A río revuelto, ganancia de pescadores. Este proverbio define lo que algunas ex potencias coloniales (y persistentes potencias neocoloniales) están haciendo con sus arriesgadas e incendiarias políticas y ambiciones en el actual contexto de un imperio estadounidense en decadencia. Como han notado diplomáticos y observadores, ciertos países del campo imperialista no aceptan que Estados Unidos […]
A río revuelto, ganancia de pescadores. Este proverbio define lo que algunas ex potencias coloniales (y persistentes potencias neocoloniales) están haciendo con sus arriesgadas e incendiarias políticas y ambiciones en el actual contexto de un imperio estadounidense en decadencia.
Como han notado diplomáticos y observadores, ciertos países del campo imperialista no aceptan que Estados Unidos (EE.UU.) decidiese adoptar la vía de la negociación para buscar una salida no militar en Siria y que comenzara un diálogo con Irán, y menos aún que este «realismo diplomático» renaciera por las sólidas propuestas y la persistencia de la diplomacia rusa.Para ser francos y objetivos, en el caso de Siria e Irán la diplomacia rusa salvó al Presidente Barack Obama de entrar en nuevas y costosas aventuras bélicas, de las cuales no hay salida rápida ni fácil, como demuestran los casos de Afganistán e Irak.
Algunos aliados de EE.UU., como Canadá, Francia y otros países europeos, así como los «gendarmes regionales» en el Oriente Medio -Israel y Arabia Saudita-, no aceptan que el mundo esté dejando de ser unipolar y menos aun los brotes de «realismo diplomático» de parte de Washington.
En parte eso explica la duplicidad de la Administración del Presidente Barack Obama, que después de acordar un proceso de negociación, como el de Ginebra II para Siria, lo traba con exigencias que anteriormente fueron puestas de lado.
Decimos en parte porque encontramos la misma duplicidad en la política exterior de la Casa Blanca en muchos asuntos conflictivos en la escena internacional, en particular en las relaciones con Rusia y China.
En el caso de Ginebra II las trabas fueron la exclusión de Irán, país sin el cual es imposible resolver durablemente la problemática del Oriente Medio, y permitir que los opositores sirios plantearan la salida del Presidente Bashar el-Assad del gobierno como primer punto para negociar, lo que puso el proceso al borde del fracaso.
Este jueguito, de hacer como que se quiere negociar, crear expectativas y en el momento decisivo bloquear o hacer fracasar el proceso, es revolver las aguas para pescar, y eso es lo que también tratan de hacer en el proceso de negociación con Irán.
Y es lo que están haciendo con la bien fabricada crisis en Ucrania, país deseado por los voraces monopolios de la UE, y para EE.UU. el territorio ideal para someter a Rusia a una acción desestabilizadora a largo plazo.
Decadencia y caos imperial
Hace poco y refiriéndose al papel que juega Francia en Siria, el sociólogo y científico social Immanuel Wallerstein explicaba que «el problema para Francia es que, a pesar de que la decadencia estadounidense le permita una posición retórica más fuerte, el nuevo escenario geopolítico, algo caótico, no es uno donde Francia realmente pueda remplazar a Estados Unidos como la línea dura. Hay otras naciones poderosas involucradas en Medio Oriente como para que Francia juegue el papel primordial ahí. Todavía menos puede tener Francia un papel importante en Asia oriental, pese al hecho de que ha sido una potencia central ahí» («La agresiva política exterior de Francia«, El Correo/La Jornada, 8-12-2013)
En otro artículo, titulado «Siria: dilemas insolubles para todos» (La Jornada, 19-01-2014), Wallerstein retorna sobre el caos geopolítico que ha sido creado en el caso de Siria y los dilemas «para los actores no sirios». Tomemos a Estados Unidos, alguna vez gigante en el escenario, del que ahora se reconoce ampliamente su seria decadencia y que, por tanto, no tiene opciones buenas. Ya el mero hecho de admitir esto es en sí mismo algo controvertido en Estados Unidos, y el presidente Obama se encuentra, él mismo, bajo presiones políticas severas por parte de algunos subactores para que haga «más» y por otros para que haga «menos».
En este caos geopolítico, continúa el intelectual estadounidense se «requiere de maniobras muy astutas por parte de cualquiera de los actores para no cometer graves errores en términos de sus propios intereses. En este remolino de alianzas que cambian de continuo, a escala global y en lo local, existen muchos grupos y subgrupos que consideran que es tácticamente útil incrementar la escala de la violencia».
Esto ha sido visible en lo que ha estado sucediendo en las sesiones de Ginebra II para tratar de resolver pacíficamente la grave situación en Siria, y en la oposición militante de algunas cancillerías europeas, así como de Ottawa, Riad y otros países.
Arrasar y «desmodernizar».
Para algunos países europeos lo que parece primar en el caso de Siria es lo mismo que llevó a la intervención militar para derrocar el gobierno de Mohamed Gaddafi en Libia: destruir gran parte de la infraestructura de utilización social y de la economía de ese país, pero dejar intactos los pozos de petróleo y los puertos para sacarlo de Libia.
Esa agresión a Libia hizo posible la desarticulación de la sociedad, mediante las sangrientas luchas interreligiosas, tribales y étnicas, para que Libia regrese a lo más cerca posible de «la Edad de Piedra», que recordemos fue la amenaza de la Administración de George W. Bush cuando preparaba el criminal ataque militar que destruyó la mayor parte de la economía y la sociedad iraquí, la más secularizada y avanzada del Oriente Medio.
