Una de las mayores experiencias de participación, organización y capacidad de decisión del movimiento social en la historia de América Latina, ha sido la Revolución Popular Sandinista. No se puede explicar ni su triunfo ni sus logros ni su imbatible resistencia frente a la descomunal agresión militar de Estados Unidos, sin aquellos contingentes de pobladores, […]
Una de las mayores experiencias de participación, organización y capacidad de decisión del movimiento social en la historia de América Latina, ha sido la Revolución Popular Sandinista. No se puede explicar ni su triunfo ni sus logros ni su imbatible resistencia frente a la descomunal agresión militar de Estados Unidos, sin aquellos contingentes de pobladores, obreros, campesinos, mujeres y jóvenes disciplinadamente organizados para defender lo suyo y a los suyos. Pero 26 años después, ¿qué queda de aquellas organizaciones populares y su capacidad de movilización? ¿qué nos ha pasado? ¿hemos perdido la conciencia? ¿nos cansamos de luchar? ¿tanto nos han decepcionado la democracia y sus portavoces políticos? ¿tan poco nos importa el futuro? ¿quiénes son los responsables?
La queja común -y amarga- de la misma gente, es que ya nadie quiere luchar contra un sistema económico social que cotidianamente les agrede, les confisca sus ingresos, les arrebata el patrimonio nacional, los expulsa del mercado de trabajo y les liquida los sistemas educativo y de salud. Los gobiernos sucedidos en los últimos 16 años se han sometido dócilmente a las recetas neoliberales de los organismos financieros internacionales, con un resultado pavoroso: el 72% de la población vive con ingresos diarios de 2 dólares o menos, hay un déficit superior al medio millón de viviendas, el desempleo supera el 40%, un millón de jóvenes y niños no ha podido ingresar al sistema escolar y alrededor de un millón 300 mil nicaragüenses han sido forzados a abandonar el país para intentar encontrar recursos mínimos para vivir en Costa Rica y en Estados Unidos, principalmente.
El gobierno de Violeta de Chamorro liquidó casi todas las empresas industriales y agropecuarias del Estado, y hasta vendió como chatarra los ferrocarriles y las líneas férreas (le pagaron a la gente por arrancar los rieles de los trenes). La administración de Arnoldo Alemán vendió a precios ridículos las empresas estatales de energía eléctrica y telefonía, y saqueó las finanzas públicas. El régimen de Enrique Bolaños tiene como primera prioridad presupuestaria, pagar a los banqueros locales intereses usureros por los bonos del tesoro adquiridos en el 2000 y que sirvieron para enriquecer a los gobernantes liberales y asumir la estafa descomunal protagonizada por los dueños de cinco bancos quebrados. Empresarios norteamericanos, canadienses, europeos y taiwaneses saquean cotidianamente las riquezas nacionales (madera, minerales, pesca, agua) pagando salarios miserables a los trabajadores. Los ricos no pagan impuestos. Los ministros, magistrados, diputados y altos funcionarios de todos los poderes del Estado devengan salarios equivalentes a los de países desarrollados. Todo eso ha ocurrido y sigue ocurriendo. Y sin embargo, todos esos gobiernos han gozado de una relativa estabilidad social.
Las razones de tanta pasividad colectiva son complejas, interrelacionadas y peculiares. Pero en medio de ese panorama, ha empezado a forjarse un nuevo movimiento popular, en los últimos cuatro o seis años emerge un nuevo liderazgo íntimamente vinculado a los intereses de los sectores a los cuales representa y se empieza a dibujar la posibilidad de una concertación de organizaciones sociales y gremiales.
Herencia Paradójica
La obra de la Revolución ha dejado una herencia paradójica. Por una parte, la conciencia política de la mayoría de los nicaragüenses adultos es en promedio más elevada que en el resto de Centro América. Esa conciencia brotó especialmente de los jóvenes de entonces, en la lucha contra la Dictadura Somocista y maduró en la participación masiva de la gente, en cada una de las grandes transformaciones de la sociedad nicaragüense (desde la campaña de alfabetización, hasta la reforma agraria, las jornadas populares de salud y la redacción de una nueva Constitución, para citar unos cuantos ejemplos). Pero a su vez, hay una brecha generacional: las nuevas generaciones, empezando por aquellos que nacieron en 1980 y sobre todo, los que han sido educados en el sistema educativo impuesto por el neoliberalismo, son profundamente apáticos, descreídos, individualistas y hasta un tanto desarraigados. En el otro extremo, la que ronda la tercera edad es predominantemente conservadora y guarda mucho resentimiento contra los sandinistas, sobre todo por las graves limitaciones económicas de los años 80. En el campo, ese resentimiento se extiende por los muertos durante la guerra impuesta por Estados Unidos.
