Traducido para Rebelión por Sebastián Risau
Introducción
Este artículo está basado mayormente en una serie de reuniones con trabajadores, campesinos, organizadores y activistas de izquierda en las que participé durante el verano de 2004, junto a Alex Day y a otro estudiante de Asuntos Chinos. Es parte de un artículo más largo que será públicado como un informe especial por el Instituto Oakland. Las reuniones tuvieron lugar principalmente en Beijing y sus alrededores, así como en la provincia Jilin en el noreste y en las ciudades de Zhengzhou y Kaifeng en la provincia de Henan, en el centro de China. Los testimonios revelan de forma muy completa los efectos de las transformaciones masivas que han ocurrido en las tres décadas que siguieron a la muerte de Mao Tse Tung, como el desmantelamiento de las políticas socialistas revolucionarias ejecutadas bajo su liderazgo y la vuelta a la «vía capitalista», que dejan a las clases trabajadoras en una situación cada vez más precaria. Se está produciendo una creciente polarización, en una sociedad que estaba entre las más igualitarias, entre los ricos en el tope y las cada vez más pobladas filas de trabajadores y campesinos cuyas condiciones de vida empeoran día a día. Un ejemplo de esto es la lista mundial de multimillonarios de 2006 de la revista Fortune, que incluye a siete en China y uno en Hong Kong. Aunque su fortuna es pequeña comparada con la de sus pares en EE.UU y otras partes, representan la emergencia de un capitalismo chino plenamente desarrollado. La corrupción rampante une a las autoridades del partido y del estado y a los directores de las empresas con los nuevos empresarios privados, en una red de alianzas que está enriqueciendo a una floreciente clase capitalista mientras que las clases trabajadoras son explotadas en formas que no se veían desde hace más de medio siglo.
Los trabajadores con los que hablamos son algunos de las decenas de millones que han sido despedidos de sus antiguos empleos en las empresas estatales (que llegaron a ser los pilares de la economía) perdiendo así todas las formas de seguridad social que eran parte de sus unidades de trabajo: alojamiento, educación, sistemas de salud y pensiones, entre otras cosas. A medida que estas empresas estatales han sido convertidas en corporaciones cuyo único objetivo es la ganancia, ya sea vendiéndolas directamente a inversores privados o semiprivatizadas por administradores y autoridades del partido y el Estado, la corrupción se ha vuelto algo corriente.
Los campesinos con los que nos encontramos estaban haciendo grandes esfuerzos para lidiar con los efectos a largo plazo de la disolución forzada de las comunas rurales y el sistema de responsabilidad familiar, en el que cada familia recibe, mediante un contrato con el poblado, una parcela de tierra para cultivar. Con la apertura del país al mercado global, la venta de tierras por parte de funcionarios locales a constructores sin una compensación adecuada a los pobladores, y la rampante devastación de las áreas rurales, esta política ha dejado a cientos de millones de personas luchando para encontrar alguna forma de ganarse la vida, y simultáneamente les ha quitado el soporte social colectivo con el que contaban. Más de 100 millones de ellos han pasado a formar parte de la masiva migración a las ciudades buscando trabajo en la construcción, en las fábricas dedicadas a la exportación, o incluso en los trabajos más sucios y peligrosos; en los que carecen de los derechos más básicos. Para muchos migrantes las condiciones de vida se están deteriorando rápidamente a medida que se asientan de forma semipermanente en las ciudades, y a medida que envejecen y los problemas de salud aumentan.
Pero las clases trabajadoras chinas no han permanecido pasivas frente al deterioro de su condición y a la pérdida de los derechos adquiridos a lo largo de décadas mediante luchas y sacrificios en la revolución socialista. Hoy en día, los trabajadores, campesinos y migrantes en China organizan manifestaciones que se cuentan entre las mayores del mundo, involucrando a veces a decenas de miles de personas, lo que resulta en violentos choques con las autoridades. Hasta el ministro de seguridad pública publicó cifras admitiendo que los «incidentes masivos, o manifestaciones y tumultos» ascendieron a 74000 en 2004, contra apenas 10000 una década atrás y 58000 en 2003 (New York Times, 24 de agosto de 2005). La creciente inestabilidad social representa para los principales líderes del Partido y del Estado una amenaza que se va profundizando, y ya ha ocasionado cambios de políticas destinados a prevenir disturbios aún mayores. Pero incluso se está fragmentando la denominada «nueva clase media», compuesta por profesionales y empresarios y por el rápidamente creciente ejército de graduados universitarios, muchos de los cuales prosperaron en el boom económico de las últimas décadas. Pero incluso los costos de la educación, que durante el gobierno de Mao era virtualmente gratis hasta la universidad, se están volviendo prohibitivos, especialmente para las clases trabajadoras. A los que se han graduado recientemente se les hace cada vez más difícil conseguir un empleo. Pero incluso los que mejor están se ven afectados por las tensiones del mercado. Para millones de personas las ventajas que ha traído aparejadas el crecimiento económico (especialmente el mayor acceso a bienes de consumo y la creciente movilidad y las oportunidades de trabajo) están siendo socavadas por la cada vez mayor brecha de clases y por la creciente inseguridad. Como resultado de esto China está entrando en un período de fuerte lucha de clases e incertezas políticas que no se resolverá fácilmente. El camino a seguir para las clases trabajadores será muy difícil, y el resurgimiento de la izquierda, aunque muy significativo, se encuentra todavía en un estado muy preliminar. Este ensayo explora estas complejidades y posibilidades. En general he omitido los nombres de individuos y organizaciones, para protegerlos.
Conflicto y unidad
Superficialmente al menos, parecería que la convergencia de las condiciones en las que se encuentran los trabajadores urbanos, migrantes y campesinos (e incluso muchos miembros de la nueva clase media) debería servir como base para una amplia unidad en la lucha contra aquellos que los explotan a través de las reformas capitalistas de mercado y la apertura de China a las fuerzas económicas globales. Pero, como ocurre en situaciones similares en Estados Unidos y en otras partes del mundo, la unificación de las clases trabajadoras es más fácil de concebir en la teoría que de realizar en la práctica. Los viejos prejuicios tardan en morir, especialmente la baja estima que muchos chinos urbanos tienen por el campesinado, a lo que se suman las nuevas formas de competición originadas por la masiva migración desde las áreas rurales a las ciudades, y la manipulación de los que detentan el poder, que usan el probado método de «dividir y conquistar» para volver a cada grupo contra los otros.
Como ejemplo de esto, un activista con el que hablamos respondió, al preguntársele si los trabajadores de Beijing sienten que los migrantes les están quitando sus trabajos, «Sí, especialmente los que han sido despedidos sienten un poco eso.» Muchos de ellos miran con cierto desprecio a los migrantes. Durante la limpieza que se realizó luego de una gran tormenta, algunos trabajadores urbanos comentaron: «Esta es la clase de trabajo que los migrantes vienen a hacer, ya que en donde viven nunca ven dinero.» Como confirmando esta imagen, el New York Times (3 de abril 2006) públicó un artículo sobre los migrantes de Beijing que hurgan en el basurero municipal, uno de los cuales estaba trabajando para pagar los 10000 yuans (1250 dólares) de la cuota de la escuela secundaria de una de sus hijas y 1000 yuans (125 dólares) para la escuela primaria de otra hija. Sin embargo, el sentimiento es mutuo, ya que los migrantes, a su vez, dicen cosas similares, como «Ese trabajador merece que lo despidan.»
