Como en el archí famoso relato de Augusto Monterroso, El Dinosaurio: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», ellos, los refugiados, también todavía están allí. Las barcazas corroídas y lanchas atiborradas de desangelados, son ya una postal constante en el Mediterráneo, la que durante mucho tiempo nadie podrá olvidar, y a pesar de cualquier intensión […]
Como en el archí famoso relato de Augusto Monterroso, El Dinosaurio: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», ellos, los refugiados, también todavía están allí. Las barcazas corroídas y lanchas atiborradas de desangelados, son ya una postal constante en el Mediterráneo, la que durante mucho tiempo nadie podrá olvidar, y a pesar de cualquier intensión por hacerlo, seguirán allí.
Hasta hace unos meses el tema, sobre su llegada a Europa y sus espectaculares naufragios, ocupaban las tapas de todos los medios del mundo, informes especiales, películas, libros, ensayos, artículos de fondo y de color cubrían lo que se consideraba la crisis humanitaria más grave que afrontaba el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
Ahora como por arte de magia o de edición, los millones de humillados y ofendidos, que tras miles de kilómetros y padecimientos bíblicos están desapareciendo o mejor dicho están invisibilizados, en procura de oxigeno político para los mandantes europeos.
Crisis políticas, el Brexit, amagues de más deserciones de la Unión Europea (UE) y el resurgimiento de una ultraderecha voraz dispuesta a utilizar cualquier medio que implica una «solución final» a la cuestión refugiados, que ha ocupado el centro de la escena desde hace más de dos años.
Los reproches de los gobiernos involucrados en las torpezas de la UE y su brazo armado la OTAN, han sido infinitos y las soluciones pobres y miserables como los que las pergeñaron. A pesar de todo nunca se ha escuchado por parte de la UE una autocrítica que diga claramente la verdad: están acá, porque nosotros fuimos allá y destruimos sus mundos. Solo por hacer una rápida mirada de los tres países con mayor número de migrantes se vería claro: Siria (5.5 millones), Afganistán (2.5 millones) y Sudán del Sur (1.4 millones).
El arribo de refugiados a puertos italianos, en embarcaciones proveniente de Libia se sucede de manera constante, las autoridades locales han registrado que desde enero las partidas de los puertos libios, ya no se producen una vez cada dos semanas, sino cada uno o dos días. Solo en los últimos cuatro días de junio arribaron más de 12 mil refugiados a diferentes puertos de Sicilia.
En lo que va del año han llegado a Italia unos 95 mil refugiados, sin contar los 2100 que han muerto ahogados en el intento, lo que significa un 26 % más del mismo periodo del año pasado, por lo que se calcula que finales de este año se cerrara con cerca de 230 mil, frente a los 180 mil de 2016.
En su mayoría son africanos, de cada rincón del continente, aunque también siguen siendo altas las cuotas de sirios, afganos, iraquíes y bangladesíes.
Estas cifras han habilitado a los parlamentarios de la ultra derecha italiana a reclamar el bloqueo los puertos del país para embarcaciones que trasporten refugiados y que el gobierno del Primer Ministro Paolo Gentiloni, derive esas naves a otros puertos no italianos del Mediterráneo.
Mientras el ministro del Interior, Marco Minniti, declaró dramáticamente «si una nave, solo una, de las cientos que se rescatan en el Mediterráneo fueran dirigida a otro puerto europeo supondría una señal extraordinaria de solidaridad para Italia». Para terminar reclamando a la UE que «responda con hechos» ya que «el tiempo de las palabras ya se ha agotado».
Minniti se refiere a que mientras los servicios no solo de rescate en alta mar, sino los campamentos que albergan a miles de refugiados están por colapsar, como es el caso del mayor centro de acogida de Europa, la vieja base militar de Cara di Mineo en Catania (Sicilia), con tres mil personas, controlada por un grupo de políticos corruptos y la organización mafiosa La cosa nostra, cuyos internos han debido cortar la ruta entre Catania y Gela (Sicilia), en protesta por las normas de seguridad que se aplica. Mientras que el campamento Sant’ Anna, con más de 1500 refugiados está siendo explotado por el clan calabrés Arena, quien se ha quedado con cerca de treinta de los 110 millones de euros que la institución había recibido en ayudas, los Arena son una familia perteneciente a La ‘Ndrangheta, (coraje y bondad en dialecto) otra importante organización mafiosa de origen calabrés que articula unos 50 mil millones de euros al año, un 3% del PIB italiano, que le asegura a los refugiados fideos blancos, sin salsa ni queso, una pastilla de jabón al mes, hacinamiento en lugares que no están preparados para alojar a nadie y baños atascados.
