Antes de las 8 de la mañana del domingo 2 de julio, Paula Haro, mi hija, Lorenzo Hagerman, mi yerno, hicieron cola para votar en la avenida Revolución, en la Casa de la Cultura Jaime Sabines. Como Paula y Lorenzo no viven en el Distrito Federeal sino en Mérida buscaron una casilla especial para votar […]
Este no fue un caso aislado y se reciben cada vez más denuncias de este tipo, además de aquellos que aun teniendo credencial electoral no figuraban en el padrón. Si sumamos a todos los que no pudieron votar por una razón u otra -lo cual en sí es ya una violación a sus derechos ciudadanos- ¿no se revertiría el resultado de la votación que según el Instituto Federal Electoral le da 385 mil votos más a Calderón?
Si a esto se suman los meses de campaña de terror televisivo en los que se presentaba a Andrés Manuel López Obrador como el máximo peligro, si se añaden las amenazas de pérdida de casas y bienes, la coacción y compra de votos al viejo estilo priísta, las cotidianas calumnias, en fin todas las artimañas del pasado que el PAN revivió, todas las ilegales intervenciones del presidente Vicente Fox que tuvo una perenne intromisión en las elecciones, los mexicanos habríamos despertado a otro lunes 3 de julio y no éste que pretende darnos más de lo mismo.
Andrés Manuel López Obrador ha sido además, víctima del «fuego amigo» de la llamada izquierda revolucionaria. Si Patricia Mercado hubiera sido tan señorial como Heberto Castillo en 1988, quien renunció en favor de Cuauhtémoc Cárdenas, sería imposible maquillar la diferencia de votos en favor de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, no hay que desesperar, ni resignarse. La suerte no está echada. Estamos movilizados, tenemos capacidad de respuesta, no vamos a aceptar que se quemen las boletas como en 1988, nuestra indignación sigue al rojo vivo, seguimos siendo volcanes bajo la blanca cúpula del Popocatépetl y la Ixtacíhuatl.