Durante aquellos años de fervor revolucionario (venido a menos al compás de la intensificación de la guerra y de los despropósitos de los dirigentes sandinistas) se crearon abundantes organizaciones de masas (como se les llamaba): Central Sandinista de Trabajadores (CST), Asociación de Trabajadores del Campo (ATC), Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG), Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), Movimiento Comunal (MCN), Juventud Sandinista 19 de julio (JS), Asociación Nacional de Educadores de Nicaragua (ANDEN), Unión Nacional de Empleados (UNE), Asociación de Niños Sandinistas o Movimiento Infantil Luis Alfonso Velásquez Flores (MILAFV), Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura (ASTC), y un largo etcétera que se sumaron a algunas que ya existían, como los sindicatos de obreros de la construcción (SCAAS), de trabajadores de la salud (FETSALUD), de estudiantes universitarios (UNEN), entre otras. Entre todas, según las cifras oficiales de la época, aglutinaban a un millón de afiliados.
Hoy, algunas conservan su influencia principalmente en Managua (UNE), y con muy poca fuerza; la CST se dividió en dos debido a problemas de liderazgo y los afiliados de ambos pedazos decrecieron dramáticamente al compás del cierre de las empresas estatales, la ATC es un híbrido entre central sindical y asociación de propietarios de empresas rurales, y su expresión mejor organizada es la de las mujeres obreras agrícolas; la UNAG, limita su representación a los medianos y grandes productores campesinos, casi fusionados con la Unión Nacional de Productores Agropecuarios (UPANIC), una organización similar afiliada al COSEP, y hasta fracasó cuando aportó capital para fundar un banco. MC, MILAF, AMNLAE y la heredera de la disuelta ASTC, la Asociación de Promotores de la Cultura (APC) actúan como Organismos No Gubernamentales, la JS apenas mantiene sus estructuras dirigentes, atrapada por la camisa de fuerza su propia definición como una organización parapartidaria y sin capacidad para llegar a los miles de jóvenes cuyos intereses y necesidades rondan más hacia la satisfacción de sus necesidades de empleo, recreación y educación, que en la participación política dentro de los partidos. Las más activas, beligerantes y representativas, son ANDEN, FETSALUD, SCAAS y la UNEN.
Bajo la influencia de esas organizaciones o derivadas de las mismas, surgieron otras como las cooperativas de buses de transporte colectivo y taxis de Managua y otras ciudades del país, la Federación Nacional de Cooperativas (FENACOOP) y la Unión Nacional de Productores Asociados (UNAPA) que aglutina principalmente a campesinos pobres. Durante los años 90 también surgieron algunas agrupaciones de militares retirados, desechas por los pleitos entre quienes querían dirigirlas como el caso de AMIR.
Todas esas agrupaciones fueron el baluarte principal para defender las conquistas revolucionarias durante todo el período de gobierno de Violeta de Chamorro, y protagonizaron al menos dos huelgas generales y varias huelgas parciales de gran impacto nacional. En palabras de Miguel Ruiz, ex dirigente de la CST, «sacamos la cara por el Frente Sandinista», que no lograba superar su fase de partido gobierno para transformarse en partido de oposición, y en cuyo seno había una enconada batalla ideológica entre «renovadores» y «ortodoxos» sobre cuál debía ser su identidad y cuáles sus métodos de lucha. Hasta 1997 -cuando fracasó el intento de huelga general y plantones en abril/mayo- constituían la principal arma política del sandinismo para defender los intereses populares y mantener sus espacios de poder. Un año después fueron prácticamente desmovilizadas como resultado del pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán.
Modelo intacto
Pero más allá de su representación cuantitativa actual, lo que más resalta de todas ellas es que la mayoría conserva básicamente intacto el modelo bajo el cual fueron creadas: como organizaciones «intermedias» del FSLN y, por lo tanto, sus dirigentes responden a los intereses políticos de la dirección partidaria.
Al amparo del poder de Alemán en la Alcaldía de Managua, surgieron las Juntas Comunitarias de Obras y Progreso (JCOP) las cuales llegaron a gozar de una apreciable influencia en los barrios de Managua, pero que prácticamente se han disuelto desde hace cuatro años. En cambio, sobreviven las juntas directivas de las centrales sindicales que se habían convertido en extensiones de partidos políticos de derecha, como la Central de Trabajadores de Nicaragua (CTN), la Central de Acción y Unidad Sindical (CAUS), la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Central de Unificación Sindical (CUS). En general, su comportamiento es de sindicatos patronalistas, y siguen sirviendo de mampara política para la derecha, especialmente los liberales.
El fenómeno organizativo más importante de estos 16 años de restauración capitalista, ha sido la proliferación de los Organismos No Gubernamentales. La gran mayoría de ellos fueron fundados por militantes sandinistas ex funcionarios del gobierno revolucionario, y les sirvieron de tabla de salvación después que se quedaron sin empleo y/o sin ingresos para sobrevivir. Casi todos rompieron sus vínculos partidarios con el FSLN durante la crisis de 1994, y si bien al principio se enfilaron con el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS) hoy en general mantienen un comportamiento autónomo y algunos hasta se han convertido en instrumentos concientes del gobierno o de los organismos multilaterales.
