones de pesos |
Realidad |
5 millones de pesos |
4 millones de pesos |
¿Qué se hizo con este dinero? Bueno, ya llegará su parte a dar parte. Por ahora sólo adelanto que nada fue para beneficio individual de nadie.
Las autoridades autónomas que se turnan para dirigir las Juntas Buen Gobierno se mantienen de sus necesidades personales, durante los días que despachan en los caracoles, con aportaciones de los pueblos o con apoyo del EZLN. El promedio de gasto personal diario (sin contar lo del pasaje de su comunidad al caracol y de regreso) de un miembro de la junta de La Garrucha, por ejemplo, es de menos de ocho pesos (en otros lados sube un poco más). En el caso de Oventic, es de cero pesos, porque las autoridades llevan sus tostadas, su frijol y su café, si tienen (si no tienen pues té de zacate).
Compare usted esto con, por ejemplo en México, lo que gana el director del IMSS (que cobra por desmantelar las conquistas de los trabajadores de ese instituto), o por ejemplo con lo que cuestan unas toallas en la residencia presidencial de nuestro país, o por ejemplo con lo que se paga por unos colchones en la casa de un funcionario del gobierno foxista en el extranjero, o con lo que gana un diputado o un senador.
Claro que nuestras autoridades no usan guardaespaldas, ni pagan asesores, ni se compran carros del año, ni comen en restaurantes de lujo, ni meten a sus familiares a la nómina.
O sea, que gobernar no tiene por qué ser oneroso.
EL HOMBRO DE LA CUMPLEAÑERA
La mención al «tercer hombro» no estaría completa si no mencionara a quienes, aunque el silencio sugiera pérdida de rumbo, desorden, pugnas internas, desaparición o el rumor que se haya puesto de moda en este tiempo, han seguido atentos y dispuestos a tratar de entender lo que acá se lucha (y los modos y tiempos con los que se lucha).
Escuchar lo que el otro habla y, sobre todo, lo que calla, es sólo posible entre quienes comparten el camino y, a veces, la carga.
Y me refiero a quienes, teniendo seguramente cosas más importantes que hacer, guardan el tiempo y la atención necesarios para escuchar y ver a quienes no se suele ni escuchar ni ver (o sólo cuando hay eventos «importantes»).
De quienes hablo cumplirán, al igual que yo, 20 años en este mes de septiembre. Los mencioné sólo de pasada en la primera parte porque, para nosotros, no son sólo un medio de comunicación. Ya sabrán entonces que hablo y pienso en quienes dirigen y trabajan en el periódico mexicano La Jornada.
Como muchos hombres y mujeres que apoyan la lucha de los pueblos indios (y por eso la de los zapatistas), los «jornaleros» no miran o escuchan a los pueblos zapatistas por moda o por cálculo mediático. Su paso va más allá del sólo quehacer periodístico, tiene que ver con lo que algunos llaman «ética del compromiso» y se inscribe en el afán de un cambio real y justo, y no en el afán de ganancias económicas y/o políticas. No quiero ser injusto diciendo sólo que los «jornaleros», han sido generosos, en cambio diré que han sido consecuentes y son pocas, muy pocas, las personas que pueden decir eso y mantenerlo por 20 años.
Sé que me adelanto, pero es casi seguro que ese día, el día de la cumpleañera, La Jornada aparezca llena de desplegados felicitándola por su vigésimo aniversario y difícilmente habrá lugar para la felicitación que les mandamos los más pequeños de sus hermanos.
Por eso nos adelantamos, y en este su «no cumpleaños» les mandamos a todos y a todas un abrazo, sólo uno, pero uno de ésos que sólo se dan entre hermanos y que dicen cosas que no se pueden decir. Va también mi abrazo personal, en espera de poder darlo personalmente (ojalá no sea post mortem), a tod@s y cada un@ de l@s jornale@s.
Y como «al que madruga más vale pájaro en mano» (¿no es así?, perdón, es que la incoherencia del gabinete se contagia), pedimos ídem a la hora de partir el pastel que, sabemos, por muy grande que sea, no será nunca del tamaño del corazón que cargan.
En resumen, que los cumplan muy felices (no empinen mucho el codo, porque luego van a pasar cosas que necesitarán oídos y miradas honestas).
Y a todos y todas, «sociedades civiles», felicitaciones por el cumpleaños de los caracoles y de las Juntas de Buen Gobierno. Y gracias por el tercer hombro.
Vale. Salud y, si la piñata tiene la cara de Bush, pido mano.
(Continuará…)
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, agosto de 2004. 20 y 10.
P.D. Mi fiesta de cumpleaños será de ligera a moderada, habrá pozol agrio y no porque me guste, sino porque a los compas luego les da por hacerse los chistositos.