Siguiendo un patrón desgraciadamente muy parecido a lo que ocurre en Estados Unidos (donde además de la condicion de migrante se suman a la amalgama las cuestiones de raza y etnicidad) los intentos del gobierno de ayudar a los inmigrantes a recuperar un buen salario y otros derechos que les corresponden son vistos por algunos trabajadores como favoritismo. Los medios se aprovechan de estas divisiones y fomentan las malas relaciones entre los diferentes grupos, diciendo que los proletarios urbanos sólo quieren tomar los empleos ofrecidos por extranjeros, pero a la vez diciendo que los migrantes están dispuestos a trabajar por «nada» y que están tratando de que los trabajadores despedidos los imiten, lo que crea resentimiento. Sin embargo, es la creciente brecha entre los salarios urbanos y rurales (en este momento 3,3 a 1, «mayor que su análogo en los Estados Unidos, y una de las más grandes del mundo») lo que hace posible tal manipulación (New York Times, 12 de abril de 2006).
Lo acentuado de estas divisiones se hizo evidente en 2001 con la experiencia de los trabajadores de una fábrica de equipos de transmisión en la provincia de Zhengzhou, donde ocurrieron serios incidentes. En el momento en que la empresa estaba siendo vendida y dividida, la policía detuvo a los manifestantes durante la noche y entró a la fábrica a sacar las maquinas, como ladrones. También trajeron campesinos para cargar los equipos, pagándoles 50 yuans (6 dólares) diarios. Todo esto dio lugar a una larga lucha. Para evitar, al menos parcialmente, la reacción del público al hecho de que la ciudad usara a la policía para hacer el trabajo sucio, se contrató a campesinos para trabajar de matones y estos, munidos de cascos, usaron armas para apalear a los trabajadores. Como ocurrió en otras partes de la provincia de Zhengzhou, unos treinta camiones transportaron a cerca de quinientos matones campesinos. Un activista contó que cuando el 24 de julio de 2001 los trabajadores hicieron sonar la campana, «todo el mundo salió», lo que condujo a una batalla de cuatro horas entre campesinos y trabajadores. Estos últimos acabaron ganando ese día, ya que aparecieron unos 40000 trabajadores de otras fábricas para ayudar. Ocho trabajadores fueron arrestados y acusados de destruir propiedad, pero consiguieron ayuda legal y de esa manera los capitalistas fueron derrotados una vez más. En palabras de un trabajador, refiriéndose a los derechos que tenían en la apoca anterior a la reforma, se cumplieron «nuestras leyes, las leyes de Mao». «Había tanta gente que el gobierno tuvo miedo.»
La intensidad de la respuesta popular hizo que el gobierno se detuviera por un tiempo, pero bajo la presión de los capitalistas los arrestos de trabajadores se reanudaron, realizados esta vez por la policía de seguridad pública, para evitar los juicios. Hubo una pelea con los campesinos que duró diez días. Se usaron campesinos para obligar a los trabajadores a salir de la fábrica, y rápidamente se vendió todo, despidiendo así a 5600 personas. Luego se desmantelaron todos los edificios, incluyendo las viviendas de los trabajadores, y se dio la tierra a un constructor privado, quien construyo una tienda y viviendas exclusivas. Ahora, sin trabajo ni vivienda, los trabajadores tienen miedo de continuar la lucha. A veces son los mismos policías quienes hacen el papel de matones, sacándose los uniformes y actuando más bien como una pandilla al servicio de los propietarios capitalistas, llegando incluso a usar cuchillos. En una fábrica de alfarería un grupo golpeó a un líder de los trabajadores hasta matarlo, pero las autoridades no hicieron nada, y luego ignoraron las demandas.
De esta manera, la policía y otras agencias gubernamentales no sólo atacan directamente y reprimen a los que trabajan en las empresas del Estado sino que también enfrentan entre sí a los diversos segmentos de la clase trabajadora. A pesar de lo necesario de la unidad, estas experiencias hacen muy difícil la superación de los prejuicios y divisiones existentes. Como dijo un trabajador activista de la mencionada fábrica equipamiento eléctrico: «Los campesinos y los trabajadores deberían ser una gran familia. Tuvimos que luchar contra ellos, pero deberíamos trabajar juntos.» Los que están del otro lado actúan en defensa de sus intereses de corto plazo. En la fábrica, hasta el jefe de policía dijo que no quiso hacer lo que hizo, pero que estaba bajo una intensa presión. Un trabajador le dijo que era «como un perro». A lo que él respondió: «Si, pero si no te muerdo me desollan.» A estas divisiones se suma el reemplazo de las empresas estatales por emprendimientos privados. Las nuevas fábricas que están siendo construidas en la región reclutan su personal mayormente en el campo, pagando salarios muy bajos sin darles ningún tipo de alojamiento o beneficios. Para peor, como dijo un trabajador, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos un obrero despedido de una empresa estatal no puede ni siquiera conseguir un trabajo en el área de servicios, ya que se prefiere a los campesinos por ser más baratos y más fáciles de controlar. En consecuencia, a pesar del deseo de trabajar juntos estas condiciones conducen inevitablemente a la aparición de resentimientos entre los distintos segmentos de la clase obrera.
