El primero de septiembre del 2004 no transcurrió como un día cualquiera en la República de Panamá. No sólo porque ese día tomó las riendas del estado panameño el gobierno presidido por el señor Martín Torrijos, luego que el 2 de mayo pasado derrotará de manera contundente al candidato del oficialismo, José Miguel Alemán. Sino […]
El primero de septiembre del 2004 no transcurrió como un día cualquiera en la República de Panamá. No sólo porque ese día tomó las riendas del estado panameño el gobierno presidido por el señor Martín Torrijos, luego que el 2 de mayo pasado derrotará de manera contundente al candidato del oficialismo, José Miguel Alemán. Sino porque –y esto es lo que lo hizo más significativo–finalizó el período del más grande desgobierno que ha padecido nuestra sufrida Patria. Desgobierno, que representado por la señora Mireya Moscoso, culminó su paso por la presidencia de la Nación (1999-2004), legándonos una de las páginas más bochornosas, vergonzosas y corruptas de toda nuestra historia. A mi juicio, el desmadre ocurrido aquí en los últimos cinco años aniquila políticamente a la señora Moscoso y la descalifica para emitir apreciaciones críticas sobre las actuaciones de sus sucesores. Con su desplazamiento del poder se le desvanece la absurda idea –que sus aduladores y lisonjeros no gratuitos le hicieron creer– de que poseía habilidades para el encantamiento, la prestidigitación y el embaucamiento de grandes mayorías con promesas embriagadoras. Hoy todo el mundo sabe en Panamá que la única mujer presidenta que ha tenido este país y que se jactaba de ser la «presidenta de los pobres», terminó siendo, en esencia, una especie de Robin Hood moderno, pero al revés.
Casi desde la misma instalación, el gobierno mireyista empezó a delinear con trazos bien definidos, la naturaleza y el comportamiento ultrajante que tendría hacia un pueblo que ingenuamente depositó en su gestión, sus mayores y mejores esperanzas. Así, el pueblo panameño fue recibiendo, primero con asombro e incredulidad, y más tarde con desprecio y rabia contenida, los insultantes pormenores de escándalos que distinguieron a una camarilla arrogante que, enceguecida por el poder y obsesionada por el rápido enriquecimiento ilícito de sus miembros y compinches, durante cinco años, literalmente, secuestró y estafó a Panamá. Allí están como símbolos bochornosos de la administración Moscoso el famoso caso del CEMIS, el hundimiento del helicóptero HP-1430, los durodólares, la ratificación de dos magistrados de la Corte Suprema de
Justicia, la casa de Punta Mala, los viajes principescos, los inconfesables gastos de la partida discrecional. Sin embargo, una de las manifestaciones má s humillantes que tuvimos que soportar los panameños durante el período de la señora Moscoso fue, sin duda, su permanente y absoluta subordinación al gobierno norteamericano. Cuando de complacer al amo yanqui se trataba, nunca hubo ni un instante de vacilación rondando la cabeza de nuestra mandataria. Más bien rebosaba de una satisfacción casi patológica cuando rendía o inclinaba a la Nación panameña a los intereses estadounidenses. Su obcecación delirante por acatar las órdenes imperiales, demostraba su rampante e inveterado servilismo, cualidad que ha cultivado con supremo esmero, desde el instante mismo que se estrenó a la actividad política.
Durante la administración del Dr. Pérez Balladares, los Estados Unidos pretendieron establecer en la base aérea de Howard (sitio que estuvo bajo su control hasta 1999), el Centro Multilateral Antidrogas (CMA), con la finalidad principal de preservar, bajo el camuflaje de la acción continental contra los estupefacientes, su presencia militar en territorio panameño más allá del año 2000. Tal pretensión fue rotundamente rechazada por amplios sectores de la sociedad panameña, dentro de los cuales se encontraba la señora Moscoso. Sin embargo, los acuerdos Salas-Becker y Zubieta-Becker, suscritos en el año 2002 durante el gobierno de la señora Moscoso, representan los principales componentes del CMA que de hecho, y aún más lesivo a los intereses nacionales, se ensambló en nuestro territorio.
La agresión e invasión de Irak, le brindó otra excelente oportunidad a la ahora ex-presidenta, para patentizar su fidelidad e identificación incondicional con la política belicista de Bush, al atar el nombre del país a la canallesca y cobarde coalición que el 20 de marzo del año pasado, se abalanzara de madrugada –cual horda hitleriana– sobre la nación iraquí. Los muertos, mutilados, heridos y huérfanos, así como las pérdidas materiales y económicas que esta absurda e irracional aventura siguen ocasionando, reclamarán eternamente el castigo para todos los que como la señora Moscoso, avalaron este gigantesco y espeluznante baño de sangre.
