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Me está doliendo Haití

Fuentes: Rebelión

«Los patriotas haitianos andan con luces y colores en las manos y andan florecidos como la tierra regada por lloviznas y por cantos, pero han luchado solos, hasta que nuestra conciencia dispare en la lucha por liberar a Haití, hasta que el mundo se alce en una sola voz luminosa, solidaria, y entre todos hagamos […]

          «Los patriotas haitianos andan con luces y colores en las manos y andan florecidos como la tierra regada por lloviznas y por cantos, pero han luchado solos, hasta que nuestra conciencia dispare en la lucha por liberar a Haití, hasta que el mundo se alce en una sola voz luminosa, solidaria, y entre todos hagamos posible la mañana que acabe por siempre con la noche del jabalí»

            Alí Primera

Uno de los tantos mensajes que me escribe mi amigo, el escritor Eduardo Sanoja desde Agua Viva, estado Lara, dice: «Me está doliendo Haití». Inmediatamente le respondí: «A mi siempre me ha dolido». ¿Y cómo no nos va a doler Haití? la patria de Anacaona, aquella india de raza cautiva esposa del cacique Canoabo. Ver las imágenes de «las caras lindas de mi gente bella» sufriendo a causa del terremoto es como ver sufrir a un hermano. Haití es sinónimo de pueblo aguerrido, de pueblo solidario y desprendido. Quizás conocemos poco de Haití. A una pregunta que hice a mis estudiantes sobre Haití sus respuestas oscilaban entre «es el país donde practican el vudú» y «los haitianos son quienes venden helados en carritos de Tío Rico y Efe». Sobre lo primero diré que el vudú se cuenta entre las religiones más antiguas del mundo, a caballo entre el politeísmo y el monoteísmo. El tráfico de esclavos hacia América produjo un fuerte fenómeno de sincretismo entre esta religión arcaica y las creencias cristianas de los esclavistas, así como con las religiones nativas de los lugares adonde se transportó a los esclavos. De aquí surgiría el vudú haitiano y un gran número de derivativos: la Regla de Ocha o Santería en Cuba, el Candomblé, la Umbanda y Kimbanda en Brasil, etcétera. Sobre lo segundo diré que así son los haitianos: cariñosos, amigos de los niños, vendedores de sabrosos helados policromáticos, aunque se saben explotados.

Haití comparte junto a República Dominicana la isla La Española, ubicada en el Caribe, mar de belleza hueca en el reino de Agué, el dios vudú de los océanos. Un país donde el sentido mismo de la vida parece desvanecerse. Un país donde no se sabe si será capaz de alimentar aun por mucho tiempo su pesado fardo humano. No disponiendo de petróleo ni de suficiente electricidad, la mayoría de las haitianas y haitianos no tienen sino el carbón de madera como combustible, aunque sean conscientes de que sus hornos de carbón están diezmando los últimos árboles de la isla. Su población lucha contra el hambre y eso nos debe doler como venezolanas y venezolanos. El puerto de Jacmel en la costa de Haití dio asilo, protección y cariño a dos de los más ilustres hijos de Venezuela: Miranda y Bolívar. Extraña coincidencia, la que más allá del tiempo parecía querer unir, en la libertad y el heroísmo, a las naciones de Haití y Venezuela a través de la «Espada Libertadora».

El 12 de marzo de 1806, Alexandre Pétion, colaborador del entonces Presidente y Libertador de Haití, Jean Jacques Dessalines, hace entrega a Francisco de Miranda de la «Espada Libertadora», símbolo de la independencia y la lucha por la liberación de su pueblo, para que en su puño sirviera de estandarte de la independencia que pretendía llevar a Venezuela. Al momento de recibir tan significativo objeto, Miranda la eleva hacia el cielo para dirigir a sus hombres palabras de efervescente patriotismo: «Juro ser fiel y leal al pueblo libre de Suramérica, independiente de España, y servirle honrada y lealmente contra todos sus enemigos y opositores». Pétion recibió por primera vez en Haití a Simón Bolívar, el 2 de enero de 1816 y le prometió su más amplia colaboración en la expedición que iba a preparar en Los Cayos. En este sentido, puso a la disposición del Libertador más de 6.000 fusiles con sus bayonetas, municiones, plomo, víveres, una imprenta completa, el flete de algunas goletas y una importante suma de dinero. Además permitió que ciudadanos haitianos se alistasen en la expedición. Como precio de sus servicios hizo una petición: «Pido a Usted, que cuando llegue a Venezuela, su primera orden sea la Declaración de los Derechos del Hombre y la libertad de los esclavos». Y para que pueda cumplir con esa misión, le hace entrega del símbolo de la libertad de Haití: la «Espada Libertadora»; la misma que empuñó durante la guerra contra los franceses, la que entregó a Miranda en sus dos fallidos intentos de libertar su Patria, y la que en 1807 le permitió instaurar una República en el sur y oeste de Haití de la que fue nombrado presidente vitalicio. Y así fue. Apenas desembarcó Bolívar en Margarita, Carúpano y Ocumare de la Costa, cumplió con su promesa a Petion, al proclamar la abolición de la esclavitud en Venezuela.

