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México: El affaire Aznar

Fuentes: La Jornada

El estruendo producido por la participación del ex jefe de gobierno español, José María Aznar, en un acto político en la sede del Partido Acción Nacional, donde se analizaba la disputa por la Presidencia de la República y el Congreso en México provocó reacciones encontradas en torno a si violó o no el artículo 33. […]

El estruendo producido por la participación del ex jefe de gobierno español, José María Aznar, en un acto político en la sede del Partido Acción Nacional, donde se analizaba la disputa por la Presidencia de la República y el Congreso en México provocó reacciones encontradas en torno a si violó o no el artículo 33. Más allá de la obsolescencia del 33 constitucional, utilizado con doble rasero por las autoridades para expulsar a «extranjeros indeseables», el problema quedó zanjado con el exhorto girado por la Secretaría de Gobernación para que Aznar no vuelva a «inmiscuirse» en los asuntos políticos del país, . Pero persiste el asunto de fondo: el ideológico.

Se ha dicho que Aznar vino a México a provocar, que cobró 150 mil dólares por hacer propaganda a favor del PAN. Es lógico. Existe una sociedad de intereses entre Acción Nacional y el Partido Popular español. El conservadurismo es el nexo entre Aznar y la cúpula panista. Esa comunión de intereses se consolidó durante el gobierno de Vicente Fox, cuando, con el apoyo del primer ministro italiano Silvio Berlusconi, el protofascista magnate peninsular de los medios masivos, y bajo la mirada cómplice de su «socio» y anfitrión (Fox), Aznar logró alzarse, aquí, en noviembre de 2001, con la presidencia de la Internacional Democristiana, agrupamiento de partidos que a nivel propagandístico se asume como expresión de un humanismo de centro reformista, que con eje en la doctrina social de la Iglesia católica mantiene intacta la propiedad privada, absolutizada como valor y, por lo tanto, freno para cualquier tipo de reformas de fondo con sentido social.

La reunión de México fue un intento fallido por desmarcar de su herencia totalitaria a los dos conspicuos representantes de la nueva derecha europea y a sus patrocinadores socialcristianos alemanes que practican un antirreformismo extremo de características fascistoides. Surgidos con el apoyo del Vaticano, los partidos de la DC europea, hijos de la Rerum Novarum (la encíclica de León XIII, de 1891), abrevaron en los partidos confesionales corporativistas de los años veites y treintas del siglo pasado, y expresaron apoyo ideológico católico a los movimientos fascistas de la época. Pío XI, enemigo acérrimo del liberalismo y del socialismo, colaboró con Hitler y apoyó la sublevación de Franco en contra de la República Española. También simpatizó con el Duce Mussolini y su ideología fascista: desdén por la democracia, anticomunismo zoológico, chovinismo, prédica de la colaboración entre las clases, defensa del gran capital. En su encíclica Quadragesimo anno (1931) recomendó establecer un sistema corporativo de colaboración de clase de los trabajadores con los capitalistas y los terratenientes.

En México, al influjo de dos encíclicas de Pío XII –Divini Redemptoris (condenatoria del «comunismo», asimilado a Lázaro Cárdenas) y la Firmissimam Constantiam (destinada a incitar el espíritu de resistencia de los católicos contra «las leyes impías» de la Constitución de 1917)- surgirían la Unión Nacional Sinarquista (1937) y Acción Nacional (1939). El PAN adoptó la consigna del «orden social cristiano» y el lema del «bien común», identificado con el llamado derecho natural de la propiedad. Los sinarquistas asumieron un carácter antiliberal, hispanista y contrarrevolucionario, y el estilo nazi en su organización místico-militar. Salvador Abascal, quien se soñaba el führer mexicano, llegó a decir que Hitler era «el brazo armado de Dios».

En la posguerra, la democracia cristiana emergió en Europa con el apoyo de la Iglesia católica y las autoridades aliadas de ocupación. La reconstrucción se encerró en la fórmula Plan Marshall (economía) más democracia cristiana (política), como fuerza idónea para la contención del comunismo. En América Latina, la DC fue representada por el chileno Eduardo Frei (el de la «revolución en libertad» auspiciada por John F. Kennedy ante la emergencia del socialismo en Cuba) y el venezolano Rafael Caldera, hombre fuerte del Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) e impulsor de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA). Patrocinados por Herny Kissinger y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Frei y la DC participaron en la estrategia desestabilizadora del gobierno constitucional de Salvador Allende que culminó en 1973 con el golpe de Estado de Augusto Pinochet. En 1979, en El Salvador, otro partido democristiano participó en la junta de gobierno llevada al poder por un golpe de Estado de factura estadunidense. La DC fue una de las fuentes de legitimación ideológica de la doctrina de seguridad nacional que aplicó el terrorismo de Estado y el Plan Cóndor en América del Sur.

Medio siglo después, Aznar -discípulo y heredero del falangismo y el franquismo- intenta ponerse la careta de «centro» para disimular su extremismo derechoso. La misma máscara que intentó ponerse Fox y que buscan colocarse ahora el PAN y Calderón. El gabinete foxista cuenta con un católico confesional: Carlos Abascal, hijo de aquel jefe sinarquista que quería ser un fhürer mexicano. Con él reapareció la ideología de la Rerum Novarum que propugna la colaboración de clases, donde los pobres y proletarios deben obedecer, y que pide a los patrones y oligarcas ser magnánimos. El mismo espíritu que anima al Pacto de Chapultepec/Televisa de Slim, Zambrano y Azcárraga Jean, destinado a romper con los principios cristianos de subsidiaridad y solidaridad, que impulsa un proyecto de restauración del inmovilismo social, con eje en el fatalismo y la autocompasión. Un esquema de «salvación» que, con la bendición del Opus Dei y los Legionarios de Cristo, combina iniciativa privada, mano dura y un horizonte de sistemas concentracionarios tipo Guantánamo y Abu Ghraib, subordinado a los designios imperiales de la administración de Bush. Ese es el plan de la derecha que vino a propagandear Aznar contra la «marea populista» que recorre América Latina. El que ofrece a Calderón como solución.