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Pax Americana y la Crisis Europea: Una Lectura Geopolítica

Fuentes: Rebelión

El 12 de mayo de 2010, me encontré con un artículo –Adiós a Europa como una Gran Potencia– sobre la crisis económica europea, escrito por el estadounidense Richard Haass1. El autor es el actual Presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, una de las organizaciones privadas más poderosas de los EEUU por su influencia en la […]

El 12 de mayo de 2010, me encontré con un artículo –Adiós a Europa como una Gran Potencia– sobre la crisis económica europea, escrito por el estadounidense Richard Haass1. El autor es el actual Presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, una de las organizaciones privadas más poderosas de los EEUU por su influencia en la política exterior de ese país, y a la vez fue el director de planificación de políticas para el departamento de estado de los EEUU (cancillería), durante la administración del Presidente George Walker Bush. A continuación, le presento ciertos extractos del artículo (traducción propia), con la finalidad de darle una lectura precisa, conceptual, pero sobre todo geopolítica, no solo de los argumentos presentados sino de las raíces epistemológicas de ciertos aspectos del pensamiento estadounidense en materia de política exterior.

La pérdida de influencia de Europa en la escena internacional, a su vez, se puede atribuir al fracaso de la misma. El proyecto europeo se está colapsando. Grecia es el problema más acentuado, un problema creado por su propia tendencia a derrochar, combinada con un liderazgo Europeo débil que permitió que la misma viva más allá de sus capacidades, violando de esta manera los principios fundamentales del Euro.

Ya existen señales que la crisis se está expandiendo a otros países, que al vivir igualmente mas allá de sus capacidades, ahora sufren de bancarrota pero no pueden hacer mucho a raíz de sus políticas domesticas y su membrecía en el Euro. Esta semana se presentó el paquete de rescate de 750€ Billones, que debería ayudar por el momento, pero no podrá solventar el problema de insolvencia que es el núcleo de la propia crisis. La recuperación europea será anémico en términos absolutos como igualmente en términos relativos.

Antes de esta crisis económica, Europa ya estaba debilitada por una crisis política. Muchos europeos estaban preocupados por revisar las instituciones europeas, pero los varios rechazos al tratado de Lisboa demostraron claramente que una Europa unida ya no era el anhelo principal de los europeos.

El desprendimiento europeo igualmente se manifiesta militarmente. Pocos estados europeos están dispuestos a dedicar 2% de sus presupuestos en defensa, y lo poco que gastan no tiene sentido. Las políticas nacionales y la economía dictan los gastos en asuntos de defensa, por lo cual se genera mucho de lo que no es relevante y poco de lo que es necesario.

Afganistán es un ejemplo del caso en cuestión. En varios casos el rol militar de la Unión Europea es severamente limitado por burocratismo, ausencia de equipamiento militar y presencia militar sin definiciones claras. La cultura política europea ha evolucionado de tal manera que hace más difícil enviar tropas al exterior que estén dispuestas a pagar el precio en sangre; el ministro de la defensa estadounidense se refiere a este problema como la «desmilitarización» de Europa – en donde grandes sectores de la sociedad europea rechazan el uso de la fuerzas militares y los riesgos que acompañan a la misma. Todo esto impone limitaciones significativas al rol de la OTAN en el futuro, a raíz de que la OTAN solo tiene sentido como una fuerza expedicionaria en un mundo inestable, no como un ejército permanente en un continente estable.

La combinación de las fallas económicas estructurales, el «provincialismo» político europeo y los límites en el tema de la defensa acelerarán el desprendimiento transatlántico. Una Europa débil poseerá una voz y un rol pequeño. La OTAN ya no será el socio automático de la política exterior estadounidense. En vez, los EEUU formará una coalición de voluntad (alianza de los que están dispuestos) para tratar desafíos particulares. Aunque en ciertas instancias puede aliarse con países europeos, ya los EEUU raramente buscará socios en la Unión Europea o la OTAN. Hasta antes que empiece, el momento de Europa como una gran potencia en el siglo XXI ya se acabó.

Al ver superficialmente el artículo de uno de los individuos que forjó-y seguro sigue forjando-la política exterior estadounidense, podemos ver a primera vista ciertos patrones que surgen del discurso, ciertas «concepciones de la vida» o para ser un poco prusiano, una » Weltanschauung » particular que pretende declarar lo que debe ser la política exterior y económica de una potencia, y lo que se considera el ejercicio del poder. Del artículo mencionado surgen las siguientes ideas, todas típicas del pensamiento del «establishment» estadounidense, a saber:

  • La debilidad económica europea es producto del excesivo gasto público, el derroche en asuntos que no deben ser responsabilidad del estado y las políticas que restringen los mecanismos del mercado – se nota la frase «vivir mas allá de sus capacidades»

  • La debilidad económica es producto de la debilidad política, en este sentido la debilidad política se reduce a no tomar las decisiones «valientes» que se deben tomar para mantener la económica en su rumbo «correcto».

  • La ausencia de una política exterior europea propiamente articulada y dirigida a sus «verdaderas» responsabilidades como una potencia mundial

  • La debilidad militar, y aquí, con poca sorpresa, se extiende el autor en resaltar las debilidades de la Unión Europea, calcando el mapa estadunidense sobre el mapa europeo, utilizando las políticas de la primera como guía para evaluar las políticas de la segunda

  • Introduciendo una concepción del historia que depende fuertemente de las concepciones de los tradicionales teóricos del realismo político y los proponentes de la teoría de equilibrio de poder en el teatro geopolítico como Hans Morgenthau, Henry Kissinger, George Keenan y Zbigniew Brzezinski.

  • Una breve referencia al problema demográfico con raíces en el pensamiento de Robert Malthus, quien sostuvo que la pobreza de las masas era simplemente consecuencia del instinto de reproducción del hombre, y no dependía de los síntomas y condiciones sociales.

Más allá de analizar los problemas del continente europeo, podemos ver en este artículo el pensamiento de los intelectuales orgánicos de la hegemonía estadounidense y las consecuencias para los países, europeos o de otra región del mundo, que desean entrar en alianzas con la potencia del Norte. Las ideas que se pueden detectar en el artículo de Haass no son únicas ni representan conceptos aislados para la política estadounidense, sino el núcleo principal de la visión y el comportamiento de este país, por lo cual se justifica un análisis riguroso y crítico del mismo. En principio, presentaremos una disección modesta del pensamiento estadunidense en materia de política exterior y el poder en el ámbito internacional.

El discurso económico del artículo obviamente toma sus raíces en el pensamiento de los monetaristas neoclásicos del siglo XX, empezando con las ideas de Hayek y Mises, pero particularmente el evangelio monetarista de Friedman, Greenspan y Volcker, entre otros. Todos los males de la economía se pueden atribuir al rol del estado en la misma y la intervención en los mecanismos sagrados del mercado. Para Haass, como para muchos del «establishment» estadounidense, la crisis europea se atribuye al inmenso gasto público en asuntos fuera de las supuestas «responsabilidades» del estado, como el gasto social, particularmente el gasto en pensiones, gasto laboral, o lo que desde hace décadas se denomina el «estado de bienestar» que se aplicó rigurosamente en Europa, como también en los Estados Unidos, luego del debacle de las políticas neoclásicas conocido como el «crack» de 1929 y la Gran Depresión de la década de los treinta del siglo XX. Estos comentarios surgen del debate antiguo entre los monetaristas neoclásicos y sus rivales keynesianos, quienes consideraron que las políticas de bienestar social aplicadas en las reformas del Presidente estadunidense Franklin D. Roosevelt (New Deal), durante la Gran Depresión, fueron (y siguen siendo) necesarias para poder mantener la tasa de ganancias (relación entre el plusvalor obtenido y el capital invertido) en las economías capitalistas luego del colapso de 1929, y para poder reducir los conflictos de clases que surgen naturalmente del proceso contradictorio de acumulación de capital en manos privadas. El debate, luego del triunfo Keynesiano en los Estados Unidos y Europa, surgió una vez más con intelectuales como Milton Friedman, Anna Schwartz y Alan Greenspan (armados con una nueva interpretación de la curva de Phillips que transformó la economía mundial), y políticos como Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Brian Mulroney, y Augusto Pinochet. Las economías occidentales descartaron parcialmente las políticas keynesianas a favor del monetarismo neoclásico, pero por razones electorales no pudieron erradicar completamente las políticas de bienestar social, aterrorizados de las consecuencias sociales que se pueden generar a raíz de cambios tan drásticos para la estructura social de sus países.

Aquí vemos como Haass considera el triunfo del discurso neoclásico sobre las pretensiones europeas de mantener el gasto social. Para el analista estadounidense, no existen causas estructurales para la crisis europea, no se puede detectar fallas o contradicciones en la misma, solo que la crisis es producto de no dejar la economía en las manos invisibles del mercado. La responsabilidad de provisión en materia de seguros, servicios médicos, educación, remuneración digna para el sector laboral u otros gastos es del propio sector privado, quienes se ajustan naturalmente a las leyes básicas de suministro y demanda. El estado no posee rol en las mismas, por lo cual las fallas de la economía europea son las fallas del intervencionismo estatal y el gasto irresponsable en asuntos que no son del ámbito público.

Es por eso, a juicio del autor estadounidense, que Grecia, España, y Portugal sufren, y pronto igualmente sufrirá Alemania, Francia y las otras potencias europeas. Viven más allá de sus capacidades al ofrecer expectativas de calidad de vida totalmente innecesarias para sus ciudadanos. Como consecuencia de este pensamiento, que es idéntico al de los «gurús» del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, vemos como se aplica las políticas de «austeridad» en Grecia a cambio del paquete de casi un trillón de dólares. Las medidas incluyen, como siempre han incluido cuando se aplican las mismas, un incremento en los impuestos acompañado en reducciones severas en las pensiones, salarios y bonos del sector público, despidos masivos, junto a repercusiones más severas en el sector privado.

Para Haass, la debilidad económica de Europa se encuentra en sus políticas sociales, y la crisis se presenta como una oportunidad excelente para introducir «reformas» que ajusten el rol del estado en la economía, es decir, que «saque» al estado de lo que debe ser el ámbito del mercado. Con la terapia de «shock», se puede empezar a desmantelar el estado de bienestar social europeo. La metodología de aplicación, lo que los conservadores como Haass nunca señalan, será idéntica a la aplicada por los dedicados estudiantes del «neoliberalismo» latinoamericano, entre ellos Augusto Pinochet, la Junta Militar argentina, Carlos Menem, Carlos Andrés Pérez, Carlos Salina y Alberto Fujimori, entre otros. Ya vemos los disturbios en Grecia, pronto en otros países europeos, y nunca veremos artículos escritos por representantes del consenso de Washington que resalten como dichas reformas son meramente un ejercicio de transferencia de costos, desde los dueños de los medios de producción y sus aliados políticos e intelectuales, hacia las clases subalternas que producen la plusvalía en las economías capitalistas. En realidad, y el análisis estadounidense tradicional es incapaz de acertar esta realidad, la falla económica de Europa es el modelo propio, y no meramente ciertas «distorsiones» en el funcionamiento del mercado.

La debilidad política, a criterio del analista estadounidense, es en realidad la debilidad de un sistema democrático que posee ciertos criterios sociales que aún no han sido totalmente erradicados luego de la ofensiva neoclásica en Europa. El modelo ideal para estas «reformas» monetaristas pudiera ser las dictaduras latinoamericanas que impusieron las recetas neoclásicas, y luego soltaron los perros de guerra a las calles para derrocar el «comunismo» o cualquier otro enemigo de la supuesta «paz y tranquilidad nacional», paz que fue destruida por las mismas políticas que ellos implementaron en primer lugar. En Europa, aún tienen elecciones en las cuales hijos analfabetas de ex – presidentes no pueden ganar con la facilidad en la cual ganó el Presidente George Walker Bush. Es esto, específicamente, la «debilidad» política de Europa para los analistas estadunidenses. Hasta la propia Angela Merkel, quien representa lo más tradicional en la política conservadora europea, se encontró obligada a descartar ciertos rumores de austeridad en la cultura, las investigaciones científicas y la atención a la niñez. Es necesario hacer dichas declaraciones, si la Señora Merkel desea que su partido conservador gane las próximas elecciones. Esta realidad del sistema seudo-democrático es lo que Haass considera «debilidad» política.

El segundo tema principal del análisis es el tema militar. Haass reclama por los presupuestos reducidos de defensa de los principales miembros de la OTAN, señalando que 2% del presupuesto no solo es poco, sino que se gasta de manera irrelevante. Vamos a evaluar brevemente lo que el gasto militar para Haass debe ser, en términos de «gran potencia»:

El presupuesto del departamento de defensa de los EEUU para el año fiscal 2010 constituye el 19% del gasto federal global y 28% de los ingresos en impuestos y otros ingresos similares. De acuerdo a la Oficina de Presupuesto del Congreso, el gasto en defensa ha incrementado por un promedio de 9% anual del año fiscal 2000 al 2009. Sumando varios gastos en materia de defensa que quedan por fuera de las consideraciones del presupuesto formal del departamento de defensa, los gastos militares para el año fiscal 2010 ascienden a 1.03 trillones de dólares, argumento que va en contra de los principios de reducir el tamaño del estado de acuerdo al evangelio monetarista (creo que el evangelio de San Friedman no aplica al gasto bélico). En términos comparativos, el presupuesto de defensa de los EEUU es casi equivalente al presupuesto de defensa de todos los países del mundo combinados, y supera el presupuesto militar de la República Popular de la China por lo menos nueve veces más. En febrero de 2009, el congresista estadunidense Barney Frank solicitó una reducción en el presupuesto de defensa de su país, argumentado lo siguiente:

La matemática es convincente: si no aplicamos reducciones (en el presupuesto de defensa) equivalentes al 25% del presupuesto actual, será imposible seguir financiando un nivel adecuado de gastos domésticos. El bienestar de los estadounidenses está más amenazado por una propuesta de reducción en gasto medico, seguridad social y otras áreas del gasto domestico, que por la suspensión de sistemas de guerra que no poseen justificación de cualquier amenaza extranjera que podemos enfrentar.

Claro, los acontecimientos de la primera década del siglo XXI explican las razones por la cual no solo el presupuesto de los EEUU obtiene las dimensiones legendarias que posee actualmente, sino el deseo de este país que sus aliados igualmente incrementen significativamente sus presupuestos militares. Las aventuras de los EEUU en Afganistán e Irak son suficientes para rogar ayuda a los aliados tradicionales en la OTAN y los aliados de la llamada «coalición de los que están dispuestos» (coalition of the willing). Pero los EEUU nunca ha disfrutado de un sentido adecuado de la historia, y siempre exhibe una tendencia de repetir los errores ya cometidos por otras potencias en el pasado. Los analistas siempre se refieren a la falla de los EEUU de aprender de las aventuras militares del Imperio Británico o la Unión Soviética en Afganistán, pero aquí creo que otro ejemplo es más adecuado. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, el entusiasmo por una victoria rápida contra sus contrincantes era el sentimiento en común entre los aliados y las potencias centrales. Todos estaban convencidos de la debilidad del campo opuesto, seguros de una victoria rápida y sencilla con pocas bajas, de solo pocos meses (back home by Christmas – regresando a casa para las navidades, era el lema de los líderes europeos de esa instancia) y con efectos insignificantes al aparato productivo de sus países. Esta guerra rápida y sencilla duró cuatro años, con pérdidas globales que superan los 185 billones de dólares (cantidad que se debe considerar en relación a la economía global de 1918 y no la actual), arrojando más de 37 millones de muertos y heridos. Tan apurado como el Kaiser Wilhelm II en 1914, el ciudadano Presidente de los EEUU, George Walker Bush, declaró victoria en su invasión a Irak sobre el portaviones USS Abraham Lincoln en mayo del 2003, días antes que comience la sangrienta guerra de insurgencia (o guerra civil) en este país árabe, la misma guerra que dos días antes que se publique el artículo de Haass (10 de mayo de 2010), arrojó mas de 110 muertos en un solo día en varias partes de la «liberada» Mesopotamia. Peor hablar de la calamidad en Afganistán, pues creo que las imágenes revelan más que cualquier discurso de los líderes militares y políticos de los EEUU pueda.

