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Tras la muerte del líder del Frente Amplio, Líber Seregni

Lucidez y sentimientos

Fuentes: La República

Las ceremonias fúnebres realizadas el sábado y el domingo ante Líber Seregni han sido tan plenas de significación ética, sentimental y política que merecen ser analizadas con detenimiento. Intentaremos una primera aproximación. La izquierda entrando por la puerta grande. Izquierda en el Uruguay existía desde, por los menos, 1874 y 75. Sociedades de resistencia, sindicatos, […]

Las ceremonias fúnebres realizadas el sábado y el domingo ante Líber Seregni han sido tan plenas de significación ética, sentimental y política que merecen ser analizadas con detenimiento. Intentaremos una primera aproximación.

La izquierda entrando por la puerta grande.

Izquierda en el Uruguay existía desde, por los menos, 1874 y 75. Sociedades de resistencia, sindicatos, grupos anarquistas gallegos, italianos y rusos, centros socialistas y marxistas. Después, ya en el siglo XX se organizaron en los partidos clásicos, socialistas y comunistas. Durante decenios lucharon, obtuvieron representaciones parlamentarias mínimas, organizaron huelgas y denunciaron al fascismo y sus crímenes. Así fue durante años, sin que los efectos de estas sacrificadas luchas se reflejaran en las instituciones representativas. Todavía en 1966, toda la izquierda junta, incluyendo a las corrientes cristianas inspiradas en el Concilio Vaticano II, no sobrepasaban el 10% del electorado. La representación, bien calificada, por cierto, era pequeña porque además la izquierda concurría a las urnas dividida.

Pero en esos años, sobre todo desde el 13 de junio de 1968, con Pacheco presidente, la democracia uruguaya iniciaba su naufragio. El despotismo se fue entronizando. Se afirmó un autoritarismo corporativo, colorado y blanco, en el que no había lugar para los que todavía creían en la democracia. Y así se fueron, Enrique Erro, el primero, Alba Roballo, Zelmar Michelini, Francisco Rodríguez Camusso, de sus respectivos lemas históricos, dispuestos a ensayar otro camino.

La vieja izquierda, hasta los sesenta más bien raleada y dividida, creció, maduró, dio sus primeros pasos en la unidad sindical con la CNT y dio su sangre en los enfrentamientos «entre la libertad y el despotismo».

Hasta marzo del 71, el escenario político había sido monopolio de blancos y colorados. El bipartidismo parecía eterno.

Entre febrero y marzo de 1971 se acordaron las bases del Frente Amplio, sobre las que algunas personalidades y algunas fuerzas políticas, como Carlos Quijano, Héctor Rodríguez y entre los partidos especialmente el PCU, venían trabajando desde hacía un tiempo. El telón de fondo era la lucha contra la oligarquía, y el programa de la CNT y Congreso del Pueblo.

Fue a ese conglomerado, al principio débil y heterogéneo, que presidió Seregni. Y ese día, empezó el fin, el demasiado largo fin, del bipartidismo conservador y engañoso.

Presentado en sociedad el 26 de marzo, el FA ingresó a la vida política del país por la puerta grande. Llegó para quedarse. Se quedó para crecer, para cumplir con su destino de instrumento para los cambios. Con Seregni a la cabeza, en la disputa «por el gobierno y el poder», como se decía entonces.

El general prestigioso, que rompía con el despotismo de Pacheco, al frente de la izquierda excluida, de los rebeldes de los viejos partidos, de los simpatizantes de la guerrilla.

La gente de izquierda abrió su corazón a aquel militar valeroso y desafiante, lleno de energía y también dispuesto a construir la unidad política de todas las izquierdas.

El odio contra los justos

En los años que siguieron, a las derechas revanchistas, que no se resignaron al paso dado por el General, les llegó la hora de la venganza, y sobrevino la prisión, el juicio grotesco y el largo encarcelamiento de aquel hombre de orden y de paz.

A esa altura había miles de presos y decenas de miles que ya habían pasado por las prisiones o por los cuarteles convertidos en cárceles.