Como ocurre en otras sociedades (incluyendo algunos países desarrollados) en Nicaragua los ONG han desempeñado una función no siempre positiva. Si bien ayudan a paliar las deficiencias del Estado en materia social (salud, educación, vivienda), al mismo tiempo han servido objetivamente como muros de contención del descontento popular contra el gobierno de turno y contra el sistema, pues la gente en lugar de luchar por sus derechos, espera la limosna que le llega desde allende las fronteras. Muchas de esas organizaciones, contratan funcionarios con atractivos salarios en dólares y otros beneficios para supuestamente promover la participación ciudadana o estimular la organización popular. De esa forma, sustituyen la militancia con una actividad profesional o simplemente con la labor de un empleado que obedece las órdenes de sus jefes.
Desde el Movimiento de Mujeres han reflexionado sobre esta realidad desde hace muchos años. Una de las primeras ha sido la comunicadora Sofía Montenegro (Revista Envío Número 242, Mayo 2002). Ella decía entonces y lo repite ahora, que uno de los más graves peligros que enfrenta el movimiento social es lo que denomina como «la onegización», es decir, la sustitución del trabajo militante por las tareas profesionales encomendadas por una ONG.
El papel controversial de las ONG
Y cuando de organizar se trata, habitualmente los ONG suelen asumir la representación de sus beneficiarios (población meta, le llaman) sin muchas veces siquiera consultarles las decisiones que toman en su nombre o la posición política que asumen sobre determinado asunto. Su relativo éxito en la organización social también está fundado en la orfandad política de la gente, en el desgaste de los dirigentes gremiales o partidarios, y en el fracaso de las antiguas organizaciones populares. De alguna manera, los ONG se han convertido en intermediarios sociales e interlocutores políticos de las comunidades frente al poder (público, económico y hasta religioso). En algunos casos, ese papel ha sido vital para lograr avances importantes para la gente. Pero en general, el costo a mediano y largo plazo ha sido y será muy elevado, pues ha pervertido los cauces naturales de la gente para defender sus derechos y luchar por sus reivindicaciones. Por ejemplo, si en determinada comunidad el problema de la gente es el agua potable y deciden organizarse, su primera acción es buscar a un ONG que les ayude a conseguir el financiamiento necesario, y no exigir al gobierno local o nacional que les satisfaga un derecho humano inalienable. Dicho de otra forma: han contribuido a cimentar entre la gente, un cultura de pedigüeños y no una cultura de luchadores.
Un excelente análisis sobre este tema bajo el título «El naufragio: las ONG al rescate» ha sido realizado por Gabriel Pons (Revista Envío 226-227 y 234, Enero y Septiembre 2001), en el cual entre otras cosas afirma: «Curar el cáncer requiere de un tratamiento mucho más caro del que no podemos disponer las ONGD. Lo que no podemos es pensar, decir, hasta proclamar, que la solución está en curarlo con aspirina. Los países ricos, dueños de tratamientos caros contra el cáncer, proponen también la aspirina. Entre otras cosas, porque las ONGD que tratan a los pobres enfermos creen realmente que con eso basta y pregonan a los cuatro vientos que su trabajo es el mejor y además es ecológico, autosostenible y autogestionario. Los poderosos están encantados con el discurso de las ONGD. Les resulta baratísimo. Así se ahorran el dinero de una verdadera cura: subsidios a los precios, seguros agrarios, mercados regulados mediante cuotas, fomento del empleo urbano desde el gasto público y otros lujos de los que dispone el Norte».
