Traducido para Rebelión por Daniel Escribano
Al presentar la muerte de Osama Bin Laden, Obama ha dicho que «se ha hecho justicia». Y la mayoría de medios de comunicación de esta parte del mundo le han dado por buena la ocurrencia. Bueno, no pienso que ni el más bobo de los estadounidenses, tampoco ninguno de esos que aparecen celebrando la noticia, pueda, sinceramente, creerse algo así. Aun menos el propio Obama, que, seguramente, tampoco se cuenta entre los más tontos. Para eso tendrían que empezar a esclarecer dónde están todas las condiciones y matices que serían necesarias para que el asesinato extrajudicial cometido en territorio de otro estado soberano sea «justicia» y no terrorismo estatal cualquiera… Si en lugar de esa pomposa palabra, ponemos venganza, o alguna palabra similar, la frase se convierte en harto más veraz, claro. Precisamente ahí estaría, además, la explicación más clara de la alegría indisimulada de tantos: la venganza produce mayor satisfacción que la justicia entre quienes han sufrido daño (o miedo a sufrirlo, ya que el miedo animaliza al ser humano más que el dolor). Por el contrario, no deberíamos tener necesidad de recordar que la vía de desarrollo de la «civilización» ha sido la que lleva de la venganza a la justicia… ¿O sí? Y es que cuando parecía que este tipo de putinadas de estado tenían que desaparecer (antes sólo algunos países conflictivos de segundo o tercer nivel se atrevían a cometer asesinatos de estado, y siempre en silencio), están reapareciendo de buena gana y de modo desvergonzado de la mano de los países más grandes del mundo. Como si quisieran obtener con el miedo a la venganza el respeto que no pueden conseguir de otro modo. Ellos mismos verán lo que pueden esperar de esa dinámica.
Sin embargo, de tener que resumir en una sola palabra el asesinato de Bin Laden, escogería apuesta sin discusión. Obama ha hecho una apuesta arriesgada al ordenar este asesinato, puesto que puede perder por otro lado lo que ganará en las encuestas. Y no me refiero al fracaso operativo de la acción (que podía ocurrir; en la Casa Blanca, en el Pentágono y en Langley deben de recordar los precedentes) o a las supuestas represalias de Al Qaeda. No, la apuesta es de mayor enjundia. El asesinato de Bin Laden nos ha enseñado una cosa a quienes somos meros espectadores (y, por tanto, a quienes tenían localizado desde antes eso que tenía que ser un hecho notorio): vivía en Abbottabad bajo la protección física de los todopoderosos servicios secretos y, en general, del ejército paquistaníes. Delante de la Academia Militar de Kakul. Rodeado de altos oficiales paquistaníes. Para percibir el compadreo que eso indica no hace falta darle muchas vueltas a la cabeza. La amistad de antaño entre Pakistán y los Estados Unidos de América estaba en las últimas y la apuesta de Obama le ha puesto fin. Ahora falta saber dónde y cuándo se realizará la réplica de los ISI. Los padrinos de Bin Laden tienen las opciones al alcance la mano. La guerra de Afganistán puede sufrir un salto cualitativo si Pakistán multiplica la ayuda a los talibanes. Por otra parte, si se ahonda el conflicto con la India, podemos arrepentirnos todos. Y no me gustaría estar en la piel de los escasos amigos que les quedan a los EEUU en Pakistán.
Mikel Aramendi es periodista
Fuente: http://www.gara.net/