Excepto Grecia, Alemania y un poco menos Suecia, el resto de los países miembros de la UE, o bien se cierran descaradamente como Hungría, Chequia y Bulgaria o intentan disimular su falta de responsabilidad como son los casos de Francia y España, entre otros.
Tal como lo explica la española Paloma Favieres, coordinadora la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), en «Grecia 20 mil refugiados afganos, se encuentran en un limbo burocrático ya que tras habérsele negado cualquier tipo de acogida por parte de la UE ni los reubican, ni les deportan».
La canciller Angela Merkel, tras sus traspiés en las encuestas de Alemania por haberse convertido durante en inicio de la crisis en una de las grandes promotoras de las políticas de acogida, se vio obligada a deportar unos 80 mil afganos en el último año, como muestra de «remordimiento» hacia su electorado.
Antes del mar
Mientras Europa se desentiende cada vez más de la crisis que ellos mismo han propiciado, en Libia que se ha convertido en el punto de salida hacia las costas italianas por varios de sus puertos, las mafias locales consolidan cada vez mejor el alambicado sistema de captación de refugiados y tras infinidad de penurias como violaciones, trabajo esclavo y altísimas extorsiones para poder continuar viaje que van desde los 7500 a los 10 mil dólares antes de enviarlos al mar. Si llegan a destino, eso ya es otra cuestión.
Esta última semana se volvió a registrar la muerte de 44 personas cuando intentaban llegar a la costa libia, atravesando el Sahara. El camión que los trasportaba se descompuso entre las ciudades de Agadez y Dirkou en el desierto de Ténéré al norte de Níger. Ya son varios hechos similares en estos últimos meses de refugiados o que son abandonados por los traficantes en algún punto remoto del desierto o sus trasportes sufren alguna avería, lo que implica una muerte demasiado lenta para ser piadosa.
En este último caso solo seis de los cincuenta que viajaban pudieron sobrevivir a pesar del extremo calor y la falta de agua.
Desde comienzo de año cerca de 20 mil refugiados llegaron a Libia tras cruzar Níger, provenientes de Senegal, Nigeria, Chad, Burkina Faso, Malí, Guinea, Gambia, Costa de Marfil y el propio Níger.
Libia, donde unos 250 mil hombres armados operan, según el caso, como fuerzas de choques para líderes políticos o bandas de traficantes y contrabandistas, acaba de ser reconocida en un alarde de suspicacia por el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian, como un Estado Fallido. Según el ministro, el Eliseo carece de «interlocutores para dialogar» un notable descubrimiento de Le Drian, quien si leyera los diarios descubriría que la fuerza aérea de su país junto al ex presidente Nicolás Sarkozy cargan con la responsabilidad histórica de haber convertido a Libia en lo que es hoy.
La actual situación de desgobierno en Libia es lo que no le permite a la UE pactar como lo ha hecho con Turquía quien tras 6 mil millones de dólares y otras promesas, otro de los grandes «humanistas» contemporáneos, el presidente Tayyip Erdogan, mantiene las salidas hacia Grecia controladas con mucho éxito desde marzo de 2016.
En la frontera entre Libia y Sudán, el sector que se conoce como Raybana, se ha convertido en una de las rutas más transitadas y peligrosas para los refugiados que llegan desde Medo Oriente y Asia Central, pero también para eritreos, somalíes y etíopes. Allí operan diversas bandas que se dedican al secuestro y robo de migrantes, que en muchos casos son literalmente vendidos a otras organizaciones de traficantes, que o bien se encargan de extorsionar a sus familias, o alcanzarlos hasta la costa o vueltos a vender para trabajo esclavo en diferentes plantaciones, en el caso de los hombres y para las prostitución en el de las mujeres.
El ministerio del interior italiano se vio obligado a reunirse en secreto en abril último con representantes de unas 40 tribus del sur de Libia, para que contengan en sus fronteras, carentes de cualquier otra autoridad, el flujo de migrantes que intentan llegar a la costa. El acuerdo de cerca de 160 millones de euros, será asistido por tropas de Chad, Níger y Mali, con el apoyo técnico de Francia, Estados Unidos e Italia.
Por más que cierre los ojos Europa, como en el relato de Monterroso, sabe que cuando los abra ellos seguirán ahí.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.