De todas las injusticias de aquellos años, junto con el asesinato de Zelmar y el Toba, la perpetrada contra Seregni fue la que más disgusto e indignación suscitó, la que adquirió mayor fuerza simbólica. Su martirio condensaba el de toda la izquierda uruguaya. Su lealtad a la causa frenteamplista, en las horas más duras, selló la adhesión inmensa que le brindó su gente.

Por ser presidente del Frente Amplio, por el coraje de haber enfrentado, junto con Licandro, Zufriateguy y otras decenas de oficiales frentistas, el atropello a las instituciones que consumaban los mandos militares golpistas.

Su prisión fue vivida por el pueblo como una injusticia intolerable y la lucha por su libertad como una de las primeras tareas de las acciones de resistencia a la dictadura. En eso hubo cientos o miles de uruguayos militando. Circulando papeles prohibidos, gritando desde los muros. Arriesgando prisión y castigo por hacerlo.

Intentando «recuperar» a Seregni.

Hacia el final de la dictadura y en el período de transición, algunos políticos no digo inteligentes sino experimentados (fríos, descreídos, pragmáticos) del coloradismo, como Sanguinetti, Marchesano y otros, se hicieron ilusión que podrían arrancar a Seregni y a otros compañeros del FA de sus solidaridades históricas con la izquierda.

Y hubo un intento prolongado de «cooptarlo», de tentarlo a experiencias que lo condujeran a distanciarse de la izquierda más radical y más peleadora, los «marxistas y los subversivos» que formaban (y formamos hasta hoy) parte del FA.

Hubo algunos, en ese momento electoralmente fuertes, que creyeron en eso y salieron del FA para fórmulas de gobierno con el coloradismo de Sanguinetti.

Ya entonces, segunda mitad de los 80, Seregni insistía en la necesidad de un gobierno de la izquierda, «el FA como opción de gobierno y de poder» y con esa estrategia y sus viejas lealtades se quedó del lado de adentro del FA, ayudando a construir sus victorias.

En el corazón de los humildes

Cuando por entonces Seregni caminaba por Montevideo, mucha gente humilde se acercaba a saludarlo y a mostrarle a sus hijos, niños o adolescentes.

Después de ese abrazo los niños o los muchachos ya no se sentirían igual, habían visto y los había besado Seregni. Tampoco sus padres, abarcados en la sonrisa y en la cordialidad del General. Pero tampoco Seregni permanecía igual. Cuando cada día, a cada hora, de año en año, se acercaban los hijos o los nietos de aquellos que habían salidos a escribir «libertad para Seregni» y que ahora celebraban conocerlo, verlo libre y sonriente, su presidente y su candidato, más se estrechaba y se soldaba el sentimiento de pertenencia, de los unos, los frenteamplistas y del otro, su conductor. Reconocimiento, fraternidad, respeto, orgullo mutuo, del líder y de su gente. ¿Cómo deshacer esa fusión?

Estuvieron años intentando. Pero el militar que, a contracorriente, había jurado defender la libertad y estuvo 10 años preso por hacerlo, había jurado también su unión indisoluble con la izquierda. Y allí estuvo hasta el final, agitando su bandera, la de Otorgués, desde el balcón de su casa en la calle 18 de julio, hace apenas unas semanas. Antes, en el Congreso del Frente, firme y sonriente, en breve y magistral discurso había dado su apoyo irrestricto a la candidatura de Vázquez y Nin.

El legado ético

En el velatorio y el cortejo que lo llevó a su tumba, el dolor y la serenidad de la multitud, el sentimiento de orgullo por la gallardía moral del hombre que se marchaba, mostró otro rostro del pueblo uruguayo. De los frenteamplistas y también de los otros que se acercaron a despedirlo: el sentimiento de una comunidad moral y sentimental, de una mutua y prolongada lealtad y una confiada certidumbre política.

No solo la de que los frenteamplistas no defraudaremos a Seregni ni a los otros nuestros muertos. Sino que, además, vamos serenos a una victoria, por el gobierno y por el poder, que lo tuvo entre sus principales constructores, en la alegría de la fundación, los dolores del calvario y en las complejidades y vaivenes de la lucha que se reinicia cada día. Y que lo hacemos con la herencia de integridad, de altura moral y de firmeza calma en la que vivió y que nos legó Seregni.