El choque entre Occidente e islam es una fabricación geopolítica que sirve para fomentar la guerra y ocultar la riqueza del intercambio entre culturas que forma parte de nuestra civilización contemporánea
¿Qué asidero histórico tiene el antagonismo entre el mundo árabe y el mundo occidental que se plantea como un enfrentamiento con raíces culturales o religiosas?
-Esa cuestión binaria que se expone sistemáticamente -islam y Occidente- es completamente falsa. El islam está presente en nuestras sociedades occidentales, forma parte de la personalidad de muchos países. En Europa occidental viven alrededor de quince millones de musulmanes, entre residentes y nacionales europeos. En Estados Unidos ocurre exactamente lo mismo. Es un componente innato de su paisaje multicultural.
Y en el mundo árabe, ¿ocurre lo mismo con la cultura occidental?
-En los países árabes, pues lógicamente ha habido toda una serie de procesos sociales, potenciados por la revolución de los medios de comunicación, en que multitud de formas de vida, de consumo, pautas culturales que adjudicamos al mundo occidental están muy presentes. El mundo musulmán no es una burbuja cerrada con respecto a Occidente. Ambos están presentes en cada área geográfica y están profundamente interconectados.
¿Es también esto una consecuencia de la globalización?
-Si se echa un vistazo histórico, es evidente que esta interconexión no ha ocurrido ahora. En el ámbito mediterráneo, en Alándalus (la experiencia árabe y musulmana de España), por ejemplo, había un intercambio continuo y permanente, y una convivencia; no era una guerra continua de los reyes cristianos por un lado y los musulmanes por otro. Luego, en el siglo XIX, hubo gran cantidad de misiones de intelectuales, de elites árabes que se instalaron durante años en Italia y en Francia para conocer el nuevo pensamiento que estaba teniendo lugar en Europa, los resultados de la Ilustración, las formas de gobierno representativo, etc.. Es decir que hubo una permeabilidad continua entre las geografías centrales de ese mundo occidental y de ese mundo musulmán.
Sin embargo, también las cruzadas, guerras santas y guerras entre imperios forman parte de esa historia ¿Cuánto influyó este quiebre en la historia europea?
-Mucho. Europa va construyéndose a sí misma en torno a una identidad cerrada que rechaza al otro. Por supuesto hay un momento histórico clave y fundamental, que es la expulsión de judíos y musulmanes -españoles, andaluces- de España por los reyes católicos. Es no solamente la no aceptación, sino que es la «limpieza étnica» de los infieles y disidentes, basándose en la expulsión autoritaria de la aportación de otras culturas que no sea la de ese pequeño mundo europeo que, por cierto, durante mucho tiempo era inmensamente más retrasado que el de las culturas orientales. Con el Renacimiento, que es un momento de gran esplendor cultural, se hace una imposición ideológica que llega hasta hoy y que establece que las fuentes de ese rico pensamiento europeo son exclusivamente grecorromanas. Es decir, la expulsión autoritaria es el no reconocimiento de que en realidad el pensamiento europeo es también el fruto de la aportación de las culturas orientales: la india, la persa, la islámica, etc. Luego, en la era colonial, Europa ya no solamente no acepta la aportación de las otras culturas, sino que incluso elabora la idea, que predomina hasta hoy, de su superioridad cultural y de inferiorización y falta de respeto de las otras culturas, un concepto etnocéntrico de sí misma.
Este conflicto se refleja en la prohibición del uso del velo de las mujeres musulmanas en Francia. ¿Esa oposición es una discusión entre religiosidad y laicismo?
-Creo que es un grave error político, porque se basa en una interpretación unilateral sobre lo que significa llevar el pañuelo. Se lo toma como la aceptación de la sumisión de las mujeres a los hombres. O se lo interpreta como un signo político de radicalización islámica: que se empieza por el velo y se acaba en el terrorismo. Y lo peor es que todo eso ha centralizado el debate en las opiniones públicas europeas, reforzando esos prejuicios y estereotipos.
¿Qué es lo que expresa entonces esa reivindicación del velo?