«Gasten más, envíen más hombres, mas armas, asuman más responsabilidades, comparten mas (claro, bajo nuestro mando)» fueron los gritos de guerra de los EEUU a sus aliados europeos, y el resentimiento de Haass es notable cuando considera que «la cultura política europea ha evolucionado de tal manera que hace más difícil enviar tropas al exterior que estén dispuestas a pagar el precio en sangre». Haass lamenta la falta de deseos sangrientos y entusiasmos de guerra por parte de los europeo, instintos básicos que son naturales para ciertos sectores de la sociedad estadounidense, como las autoridades militares de ese país que custodiaban la cárcel iraquí de Abu Gharib, en donde la degradación humana, el sadismo homoerótico y la depravación no necesitaron ordenes formales, sino que se ejecutaron entusiasmadamente por manera de instintos y deseos. Quizás Haass no comprende que la falta de entusiasmo por parte de los europeos al lanzarse en aventuras militares refleja la memoria colectiva de los mismos que aún se encuentra marcada por las devastaciones que sufrieron a raíz de dos guerras mundiales y varios conflictos menores (la Guerra de los Balcanes, por ejemplo), y la miseria colectiva que es la reconstrucción luego de una Guerra. El freno que aplican los europeos, lo que Haass denomina, con cierto tono despectivo, como «la cultura política europea«, precisamente busca evadir ciertas «aventuras» militares e imperiales que declaran victoria antes de contar los 4.379 muertos y 31.693 heridos (solo estadounidenses) que se han generado en el conflicto iraquí (un conflicto altamente asimétrico) hasta febrero de 2010, por no decir nada de la quimera del leviatán que es la guerra en Afganistán.

Pero podemos ver mas allá de los deseos de apoyo militar para los EEUU por parte de sus aliados europeos. A juicio de Haass, Europa se puede considerar una potencia solo cuando esté dispuesta a servir los objetivos geopolíticos de los EEUU, si fallan en dicho servicio, la alianza ya es innecesaria, descartada con argumentos que consideran a la OTAN como una «fuerza expedicionaria en un mundo inestable», es decir, la OTAN, o es un instrumento imperial o es nada. El comentario de Haass sobre el destino de las relaciones transatlánticas, y como las mismas están destinadas a deteriorarse en el periodo pos 9/11 (11 de septiembre de 2001), reflejan los comentarios del ex secretario de defensa Donald Rummsfield, quien dividió a Europa entre la «vieja» y la «nueva«, la primera una reliquia del pasado, inútil para las aventuras imperiales, y la segunda renovada y lista para el combate colonial al servicio de sus amos estadounidenses. Haass sugiere que la «nueva» Europa puede ser cualquier aliado en cualquier zona geográfica que esté interesado en formar parte de la coalición de los «dispuestos», como un corolario de la doctrina Rummsfield. ¡Qué poca variedad de pensamiento!

