Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La debacle de McChrystal escenefica de qué forma el pensamiento militar domina la política de EE.UU. -véase la parte del presupuesto en manos del Pentágono- así como la extrema desesperanza de lograr otra cosa que una agotadora derrota de la ocupación estadounidense en Afganistán. Esta lección debería haberse aprendido después de Vietnam. Como dijo Yogi Berra [jugador de béisbol estadounidense del siglo pasado, N. del T.]: «Cada vez que pasa igual, sucede lo mismo».
Washington escogió cuidadosamente a Hamid Karzai para que fuera presidente de Afganistán. Después de servir un período, apreciado por pocos de sus conciudadanos, Karzai ha proclamado públicamente su falta de confianza en la capacidad de sus benefactores estadounidenses de prevalecer sobre los enigmáticos talibanes. Dijo a los medios que ya no confía en el compromiso de EE.UU. -su capacidad de ganar la guerra y su poder de aguante. Por cierto, ha comenzado a hablar, -tal vez incluso a negociar- con la misma entidad a la que los militares de EE.UU. se han enfrentado durante un decenio, sufriendo más de 1.000 muertos y muchos más heridos, física y mentalmente.
Simultáneamente, para cubrirse, Karzai pretende que agradece la generosa ayuda de Washington. ¿Chocante? ¿No nos ha pasado nunca antes? Abre Google y encontrarás al Karzai vietnamita.
El parecido con Vietnam
En los años cincuenta, los Acuerdos de Ginebra especificaron una votación para presidente en Vietnam. Incluso Dwight Eisenhower, en sus memorias, reconoció que el líder comunista Ho Chi Minh habría ganado esa elección con más del 80% de los votos. Para evitar ese resultado, EE.UU., y algunos de sus aliados de la OTAN, crearon la República de Vietnam del Sur y eligieron a Ngo Dinh Diem como presidente. Entre los promotores de Diem hubo intelectuales de la defensa, los neoconservadores en aquellos tiempos, así como el cardenal Spellman y la familia Kennedy.
Diem, católico, presidente de un país budista recién creado, sabía que tendría que tener mucho cuidado con sus generales -en su mayoría no católicos-. Mientras los asesores militares estadounidenses presionaban a los militares vietnamitas para que combatieran agresivamente contra el Viet Cong, las guerrillas comunistas del sur, Diem instaba a los generales a limitar la cantidad de víctimas -con lo que quería decir que las campañas no debían ser agresivas-
A principios de noviembre de 1963, justo antes del asesinato de Kennedy, algunos generales vietnamitas realizaron un golpe contra Diem -con la aprobación tácita, si no con el aliento directo de EE.UU.- y lo asesinaron. Los asesinos de Diem se convirtieron en jefes de Estado, respaldados inmediatamente por Washington. Su viuda, madame Nhu, culpó al gobierno de EE.UU. de su asesinato: «Cualquiera que tenga a los estadounidenses como aliados no necesita enemigos».
La hora Diem de Karzai
¿Leyó Karzai la declaración de madame Nhu? Después de servir un primer período que dio mal nombre a la corrupción, Karzai logró un segundo período en 2009. Como Diem, cuya familia recibió puestos clave en el poder, Karzai protegió a los suyos. Su hermano, Ahmed Wali Karzai, dirige una de las mayores operaciones de narcotráfico del país y tiene una pandilla de secuaces que trabaja para él. Además, según The New York Times, Ahmed Karzai recibe «regularmente pagos de la Agencia Central de Inteligencia, y lo ha hecho durante gran parte de los últimos ocho años, según funcionarios estadounidenses actuales y antiguos». The Times también informó de que «La agencia paga al señor Karzai por una variedad de servicios, incluyendo la ayuda para reclutar una fuerza paramilitar afgana que opera bajo la dirección de la CIA dentro y alrededor de la ciudad sureña de Kandahar, base del señor Karzai».
Karzai critica y elogia alternativamente al gobierno de EE.UU. (que gasta 6.300 millones de dólares al mes para continuar la guerra). También provoca a Washington al abrazar al supremo objeto de la actual campaña de odio de Washington, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad.
Durante la Guerra de Vietnam, algunas corporaciones de EE.UU. se enriquecieron como, típicos bandidos, aprovisionando a las fuerzas armadas. En Afganistán, los tristemente célebres imperios BP y Halliburton han ganado miles de millones suministrando las necesidades de las fuerzas de la OTAN. Algunos grupos talibanes también comprenden los rentables productos derivados de la guerra y cobran sobornos por no asaltar convoyes que llevan material para los militares desde Pakistán.
Mientras tanto, los mejores planes de los generales de Obama no han logrado sus objetivos. La ‘oleada’ tan pregonada por el general McChrystal no ganó las batallas por Marja. Tampoco se ve venir una conquista de Kandahar. Los aliados de la OTAN se desaniman. Los holandeses han desertado, e incluso el adulador Gobierno derechista de Canadá se irá dentro de 14 meses. Por cierto, las fuerzas de EE.UU. también deben retirarse en el año 2011.
En 1975, el Congreso cortó los fondos de apoyo de EE.UU. para la Guerra de Vietnam. Los que votaron por el corte formularon la pregunta obvia: ¿Qué había logrado EE.UU. después de diez años de combates y muertes que llevó a 58.000 estadounidenses muertos, cientos de miles de heridos, cuatro millones de víctimas vietnamitas, y un país destruido? Muchos hacen ahora la misma pregunta sobre Afganistán y reciben la misma respuesta: No gran cosa.
Desafección del público
El público de EE.UU. da señales de estar cansado de la guerra, incluso a pesar de que la mayoría no ha sido afectada directamente por el conflicto. Se ha cansado de escuchar y leer al respecto. Millones de estadounidenses cantan «Dios bendiga a EE.UU.» en eventos deportivos, honrando a los que sirven en las fuerzas armadas. En su mayoría no se presentan como voluntarios, ni siquiera escriben cartas a los soldados.
Y a pesar de ello la guerra se sigue alargando. Los elusivos talibanes -involucrados con la inteligencia paquistaní y al parecer también con Karzai- han aprendido, como los antiguos Viet Cong, a desaparecer cuando se acercan los soldados estadounidenses. Evitan la anunciada «batalla decisiva». El antiguo dicho afgano se impone: «Puede que los invasores extranjeros tengan el reloj, pero nosotros tenemos tiempo». Los vietnamitas tenían dichos parecidos.
EE.UU. nació en una guerra anti-imperial. Hemos tenido poco éxito en la exportación de nuestro orden a naciones en desarrollo (Vietnam, Iraq, Afganistán). Pero sufrimos efectos negativos a largo plazo de esas sangrientas aventuras. Algunos estadounidenses se quedan permanentemente mutilados y lisiados; otros nunca perdonan u olvidan. Los vietnamitas triunfaron y ahora les encanta hacer negocios con nosotros. Pero ahí termina la analogía con Vietnam. Los iraquíes y los afganos (y muchos también en Pakistán) no gritarán victoria. Más bien, ellos -las familias de los asesinados por soldados, bombas, y drones estadounidenses- probablemente cultivarán el odio hacia EE.UU. durante décadas.
El cineasta galardonado y activista Saul Landau es miembro asociado del Institute for Policy Studies.
Fuente: http://www.fpif.org/articles/
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