El Foro Económico Mundial de Davos reinaba soberano en los años de predominio eufórico del neoliberalismo en el mundo. Era la expresión del impresionante éxito con que surgía el modelo neoliberal en todo el mundo. El escenario preveía el cambio de tornas más impresionante en el mundo desde las reacciones a la crisis de 1929. […]
El Foro Económico Mundial de Davos reinaba soberano en los años de predominio eufórico del neoliberalismo en el mundo. Era la expresión del impresionante éxito con que surgía el modelo neoliberal en todo el mundo.
El escenario preveía el cambio de tornas más impresionante en el mundo desde las reacciones a la crisis de 1929. Pero, a diferencia de aquel momento, que decretaba el funeral del liberalismo, considerado responsable de la crisis, esta vez era el renacimiento del liberalismo, bajo nueva forma, pero reafirmando sus principios básicos.
La emergencia espectacular del neoliberalismo, de la mano no solamente la derecha conservadora tradicional, sino también de las corrientes socialdemócratas e incluso de fuerzas nacionalistas. La tan pregonada superación de la polarización entre derecha e izquierda parecía concretarse, así como el fin de la historia y la imposición transversal del Consenso de Wáshington.
En aquel momento, lo máximo que se lograba era hacer manifestaciones frente al Forum de Davos, que era el escaparate mundial de las grandes personalidades globales. A lo más se lograba reunir un cierto número de personas abajo, mientras los otros subían hacia Davos y ocupaban los grandes espacios de los medios de comunicación del mundo.
De repente, conforme fueron surgiendo crisis en gobiernos neoliberales -México, Brasil, Argentina, Corea del Sur, entre otros- fue siendo posible levantar, modestamente, banderas alternativas. El mismo lema con que lanzamos el Foro Social Mundial de Porto Alegre, tan sólo insinuaba que «Otro mundo es posible», simplemente combatiendo la idea de que la historia tendría un único cauce. Ni siquiera se decía que mundo era posible, a pesar de que se anunciaba que otro mundo, distinto al del neoliberalismo, era posible.
Convocamos al Foro Social Mundial de Porto Alegre para congregar a todos los que discrepaban del Foro Económico Mundial de Davos. La contraposición entre lo social y lo económico ya indicaba un horizonte distinto entre los dos Foros.
Porto Alegre fue escogido, en primer lugar, por estar en el Sur del mundo. En segundo, porque Brasil era el país de una izquierda que resistía al neoliberalismo, con el PT, la CUT, el MST, Lula. En tercer lugar, porque Porto Alegre proponía una forma distinta de administración publica, con los presupuestos participativos.
Cabían fuerzas distintas, de movimientos sociales a ONGs, pasando por intelectuales europeos, norteamericanos, latinoamericanos, asiáticos y africanos. Pero la Carta aprobada por el FSM ya anunciaba sus limites, relacionados con la ausencia de partidos políticos. Era la influencia liberal, promovida por ONGs y por intelectuales del Norte del mundo, que terminaría condenando el futuro del FSM.
Había una identificación con la «sociedad civil», en contraposición al Estado, repitiendo lo esencial del pensamiento liberal. El antiestatismo era el responsable de la ausencia de partidos políticos y, mas tarde, de los gobiernos antineoliberales latinoamericanos.
El pensamiento que proponia «cambiar el mundo sin tomar el poder», de John Holloway, intelectual europeo identificado con el zapatismo; las teses de Toni Negri, que condenaban al Estado como fuerza conservadora; las posiciones de otros intelectuales europeos, como Boaventura de Sousa Santos, entre otros, que proponían la centralidad de la sociedad civil en contra del Estado, asumidos por gran parte de las ONGs, se han impuesto y condenado al FSM a la intranscendencia y a la impotencia.
Fuerzas políticas que se sumaron a la polarización sociedad civil/Estado, propugnado mediante las tesis de la «autonomía de los movimientos sociales», renunciando a la disputa hegemónica en la sociedad, como los piqueteros argentinos y el zapatismo mexicano, que han desaparecido o han perdido fuerza.
Pero la lucha antineoliberal avanzaba y seguía por otras vías. La elección de gobiernos como los de Hugo Chávez, de Lula, de Néstor Kirncher, del Frente Amplo, de Evo Morales, de Rafael Correa, apuntaba como la superación del neoliberalismo necesitaba del Estado. ¿Cómo promover la centralidad de las políticas sociales, sin gobiernos que se valieran del Estado para ponerlas en práctica? ¿Cómo afirmar la solidaridad internacional entre esos gobiernos, sin un Estado fuerte? ¿Cómo financiar las políticas sociales sin bancos estatales fuertes?
Mientras las corrientes predominantes en el FSM se confundían con las tesis del Estado mínimo del mismo neoliberalismo, gobiernos antineoliberales fortalecían al Estado y avanzaban en la construcción de políticas sociales, de desarrollo económico y distribución de renta, de soberanía externa.
En un mundo en que el neoliberalismo se ha agotado, se podría esperar que el FSM de Porto Alegre representara el antineoliberalismo. Pero el FSM ha desaparecido prácticamente, por las posiciones políticas equivocadas que han predominado, mientras el FEM de Davos se flexibilizaba, para incorporar temas ecológicos y hasta de lucha en contra la desigualdad. Mientras que las fuerzas que representan el proyecto original de Porto Alegre, son partidos políticos, gobiernos y Estados democráticos y populares.
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