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Montañeses del Cáucaso

Fuentes: Royo y Negro

Sabido es que en la mañana del día 22 se han registrado violentos incidentes en dos repúblicas colindantes con Chechenia: aunque los más severos se han verificado en Ingushetia, al oeste de aquélla, tampoco han faltado los enfrentamientos en Daguestán, al este. Aunque cualquier atribución oficial rusa de responsabilidades invita a la cautela, sobran los […]

Sabido es que en la mañana del día 22 se han registrado violentos incidentes en dos repúblicas colindantes con Chechenia: aunque los más severos se han verificado en Ingushetia, al oeste de aquélla, tampoco han faltado los enfrentamientos en Daguestán, al este. Aunque cualquier atribución oficial rusa de responsabilidades invita a la cautela, sobran los motivos para concluir que unos u otros segmentos de la resistencia chechena se hallan por detrás de los hechos.

Si asumimos la asignación de responsabilidades difundida por el Kremlin estaremos en la obligación de preguntarnos, claro, cuál es el sentido de fondo de las circunstancias que ahora nos ocupan. Al respecto es lícito manejar dos hipótesis de sentido visiblemente diferente. La primera sugiere que, en situación muy precaria dentro de la propia Chechenia, la resistencia habría acometido una huida hacia adelante, procurando asestar golpes en dos repúblicas –las mentadas Ingushetia y Daguestán– en las que, con certeza, el grado de alerta de las unidades militares y policiales es sensiblemente menor que en la propia Chechenia. La segunda entendería, en cambio, que la guerrilla habría experimentado una sensible mejora en sus capacidades, de tal manera que, en condiciones de abrir nuevos frentes, habría puesto manos a la tarea en las dos repúblicas limítrofes; algunas polémicas declaraciones del máximo dirigente de la resistencia chchena, Masjádov, habrían servido de anuncio para tal horizonte.

Los hechos como fueren –el tiempo dará razón de una u otra hipótesis–, lo ocurrido sugiere que ha hecho fulgurante, y acaso fugaz, reaparición un proyecto que algunos intuyeron definitivamente enterrado en el verano de 1999. No está de más recordar que entonces la guerrilla de Shamil Basáyev se desplegó en Daguestán, en donde fue objeto de pronta, y razonablemente eficaz, réplica por parte del ejército ruso. El proyecto en cuestión tiene su eco lejano en la república de los montañeses del norte del Cáucaso, que mal que bien existió en el decenio de 1920, y se asienta en la percepción de que en Chechenia, en Daguestán, en Ingushetia, en Osetia del Norte, en Kabardino-Balkaria y en Karachevo-Cherkesia hay un poso de confrontación con el gigante del norte, Rusia, que dibuja un horizonte de imaginable resistencia común.

Aunque parece fuera de duda que tal poso existe, lo suyo es adelantar que se antoja harto improbable que una parte significada de la población de esos países –olvidemos ahora, naturalmente, el caso de Chechenia– acoja las acciones guerrilleras como una liberación, tanto más cuanto que ha podido comprobarse cómo se las ha gastado el Kremlin en su sumario tratamiento del contencioso checheno. Las simpatías, en otras palabras, parecen llamadas a exhibir una condición semiclandestina que difícilmente dará pie a actitudes de efectiva solidaridad.

Aun con ello, de lo anterior sería precipitado deducir que a Rusia le van a faltar los problemas en el Cáucaso septentrional. Y ello es así, ante todo, por una razón fácil de palpar: la experiencia de los últimos años sugiere que Moscú no concibe otro horizonte de encaramiento de estas cuestiones que el que pasa por el uso franco y extenso de la fuerza. Una réplica desmesurada en Ingushetia y en Daguestán, como la que algunos analistas barruntan, podría generar rápidamente reacciones airadas y problemas crecientes para las autoridades locales.

No hay, en paralelo, ningún motivo para colegir que el Kremlin se apresta a revisar la que, al cabo, ha sido su estrategia en los últimos años en Chechenia: demonizar inopinadamente al conjunto de la resistencia, homologar sin más a radicales y moderados, desactivar cualquier horizonte de negociación política y fiarlo todo al uso indiscriminado de la fuerza. Lo que sabíamos antes del día 22, y lo que empezamos a vislumbrar después, nos obliga a concluir que Rusia –como Estados Unidos en Afganistán y en Iraq– no está resolviendo en provecho propio un conflicto tan enquistado como, paradójicamente, abierto.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid