En unas semanas el Gobierno de EE.UU. va a publicar un documento cuyos efectos llegarán a todo el mundo, aunque no muchas personas sean conscientes de ello. Se trata del Nuclear Posture Review (NPR, que puede traducirse como «Revisión de la política nuclear), cuya finalidad es determinar el papel que las armas nucleares deben jugar […]
En unas semanas el Gobierno de EE.UU. va a publicar un documento cuyos efectos llegarán a todo el mundo, aunque no muchas personas sean conscientes de ello.
Se trata del Nuclear Posture Review (NPR, que puede traducirse como «Revisión de la política nuclear), cuya finalidad es determinar el papel que las armas nucleares deben jugar en la estrategia de seguridad de EE.UU. La anterior revisión tuvo lugar en 2010, durante el mandato de Obama. El citado documento es el desarrollo final de una orden que Trump dictó el pasado mes de enero «para asegurar que la disuasión nuclear de EE.UU. sea moderna, fuerte, flexible, resistente, disponible y debidamente adaptada para disuadir de las amenazas del siglo XXI y tranquilizar a nuestros aliados».
Subyace entre las inquietudes del Pentágono la idea de que el arsenal nuclear estadounidense posee demasiadas armas algo anticuadas y de descomunal potencia, que incluso un presidente tan irreflexivo y verbalmente belicista como Trump podría vacilar antes de dar la orden de utilizarlas, por temor a desencadenar el holocausto mundial en caso de que algún enemigo se sirviera de armas nucleares de pequeña potencia en algún enfrentamiento local.
Así pues, se percibe entre los estrategas de EE.UU. una clara tendencia a disponer de armas nucleares «más utilizables», con la idea de que los mandos militares dispongan de más opciones en un futuro teatro de operaciones.
Según la doctrina nuclear en vigor durante la presidencia de Obama, el recurso al arma nuclear era la última medida imaginable, solo en circunstancias extremas y para defender los intereses vitales de EE.UU. y sus aliados. Estaba excluida totalmente la opción de amenazar con su empleo para imponer a otros países menos fuertes las políticas deseadas por Washington.
Obama intentó avanzar hacia la no proliferación de armas nucleares en el mundo (aunque gastó inmensas sumas en perfeccionar las propias) y para ello se esforzó en mostrar su inutilidad a efectos prácticos, reduciendo su papel dentro de la estrategia de defensa nacional.
Pero en la era Trump todo esto está siendo olvidado. Tras su resonante diatriba contra Corea del Norte amenazando con desencadenar una ofensiva «de fuego y furor como el mundo jamás ha conocido», los asesores militares del magnate financiero convertido en desconcertante Presidente parecen propensos a no olvidar en el armario las armas nucleares cuando se trata de apabullar a los Estados renuentes a los deseos o intereses del imperio.
Es previsible (y muy de temer) que en la nueva NPR que en breve será aprobada se va a dar vía libre al desarrollo y puesta en servicio de armas nucleares tácticas, de pequeña potencia, con la aventurada idea de que su uso limitado al teatro de la guerra no conduzca a la temible escalada nuclear que en las teorías estratégicas al uso en los años 60 se llamaba «lo impensable».
Atribuyendo, además, a Rusia una no comprobada propensión a servirse de armas nucleares tácticas si se ve derrotada en un (muy improbable) enfrentamiento militar con la OTAN, los estrategas estadounidenses están bien apoyados por la industria bélica en su deseo de renovar y ampliar el arsenal de guerra con armas nucleares de efectos limitados. Explican que son armas que no pretendan arrasar una ciudad entera sino instalaciones concretas o despliegues militares sobre el terreno.
Todo esto parece mostrar un peligroso regreso al pensamiento de la Guerra Fría, tan al gusto de algunos analistas estratégicos cuyas teóricas elucubraciones se escuchan en Washington, Bruselas y Moscú, en distinto pero alarmante grado.
Y también en Madrid donde, según parece, se vuelve a la vieja costumbre de atribuir al «oro de Moscú» algunos errores propios que se pretende no airear, aunque nada tenga que ver, en nuestro caso, con las armas nucleares. Lo más intrigante de todo esto es que ya no existe enfrentamiento ideológico entre Washington y Moscú, ambos bandos sumidos en distintas variantes de un mismo sistema capitalista, pues de lo que en verdad se trata es de la sempiterna pugna por el poder aunque haya que disfrazarla de «guerra fría».
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/nostalgia-la-guerra-fria/