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Protestas globales: distintos detonantes, el mismo malestar

Fuentes: Agencias

De acuerdo con el filósofo catalán Josep Ramoneda, hemos de remontarnos al convulso 1968 para encontrar una ola de protestas a nivel mundial con una fuerza parecida a la registrada en este año que consume sus últimas semanas. Aunque no únicos, como el caso emblemático de Hong Kong, que pelea por preservar sus libertades civiles, […]

De acuerdo con el filósofo catalán Josep Ramoneda, hemos de remontarnos al convulso 1968 para encontrar una ola de protestas a nivel mundial con una fuerza parecida a la registrada en este año que consume sus últimas semanas.

Aunque no únicos, como el caso emblemático de Hong Kong, que pelea por preservar sus libertades civiles, los dos principales focos de estas movilizaciones populares han sido América Latina y Medio Oriente. Esta última región ha vivido el año más efervescente desde 2011, cuando se desataron las llamadas «primaveras árabes».

Ya en enero, miles de sudaneses ocupaban las calles de las principales ciudades del país para exigir la caída del régimen de Omar al-Bashir, con más de tres décadas a sus espaldas. Unas semanas después, a mediados de febrero, Argelia tomó el relevo. Desde entonces, cada viernes, y ya van 42, los argelinos organizan impresionantes manifestaciones en la capital para pedir una transición democrática. La dimisión del raïs Bouteflika, y el ascenso del general Gaid Salah, no calmó los ánimos del Hirak, que sospecha que el mismo régimen pretende solo cambiar de careta.

Cuando 2019 ya había superado su ecuador, estallaron nuevas protestas en otros tres países de Medio Oriente: Líbano, Irak e Irán. En los tres casos, el detonante ha sido el deterioro de la economía y la corrupción. Sin embargo, sus demandas van más allá de una política social más robusta, y sitúan en su blanco un sistema político disfuncional.

Si bien en todos los países la reacción inicial de las autoridades ha sido reprimir las protestas, el grado de violencia utilizado ha sido diferente. En Argelia y, sobre todo, en el Líbano, la reacción de las autoridades ha sido más cautelosa, mientras que en Sudán, Irán y, sobre todo, Irak, se han producido masacres, con el asesinato de cientos de personas en cada uno de estos países. En Hong Kong, el Ejército chino se mantiene expectante, mientras la policía del enclave se ve desbordada.

¿Existe una conexión entre todas estas protestas y las sucedidas en América Latina o simplemente ha querido el caprichoso azar que coincidan en el tiempo?

A simple vista, parece que sus raíces y motivaciones son de carácter exclusivamente local. Por ejemplo, en Irán la economía ha sufrido un duro golpe por la intensificación de las sanciones aplicadas por la administración Trump.

Pero las apariencias pueden engañar. De hecho, algunos de sus símbolos son comunes, como por ejemplo la canción de los partisanos italianos Bella ciao!, resucitada por la serie La casa de papel y proyectada a la aldea global a través de Netflix. Sus notas pegadizas han servido de banda sonora en muchos países, desde Irak hasta Chile, pasando por Argelia.

Ciertamente, se puede identificar al menos una serie de características comunes. Para empezar, su estallido suele ser inesperado, y a menudo el detonante es insignificante o recurrente. Nadie pudo prever en Chile que la subida del precio del transporte público iba a generar unas movilizaciones nunca vistas tras la dictadura de Pinochet. Tampoco en el Líbano, donde la chispa fue la creación de un impuesto a las llamadas telefónicas en WhatsApp. O en Argelia, con el anuncio de la candidatura a la reelección del raïs argelino Abdelaziz Bouteflika, una vez más.

En casi todos los casos, el movimiento de protesta aparece como un fogonazo, no crece de forma sostenida en el tiempo. En cuestión de días, ya es capaz de movilizar a decenas de miles de personas. Y ello, a pesar de no contar con líderes carismáticos ni tampoco con una organización formal detrás. La mayoría de las revueltas disponen de una estructura horizontal, lo que dificulta su represión, que no tarda en llegar. Pero en lugar de sofocar las protestas, más bien provoca una escalada de las demandas, que solo se conforman con un cambio radical.

Ahora bien, más allá de estas características externas, quizás sí haya un hilo invisible que las una. La globalización de la economía y la revolución digital es uno de ellos.

Tanto en América Latina como en Medio Oriente ha crecido la desigualdad entre las clases más pudientes y el resto de la sociedad, a la vez que los Estados pierden capacidad de maniobra y respuesta frente a las multinacionales y los «mercados».

Además, en la era de la «modernidad líquida» que anunció el clarividente filósofo polaco Zygmunt Bauman, no existe ninguna institución capaz de canalizar este descontento popular. Ya no están los grandes sindicados de clase erigidos en contrapoder, como la Solidaridad polaca o los partidos comunistas en América Latina. Partidos y sindicatos han sido cooptados por el sistema, perdiendo su credibilidad.

Y la desconfianza abarca el entero establishment político y social.