En Honduras se ha producido una masacre de terratenientes a cargo de un grupo de 300 campesinos. La palabra Trujillo dice mucho por si misma, porque su fonética está asociada a aquel oprobioso dictador que dominó República Dominica por mucho tiempo. Y al escucharla se piensa inmediatamente en alguna ciudad del Perú. Sin embargo Trujillo […]
En Honduras se ha producido una masacre de terratenientes a cargo de un grupo de 300 campesinos. La palabra Trujillo dice mucho por si misma, porque su fonética está asociada a aquel oprobioso dictador que dominó República Dominica por mucho tiempo. Y al escucharla se piensa inmediatamente en alguna ciudad del Perú. Sin embargo Trujillo tiene su historia en Honduras. Esta ciudad tropical y eminentemente caribeña alberga los restos del Filibustero William Walker fiel seguidor de la Doctrina Monroe que tuvo sometida a nuestra hermana república de Nicaragua de 1856 a 1857 y hasta impuso la esclavitud y el idioma inglés como Idioma oficial. También nos recuerda con nostalgia el tiempo en que sufrió un prologado cautiverio el señor Manuel Calix Herrera fundador del Partido Comunista junto a Juan Pablo Wainwright.
Este pequeño puerto de Honduras ha tejido una de las más complejas y ambiguas realidades, que es lógico esperar de una ciudad aislada, con pocos controles y con una privilegiada salida al mar. Allí perviven como un matrimonio secular el Narcotráfico con la correspondiente cultura de lo fácil asociado con los intereses de los terratenientes, quienes llevan muchos siglos convencidos que en este mundo valen más las vacas parenderas y lecheras que los estómagos vacios de los haraganes y ociosos campesinos, por eso para ellos la tierra sembrada de pasto produce leche, y las insignificantes milpas de los campesinos muchas y muchas miserias.
Por eso resulta absurdo que tierras que pueden ser utilizadas como pistas clandestinas para que aterricen avionetas transportadoras de drogas productoras de gigantescas riquezas, se utilicen o se traten de implementar para la reforma Agraria de los campesinos que no producen más que frijoles y maíz.
El día cinco de Agosto de lo que va del año se ha producido una tragedia inédita al mejor estilo de Fuenteovejuna la clásica obra teatral de Lope de Vega, y es que unos 300 campesinos mataron a de varios disparos de bala a 11 personas incluida una familia de terratenientes y sus trabajadores por disputas de unas tierras. Y se remarca la palabra inédita porque en las muertes por problemas de tierras el saldo de muertes históricamente ha estado a cargo de los campesinos, y sus vulnerables familiares. El astillero, la Talanquera, los Horcones, tacamiche son la prueba más elocuente de los números rojos de derrotas campesinas, que pese a ello no se han cansado de luchar por obtener un pedacito de tierra en que vivir.
Irónicamente las tierras en disputa eran parte de un extenso territorio perteneciente al ciudadano norteamericano Temistocles Ramírez, a quien el generoso gobierno de Honduras de los años 80 indemnizó por el orden de 13 millones de Dólares, motivada en el deseo masoquista de servir la soberanía en bandeja para que allí funcionara el Centro Regional de Entrenamiento Militar (CREEN), el mismo que sirvió para que unidades de las fuerzas armadas estadounidenses entrenaran a miembros del Ejercito del Salvador, quienes le harían frente a la guerrilla de los años 80 del siglo recién pasado. Después de servir a los intereses del norte, las tierras según dictamen de la Procuraduría General de la República pertenecían al Estado de Honduras, pero la municipalidad de Trujillo empezó a vender en forma indebida a terratenientes, desentendiéndose de los intereses de los campesinos que por derechos posesorios tenían los requisitos legales para ser beneficiados por la reforma agraria.
Se responsabiliza de estas muertes a un grupo de campesinos agrupados en la Comunidad «Guadalupe Carney», nombre emblemático para nuestro país, de un sacerdote Jesuita de nacionalidad estadounidense que se solidarizó de una manera activa con los campesinos de Honduras, y murió asesinado por el ejército hondureño y asesores del norte en una incursión de un grupo guerrillero que intentó hacer la revolución en nuestra patria. El ambiente en la actualidad es tenso en este sitio, y hasta se ha manifestado por medios oficiales, acerca del temor de que este lugar se convierta en zona de guerrilla.
Fuera de cualquier otra consideración que linde con la tristeza y la frustración de los familiares de los deudos, del romanticismo popular que se celebra con un inadvertido soslayo, lo que esto demuestra, son los siglos de rabia y cólera que se acumulan en el inconsciente colectivo, y los últimos intentos espontáneos producidos por actos de frustración ante la tiranía regional y la injusticia cada vez más inhumana en el campo. Vistos así los hechos no sería raro que ante un inminente proceso judicial, a la pregunta del Juez conocedor de la causa, acerca de quien mató al moderno comendador, la respuesta se pierda en los siglos de la reivindicación popular: Fuenteovejuna señor.
El autor es escritor hondureño.