También afirma que «a la mayoría de las ONGD no se las puede considerar culpables dolosas de estas situaciones. Tal vez sólo se les puede señalar una imprudencia que ha tenido como resultados la desorganización y la pérdida del espíritu reivindicativo del pobrerío, además de la legitimación de la fuga del Estado y de sus irresponsabilidades. Es frecuente el caso de ONGD de buena voluntad que van «a ayudar a los pobres», mientras el Estado aprovecha la ocasión para salir de escena por la puerta trasera cuando nadie lo mira. A veces el Estado ni siquiera llegó a estar en el escenario. Y como los funcionarios de las ONGD del Norte son «muy buena gente», y además están en casa ajena, no se plantean otra cosa que seguir ayudando sin preguntarse demasiado dónde está el anfitrión de la casa en la que brindan su ayuda. La responsabilidad más clara que se les puede señalar a las ONGD es no haberse dado cuenta del respaldo ideológico que con esta actitud le han dado al neoliberalismo, un respaldo involuntario quizá, pero muy real»
(…) «Las ONGD tienen una gran responsabilidad en la mentalidad que tiene la mayoría de la opinión pública del Norte y del Sur, mentalidad y percepciones que han ayudado a configurar en sus departamentos de comunicación. Esta mentalidad tiene dos ideas centrales: el pobre puede levantarse por sí mismo, el pobre es el protagonista para salir de su pobreza. La consecuencia de esta mentalidad ha sido que el Estado ha dejado de reconocer que los déficits que los pobres enfrentan son reales, y en base a esta negligencia mental ha desmontado los sistemas de protección que cubrían a los pobres: los subsidios a los alimentos, la regulación de los mercados de granos básicos, los aranceles de protección a la agricultura o a la industria locales, etc. Las ONGD respaldan al neoliberalismo al presentarse a sí mismas como más eficientes que el Estado. Han resultado víctimas de su propio éxito mediático. Gracias a su aura de prestigio y por fomentar tanta autocomplacencia, urgidas de presentar éxitos para conseguir fondos, las ONGD han conseguido difundir tanto la idea de que son más eficientes que el Estado que le han facilitado a éste decir tranquilamente: pues si lo hacen tan bien, que trabajen ellas. Independientemente de la buena o mala voluntad, es un hecho que las ONGD están sustituyendo a quien debería ser responsable de arreglar los problemas». Si bien Pons se refiere al vínculo de las ONG del Norte con los pobres del sur, su lógica es certera también cuando se trata de analizar el trabajo de muchas ONG locales.
Pese a todo, es innegable que sin el trabajo «profesional» de esas ONG, temas como el TLC con Estados Unidos o el ALCA o el Plan Puebla Panamá, difícilmente se hubiesen conocido en su verdadera dimensión en determinados sectores de la sociedad. O asuntos tan importantes como el aborto terapéutico, los derechos sexuales reproductivos y hasta la misma difusión de los Derechos Humanos como tales, jamás hubiesen sido temas de discusión en ningún sector de la sociedad sin el aporte de los ONG.
Otros ejemplos
Existe otro fenómeno a medio camino entre ONG y organización social: la Red Nacional de Defensa del Consumidor. Con mucho, es la de mayor proyección pública y la de mayor reconocimiento ciudadano por su encomiable y tenaz trabajo para defender los intereses de la gente, en particular en los casos de energía eléctrica, agua potable y transporte. Pero su trabajo no está asentado en una vasta organización de base, sino fundamentalmente alrededor del liderazgo beligerante y eficaz de dos mujeres sandinistas sin vínculos orgánicos con el FSLN: la economista Ruth Herrera y la abogada Jeannette Chávez. Aunque la Red funciona básicamente como un ONG y recibe modestos fondos de agencias internacionales europeas, ambas dirigentes dedican gran parte de su tiempo sin mediar salario ni otros beneficios, sino que por el contrario, hasta aportan dinero y recursos propios, para financiar sus conferencias, movilizaciones y otras actividades.
Entre las organizaciones sociales vinculadas al FSLN, las más importantes hoy en día son los sindicatos de la salud (FETSALUD), de los maestros (ANDEN) y de los trabajadores de la construcción, y los estudiantes universitarios (UNEN). Ellas son el eje articulador del Frente Nacional de los Trabajadores (FNT) cuya época de esplendor fue en la segunda mitad de los años 90. Sobre todo en las organizaciones sindicales, ha ocurrido un fenómeno derivado de la propia experiencia: sus dirigentes en todos los niveles ya no aceptan la imposición partidaria y han conquistado una apreciable autonomía en sus acciones reivindicativas. Los casos más importantes son los de ANDEN y FETSALUD, quienes se lanzaron cada quien por su lado a sus respectivas luchas gremiales, incluyendo huelga general, en contra de la opinión de un importante sector de la dirigencia sandinista, vinculada al llamado Bloque de Empresarios. Y cada uno, logró triunfar en sus luchas, desoyendo los cantos de sirena de «gobernabilidad» de diputados como Bayardo Arce o personajes como Manuel Coronel Kautz. Un dirigente de FETSALUD decía en privado hace unos meses que «el pecado no es que nosotros somos militantes sandinistas, sino que algunos de nosotros (los dirigentes de esa federación) anteponen los intereses dominantes del FSLN por encima de los de nuestros agremiados». Ese mismo fenómeno de autonomía también ha ocurrido entre las cooperativas de transporte colectivo y selectivo, devenidas en poderosas empresas. En este caso, la autonomía ha llevado incluso al enfrentamiento con otros sectores del FSLN, sobre todo aquellos vinculados a las organizaciones populares.