Derrotado en Ocumare y rechazado en Güiria por sus compañeros de armas, vuelve el Libertador a Haití donde recibió por segunda vez de Pétion toda su generosa ayuda para emprender su segunda expedición que salió del puerto de Jacmel el 18 de diciembre de 1816. Asimismo todos los patriotas hispanoamericanos que, desde el destierro, pensaban reanudar la lucha por la liberación de su país, encontraron el apoyo y la ayuda más decidida de Petion. El general José Francisco Bermúdez recibió la ayuda económica de Pétion para que volviera con sus amigos a Costa Firme. El coronel Pedro Labatut estuvo 2 años preparando en Portau-Prince y Los Cayos una expedición contra los españoles de Nueva Granada. Por su parte, el general Gregor MacGregor hizo de los puertos haitianos su base para realizar sus empresas contra la isla Amelia, Portobelo y la costa de Mosquitos. Asimismo Pétion proporcionó su ayuda personal y la del Estado a los numerosos desterrados de Venezuela y Nueva Granada, entre ellos, al general Manuel Piar, a las familias de Bolívar y Soublette, etc. Además permitió que numerosos corsarios patriotas de Luis Brión, José Padilla, Felipe Esteves, Agustín Gustavo Villeret se armaran y aprovisionaran en los puertos haitianos. Toda su vida Bolívar conservó su agradecimiento para Petión a quien calificó de «magnánimo» y de «primer bienhechor de la tierra a quien un día la América proclamará su Libertador».

Lamentablemente la historia de los procesos revolucionarios está plagada de traidores y vendidos. Alexandre Pétion no es la excepción. Jean Jacques Dessalines cae asesinado el 17 de octubre de 1806 en casa del terrateniente Pétion. El Héroe de Haití Dessalines fue traicionado por sus colaboradores Petion y Henri Christophe quienes se repartieron el país. Caso parecido al de Antonio Guzmán Blanco y Juan Crisóstomo Falcón en Venezuela con la traición al General del Pueblo Soberano Ezequiel Zamora. Este hecho explica que la razón por la que Petion ayuda a Bolívar no es precisamente una razón revolucionaria sino que era un asunto de casta: ambos habían estudiado en Francia. La historiografía ha sido injusta con el Libertador de Haití. El primero de enero de 1804 Jean Jacques Dessalines proclama la independencia haitiana en Gonaives, se convierte en gobernador general y después en el emperador Jacques I. Un «emperador» no como Napoleón Bonaparte. Al ser Haití una república libre Dessalines no puede seguir siendo gobernador sino emperador. Era un asunto geopolítico. Un «emperador» sui generis: repartió tierras, abolió la esclavitud e hizo la reforma agraria. Jean Jacques Dessalines nace el 20 de septiembre de 1758 en Guinea, África. Se conoce poco de su juventud hasta que aparece como esclavo en la colonia francesa de Santo Domingo donde adoptó el nombre de su amo y de quien huyó en 1789. El ejército negro de Dessalines derrotó definitivamente al ejército francés en la Batalla de Vertieres en 1803.

Haití es el primer Estado de negros libres en el mundo y es el primer país que logró su independencia en América, después de Estados Unidos. Parecería que la inercia independentista fue inaugurada por la ex colonia inglesa, pero las características de la lucha haitiana nos revelan mucho más acerca de su originalidad y de sus posibles repercusiones en toda Latinoamérica. En Haití quienes lograron consumar la separación de la metrópoli fueron los esclavos negros. Ninguna otra revuelta de esclavos en América logró tal resultado. Además, el ejército que lograron batir era considerado el mejor del mundo, es decir, el ejército francés bonapartista. Para mejor entender esta lucha es necesario recalcar, además de Jean Jacques Dessalines, la personalidad de la figura que encabezó la rebelión, François Dominique Toussaint-Louverture, el Precursor de la Independencia Haitiana, uno de los líderes americanos más importantes de todos los tiempos y quien fuera inmortalizado por el teórico trinitario C. R. L. James en su obra «Los jacobinos negros».

A partir de esa fecha, Haití se constituye en el Santuario de la Libertad Americana, donde solícitos acuden, hombres y mujeres de todo el continente y sus islas aledañas, en busca de refugio ante la persecución implacable de los imperios de la época que sin ser propietarios se repartían aquellos territorios. El pueblo haitiano los recibía y prestaba ayuda solidaria para liberar a sus pueblos. Jean Jacques Dessalines, Padre de la Patria, pregonaba la libertad de los hombres y brindaba ayuda solidaria a todo quien llegaba a costas haitianas sediento de libertad. Su estrategia política consistía en apoyar a todo quien luchase por la liberación de su pueblo, pues de esa manera consolidaba la libertad de su propio pueblo. La primera Constitución de la República de Haití señalaba que toda persona que llegase a suelo haitiano producto de su lucha por obtener la libertad de su pueblo era considerado ciudadano haitiano y tratado como tal. Documentado está el paso de patriotas de Centro América, México y América Meridional por estas tierras, donde los Jacobinos Negros habían conquistado libertad, fraternidad e igualdad.

