Para la libertad sangro, lucho, pervivo… Miguel Hernández Mujeres, hombres, viejos, casi niños, sin distingos de edad ni sexo, con crueldad; sin tiempo o por todo el tiempo. Así son las sendas circuladas por los presos que conozco. Ali Salem Tamek es saharaui; desde que tenía 20 años ha entrado y salido (ya no […]
Para la libertad sangro, lucho, pervivo…
Miguel Hernández
Mujeres, hombres, viejos, casi niños, sin distingos de edad ni sexo, con crueldad; sin tiempo o por todo el tiempo. Así son las sendas circuladas por los presos que conozco.
Ali Salem Tamek es saharaui; desde que tenía 20 años ha entrado y salido (ya no cuento las veces) de las cárceles inmundas de Marruecos, esas que se reservan para los que deciden luchar por la independencia del Sahara Occidental. Cuando lo conocí, pude ver las marcas que tenía en los brazos, huellas indelebles de las torturas «sanitarias» aplicadas por los esbirros de la monarquía alauí.
No hablaba español, pero sí supo decir una palabra: Revolución, ese es el significado del nombre que su esposa (violada por cinco gendarmes marroquíes al término de una de sus visitas carcelarias) y él decidieron ponerle a su hija, Thawra.
Brahim Noumria también es saharaui, pero, al contrario que Tamek, sonreía mucho. Fumaba y sabía mantener el cigarro con los labios mientras preparaba té para todos, incluido su compañero Brahim Dahan, quien, desde hace un año, comparte presidio con Tamek bajo la amenaza de ser sentenciados por un tribunal militar, que podría condenarlos a muerte.
Cuando se reía (es decir, siempre), a Noumria se le notaba una dentadura enferma; un compatriota suyo me contó que no hay médicos para los saharauis en los presidios del Majzen y que a Noumria, estando en la cárcel, la boca se le había infectado tanto que una anciana, presa como él, le había recomendado que orinaran en ella para poder aliviar el dolor y la inflamación. Uno de los compañeros de celda lo hizo, pero no pudo sanar el daño apoderado de aquellos dientes y encías.
Hasam Rimawi, palestino, entró en la cárcel a los 18 años y, con apenas 21, hablaba con la firmeza de quienes saben que su vida no acaba en ellos y que tampoco les pertenece en exclusiva. Hasam, con el énfasis que ponía en cada palabra, reflejaba la determinación del pueblo de Palestina por defender su historia, su tierra y, en suma, su existencia, frente a un enemigo mucho más poderoso en armas, pero incapaz de vencerlo. Un amigo periodista lo invitó a que dijera un nombre y él casi gritó: «Jamal al-Durrah (1), un símbolo de lo que hace el ejército israelí en Palestina. Contra ese ejército y sus tanques, muchos jóvenes y niños lanzamos piedras y, por eso, nos acusan y nos meten en la cárcel». En algún momento oyó nombrar a Cuba y entonces dijo: «De ahí es Fidel».
Aminettou y ellos
Bien podría ser roble, pero es una mujer, fuerte y amable en idénticas proporciones. Delgada, con la piel color canela y unos ojos extremadamente frágiles por el vendaje que sus carceleros marroquíes le hicieron llevar durante los cuatro años que la tuvieron desaparecida.
La vi físicamente por última vez el 6 de noviembre pasado y entonces no pude imaginar que una semana después muchos de los que compartimos trabajo con ella ese día íbamos a estar en las calles exigiendo a los Gobiernos de España y Marruecos que la liberaran de su confinamiento en Lanzarote y la dejaran regresar a El Aaiún, con sus hijos y con su pueblo.
Hoy, casi un año más tarde, mientras salvo estos recuerdos de los presos que conozco, pienso en los 3.500 muertos causados por atentados terroristas contra Cuba. Pienso también en las más de 2 mil víctimas con secuelas permanentes que se suman a estos crímenes. Pienso en Girón, en el bloqueo.
Pienso en Elián González y en el terrible historial de la Ley de Ajuste cubano; en los diplomáticos asesinados, en el turista italiano que murió tras la explosión de una bomba en un hotel de La Habana. Pienso en la dura misión que aceptaron desempeñar Los Cinco; en lo que descubrieron y pudieron frenar; en las vidas que salvaron.
Pienso en su juicio y en sus condenas; pienso en el hueco, donde no ha de haber tiempo o cada minuto debe durar todo el tiempo, no sé.
A ellos no los conozco, por ejemplo; sí sé que son mucho más libres que sus carceleros; que gozan de la libertad de resistir, de la libertad de ser dignos, de la libertad de ser leales a su pueblo y a la Revolución que los alumbró.
Los Cinco, mirándolo bien, se parecen mucho a los presos que conozco. Todos ellos, junto a los millones de personas que en el mundo exigen que Antonio, René, Fernando, Ramón y Gerardo vuelvan ya a Cuba, comparten una libertad que no he citado: luchar.
Nota:
(1) Muhammad Jamal al-Durrah, niño palestino asesinado por el ejército israelí en la Franja de Gaza, el 30 de septiembre de 2000, en los primeros días de la Segunda Intifada.
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