La visita de la secretaria de estado norteamericano, Hillary Clinton, a este país asiático al que algunos todavía denominan Birmania, ha incrementado los comentarios ante la posibilidad de que nos encontremos ante un nuevo escenario en aquel estado. El siglo XXI ha estado marcado en sus inicios en Myanmar por una serie de acontecimientos que […]
La visita de la secretaria de estado norteamericano, Hillary Clinton, a este país asiático al que algunos todavía denominan Birmania, ha incrementado los comentarios ante la posibilidad de que nos encontremos ante un nuevo escenario en aquel estado. El siglo XXI ha estado marcado en sus inicios en Myanmar por una serie de acontecimientos que han podido influir en el posterior rumbo que han encarado los dirigentes birmanos y que puede entreabrir esas puertas que algunos actores locales e internacionales vienen demandando desde hace años.
Las manifestaciones y protestas que sacudieron el país en 2007, movilizaciones que algunos quisieron enmarcar en el esquema de las llamadas «revoluciones coloristas», de ahí que bautizaran esa experiencia como «la revolución del azafrán»; los desastres naturales que siguieron, de la mano de ciclones y posteriores inundaciones; la hoja de ruta «disciplinada» diseñada y puesta en marcha por lo dirigentes militares; o las elecciones de 2010, denunciadas y rechazadas en Occidente y por algunas fuerzas opositoras, son movimientos que se han sucedido y han coincido con las sanciones que parte de la mal llamada comunidad internacional han venido manteniendo «oficialmente» (los datos filtrados por algunas ONGs demuestran que a pesar de dichas sanciones son numerosas las empresas occidentales que se han saltado esas directrices).
La historia reciente de Myanmar ha estado protagonizada por dos importantes conflictos, entre el gobierno central y las fuerzas opositoras que demandan una democratización del país por un lado, y el que se ha producido entre los diferentes gobiernos centrales y las minorías étnicas del país por otro lado. Ha sido el primero de esos conflictos el que ha acaparado la mayor atención por parte de EEUU y sus aliados occidentales, dejando en un evidente segundo plano la cuestión nacional reivindicada por los diferentes grupos que viven a día de hoy dentro de las fronteras de Myanmar.
El papel que viene desempeñando el nuevo presidente birmano, Thein Sein, ha sido otra de las claves en este giro iniciado. Para algunos observadores extranjeros la figura del actual presidente, salvando las distancias y las coyunturas, se podría asemejar al papel que en su día jugó Mijaíl Gorbachov en el desmantelamiento del espacio soviético. Algunos análisis recientes señalan la apuesta del citado dirigente birmano de cara a emprender el camino hacia la construcción «de una nación democrática moderna y desarrollada».
En palabras del propio Thein Sein se trataría de poner en marcha una nueva agenda política para encarar las reformas necesarias, impulsar y reforzar la economía, reformar las políticas nacionales y mejorar la situación de los derechos humanos. Para poner en marcha este proyecto se ha tenido que dilucidar previamente el pulso interno que se ha vivido en los últimos meses dentro de las fuerzas que sustentan el actual régimen. La pugna entre los sectores ligados a la defensa de «la seguridad» y los llamados «tecnócratas» donde se ubicaría el presidente Thein Sein, parece que de momento se ha decantado a favor de estos últimos.
A día de hoy siguen sin despejarse muchas sudas sobre este nuevo ciclo que parece haberse iniciado en Myanmar, todavía habrá que seguir de cerca los movimientos de determinados sectores ligados al status quo actual y que no ven con muy buenos ojos las medidas que está adoptando el presidente, sobre todo en materia de reconciliación política y el nuevo enfoque que se pretende dar a los conflictos étnicos. Sin olvidar tampoco las dificultades que deberá afrontar a la hora de implementar sus propuestas de reformas económicas o políticas.
El conflictivo escenario étnico ha estado presente en la historia del país desde su independencia en 1948, a pesar de que no haya tenido la atención mediática que ha tenido el conflicto anteriormente comentado. Desde la formación del moderno estado birmano se han sucedido los enfrentamientos entre buena parte de los más de cien grupos y subgrupos étnicos que viven allí.
Las diferencias interpretaciones de los acuerdos de fundación de Birmania, el impedimento a ejercer el derecho de autodeterminación, la hipócrita utilización de los conceptos «mayoría-minoría», la política de birmanización y asimilación forzada, la utilización del cultivo y tráfico de drogas o las violaciones de derechos humanos han sido algunos de los ejes que han caracterizado todo ese abanico de conflictos étnicos.
Las consecuencias han sido dramáticas para la mayoría de las poblaciones de esos grupos étnicos. Millares de muertos, decenas de miles de refugiados y otros tantos desplazados internos, altas tasas de analfabetismo y mortalidad infantil, carencias de servicios básicos en educación, sanidad o higiene, problemas de drogadicción y aumento alarmante del VIH-Sida.
Y junto a ese oscuro panorama, los militares birmanos han promovido acuerdos destinados a lograr algunos altos el fuego con determinados grupos armados, han reconvertido esos grupos en organizaciones paramilitares para reprimir a sus propio pueblo, todo ello siguiendo el conocido guión del «divide y vencerás»
El presidente Thein Sein ha reconocido la necesidad de poner fin a eso más de sesenta años de enfrentamiento armado y se ha comprometido a abordar la situación de una manera diferente a lo que se ha hecho hasta ahora. Remarcando la necesidad de una reconciliación, pero sin dejar de mantener la «unidad» de Myanmar, se ha mostrado abierto a mantener conversaciones con los grupos armados, rechazando las condiciones previas que sus predecesores ponían encima de la mesa (desarme, integración en las milicias fronterizas…).
El llamamiento a una conferencia nacional ha recibido de momento el visto bueno de la mayor parte de grupos étnicos, aunque algunos todavía mantienen su escepticismo. Posibilitar el desarrollo de las aspiraciones de esos grupos pasa por garantizas sus derechos culturales y políticos, así como permitir poner en marcha mecanismo económicos y sobre todo la capacidad de decidir libremente su futuro, algo que se recogía en el documento fundacional del país.
Otro aspecto reseñable en esta nueva coyuntura es el de las relaciones internacionales. Si hasta la fecha Myanmar ha contado con el apoyo de China, los recientes movimientos de EEUU, con la visita de Clinton, ha podido crear cierto resquemor entre los dirigentes chinos, temerosos tal vez a perder esa situación privilegiada. Es difícil anticipar en este campo el rumbo que tomara el gobierno birmano, pero no creo que sacrifique esa alianza estratégica con Beijing, a lo suma intentará «ampliar» su agenda de relaciones, y sobre todo acabar con ese aislamiento internacional al que le ha venido sometiendo parte de la comunidad internacional, con Washington a la cabeza.
Con los estados vecinos tiene sus altibajos. Las buenas relaciones con Tailandia se ven manchadas en ocasiones por problemas de tráfico de drogas o disputas fronterizas, con India han mantenido acusaciones mutuas de apoyo a las diferentes insurgencias armadas que buscan refugio en otros estados, o con Bangladesh, sobre la propiedad de las explotaciones de gas. Sin embargo, el reconocimiento de la ASEAN, otorgándole la presidencia rotatoria de la misma en 2014, se impone como un claro impulso para los dirigentes birmanos en su política regional e internacional.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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