A pesar de estas divisiones y conflictos, se están realizando grandes esfuerzos para alcanzar mayores niveles de unidad entre sectores más amplios de los trabajadores urbanos y reforzar los lazos entre ellos y los campesinos, tanto los que se quedan en sus granjas como los que migran a la ciudad. Las manifestaciones realizadas fuera de varias fábricas de Zhengzhou (textiles, papeleras y de equipamiento eléctrico) así como la huelga de 13000 taxistas en esa ciudad, en 1997, muestran que decenas de miles de trabajadores de muchas empresas y sectores y otros miembros de la comunidad han dado su apoyo a los que se oponen a las privatizaciones, la perdida de empleos y beneficios, y mayores impuestos. Sin embargo, el patrón más común en toda China es que los trabajadores de las diversas fábricas deban enfrentarse solos a sus empleadores y a los funcionarios del gobierno asociados con ellos. Es frecuente que estas confrontaciones, que incluyen acciones como acostarse sobre las vías del tren, bloquear rutas o rodear y ocupar oficinas u otras formas de interrumpir el normal funcionamiento de la ciudad, acaben con pequeños pagos excepcionales a los trabajadores afectados, de muy poca utilidad para el largo plazo, pero suficientes para aplacar las demandas inmediatas. En un intento de ir más allá de estas formas de lucha relativamente aisladas, que en la mayoría de los casos han resultado inadecuadas para detener el proceso de privatización, desempleo y pérdida de beneficios sociales, los trabajadores de diversas empresas de Zhengzhou han comenzado a unirse. Los trabajadores de Kaifeng, donde han cerrado la mayor parte de las empresas estatales dejando 100000 desempleados, también han visto la necesidad de unirse para conseguir sus objetivos. Pero hace muy poco que los trabajadores de diferentes fábricas, tanto los que ya han perdido sus empleos como los pocos que actualmente continúan empleados, han comenzado a juntarse, organizando reuniones con los representantes de cada empresa, y organizando protestas conjuntas llevando gente de todas las fábricas. Los activistas con los que hablamos estaban planeando para este año una gran manifestación en la ciudad con trabajadores de todas las fábricas.
Pero las perspectivas para esta clase de acciones conjuntas son inciertas. Todavía subsisten muchas divisiones dentro del proletariado urbano (económicas, generacionales e incluso políticas) donde algunos apoyan las «reformas» y otros abrazan la perspectiva socialista. Pero hasta uno de los parques de la ciudad de Zhengzhou que visitamos, en medio de un distrito obrero, está dividido en grupos de trabajadores y jubilados de derecha y de izquierda, con los primeros dominando ciertas áreas, especialmente durante el día, y los últimos más presentes en otras partes, particularmente de noche. Cuando paramos brevemente para hablar con algunos de los muchos que concurren todos los días para relajarse, pudimos ver que los debates llegan a caldearse bastante, llegando a haber veladas amenazas. Lo mismo ocurre con las perspectivas de unidad entre trabajadores y campesinos, donde los migrantes hacen el papel de intermediarios. Hay un deseo de unirse, pero las diferencias en sus condiciones y en el tratamiento dado por el gobierno, atentan contra la unificación a un nivel más alto.
