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Sales y soles

Septiembre huele mal

Fuentes: Gara

«Basta ya de realidades. Queremos promesas». La pintada, tatuada en una pared de Buenos Aires, no tenía fecha aunque bien podría haber sido parida hoy mismo. Septiembre es real. Agosto, pura fantasía. Vivir sin trabajar. Un espejismo. Una utopía. Todos los años igual. El calendario imposible, impasible, dicta su sentencia. «La realidad empieza en la […]

«Basta ya de realidades. Queremos promesas». La pintada, tatuada en una pared de Buenos Aires, no tenía fecha aunque bien podría haber sido parida hoy mismo. Septiembre es real. Agosto, pura fantasía. Vivir sin trabajar. Un espejismo. Una utopía.

Todos los años igual. El calendario imposible, impasible, dicta su sentencia. «La realidad empieza en la segunda semana de septiembre», advierte Luís García Montero en un poema dedicado al mes de las certezas. El trabajo, el colegio, las prisas, las facturas, el mal tiempo, las malas caras… Septiembre es así. No engaña. No falla.

Si la realidad tiene que arrollarnos, sacudirnos, atraparnos, mejor que lo haga en mitad de una playa. Por segundo año consecutivo, los dieciocho empleados de una agencia de publicidad, Imaginarte, han «disfrutado» con la vuelta al trabajo. La idea es sencilla, loca. Para que el regreso de las vacaciones no les resulte traumático, su empresa se traslada a la playa.

«El año pasado llevamos la playa a la oficina. Allí tuvimos arena, productos gastronómicos, clases de baile… La experiencia fue muy positiva», explica el director de Imaginarte, Antonio Piñero. Hace unos días, cientos de personas se acercaron hasta el arenal de El Postiguet, en Alicante, para comprobar por sí mismos que, aunque sólo fuese por un día, era cierto que una empresa permitía a sus asalariados trabajar en la playa. Su jornada laboral, la habitual, finalizó a las seis de la tarde. La realidad no hizo acto de presencia. Demasiado sol, mar, alegría. Demasiadas promesas.

Puestos a soñar, a combatir la realidad, el día que más promete, sin duda, es el viernes. Y el lugar, un colegio cualquiera. La infancia. No es casualidad. Los alumnos de las escuelas infantiles y de primaria de Euskadi acaban de regresar a las aulas y lo han hecho un viernes. A la orilla del fin de semana. «Todos los lugares donde se aprende están a la intemperie», afirma el poeta José Luís Gallego. Mañana, lunes, las clases amanecerán repletas. Las playas, por desgracia, vacías.

La cuesta de septiembre, la más dura, la más empinada, podría tener las horas contadas. El Instituto de Investigación de Materiales de Carretera Avanzados de Shangai está elaborando un tipo de asfalto que promete cambiar la percepción que tenemos de nuestras vidas. Esta ciudad china acogerá en 2010 la Exposición Universal y sus responsables esperan tener abierta para entonces la que será la primera «carretera perfumada» del planeta.

El innovador proyecto propone reducir los intensos y molestos olores que desprende el asfalto caliente incorporándole nuevas fragancias. Las carreteras mantendrán su buen aroma una vez pavimentadas. Yan Jun, uno de los ingenieros responsables del proyecto, ha anunciado que entre las calles perfumadas, las habrá, por ejemplo, con olor a jazmín y a limón.

Las obras de la Expo de Shangai obligarán a la demolición de varios barrios, con el consiguiente traslado forzoso de unas 17.000 familias, y a desmantelar los antiguos astilleros de la época colonial británica y varias instalaciones de industria pesada. No importa. Es el progreso. Nuevos tiempos, nuevos olores. La misma mierda.

Septiembre huele mal. Basta de realidades. Queremos promesas. Un trabajo hierbabuena. Amores nuez moscada. Nóminas canela. Sonrisas cardamomo. Hipotecas vainilla…