Unos y otros y otros reclaman para sí la representación de la gente. Todos se reclaman si no de izquierdas, al menos progresistas. Pero no hay ni coordinación y a veces ni siquiera comunicación entre ellos. Las ONG marchan por su lado y muchas veces compitiendo entre sí; los movimientos sociales autónomos hacen otro tanto y más aún las organizaciones vinculadas al FSLN. Tal descoordinación ha causado que, por ejemplo, no haya sido posible construir un movimiento concertado para respaldar la huelga magisterial de principios de este año o la de los trabajadores de la salud del año pasado o la de los consumidores de todos los meses. Cada quien marcha por su lado y no parece importarle mucho lo que haga el otro, y entre quienes militan en organizaciones autónomas y en los ONG, hay una especie de consigna para vetar a aquellos que están vinculados al FSLN. Y viceversa. Es una conducta que se traslada incluso a nivel personal: se menosprecia y margina a las personas según la organización en la cual trabajan o militan.
Oneginización de las luchas
Sofía Montenegro dice que «la década de los 90 vio aumentar la densidad de los actores sociales -particularmente de las ONG-, su independencia y su autonomía. Si a principio de los 90 casi todos estaban subordinados al FSLN, a partir de entonces se van autonomizando e independizando. Se diversificó también enormemente la gente organizada en todos los estratos y sectores sociales, tanto en el campo como en la ciudad. Situación que contrasta con la restricción de los espacios de participación y con una crisis de representación en los partidos políticos. Las ONG y los medios de comunicación masivos emergieron en estos años como nuevas formas de representación. La representación de las ONG, con sus «bemoles», porque con su trabajo no buscan crear ni organizar sujetos sociales sino captar clientes sociales, y porque han producido una representación fragmentaria y competitiva. Los medios de comunicación, aunque muy polarizados, comenzaron muy pronto a ejercer una representación beligerante, actuando como fiscalizadores y mediadores políticos de la población. A finales de los años 90 la sociedad civil nicaragüense presentaba ya un rasgo básico para interpretar su debilidad: los movimientos y organizaciones sociales estaban desarticulados y cooptados, ya no por el FSLN, sino fundamentalmente por la cooperación internacional, que impone su propia agenda, no siempre coincidente con la agenda nacional».
Violeta Delgado, enlace de la Coordinadora Civil (CC) que agrupa a 300 organismos no gubernamentales, considera que una de las maneras de neutralizar la «oneginización» del movimiento popular, es asegurar el trabajo militante de sus miembros. Por ello, la Coordinadora ha abierto sus estructuras a la afiliación individual y cita entre otros a los economistas Adolfo Acevedo e Iván García Marenco. Evidentemente eso no es suficiente, pero es un paso adelante. Contrario a otros personeros de la CC, Violeta (una de las más importantes líderes estudiantiles de los primeros años 90) cree que la representación de la sociedad civil no puede ser atribuida ni a su propia organización ni a ninguna otra. Y confirma los prejuicios que prevalecen entre todos los dirigentes de los movimientos sociales y de los ONG, en función de a qué tipo de organización representan. En su opinión, una de las dificultades para lograr una movilización masiva de la gente en función de sus intereses, es que muchos activistas de base y líderes naturales de las comunidades, tienen un comportamiento partidario. «Ellos esperan la línea de sus dirigentes, y si no les dicen que tienen que movilizarse contra el TLC, no lo hacen», explica.
Hasta Orlando Núñez, sociólogo e ideólogo de la fracción orteguista del FSLN, cree que la presencia de la CC «en la vida nacional ha sido significativa, pues gracias a su beligerancia se pone por primera vez en agenda la variable cívico-política o participativa en la cultura de la democracia representativa y por ende del gobierno y de los partidos políticos. Hoy en día y de acuerdo a las responsables actuales, existe una cierta apreciación de desconfianza o falta de convocatoria en el quehacer político de la Coordinadora. A mi modo de ver, el futuro de la Coordinadora Civil dependerá de la voluntad de sus miembros en mantener aquellos factores que le dieron su fortaleza inicial, a saber, la lucha contra las medidas neoliberales, la autonomía frente a los partidos políticos, el distanciamiento del gobierno y de la empresa privada, la prioridad a los pequeños productores y a la participación ciudadana».
Núñez también hace su valoración de los ONG: «En la práctica, existen movimientos sociales que al igual que los ONGs viven de la cooperación internacional, más que de la cuota pagada por sus afiliados, se dedican a realizar estudios o consultorías, y limitan su accionar cívico político a establecer contactos y cabildeos con el gobierno o con el resto de las instituciones políticas del país. Por otro lado, existen algunos ONGs que en la práctica se dedican a organizar a diferentes sectores de la sociedad, incursionando políticamente en la concientización, organización y movilización de sus acompañados. Finalmente, habría que decir que por influencia de la comunidad internacional, muchos de estos organismos, sean ONGs o movimientos sociales, funcionan como agencias de microcrédito, sin importar el origen de sus motivaciones, difuminando o desnaturalizando así la especificidad de su accionar». (El Nuevo Diario, 24 de enero de 2005)
A nivel local, hay una enorme cantidad de organizaciones comunales, casi siempre ocupadas de sus problemas sociales inmediatos, muchas veces vinculadas a ONG y en general, actúan como interlocutores ante las alcaldías municipales. Pero en la mayoría de los casos, son grupos que no trascienden sus demandas reivindicativas, es decir, no se involucran en asuntos que no les atañen directamente, menos aún que se posicionen ante problemas de envergadura nacional como el TLC o la crisis energética.
