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¿Qué pasa en Ucrania?

Fuentes: CLAE

El enfrentamiento bélico que se desarrolla en Ucrania, guarda estrecha relación con el carácter profundamente contradictorio de la crisis orgánica y estructural que atraviesa el sistema capitalista, acentuada desde la pandemia.

Ucrania es, también en ese marco, el escenario de las disputas mundiales.

Observamos que la cuarta revolución industrial modificó la estructura productiva mundial, aceleró los tiempos sociales de producción y acortó los tiempos de circulación de las mercancías (incluyendo la fuerza de trabajo). Este acortamiento deviene en una disminución en el tiempo social de producción que asume un carácter estratégico, ya que la esfera de la circulación, por definición, es un momento de desvalorización del sistema.

Este desarrollo de las fuerzas productivas trajo aparejada la consolidación de una nueva “Aristocracia Financiera y Tecnológica”, que va tejiendo un entramado de redes productivas y cadenas de suministros que pasan de un momento productivo de carácter más vertical, a un momento productivo más horizontal, dominando centralmente los puntos estratégicos de la cadenas de valor (como la industria de chips y semiconductores) sumado a una base de producción global común para todas las producciones. Dicha base fue variando en la historia de la humanidad: en el feudalismo fue la tierra, en el capitalismo fue la máquina, en esta fase son las plataformas digitales, creadas, controladas y dominadas por esta Nueva Aristocracia.

Sin embargo, esta revolución en la estructura económica productiva pareciera expresar un desfasaje de tiempos en relación a la superestructura jurídica, política e institucional a nivel mundial. En otras palabras, la revolución tecnológica no termina de reflejarse en la dimensión política y entra en franca contradicción.

Asistimos, entonces, a una nueva dinámica en las relaciones de poder, donde lo nuevo aparece como oculto, secundario, y lo viejo se muestra como escena principal del conflicto, apareciendo como fetiche. Parafraseando a Gramsci, lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.

El telón de fondo del conflicto en Ucrania es la guerra interimperialista

Una lectura del conflicto sólo desde la dimensión militar, también está desfasada de las transformaciones antes mencionadas. 

La competencia y las luchas por controlar los tiempos sociales de producción por un lado y por imponer los resortes estructurales de un nuevo orden, por otro, llevan a que cada bloque de poder utilice todo lo que está a su alcance para cumplir su objetivo. 

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, esta guerra se expresa como apariencia de una guerra más profunda, por la imposición y conformación de un nuevo orden mundial. Nos encontramos transitando hacia un momento estratégico-militar en la lucha interimperialista, que se presenta como guerra convencional, pero de fondo es una guerra multidimensional.

Para comprenderlo, es necesario partir de la crisis del 2008, donde el Imperio Angloamericano entró en una decadencia política y económica sin precedentes. La crisis orgánica, profunda, tenía como última razón, el direccionamiento de inversiones de los propios capitales angloamericanos, francamente transnacionalizados desde inicios de la década de 1970, desde el eje Atlántico-Occidental al eje Pacifico-Oriental.

En paralelo, el proceso de desarrollo productivo, a través de la innovación científico tecnológica, logró lentamente pasar de la fase analógica a la fase de digitalización, impulsando el desarrollo de lo que se conoce como cuarta revolución industrial, acelerando enormemente los tiempos sociales de producción y apalancando la financiarización exponencial de la economía.

Mientras tanto en el seno de los Estados Unidos, esta crisis tuvo enormes consecuencias; los actores del núcleo angloamericano ingresaron en una guerra interna, que se asemeja a la Guerra de Secesión, donde ambas fuerzas son incapaces de expresar sus voluntades. 

La salida de los Estados Unidos de Afganistán, después de 20 años de conflicto armado, y la evidente subsidiariedad del Comando Central de las Fuerzas Armadas norteamericanas (USCENTCOM) para la derrota del ISIS en Siria (en manos de la Federación de Rusia, las fuerzas de Bashar Al-Assad y las autodefensas kurdas), dicen mucho de que en territorio norteamericano, las cosas no están bien.