-El pañuelo de estas jóvenes recubre diversas interpretaciones, y además, en muchos casos no es un posición antimoderna sino una reivindicación de su pertenencia al mundo musulmán, que tiene mucho que ver con el mal
trato y la islamofobia creciente y perniciosa que se experimenta en Europa, sobre todo desde el 11 de setiempre de 2001. Ese desprecio -el insulto, la denigración- lleva a muchos musulmanes a querer visibilizar «soy musulmán -o musulmana- y estoy orgulloso de serlo, y exijo que se dignifique mi cultura». No tiene nada que ver con el terrorismo. Es también un factor de rebeldía, de reivindicación de su identidad.
Convengamos que la dignidad del hombre y la mujer se encuentra interpelada por ambos lados. ¿O no existe discriminación y sujeción de las mujeres en el mundo árabe?
-Como decía Edward Said: «…el problema no es en absoluto el choque de las civilizaciones. Es el choque de las ignorancias…». Hay un enorme desconocimiento de lo que ocurre en el mundo árabe y en las sociedades musulmanas. Claro que siguen existiendo sociedades patriarcales, que hay muchos países que siguen teniendo gobiernos autocráticos, que van siempre unidos a los sectores religiosos más integristas y ultramontanos, y por lo tanto refuerzan el patriarcado en lugar de diluirlo. Pero existe también un pensamiento político riquísimo e innovador, que se desarrolla desde finales del siglo XIX hasta hoy y que busca construir un proyecto social y político nuevo en esas sociedades, que les permita desarrollarse, hacerse verdaderamente soberanas e inspiradas en sus fundamentos propios y originales. Algunos son muy modernizadores; es decir que dentro de ese marco islámico, tienen reivindicaciones democráticas e incluso van asumiendo procesos de cambio social.
El terrorismo que reivindica fundamentos religiosos de guerra santa, como la «jihad islámica» o Al Qaeda, ¿dónde se ubicaría?
-El fenómeno de Osama bin Laden y Al Qaeda no tiene nada que ver con este pensamiento político islamista, no es fruto de la propia experiencia interna de esos países sino de la perversa alquimia de la política internacional en Oriente Medio durante la Guerra Fría. Son actores políticos construidos y financiados por los Estados Unidos, Arabia Saudí y Paquistán, en contra de los soviéticos, sobre todo en el momento en que ocupan militarmente Afganistán. De donde sale Bin Laden, un actor político adoctrinado en un islam fanático y rigorista. Bin Laden no cambia en ese sentido, simplemente que la historia le ha cambiado los actores. Y lo que para él representó y contra lo que luchó de manera igualmente enfervorizada, que eran los soviéticos, lo pasan a representar los Estados Unidos. Es el monstruo que crea la política internacional en la Guerra Fría.
¿Lo que está sucediendo en Irak ayuda a entender mejor esa diferencia entre el terrorismo y las reivindicaciones legítimas de sus pueblos?
-El gran favor que Estados Unidos le ha hecho a Bin Laden y Al Qaeda, y a todos los émulos que le puedan surgir, ha sido ocupar Irak. Tenemos que ser conscientes de eso: la política norteamericana en Oriente Medio está siendo demoledora para todos. No solamente para las poblaciones civiles, que están siendo bombardeadas, asesinadas, ocupadas. Nos afecta a todos porque en tanto que ese terrorismo pueda tener base social, no podremos jamás lograr un avance democrático en el mundo islámico.
¿Un cambio en la política exterior estadounidense ayudaría a modificar esta situación?
-Se ha llegado a tal grado de barbarie en esos países, que la pacificación no es sólo para garantizarles una vida digna y humana, sino para garantizarnos nuestra propia seguridad también. Los españoles ya lo sabemos y sufrimos, pero no fuimos ni vamos a ser los únicos si esto no se revierte. 1.300 millones de ciudadanos no pueden sentirse como los apestados de la Tierra, como los grandes excluidos, como objeto del mayor racismo que existe en el mundo occidental. Eso es enormemente pernicioso, aparte de profundamente injusto.