Evidentemente entonces, la causa de la escasa movilización social no es la falta de organización. Algunas causas del reflujo en la lucha social, sin que necesariamente el orden en el cual aparecen denoten una jerarquía, son:
a) La gente se siente ajena a lo que ocurre en el país, sin importar su ámbito o sus consecuencias. Peor, se siente ajena a todo el quehacer de la política nacional. Ha asumido que la política es «sucia» y los políticos también.. O que la política es asunto de profesionales. Mediante esa conducta, en la práctica delega o renuncia a su soberanía y la deposita en grupos políticos. Es decir, no asume en sus manos el control de su quehacer. Y la clase política consolida esa falsa creencia popular, mediante mecanismos ocultar información, ofrecer medias verdades para neutralizar la conciencia social y política del pueblo, y hasta se encargan de frenar cualquier posibilidad de organización propia. En el fondo, saben que un pueblo conciente y organizado, haría peligrar sus propios privilegios. Por eso es que con tanta frecuencia recurren al argumento de que el veredicto de las urnas los ha constituido en partidos mayoritarios y por lo tanto pueden hacer lo que les plazca.
b) La crisis del liderazgo político nacional. ¡Cuán lejos están aquellos años de la lucha antisomocista cuando el pueblo admiraba hasta la veneración a sus muchachos y muchachas, los valientes combatientes sandinistas! El ejemplo personal de ellos y ellas, fue tan importante como la causa por la cual peleaban. De aquello solo quedan escombros. Los dirigentes sandinistas son portavoces de un discurso y viven y se comportan exactamente al contrario. Esa crisis se extiende a todo le liderazgo nacional, que ha sucumbido a las leyes del feroz mercado en donde la honestidad, la vocación de servicio y la integridad personal, son mercancías de uso corriente. Bajo el influjo de la corrupción y de la filosofía del Estado como botín personal o partidario («si tenés un cargo, aprovechalo baboso), la clase política en general es ahora objeto de un abierto desprecio por parte de una abrumadora mayoría de la población. La más grave consecuencia de esta situación, es que la gente ahora ha renunciado al menos parcialmente a su propia soberanía, guiada por la lógica de que la «política es corrupta», «la política no me da de comer», «quien se mete a redentor sale crucificado», y delega totalmente las decisiones nacionales a esa clase política que repudia. El ejemplo más elocuente es el conflicto por las reformas constitucionales. O el TLC con Estados Unidos. A su vez, esto origina una profunda crisis del modelo de democracia representativa vigente y obliga a abrir paso a la democracia participativa. Núñez sostiene que «los partidos políticos, las organizaciones gremiales y los movimientos sociales tienen que redimir la política y participar en una nueva forma de hacer política. La despolitización es un suicidio (…) La participación política sin participación social y económica es una ilusión. La democracia política sin democracia económica es insuficiente. Los trabajadores tienen que tomarse la economía y el mercado».
c) El desgaste del FSLN como instrumento de cambio. El mismo Orlando Núñez sostiene que «la ofensiva del mercado capitalista y la nueva correlación mundial han erosionado la identidad política del FSLN (…) Por otra parte, el desempleo y la desintegración han reducido la clase obrera en particular y la clase asalariada en general a menos del 20 % de la fuerza laboral, pululando el resto como campesinos y trabajadores informales. Situación que ha llevado a ciertos líderes del FSLN a proponer que, a falta de proletarios, los nuevos sujetos sociales de la revolución sean los pobres y que los nuevos sujetos políticos sean los ciudadanos, haciendo retroceder así la cultura socialista del sujeto histórico a los postulados del catolicismo y del liberalismo respectivamente». Y pese a ese desgaste, el Frente Sandinista sigue siendo una esperanza de cambio social en vastos sectores empobrecidos del país, sobre todo urbanos, que vinculan la figura de Ortega a los logros de la Revolución (salud y educación gratuitas, por ejemplo). Pero no son capaces de movilizarse para recuperar eso que les ha arrebatado el neoliberalismo, porque confían en su «mesías» y esperan la recuperación del poder político mediante las elecciones. Así llevan esperando 16 años. Y cansándose de esperar.