El 23 de junio del 2003, en otro gesto sumiso e ignominioso, el gobierno panameño suscribe el Acuerdo Arias-Watt, que viene a conceder inmunidad a los nacionales norteamericanos en nuestro territorio, en franca violación a las normas que dieron origen a la Corte Penal Internacional y que nuestro país se había comprometido a respetar. Esa conducta claudicante de la gobernante Moscoso, resulta más patética cuando advertimos que durante sus cinco años de gobierno, nunca exigió con seriedad y firmeza patriótica, la inmediata limpieza de los polígonos de tiro y de la Isla de San José, que el ejército norteamericano contaminó con sus innumerables ejercicios, maniobras y experimentos químicos y biológicos. En cambio, se permitía que la procónsul Linda Watt, se paseara por todo el territorio nacional afirmando categóricamente, que el tema de la limpieza de esos sitios era un capítulo cerrado para los Estados Unidos.
La proclividad de abyección de la administración de la señora Mireya Moscoso a su amo yanqui no tuvo límites. Eso explica porque durante su nefasto período, el idioma inglés pasó a ser una lengua oficial, con igual valor e importancia que el que heredamos de los españoles hace más de quinientos años. De igual modo explica el regocijo demencial que les afloraba cada vez que veían a los aviones de guerra estadounidenses surcan nuestro cielo en sus patrullajes habituales; a la soldadesca de los programas Nuevos Horizontes, hundir sus botas ensangrentadas en la tierra donde yacen las víctimas del 20 de diciembre de 1989; a los navíos de guerra surcan nuestras aguas en los ejercicios Panamax 2003 y 2004, que bajo el falso pretexto de la amenaza terrorista, constituyen una colosal afrenta a la Patria y nos convierten, sin necesidad alguna, en enemigos de los enemigos de los Estados Unidos.
A esta indignante complacencia que experimentaban por su aporte incondicional al retorno de la neocolonia en Panamá, se sumó la instalación a fines de abril de este año de un puesto fronterizo en Gualaca, Chiriquí, cuya principal peculiaridad es que no sólo es custodiado por policías panameños, sino que también por soldados norteamericanos. Pero esto no era suficiente. El 12 de mayo se produce la firma del acuerdo Escalona-Bolton, que de manera inaudita permite a los Estados Unidos abordar buques que transiten por el Canal o se encuentren en aguas jurisdiccionales panameñas.
Los organismos financieros internacionales contaron en la persona de la señora Moscoso, con uno de los gobernantes más prestos a cubrir los pagos de la deuda externa. Ya fuera a costa de la calamidad y sufrimiento de su población, ya fuera a través de un mayor endeudamiento. La señora de marras, al valerse de ambos recursos, brilló con una inalcanzable luz propia en la constelación de los más serviles.
El Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), constituyó otro escenario en que el gobierno mireyista pudo mostrar su plena y absoluta identificación con los planes hegemónicos de los gobernantes estadounidenses. La postura y las exigencias de los negociadores norteamericanos en el seno del ALCA, siempre contaron con el apoyo y aceptación de los títeres panameños. Es por ello que su admiración por este proyecto imperialista alcanzó tal magnitud, que semanas antes del cambio de gobierno, aún tenían a la vicecanciller mendigando respaldo por todo el continente, en procura, infructuosamente, de que Panamá se convierta en diciembre del 2005 en la sede de este engendro. No obstante, sus aspiraciones en el terreno del llamado libre comercio y en su fidelidad a los intereses de los gobernantes estadounidenses, no quedaban solo ahí. Aún albergaban la esperanza que la cuarta ronda fuera la definitiva; para así convenir un TLC con los Estados Unidos que postrara a perpetuidad a la N ación Panameña. Pero el meteoro Charley, un huracán de categoría dos, vino a hacerles trizas su última esperanza.
En la madrugada del jueves 26 de agosto, cuatro connotados terroristas pertenecientes a la mafia de Miami, que se encontraban encarcelados en nuestro país por su vinculación en un intento de asesinato del Presidente Fidel Castro, salen de nuestro territorio por vía aérea, luego que la señora Moscoso, en uno de sus actos más repugnantes y vergonzosos, los indultara. Con este último proceder, la afrenta, a la que había sido sometida una nación entera durante cinco años, alcanzó la región más ignota de lo inconmensurable. Porque esta fechoría no fue una fechoría más. Ahora se trató de la acción más ruin que podía realizar un gobernante en su afán de congraciarse con una banda de facinerosos y criminales, sedientos siempre de sangre inocente. No se apresure a cantar victoria, señora Moscoso. Le aseguro que el triunfo de los ant
ivalores, de los seres sin decencia y sin decoro, solo será momentáneo. Desde ya le advierto: los muertos cubanos, coreanos y guyaneses que perecieron una mañana del 6 de octubre de 1976 por la acción asesina de un sujeto que Usted indultó, no la dejarán dormir ni vivir en paz.