Los ejidos mejicanos, la idea comunitaria del territorio en los pueblos andinos y en el África Subsahariana, las tareas cooperativas o mingas en los «ayllus» bolivianos y los quilombos (comunidades de esclavos negros cimarrones) en Brasil, pero también la solidaridad en el ámbito de la familia «extensa». Es la larga tradición indígena, campesina y de […]
Los ejidos mejicanos, la idea comunitaria del territorio en los pueblos andinos y en el África Subsahariana, las tareas cooperativas o mingas en los «ayllus» bolivianos y los quilombos (comunidades de esclavos negros cimarrones) en Brasil, pero también la solidaridad en el ámbito de la familia «extensa». Es la larga tradición indígena, campesina y de esclavos rebeldes o fugados del amo negrero en América Latina y África. En otros términos, la profunda raíz de los comunes, que hoy se mantiene en forma de montes y salud gestionados a la manera comunitaria, la agroecología en las periferias urbanas, los programadores que laboran en el software libre, los mercados que vinculan a productores y consumidores o las cofradías de pescadores dedicados a una pesca artesanal y sostenible, entre otras múltiples expresiones.
El grupo Comunitaria es una red de personas vinculadas a la academia y los movimientos sociales, que acopia experiencias y profundiza en el «diálogo» entre comunes tradicionales y nuevos comunes. Destacan, como punto de partida de su trabajo, que más de cuatro millones de hectáreas de terreno en el estado español se gestionan de modo comunal; que en capitales como Barcelona, el 8% de lo producido (y valorado monetariamente) responde a la economía cooperativa y que los grupos que, dentro del sector agroalimentario, vinculan producción y consumo en España (generalmente de modo local y asambleario) ascienden a más de 100.000 personas. Pero la actualización de las formas tradicionales (nuevos comunes) genera incertidumbres y nuevas preguntas.
En ese contexto Comunitaria ha publicado en abril de 2017 «Rebeldías en común. Sobre comunales, nuevos comunes y economías colaborativas» (Libros en Acción), presentado en la librería La Repartidora de Valencia. La cuestión se plantea, hoy, en una encrucijada histórica: la gran crisis civilizatoria. Profesor de Sociología en la Universidad de Córdoba y activista que trabaja por una vida saludable en el Valle del Jerte, Ángel Calle es uno de los autores de este ensayo de 220 páginas. Plantea las tres preguntas capitales en las que se inserta el debate sobre los nuevos comunes: ¿Cómo va a reproducirse la especie humana? ¿Cómo se va a organizar la vida en el planeta? y ¿Dónde quedan «nuestros» lazos, en una sociedad que camina hacia el naufragio antropológico? Y todo ello, «en unos tiempos de crisis del entramado fósil», en el que Calle observa un enfrentamiento entre fuerzas sociales antagónicas: aquellos que, desde abajo, proponen fórmulas como el municipalismo y gobiernos autoritarios como el de Rajoy en España, Macron en Francia y Trump en Estados Unidos.
Calle firma en el libro «Rebeldías en común» un texto titulado «Comunes y economías para la sostenibilidad de la vida», junto a Rubén Surinach Padilla, economista y coordinador del proyecto de Balance Social que desarrolla la Xarxa d’Economia Solidària; y Concepción Piñeiro, trabajadora de Altekio S.Coop. «No hay que entender los nuevos comunes como una filosofía política ‘cerrada’ ni una respuesta definitiva», sostiene el activista y divulgador en la librería La Repartidora, sino como «experiencias concretas que viene desplegando la gente».
Los nuevos comunes se sitúan frente al dilema entre los estados (y las formas autoritarias asociadas a estos) y el mercado, «que nos impone un decrecimiento elitista como se pone de manifiesto en el ejemplo de la pobreza energética». Pero los nuevos comunes no consisten en una inmaculada «tercera vía» con la que laminar todas las contradicciones; así, el sociólogo César Rendueles aborda en uno de los textos las limitaciones, posible ambigüedad política e institucionalización de los comunes (cita el ejemplo de las cooperativas educativas para familias laicas y progresistas, en las que los trabajadores empobrecidos y los migrantes tienen presencia muy escasa).
Tal vez podría aplicarse a los nuevos comunes una de las consignas del zapatismo: «la llave para una puerta que hoy aún no existe». No de un modo completo y acabado, pero sí existe actualmente la pluralidad de prácticas: el ensayo aborda especialmente los ejemplos del colectivo Stop Desahucios 15-M de Granada y la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) de Barcelona. Uno de los grandes retos es trascender las escalas del barrio y la ciudad en la gestión comunitaria. En este «salto» de dimensiones, el último paso lo constituirían las instituciones.
Autor de «La Transición Inaplazable: los nuevos sujetos políticos para salir de la crisis» (2013) y «Territorios en Democracia» (2015), Ángel Calle pone el ejemplo de la apertura de la gestión del agua a mesas sociales en las que participen vecinos, organizaciones de preservación del territorio o implicadas en la agricultura sostenible. Insiste también en la idea de complejidad, ya que puede resultar sencillo trasladar la idea de autogestión a la agroecología o la cultura, pero no tanto a la gestión estatal de los hospitales, de fuerte arraigo en la población española; sin embargo, en países como Cuba, Argentina o Brasil cobra fuerza mucho mayor la salud comunitaria, en la que ésta depende más del barrio y la situación personal que del código genético.