d) El pacto de Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. Habitualmente se identifica ese pacto con la repartición de cuotas de poder. Pero la verdad es que el aspecto más importante ha sido la desmovilización deliberada del movimiento social que hasta 1998 estaba hegemonizado por el FSLN. O como lo describe el propio Ortega: «la madurez». O como le llama el FMI y el Banco Mundial: «la gobernabilidad democrática». En suma: la rendición frente a las políticas neoliberales a cambio de compartir las migajas del poder político (con sus suculentos salarios y prebendas). Gracias a esta decisión, el gobierno de Alemán pudo deshacerse de las empresas públicas de telefonía y energía eléctrica, entre otras muchas, consolidar la privatización de la educación pública bajo el mentiroso modelo de Autonomía Escolar, devolver miles de hectáreas de las mejores tierras a los somocistas y los terratenientes, acabar con el carácter gratuito de la salud pública (y de paso, reprimir a las asociaciones de médicos), entre otras muchísimas cosas.
e) La influencia ideológica del neoliberalismo a través de los medios de comunicación masivos y el sistema educativo formal. Los resultados de ambos factores han sido devastadores en la conciencia de las nuevas generaciones. En promedio, como ya hemos mencionado, se puede describir a la juventud de menos de 25 años como individualista, apática, resignada, yoquepierdista y alérgica a la organización.
f) El auge del providencialismo. De la mano de la incursión masiva de todo tipo de sectas religiosas y ramificaciones excéntricas de las iglesias cristianas, decenas de miles de nicaragüenses se refugian en cultos místicos, adoptan como suya la filosofía de «Dios proveerá» o «Dios sabe lo que hace», como muro defensivo frente a la agresión permanente del sistema y de la sociedad de mercado, y renuncian a su propia capacidad de organización y lucha para cambiar la situación en la cual viven.
g) El desempleo masivo y el empleo precario. Quienes no tienen trabajo se convierten en comerciantes o vendedores ambulantes o emigran a Costa Rica. Y quienes tienen, habitualmente es en condiciones deplorables, con salarios miserables y bajo la amenaza permanente del despido si se atreve a quejarse. En un país plagado de maquilas con empresarios y gerentes despiadados y déspotas, amparados por el propio Estado, las obreras y los obreros prefieren resignarse a padecerlos. La mayoría ha aceptado que les confisquen su derecho a la organización sindical, aunque son ejemplares aquellos casos donde ha ocurrido una rebelión total, sobre todo en la Zona Franca Las Mercedes, ubicada en la capital.
h) El fenómeno de la migración de los nicaragüenses es diferente al de otros países como México, El Salvador y Honduras. Los más pobres y con menor grado de calificación, se han marchado a Costa Rica. En cambio, los migrantes en Estados Unidos son habitualmente profesionales o bachilleres, decididos a aprender el idioma y a trabajar en cualquier cosa. Violeta Delgado refiere una experiencia que vivió en una ciudad norteamericana, en donde los dirigentes de las organizaciones latinas clasifican a los salvadoreños como analfabetos o semianalfabetos, y a los nicaragüenses como bachilleres. Pero además hay un componente político en la diáspora. Hay decenas de miles de gente con experiencia de lucha, casi todos sandinistas, que se marcharon a Estados Unidos y en menor medida a Canadá. Y en cambio, la mayoría de los somocistas han regresado a Nicaragua, aunque mantengan negocios en Norteamérica. En esos países, los migrantes nicas están dispersos. En Costa Rica están concentrados en las zonas campesinas del norte de esa nación o en San José, donde son mayoría y apreciados por su maestría en oficios como albañiles, meseros, vigilantes y empleadas domésticas.
i) Como resultado de la migración, están las remesas familiares. Constituidas en el principal soporte de la economía nacional (15% del PIB y superiores a las exportaciones anuales), a nivel familiar han tenido un resultado político contraproducente. Quienes las reciben en Nicaragua, se acomodan al ingreso mensual y cuando ocurren algunos gastos extras o ha subido el costo de la vida, se limitan a solicitar unos cuantos dólares más. ¿Cuántos son los que viven así? Aunque no hay censo confiable, la cifra de nicaragüenses residentes en el exterior se ubica entre 1,200,000 y un millón y medio. Es decir, uno de cada cuatro ciudadanos. De ellos, quizás la mitad o un 60% envía dinero para mantener a sus familias, pues el resto o se ha desvinculado totalmente o se ha llevado consigo a los suyos. O sea pues, que a razón de cinco personas cada núcleo familiar, entre 700 y 900 mil nicaragüenses viven de las remesas familiares.
j) Los resultados de las luchas muchas veces han sido decepcionantes o mediatizados por los intereses políticos de los dirigentes, y han desalentado a sus protagonistas.
k) La dispersión y los recelos de las organizaciones sociales. Pese a que el descontento social es casi unánime y a que la inmensa mayoría de la población es víctima del sistema, no ha sido posible organizar, por ejemplo, una huelga general para exigir un cambio de rumbo. Cada sector hace su propia pelea y casi siempre se queda huérfano de apoyo de los otros sectores. Entre otras cosas, esto es causado por la desconfianza política entre ellos y por el adonismo de sus dirigentes con vocación hegemonista y vanguardista. Por eso por ejemplo, no han sido capaces de organizar una sola demostración de fuerza masiva contra el TLC o contra la privatización del agua.