Lo que verdaderamente impulsa los intelectuales conservadores estadounidenses a lamentar el rol europeo en la escena internacional, y a la vez celebrar el malestar que sufre el continente, es la percepción-ya generalizada aunque nunca oficializada-que las cosas se están escapando de las manos del Imperio Norteamericano. Ya que hablamos de geopolítica, podemos ver la problemática del poder estadounidense por zonas geográficas: América Latina ya es una pesadilla. Surgió a comienzo del siglo XXI un jinete solitario, uno de esos «locos» revolucionarios que solo crean problemas, en la Venezuela petrolera, nadie le prestó atención al comienzo, esperando que desaparezca tan rápido como apareció. Lamentablemente, el jinete solitario ya no esta tan solo, y en pocos años derrumbó la iniciativa de transformar el NAFTA en un ALCA, luego surgieron pesadillas como Evo Morales, Rafael Correa, Felipe Mujica, Fernando Lugo, la problemática pareja de los Kirchners en Argentina, el retorno de los Sandinistas (después de tanto dinero estadounidense que se gastó para crear los Contra) y finalmente, hasta Brasil cayó en las manos de una izquierda laborista que no coopera con los proyectos norteamericanos. ¿Quién puede imaginarse que instalar unas cuantas bases militares en su patio trasero (Colombia) pueda generar tanta polémica y resistencia? Asunto inédito en la historia estadounidense, y que nunca hubiera pasado en la hermosa década perdida de los ochenta del siglo pasado. Hasta los golpes de estados tradicionales que se ejecutaban con tanto éxito antes, ahora quedan desprestigiados y aislados, como la pobre Honduras pos-Zelaya.

En la Europa oriental, el proyecto de expansión de la OTAN quedó tan muerto como el ALCA en América Latina. Con éxitos iniciales como la victoria naranjada en Ucrania, el proyecto de escudo de misiles en Polonia y radares en la Republica Checa, la alianza militar con Georgia, y las excelentes relaciones con Kirguistán (en donde se encuentra la base aérea Mannas que suministra al ejército estadounidense en Afganistán), la situación actual no es lo que esperaba el gigante del Norte. La Ucrania de Viktor Yushchenko (2005 – 2010), arquitecto principal de la Revolución Naranja, regresó a ser la Ucrania de Viktor Yanukovych en el 2010, principal aliado de Moscú, quien cometió recientemente el insólito crimen de extender el contrato de alquiler ruso de la base naval en el puerto de la ciudad de Sevastopol en el Mar Negro por 25 años más, dándole a la armada rusa acceso estratégico a todo el Mar Negro, particularmente el estrecho de los Dardanelos.

El proyecto de escudo de misiles ya fue eliminado por la administración del Presidente Barack Obama, no necesariamente por el interés de mantener buenas relaciones con Rusia, sino por no poder imponer el proyecto de «estrangular» a Rusia. El establishment del Pentágono se quedó decepcionado al ver sus sueños de someter a Rusia, cuando se anunció la suspensión del proyecto, pero ofreció pocos argumentos concretos en apoyo a la iniciativa mencionada. En realidad, la suspensión del proyecto de escudo (diseñado específicamente para envolver a Rusia) fue producto de otra aventura norteamericana en donde le «salió el tiro por la culata». La Guerra de Osetia del Sur de 2008 empezó como una estrategia estadounidense para impedir el resurgimiento del poder ruso en las zonas tradicionales de influencia de la antigua Unión Soviética. Mijeíl Saakashvili, Presidente de Georgia desde el 2004, tomó una postura anti-rusa desde su llegada al poder. Con el apoyo directo de los EEUU, Saakashvili redujo substancialmente el gasto público en el ámbito social, pero aumentó el presupuesto militar drásticamente, añadiendo 45.000 personales a las fuerzas armadas de su país, de los cuales 12.000 fueron entrenados por los EEUU. Igualmente, el aliado fiel de los estadounidenses, los israelís, contribuyeron al entrenamiento del ejército de Georgia y les vendieron sistemas bélicos como sus famosas bombas de racimo-utilizada generosamente contra objetivos civiles en el Sur del Líbano (2006) y la franja de Gaza (2008-2009)-y el sistema de defensa aéreo Spyder-SR. En agosto de 2008, el Presidente georgiano ordenó a su ejército a recuperar el control del enclave osetio, independiente de facto desde 1992, pero calificado por Georgia como rebelde y perteneciente de jure a su territorio.