Los libios (y los sirios a menos que se pare la actual agresión de los grupos islámicos extremistas) pueden ver su futuro en la realidad cotidiana de Irak o en Afganistán: después de la destrucción militar y la anarquía social se aplican las recetas para una «desmodernización» neoliberal, o sea que no hay escapatoria [1].
Regresarlos a la Edad de Piedra, destruir sus sociedades mediante guerras civiles promovidas por intereses extranjeros, para que sean los nuevos «terrenos vírgenes» que alimenten la expansión capitalista, a los monopolios, como decía Rosa Luxemburgo.
En el caso de Irán la política de «cambio de régimen» y de hacerlo regresar a la Edad de Piedra se ha topado con el riesgo de un conflicto militar regional, y hasta mundial, por la fortaleza militar iraní y la oposición determinada de Rusia, China y la mayoría de países del mundo.
La (ambigua) posición de diálogo con las autoridades iraníes que finalmente adoptó EE.UU. encuentra oposición, por razones de control geopolítico, en un reducido número de países (entre ellos Canadá, Israel y Arabia Saudita) que tienen una capacidad de cabildeo muy grande en Washington.
Pero tiene el apoyo condicionado de los países europeos cuyos monopolios petroleros e industriales, así como las empresas exportadoras, se beneficiarán con la apertura del mercado iraní.
Cuando los imperialistas alimentan el fascismo.
Las intervenciones «humanitarias» en África, apoyadas o no por el Consejo de Seguridad de la ONU, son parte de la actual rapiña imperial. También lo son las marchas y contramarchas políticas y diplomáticas para encaminar el caso de Siria hacia una negociación, y ahora surge el intento de derribar al gobierno de Ucrania presidido por Víctor Yanukóvich, que de cualquier manera debe ir a elecciones en el 2015.
Con lo que está sucediendo en Ucrania se constata que la deshumanización manifestada en la extrema violencia en muchos países africanos, como en el Oriente Medio, puede regresar a Europa.
El clima de violencia y subversión fascista que desde hace muchos días impera en la capital ucraniana, e incluso en algunas partes del Oeste del país, revela muy bien las contradicciones de la etapa en que vivimos en el mundo, y en particular en la UE.
La totalidad de los países del campo imperialista están apoyando con todos los recursos posibles a la «oposición» política en Ucrania, y de facto a los grupos ultranacionalistas y fascistas que siguen demostrando una gran capacidad de violencia, que hostigan y asedian el gobierno, provocan la represión, y que además están sembrando destrucción y terror en Kiev.
La violencia y el odio que destilan los grupos de choque de la «oposición demócrata» apoyada por Washington y la UE no es un problema para las chancillerías occidentales.
Los objetivos «democráticos» de la oposición quedaron a la vista en las primeras decisiones adoptadas en las localidades que ocuparon: La televisión ucraniana TSN reportó que los Consejos regionales de Ivano-Franovsk y de Ternopol en Ucrania decidieron el sábado (26 de enero) prohibir las actividades y el uso de los símbolos del gobernante Partido de las Regiones y del Partido Comunista de Ucrania en esta región occidental del país. (http://en.itar-tass.com/world/716313)
Que los grupos fascistas, neonazis y ultranacionalistas estén haciendo reinar la violencia y el terror en Kiev y otras ciudades para derribar a un gobierno electo democráticamente no es algo que alarme a los gobernantes ni a los partidos políticos de la UE.
Más bien al contrario, pareciera que quieren engrosar las filas de políticos y gobernantes que son o cohabitan con fascistas y racistas en gobiernos -el de Hungría y otros más- y en los mecanismos de gobierno de la UE, sin hablar de los diputados de partidos racistas y fascistas en los parlamentos nacionales y en el Parlamento europeo.
Es claro que el gobierno de Yanukóvich en Ucrania, que en su seno tiene su parte de oligarcas -otra parte está en la oposición-, es culpable de haber querido gobernar al oponerse a la destrucción industrial que acompañaría la integración de Ucrania en la ultra-neoliberal UE, y de buscar una mejor integración con la Comunidad de Estados Independientes, donde está Rusia.
En el 2011 la UE impuso a tecnócratas de las finanzas a la cabeza de los gobiernos de Grecia (Lucas Papademos) e Italia (Mario Monti), para dejar en claro quien tiene el poder y que ningún gobierno democráticamente electo tiene, en la UE ni en los países dominados por el neoliberalismo, la autorización para gobernar oponiéndose a las políticas neoliberales.
La UE fue creada, nos dicen, para acercar a los pueblos y profundizar la democracia y las libertades, y poner fin a las guerras comerciales y militares, y a los nacionalismos agresivos y las persecuciones religiosas, étnicas y políticas que durante siglos han marcado la historia de Europa.
Pero no es eso lo que se vive, se ve o se siente en la UE, donde el neoliberalismo exige ahora una sumisión total a las «leyes del mercado» y considera a la democracia, o sea la soberanía del pueblo, como un estorbo que hay que eliminar.
¿Cuál es el punto en común entre los extremistas religiosos en el Oriente Medio o en África, los neoliberales de traje y corbata en la UE o en EE.UU., y los fascistas, ultranacionalistas y racistas de todo tipo y de todo el mundo?: El principal punto en común, que en muchos casos los lleva a ser aliados y en otros simples compañeros de ruta, es que todos ellos quieren enterrar a la democracia para siempre, y junto a ella a quienes la defienden.
Nota:
[1] La demodernisation en marche, Y. Rabkin, S. Saul y A. Rabilotta
Alberto Rabilotta es periodista desde 1967.
Fuente: http://www.elcorreo.eu.org/Los-enterradores-de-la-democracia?lang=fr