Haití ha luchado por su dignidad frecuentemente ultrajada mediante 35 golpes de Estado en 200 años de independencia. El primer presidente de Haití, elegido democráticamente en febrero de 1991, fue el sacerdote Jean-Bertrand Aristide, antiimperialista y portavoz de la Teología de la Liberación. Fue derrocado tras otro golpe militar siete meses después, regresando a la Presidencia de la República en 1994, con el apoyo de la comunidad internacional, especialmente con el apoyo del Departamento de Estado de USA, pero no porque esa entidad imperial apoyase el sistema democrático en Haití, sino con la finalidad de frenar el éxodo de haitianos hacia Miami, producto de la represión y deterioro de las condiciones socioeconómicas de la población, generadas por la dictadura de Jean Claude Duvalier apoyada por ellos mismos. En diciembre de 1995 fue elegido presidente René Préval, quien asumió su cargo en febrero del año siguiente. En noviembre de 2000 tuvieron lugar de nuevo elecciones presidenciales que determinaron el regreso de Aristide a la jefatura del Estado a partir del 7 de febrero de 2001, para ser nuevamente derrocado por la CIA y el gobierno francés en el 2004, siendo secuestrado y expulsado («custodiado por agentes de la CIA») bien lejos del país (lo enviaron a Bangui, capital de la República Centroafricana) por haberse atrevido a solicitar la cancelación de la deuda colonial por más de 22 mil millones de dólares que tiene el Estado francés con el pueblo de Haití. Ahora Haití es un país profundamente desgarrado con fracturas sociales, colapsos económicos y violencia política, producto de más de veinte años de irresponsabilidad de las elites haitianas, por una parte, y por la otra de la comunidad internacional.

Aristide fue otra víctima del terrorismo mediático. La prensa consensual occidental se limitaba a publicar los comunicados oficiales del Departamento de Estado y del Quai d’Orsay -Ministerio francés de Relaciones Exteriores- y alababa la acción de la oposición «democrática» haitiana. Aristide era presentado como un déspota brutal, se impugnaba su elección y algunos llegaban a acusarlo de traficante internacional de drogas. El curso de los acontecimientos haría pedazos esta interpretación de los hechos. Un año después del golpe de Estado,el center for the Study of Human Rights de la Universidad de Miami publicó un informe abrumador sobre las violaciones de los Derechos Humanos después del derrocamiento de Aristide y las imágenes de los manifestantes asesinados por parte de las fuerzas títeres del gobierno de Gerard Latortue por reclamar el regreso de Aristide ponían fin a la historia de la revolución democrática.

Desde su independencia el pueblo haitiano viene siendo castigado por su osadía de retar los poderes imperiales de todas las épocas. Hoy continúa su lucha contra el hambre, contra la escala de Richter, no lo dejemos solo, aislado de sus hermanos pueblos americanos y africanos. Hoy apelamos a la solidaridad que podamos brindarle a este pueblo que hoy es víctima de un terremoto, pero que siempre ha sido víctima del más cruel imperio francés, español, alemán, portugués y estadounidense. Venezuela colabora con comida, pañales, ropa y medicina. Cuba con electricidad. República Dominicana con transporte. México, Reino Unido, Argentina, Uruguay y Nicaragua con equipos especializados en catástrofes naturales. Estados Unidos colabora con 100 millones de dólares, no en ayuda humanitaria, sino para solventar los gastos de movilización militar anunciados: 10 mil soldados (los cascos azules), el portaaviones Carl Wilson, cargado de 19 helicópteros, el destructor Higgins, los buques de asalto anfibio Bataan, Fort McHenry y Carter Hall, el crucero Normandy y la fragata Underwood ambos equipados con misiles dirigidos. Cada país ayuda con lo que tiene y con lo que le dicta su corazón. No permitamos, como decía el tocayo Alí Primera, «que el futuro nos pregunte ¿Qué hicieron ustedes por Haití? y respondamos bajando la cabeza: los hombres que cayeron son el número exacto de las veces que en un siglo mueve las alas el colibrí».

Puede que la verdad sea la primera víctima de la guerra. Pero lo que es innegable es que la infancia la sufre como quien más. No sólo las guerras de los hombres, también las del hambre y la pobreza. UNICEF otorga todos los años un premio capaz de agitar los corazones más pétreos. Alice Smeets es la joven fotógrafa belga que ha conseguido el primer premio en 2009 con esta imagen «Niña haitiana» tomada en Haití. No sólo está bellamente construida (buen color, composición, una figura humana en primer término…) sino que el contenido es de lo más impactante: una hilera de ranchos se alinea sobre un inmenso charco en el que olisquean dos cerdos. Para que la foto acabe de ser perfecta, la jovencita hace un gesto que puede ser visto como una luz de esperanza y optimismo. Un gesto que sólo un rostro limpio e infantil puede ofrecer.

Alí Ramón Rojas Olaya. Instituto Pedagógico de Caracas.

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