Señales alentadoras
Con todo, hay señales verdaderamente alentadoras. Una de las más significativas es la de las marchas campesinas contra el hambre y por la tierra, protagonizadas por miles de familias completas que durante dos años consecutivos (2003 y 2004) bajaron de las montañas de Matagalpa y Jinotega y marcharon hacia Managua, hasta obligar al gobierno a negociar y a ceder a gran parte de sus demandas. En mayo del año pasado, representantes de la ATC y de UNAPA, y líderes de base de los campesinos, apostados en la zona de Sébaco sobre la carretera panamericana, firman con cinco ministros del gobierno los «Compromisos de solidaridad para el cumplimiento de los Acuerdos de Las Tunas». Así, el gobierno entrega 6 mil manzanas de tierra, se compromete a la creación de miles de empleos temporales en las zonas donde residen los campesinos, entrega camiones con comida y ropa, 20 mil adoquines y se compromete a destinar 7 millones de córdobas para los manifestantes.
Otra experiencia exitosa ha sido la de miles de víctimas de los pesticidas, quienes durante tres años consecutivos se han instalado durante meses en champas de plástico en el centro de Managua (todavía hoy, se mantiene una parte de ellos), sufriendo hambre, sol, lluvia, represión policial y el desprecio de la clase política, para exigir al gobierno, a los diputados y a sus antiguos patrones indemnización, protección social, atención médica y auxilio en sus juicios en Estados Unidos contra las transnacionales que producen los venenos que acabaron con su salud, la vida de más de mil 300 de ellos y arruinaron a sus familias.
También los maestros lograron un éxito contundente con su huelga nacional de principios de este año, la cual no solo trajo consigo las mejoras salariales, sino también el resurgimiento del movimiento sindical del magisterio, después de las severas derrotas de principios de los años 90 y la feroz represión desatada por el ex ministro de Educación (1991-1999) y jefe del Opus Dei en Nicaragua, Humberto Belli. Fue un paro verdaderamente ejemplar en su organización, con una íntima vinculación entre los dirigentes nacionales y los dirigentes de base, y en su unidad, pues si bien fue liderado por ANDEN, participaron otras tres agrupaciones sindicales, vinculadas políticamente a los liberales.
La Red de Defensa del Consumidor también ha logrado éxitos significativos, pero no sobre la base de la movilización popular, sino utilizando instrumentos judiciales. Así, lograron revertir el alza de la tarifa del agua autorizada por el gobierno en 2003, o mediante el cabildeo político y la denuncia pública constante, han frenado la privatización la empresa hidroeléctrica HIDROGESA y los planes de privatización encubierta de ENACAL. Incluso, las decisiones tomadas el año pasado por la Asamblea Nacional para impedir que Unión FENOSA elevara las tarifas, no puede explicarse sin la labor sistemática y contundente de la Red en la denuncia pública y en la atención a los reclamos de la gente.
Pero quizás la experiencia de mayor conciencia política ha sido la del Movimiento de Mujeres. En este momento, es el único cuya labor ha trascendido el ámbito de sus propias reivindicaciones para asumir como propias las demandas nacionales contra el sistema y contra los resultados antidemocráticos del pacto Ortega-Alemán. Más aún, sus principales líderes han expresado públicamente que no podrán lograr conquistar la igualdad de géneros o los derechos sexuales reproductivos, por ejemplo, si antes no logran recuperar los derechos democráticos arrebatados por las cúpulas de los dos principales partidos. Bajo esa filosofía, fueron las protagonistas más señaladas de la marcha de 25 mil personas que desfiló por las calles de Managua el pasado 16 de junio y levantando sus propias banderas logró convertir una manifestación originalmente convocada por los grandes empresarios y los partidos políticos que respaldan al gobierno, en una demostración contra la clase política en general.
Para recuperar la soberanía, para que la clase política y los gobernantes no sigan decidiendo en nombre de todos, el pueblo y las organizaciones que le acompañan necesitan una nueva conciencia social y política, que a su vez producirá nuevas formas de organización para impulsar la movilización y los cambios que necesita el país. El gran desafío del movimiento social en Nicaragua es superar los recelos entre las organizaciones y entre los dirigentes, consolidar su autonomía frente a la sociedad política y frente al poder económico, y finalmente, seguir el ejemplo de las mujeres para asumir como propios los problemas nacionales, como la mejor manera de satisfacer sus propias reivindicaciones.