Queda claro entonces, que luego de la crisis de 2008 hubo realineamientos de actores que dieron como resultado la emergencia de  dos alianzas que asumieron carácter de contradicción principal. Una alianza inicialmente conformada por China y Rusia, y por otro lado, la alianza desarrollada por Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Japón. En términos supranacionales, esta contradicción se puede reflejar, entre la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS) y el Grupo de los Siete (G7), siempre bajo iniciativa angloamericana, algo evidenciado en la reciente conformación de la alianza militar AUKUS (Au, UK, US).

Tras la Pandemia, este 2022 puso en evidencia un segundo momento estratégico de la contradicción principal. Nos referimos a una alianza incipiente, pero que transcurría a paso firme entre China, Rusia y el proyecto estratégico Germano-Francés que conduce a la Unión Europea. Recordemos la participación de empresas transnacionales francesas, alemanas e italianas en el desarrollo del  sector energético ruso, donde se calcula que ya invirtieron más de 70.000 millones de dólares. Este segundo momento es el que se terminaría de confirmar con la inauguración del North Stream II, un gasoducto submarino de 1200 km que conecta el gas del norte de Rusia con el corazón industrial de Europa.

Fueron estos acercamientos, los que generaron preocupación en el gran capital angloamericano. La puesta en marcha de ese gasoducto aumentaría la dependencia energética de la UE con Rusia, que actualmente ya provee el 40% del gas total consumido en el viejo continente. Tal dependencia obliga al desarrollo de mecanismos de integración económica, donde Moscú se convierte en la bisagra de la unidad euroasiática, el puente entre China y Europa.

En ese marco, Joe Biden desplegó su política multilateral, “reparadora” del unilateralismo trumpista. Brindó señales de querer conducir y repartir el mundo desde el G7, planteó la antinomia “democracia-autocracias” y golpeó sobre Rusia para que alemanes y franceses aceptaran la incorporación de Ucrania a la OTAN, una solicitud que el presidente Voldomir Zelenski, de ideología libertaria, había vuelto a formalizar en febrero de 2021.

Se podría afirmar que Biden tomó medidas estratégicas pero no de carácter directo, sino indirecto. Es decir, se utiliza un “pivote geopolítico”, en este caso Ucrania, para enfrentar a un “jugador estratégico”, tal como afirma el estratega globalista más importante de los últimos tiempos, Zbigniew Brzezinski.

¿Por qué avanzó Rusia sobre Ucrania? 

Antes de preguntarnos por Ucrania deberíamos intentar responder por qué Rusia está afrontando un enfrentamiento de carácter interimperialista.

Está claro que la respuesta es multicausal, pero principalmente tiene carácter histórico y estratégico: históricamente Rusia fue derrotada y estratégicamente es el más débil de los tres “jugadores estratégicos”. Por fuera de su complejo industrial-militar, el país sólo es una potencia energética. Rusia es un actor rezagado en los tableros tecnológico y comercial.

A esto se suma que la Unión Europea es, para el núcleo de poder angloamericano, la base estratégica que le garantiza seguir en carrera en la pelea por la nueva arquitectura global y, por qué no, por un nuevo momento hegemónico. En su primer discurso ante el Congreso, Biden fue claro: “Estamos en competencia con China y otros países para ganar el siglo XXI”.

El constante incumplimiento de los Acuerdos de Minsk (I y II) por parte de los Estados Unidos y la OTAN, desde su firma en 2014 luego del conflicto por el control de Crimea, han mantenido en alerta a la cautelosa Rusia. La finalización de la megaobra del gasoducto North Stream II actuó como “hecho maldito”, para que la presión se incremente y aparezca sobre la agenda la posibilidad de que Ucrania finalmente se incorpore a la alianza militar noratlántica. 