Otro de los autores de «Rebeldías en común», José Luis Fernández Casadevante Kois, resalta que buena parte de las innovaciones emprendidas por los «nuevos» ayuntamientos («por limitadas que éstas sean»), surgidos de las elecciones municipales de 2015, provienen de las experiencias vecinales y comunitarias de los últimos años. También la Seguridad Social, considerada como uno de los avances históricos del Estado del Bienestar, echa raíces en las mutualidades obreras, y las formas en que durante décadas la clase trabajadora se garantizaba la cobertura sanitaria y de las bajas por enfermedad. José Luis Fernández Casadevante Kois es sociólogo especializado en soberanía alimentaria, activista en el movimiento vecinal y autor del libro «Raíces en el asfalto: pasado, presente y futuro de la agricultura urbana» (2016). Kois encuentra otros antecedentes en los falansterios o colectividades autosuficientes que imaginó Fourier, «la desurbanizada Londres de William Morris» y la ligazón entre el cooperativismo y la ciudad que establecieron Ebenezerd Howard y Robert Owen.
El recorrido por los antecedentes podría continuar después de la Primera Guerra Mundial, con los primeros triunfos de la socialdemocracia en ciudades como Viena, Frankfurt o Berlín; «se inaugura entonces un breve periodo de reformas socialistas en las ciudades», señalan Kois y Rubén Martínez en «Asaltar los suelos. De la ciudad neoliberal a los comunes urbanos». Entre otros, el de la República de Weimar y la edificación de barriadas nuevas, en cuya financiación participaban las mutualidades obreras y las cooperativas de los sindicatos socialistas. Podrían mencionarse también los proyectos comunitarios («comunes vecinales») del psicólogo y profesor de Arquitectura Karl Linn en los barrios populares de Estados Unidos (en la década de los 50 del siglo pasado) o la presión e influencia del movimiento vecinal en Barcelona y Madrid, durante los años 70; así, se logró que el Plan de Remodelación de Barrios de Madrid (1979) realojara en una vivienda digna a 150.000 vecinos.
En la Librería La Repartidora Fernández Benavente ha advertido de los riesgos que, en el presente, pueden encontrarse las experiencias comunitarias; entre los más destacados, la autocomplacencia. Ocurriría en iniciativas que nacen con vocación transformadora, cierto reconocimiento mediático y donde los activistas -pasado el tiempo- se sienten excesivamente gratificados; «podemos caer en una zona de confort, en la que nos cueste ver la desconfianza con la que otra gente nos observa»; porque el activista ve con claridad las ventajas de la banca ética o las cooperativas de distribución de energía ‘verde’, sin advertir que el ciudadano prefiere en muchas ocasiones las prácticas ya «normalizadas», como depositar sus ahorros en Bankia; «aunque se trate de entidades que le han estafado», matiza Kois.
El libro incluye artículos de Luis González Reyes y José Bellver («Los comunes en los futuros por venir»), «Releer los derechos humanos en el espacio de lo común», de María Eugenia R. Palop; «Lo que los bienes comunales cuentan», de Nuria Alonso Leal y Yolanda Sampedro Ortega y un epílogo de Yayo Herrero, «Cuidar de lo común para sobrevivir», entre otros. En el acto de La Repartidora ha participado Isabel Álvarez, activista del colectivo Baladre e implicada durante una década en proyectos que trabajan por la soberanía alimentaria. En el texto que firma junto a David Gallar, subraya el enfoque de La Vía Campesina respecto a las semillas, que resume la siguiente consigna: «Las semillas son patrimonio al servicio de las humanidad». Respecto a los comunes, Álvarez considera que no existen dos definiciones idénticas; «se trata de un concepto dinámico, vivimos en un mundo líquido y nos tenemos que ir adaptando y aprendiendo». Aun así, considera que hay algunos ejes irrenunciables, como la mirada feminista y la diversidad. «El hecho de que seamos diversos resulta capital para la transformación; que haya hombres, mujeres, intersecciones, que aprendamos a escuchar lo que no nos gusta».
«Muchas veces la llamada ‘transversalidad’ es una trampa», añade la especialista en soberanía alimentaria. A veces se reduce a citar a las mujeres en el último párrafo de una publicación. O dejar los cuidados en «la última fila» de la economía social y solidaria. Tal vez en la cuestión de los cuidados resida el gran envite, el más complicado de asumir, idea que la activista resume del siguiente modo: «que siempre las mismas hagamos un café o abramos la puerta, mientras otros hacen un informe, lo que se supone es más importante». Un problema añadido es el miedo, que todo lo contamina y atraviesa; y el del empleo convencional, que en las sociedades de mercado se revela como la única fuente de derechos; o pensar siempre en grande, en índices monetarios… Y la huella de los prejuicios: «un compañero me contaba la circunstancia de la gestión energética con sensores, en las que se ilumina un espacio cuando alguien entra en el mismo». Puede resultar mucho más eficiente, pero también a priori parecería muy inseguro…
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