Profundamente sacudido por la prueba nuclear efectuada el pasado 9 de octubre por Corea del Norte, el nordeste asiático se había visto no menos perturbado unos días antes, el 26 de septiembre, por el ingreso en funciones en Japón de un nuevo primer ministro, Shinzo Abe. Surgido lo mismo que su predecesor, Junichiro Koizumi, del […]
Profundamente sacudido por la prueba nuclear efectuada el pasado 9 de octubre por Corea del Norte, el nordeste asiático se había visto no menos perturbado unos días antes, el 26 de septiembre, por el ingreso en funciones en Japón de un nuevo primer ministro, Shinzo Abe.
Surgido lo mismo que su predecesor, Junichiro Koizumi, del Partido Liberal Demócrata (PLD) que domina la vida política del país del sol naciente desde 1955, Shinzo Abe, de 52 años, es el primer ministro nipón más joven desde 1945, y el primero en haber nacido después del final de la Segunda Guerra Mundial. No por eso la izquierda japonesa lo considera menos un político ultraliberal, archiconservador y nacionalista. Sus adversarios en la región no vacilan en calificarlo como «halcón».
Hijo de un ex ministro de Asuntos Exteriores, Abe pertenece a una gran dinastía de la derecha japonesa de pasado especialmente sulfuroso (1), del que no se ha distanciado. Su abuelo, Nobusuke Kishi, fue ministro en el Gobierno de Manchukuo, un Estado artificial creado en 1932 por el Japón imperial en la Manchuria china ocupada, después ministro también en 1941 en Tokio, en el gabinete de Guerra del almirante Tojo que lanzó el ataque contra Pearl Harbor. Detenido en 1945 y encarcelado como sospechoso de crímenes de guerra, Kishi finalmente no fue juzgado por el Tribunal Militar de Tokio (equivalente para los grandes criminales de guerra japoneses al Tribunal de Nuremberg que juzgó a los dirigentes nazis) porque los estadounidenses, al iniciarse la guerra fría, deseaban reconstruir una derecha japonesa. Nobusuke Kishi fue pues uno de sus hombres. Liberado en 1948 y designado dos veces primer ministro, en 1957 y 1960, firmó un nuevo tratado mutuo de seguridad con Estados Unidos que desencadenó violentos tumultos populares.
Un tío abuelo de Abe, Yosuke Matsuoka, ministro de Asuntos Exteriores, era partidario del expansionismo nipón en Asia. En 1941 hizo que Japón se adhiriera al Eje, la alianza con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Acusado también de crímenes de guerra, murió en la cárcel antes de que el Tribunal Militar de Tokio lo juzgara.
En un país que no ha pedido oficialmente perdón por los crímenes de guerra cometidos especialmente en Corea y China, Shinzo Abe nunca ha renegado realmente de su pasado familiar. Por el contrario, al denunciar a quienes lanzan una mirada «masoquista» sobre la historia de Japón, minimiza las responsabilidades de su país. Iba regularmente al santuario Yasukuni, donde se honra a los militares «que dieron su vida por Japón», entre ellos 14 criminales de guerra, y su tío abuelo Yosuke Matsuoka, en compañía de Koizumi, el ex primer ministro. Lo cual le valió a este último no volver a ser recibido en Pekín ni en Seúl, que lo acusaron de «revisionismo» y de «querer glorificar el pasado militar de Japón».
Surgido del clan más derechista del PLD, Shinzo Abe construyó su carrera pública denunciando la suerte de los japoneses supervivientes secuestrados, en la época de Kim Il-sung, en las playas niponas por agentes norcoreanos. Reclamando cada vez con más firmeza sanciones contra Corea del Norte, no sin demagogia, dado que sólo quedaría un caso en litigio, y adulando los sentimientos racistas anticoreanos transmitidos por múltiples medios, Abe se volvió popular. El 19 de septiembre último exigió y obtuvo nuevas sanciones contra Pyongyang después de las pruebas balísticas norcoreanas del 5 de julio (2). Con el pretexto de la «amenaza norcoreana», anunció su intención de modificar por referendo el artículo 9 de la Constitución pacifista (3) para permitir que las Fuerzas de Autodefensa de Japón se conviertan en verdaderas Fuerzas Armadas, liberadas de las limitaciones que impusieron los vencedores en 1945 (4). Una intención actualmente alentada desde Washington por el entorno del presidente George W. Bush, que desea disponer en el nordeste asiático de un aliado militarmente poderoso para contener a China.
Todo esto haría temer un rearme de Japón, que ya dispone del segundo presupuesto militar mundial, después del de Estados Unidos, y podría acelerar una carrera armamentística ya iniciada en una de las regiones más peligrosas del planeta. La mayoría de los japoneses sigue siendo hostil al rearme, y Abe tuvo que precisar el pasado 10 de octubre que su país, protegido por el paraguas nuclear estadounidense, no se proponía dotarse de armas atómicas (5). En la práctica, Tokio dispone de por lo menos 50 toneladas de plutonio, producidas por sus reactores civiles, y podría fabricar un proyectil nuclear en cuestión de meses…
Sin duda para señalar hasta qué punto el primer ministro japonés constituye a sus ojos un peligro, Corea del Norte procedió a su condenable prueba nuclear el 9 de octubre, el mismo día en que Shinzo Abe llegaba a Seúl, en la península coreana. Sin duda un mensaje de advertencia irresponsable. Que el mundo entero recibió con inquietud. Y que confirma que salvo una (improbable) modificación de las tesis nacionalistas de Abe, las tensiones no tienden a disminuir en el nordeste asiático.
Notas:
(1) Véase Philippe Pons, «Shinzo Abe, prince de la droite», Le Monde , 21 de septiembre de 2006.
(2) Véase I. Ramonet, «Tensiones en Corea», en Le Monde diplomatique , edición española, octubre de 2006.
(3) Este artículo estipula que Japón «renuncia para siempre a la guerra, elimina sus Fuerzas Armadas y se compromete a no restablecerlas más».
(4) Véase Muto Ichiyo, «Revise the Peace Constitution, Restore Glory to Empire!», Japonesia Review , nº. 1, 2006, Tokio.
(5) El País , Madrid, 11 de octubre de 2006.