Como expresión de la guerra multidimensional, adquiere particular importancia la violencia ejercida por grupos paramilitares neofascistas, del ultranacionalismo ucraniano (que el propio presidente Zelenski personifica), sobre los habitantes de la región histórica y cultural del Donbass ubicado en el este del país, habitado mayoritariamente por rusoparlantes. Esa violencia sistemática desencadenó una guerra civil, un conflicto armado de “baja” intensidad, a la que hicieron vista gorda desde Kiev y que ya cuenta más de 15 mil muertos en ocho años.

Ante esta ininterrumpida provocación por parte Kiev, ahora con el beneplácito de Biden y la OTAN, la Federación de Rusia acude a su Doctrina de Defensa Nacional establecida en 1993, la cual contempla “operaciones militares especiales” para protección de minorías rusas en países fronterizos. Moscú actuó militarmente de esa manera en 2008 en la República de Georgia para defender la región rusohablante de Osetia del Sur, de los ataques lanzados por Tiflis, capital de dicho país, con pretensiones de sumarse a la OTAN. 

El conflicto con Ucrania, que inició en 2014 por Crimea, y que ahora vuelve a estallar por el Donbass, tiene el mismo marco. Por su naturaleza operacional, la misma no deja de ser una “operación militar especial” de gran escala. La acción militar rusa no se limitó a asistir militarmente a las recién reconocidas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, los dos Oblast ucranianos (provincias) con asiento en la región del Donbass. Putin fue más allá y decidió avanzar desde Crimea, Bielorrusia y el oeste para atacar a más de 1000 objetivos militares ucranianos en poco más de 72 horas.

Tal acción le dió marco al primer momento del conflicto armado. Cual “blitzkrieg” (guerra relámpago), Rusia derrotó militarmente, por ahora, a Ucrania. La acción pudo haberse justificado en que Moscú no quiso quedar atrapado en un conflicto transfronterizo en el Donbass. En otras palabras, Putin no quiso la instalación de un conflicto armado permanente en su frontera suroccidental. Quiere llegar a Kiev para sentarse a negociar y evitar que se termine de configurar en su frontera un teatro de operaciones similar al escenario sirio.

Pero, en ese extraordinario avance, del “primer momento” del conflicto armado, Rusia ve rápidamente despertar las fuerzas que buscan su derrota. Ante la presión de la OTAN sobre Europa, Putin comienza a perder relaciones de fuerza. Estados Unidos logró encolumnar tras de sí a Europa, cuando Alemania decide suspender la inauguración del gasoducto y luego acepta quitar a ciertas corporaciones financieras rusas del SWIFT, el sistema encargado de la comunicación interbancaria mundial, excepto, obviamente el Banco de Gazprom.

Si bien el Kremlin insinúa anexar Ucrania, es claro que no lo va a hacer. Avanza hasta Kiev para jugar una retirada exitosa, para quedarse con el control directo o indirecto del Donbass y, con ello, de todo el Mar Negro. Esto le permitiría correr un poco las fronteras y seguir manejando estratégicamente la región.

Luego de la acción del pivote geopolítico, es decir, luego de la decisión de Putin de accionar sobre Ucrania para defenderse, ocurre un “segundo momento” que tiene que ver con el alineamiento de Alemania en la OTAN. Esto tendrá un doble efecto: enfrentar a Europa con Rusia y condicionar los movimientos de Alemania para el futuro. Estas maniobras, de carácter estratégico, son las centrales para el desarrollo del conflicto, que llevaron a Rusia a responder con una celeridad nunca vista y, hasta cierto punto, inesperada.

La OTAN avanza porque “huele” una eventual derrota de Rusia. ¿Por qué? Porque China actúa de manera vacilante, probablemente porque teme la aceleración de los tiempos de su enfrentamiento con EEUU por el dominio mundial, algo para lo que Xi Jinping asumió que todavía no están preparados. El envío de armamento de Alemania a Ucrania es una acción decisiva, dado que finalmente Estados Unidos posiciona a la conducción de la Unión Europea contra Rusia, alejando la amenaza estratégica de la “integración euroasiática”.