Los resultados de la guerra impulsada por los EEUU fueron catastróficos. Rusia respondió agresivamente, desplegando tropas en el Sur de Ossetia, la batalla de Tskhinvali culminó con una victoria rusa contundente, la armada rusa capturó grandes partes de la costa Georgiana, mientras que las fuerzas rusas y abkhazias abrieron una segunda frente en el valle de Kodori, penetrando territorio georgiano propio y ocupando las ciudades georgianas de Poti, Gori, Senaki y Zugdidi. En cinco días, las fuerzas armadas georgianas fueron derrotadas militarmente por los rusos. Un artículo publicado en el New York Times, el 3 de septiembre de 2008, argumentó que «el ejército georgiano huyó de los avances del ejército ruso, dejando por detrás a los civiles georgianos, sus aviones no participaron en el conflicto luego de las primeras horas, su armada fue hundida en sus propios puertos, mientras que sus botes de patrulla fueron arrastrados por camiones del ejército ruso.»

El interés estadunidense en Georgia no fue meramente geopolítico. Les interesaba establecer a Georgia como un conducto energético alternativo, con una tubería de petróleo sobre la región del mar caspio que busca evadir territorio ruso o iraní. Pero la guerra de agosto de 2008 destruyó mucho de los planes estadounidenses, no solo en Georgia sino en la región, con una serie de avances políticos y estratégicos para Rusia en Europa oriental. Otro debacle en la región para los EEUU fue el derrocamiento del Presidente Kurmanbek Bakiyev en Kirguistán en abril de 2010, a raíz de una serie de disturbios civiles que se suscitaron en varias ciudades de este país. La principal causa de las protestas fue el descontento popular con el presidente Bakiyev al frente de la situación económica y las libertades democráticas. Los manifestantes tomaron el control del gobierno en la ciudad de Talas, y luego de enfrentarse con la policía tomaron el control de la capital Bishkek. Bakiyev huyó del país, y la oposición formó un gobierno provisional liderado por Roza Otunbayeva, quien posee nexos estrechos con el partido Rusia Unida, de Dimitry Medvedev, y Vladimir Putin, el arquitecto de la nueva Rusia. La primera llamada internacional que realizó Otunbayeva al asumir la Presidencia fue a Putin, quien prometió asistencia económica inmediata para Kirguistán, y el primer viaje al exterior de su segundo en el mando, Primer Ministro Almazbek Atambayev, fue a Moscú (14 de abril de 2010). La presencia estadounidense en la base militar de Mannas es precaria, por no decir problemática. Dicha base (la única base estadounidense en Asia central) es de importancia estratégica para los esfuerzos militares de los EEUU en Afganistán, a raíz de la campaña exitosa de los Talibanes de interrumpir las líneas de suministro al ejército estadounidense. Ahora existe la posibilidad de que la base cierre, y el Kremlin se reserva el derecho de tener la palabra decisiva en el asunto.

La región en la cual los EEUU tiene las dificultades geopolíticas más grandes es, naturalmente, el Medio Oriente. Es impráctico evaluar la totalidad de esta región en el breve espacio de este documento, pero si es preciso mencionar por lo menos un ejemplo que refleja el declive del poderío estadounidense en la escena internacional. Poniendo a un lado los desastres de Irak y Afganistán, que ya han sido analizados hasta la medula, podemos fijarnos en un aspecto que, aunque sea sutil, posee inmensas repercusiones en el sistema internacional.