Las respuestas rusas tienen también dos momentos. El primero, disuasión, para luego actuar con carácter sorpresivo. Lleva adelante la doctrina rusa, que confiere a las fuerzas armadas “misiones especiales” de protección de los derechos de las minorías rusas. El segundo, ya empujado por las maniobras de la OTAN, fundamentalmente luego del alineamiento de Alemania y la asistencia directa a Ucrania de los países de Europa del Este (Polonia, Bulgaria, Letonia, entre otros), avanzar ya no solo con operaciones especiales, si no con vistas a tomar Kiev, para que poder, en caso de negociación, tener mejores condiciones para salvaguardar los territorios estratégicos de Dombas, de Crimea y, por qué no, de Transnistria.

Del lado ucraniano, las acciones militares por ahora no pueden imponerse sobre el poderío ruso. La OTAN lo sabe, pero se niega a ingresar de manera directa a Ucrania para no desacreditar el relato internacional sobre la avanzada rusa. Pese a las enormes presiones, pareciera que los gobiernos de Francia y España se niegan a escalar el conflicto hasta convertirlo en una guerra mundial, donde los bandos en conflicto tienen armas nucleares y la famosa “destrucción mutua asegurada”. No por nada, el 4 de marzo Zelenski condenó a la OTAN por la falta de acción para proteger a la población ucraniana, declarando que “la muerte de todas las personas fallecidas, a partir de hoy, será también su culpa”.

Por ahora, las apuestas están por la colocación de contingentes mercenarios en territorio ucraniano, ahora disfrazados de más de 16 mil “voluntarios”, y por la ampliación desmedida de las tácticas del soft power, con el mundo entero como “teatro de operaciones”. No por nada el gobierno de la Federación de Rusia determinó el bloqueo de Facebook y de Twitter en su territorio.

Dos momentos, dos escenarios 

Dos momentos que se yuxtaponen. El primero, con Rusia lanzando una “operación militar especial” de gran escala. El segundo, la OTAN contragolpeando ante la suspensión de la puesta en marcha del gasoducto North Stream II por parte de Alemania y la distancia que China tiene sobre el conflicto. Son esos momentos los que determinan la existencia de dos posibles escenarios futuribles para la guerra en Ucrania.

El primero de ellos, y el más probable, es al que podríamos definir como el “repliegue victorioso de Rusia”. Moscú retrocede desde Kiev para hacerse del control del Donbass, de manera directa, federando las dos Repúblicas Independiente de Donetsk y Lugansk, o indirecta, consiguiendo que Ucrania las reconozca como Regiones Autónomas (algo similar al Kurdistán Iraquí). 

El escenario se completa con el freno a las aspiraciones de Zelinski de que Ucrania ingrese a la OTAN. Como posible carta de negociación, el Kremlin permite el ingreso de la Unión Europea al país. Al fin de cuentas, Rusia tiene enormes intereses económicos por sostener y desarrollar con Europa y, si su posición de fuerza lo permite, avanzaría con desdolarizar el comercio.

El segundo de los escenarios, y el menos probable, es aquel que se impone con un “occidente” ordenado y con China no jugando a tiempo un papel activo. Allí, la Unión Europea decide escalar la guerra, ingresando formalmente a territorio ucraniano para combatir el despliegue de las fuerzas armadas rusas. Estados Unidos haría su ingreso sólo si logra que China participe del mismo. No faltarán las provocaciones sobre Taiwán y el mar meridional para conseguirlo. Si todo eso ocurre, estaríamos hablando del primer conflicto armado interimperialista de carácter estratégico en territorio europeo desde 1945, es decir, la Tercera Guerra Mundial.

* * Paula Giménez es psicóloga y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Matías Caciabue es politólogo y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)