Recientemente, nos hemos encontrado con una imagen atípica en la política global: el Primer Ministro Turco, Recep Tayeb Erdogan, el Presidente Brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, y el Presidente Irani Mahmoud Ahamdinejad, firmando un acuerdo nuclear. El acuerdo es semejante al sugerido por las Naciones Unidas, en el cual se estipula canjear en el extranjero parte del uranio iraní levemente enriquecido a cambio del combustible que Teherán requiere para desarrollar su programa nuclear. El acuerdo original de la ONU estipulaba que los países receptores sean los mismos occidentales, como Francia, que no goza de la confianza de Teherán. Ahora, con el nuevo acuerdo, el país que recibirá el uranio enriquecido será Turquía, país que mantiene excelentes relaciones con Teherán, y que a la vez es miembro de la OTAN. El pacto prevé el envío a Turquía por Irán de 1.200 kilos de su uranio débilmente enriquecido (3,5%), donde será cambiado en el plazo máximo de un año por 120 kilos de combustible al 20%. El acuerdo fue impulsado por la diplomacia de los no-alineados, en donde podemos ver como el Presidente Lula, junto a Erdogan, impusieron una solución pacifica a un problema que los países occidentales no desean ver culminar sino con la sumisión de Irán, por vía de las sanciones o por vía de la guerra. El Presidente brasileño declaró, luego de firmar el acuerdo, que «mis expectativas son que después de esta declaración las sanciones (contra Irán) no serán necesarias». El mensaje que envía este acuerdo es claro: los países emergentes tienen una voz y debe ser considerada. Para Irán es también una demostración de que no está aislado. Igualmente, coloca en una difícil situación a EEUU y a sus aliados, ya que si no lo acepta podría perder el apoyo de otros estados como Rusia y la China. ¿Quién pueda imaginarse que países como Brasil y Turquía, el segundo miembro de la OTAN, tomen una iniciativa tan audaz como la señalada, neutralizando de esta manera los planes de las supuestas grandes potencias?

El análisis que sometemos a su consideración busca en primer lugar una deconstrucción, casi al estilo posestructuralista de Jacques Derrida (aunque el método se aplica generalmente para el análisis literario) del pensamiento tradicional del establishment estadounidense, y cómo dicho pensamiento influye en las políticas globales de ese país. Pero profundizando nuestra visión, podemos ver como la realidad internacional y su nueva dinámica impone a su vez inmensas restricciones para la visión y acción de la política exterior de la potencia del Norte. Los intelectuales de la hegemonía estadounidense deben percatar que de la misma manera que la Pax Romana sufrió su declive, y luego la Pax Britannica, ahora lo vive la Pax Americana. El sistema internacional exhibe el surgimiento de varios polos de poder, en donde poco a poco podemos ver cómo surge el llamado sistema multi-polar, y esos polos de poder no están necesariamente dispuestos a proclamar automáticamente a los EEUU como el árbitro de facto del sistema internacional. La historia nos enseña como el declive de los grandes imperios inicia con una incapacidad por parte del poder hegemónico de ajustar sus discursos y acciones a los cambios dinámicos en el sistema de poder global (o regional en el caso de una hegemonía regional), asunto que podemos ver de manera axiomática entre la realidad internacional por un lado y los discursos de los intelectuales de la Pax Americana por el otro lado. La evaluación de Haass sobre la crisis europea refleja la incapacidad de la elite política de los EEUU de producir análisis profundo, neutral y productivo, reduciéndose a meras esperanzas de cooperación y obediencia por parte de todos los actores internacionales, y patéticos Schadenfreude (palabra del alemán que designa el sentimiento de alegría creado por el sufrimiento o la infelicidad del otro) por las desgracias europeas, jubilosos por el sufrimiento que causa dicha crisis, pues ese es el precio que ahora pagan por ser pésimos aliados de las ambiciones imperiales de los EEUU.

La crisis europea es un reflejo de la propia crisis estadounidense, pues Haass escribe como si fuera que su país se encuentra en condiciones ideales, y la crisis de los EEUU no es solo una crisis económica, sino política, al nivel domestico pero igualmente al nivel internacional. Ambas crisis, y la visión de ciertos círculos del establishment estadounidense, constituyen una excelente lección para los países que desean emular el modelo del Norte, o entrar en alianzas estratégicas de largo plazo con el mismo. El modelo económico no es compatible, a largo plazo, con las expectativas de los sistemas democráticos que otorgan legitimidad a cambio de bienestar social. El modelo guerrerista, a su vez, no solo arruina el poder imperial, sino que garantiza calamidades para los aliados subordinados, como es evidente en las consecuencias de las guerras en Iraq y Afganistán para el Reino Unido y el Partido «Laboral» de Anthony Blair y Gordon Brown. La lección es simple: Sí el barco se hunde, no es necesario agarrarse del mismo simplemente por ser grande.

Nota:

1 http://www.ft.com/cms/s/0/ab995e96-5dfa-11df-8153-00144feab49a.html

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