Las reformas han hecho que las suertes de los obreros y los campesinos se inviertan parcialmente. La gente con la que hablamos, tanto en las ciudades como en el campo, declaró que, en agudo contraste con lo que ocurría en la era socialista de Mao, algunos campesinos se encuentran hoy mejor que muchos trabajadores urbanos. Puede que aún sean pobres y deban luchar por su supervivencia (y las familias campesinas más pobres son quienes peor están de toda la sociedad), pero al menos tienen un trozo de tierra donde pueden plantar algo para comer. Hasta el migrante más pobre puede volver a su aldea si las cosas se le ponen muy difíciles en la ciudad. Sin embargo a los trabajadores urbanos no especializados, especialmente a los que han sido despedidos, ya no les queda nada. Han sido una vez más reducidos a la clásica condición del proletario, privados de todo acceso a los medios de producción, y abandonados a su suerte para literalmente morir de hambre. Si tienen padres enfermos o incluso hijos cuyas cuotas escolares deben pagar, su situación puede volverse desesperada. Sólo la situación de los obreros especializados o aquellos capaces de montar algún tipo de pequeño emprendimiento pueden compararse con la de los campesinos con su tierra.
Una consecuencia de esto es que se hace difícil alcanzar la unidad en las acciones de estas dos clases. Es frecuente que simultáneamente se lleven a cabo manifestaciones y protestas en las ciudades y en el campo que las rodea. Hasta durante el corto tiempo que estuvimos allí ocurrieron eventos paralelos, en Zhengzhou y Kaifeng y sus alrededores. En esta última ciudad veinte trabajadores eran arrestados en una fábrica y mientras tanto ese mismo día se llevaba a cabo una manifestación de campesinos (alzándose y haciendo «cosas malas», según un trabajador) en el condado vecino, donde se dañaron edificios públicos y se bloquearon autopistas porque mediante engaños se les había sacado tierra para construir una ruta. Pero no había ninguna conexión entre estos dos eventos virtualmente simultáneos, y todavía no había habido ninguna manifestación conjunta de obreros y campesinos.
Además, hay diferencias hasta en la forma en que el Estado reacciona frente a las manifestaciones realizadas por estas dos clases. Las autoridades locales reprimen a los trabajadores urbanos de forma particularmente violenta porque sus luchas son más visibles para el público, causan incidentes en los centros urbanos de poder, y son un desafío directo al corazón mismo de las reformas: la privatización de las empresas y la formación de la nueva clase capitalista. Según un trabajador, él y otros como él están muy enojados, y necesitan «unirse y ‘ rebelarse’, pero, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, se supone que no pueden decir nada sobre su situación.» A pesar de eso, «no tienen miedo de morir, ya que no tienen nada», y por eso seguirán luchando.
A lo largo del país están aumentando las protestas obreras a gran escala, obteniendo a veces pequeñas victorias, pero resultando frecuentemente en el arresto y encarcelamientode sus líderes. En comparación, mientras que el mejoramiento de las condiciones de vida en el campo es actualmente una prioridad oficial del gobierno, la represión de las protestas campesinas puede ser aún más brutal ya que son mayormente invisibles, a menos que las acciones se realicen a una escala tal que suscite la atención del público. Como en el caso de la matanza de 20 aldeanos en diciembre de 2005 en Dongzhou, en la provincia de Guangodong por protestar contra la insuficiente compensación por las tierras usadas para construir una central eléctrica. A pesar de la existencia de estas divisiones y barreras, hay una sensación de que, a medida que crece el malestar de los campesinos y sus condiciones convergen con las de los trabajadores urbanos, y a medida que los migrantes envejecen y su situación se va deteriorando, las clases trabajadoras en la ciudad y en el campo podrían pronto encontrar formas de unirse. Los activistas que ayudan en la organización de las clases trabajadoras están tratando de generar una movida hacia la unificación, pero el proceso es largo y dificultoso, y recién ahora la brecha ha comenzado a cerrarse.
La vuelta de la izquierda
La posibilidad de lograr mayores niveles de unificación se ve favorecida por la presencia entre campesinos, migrantes y obreros urbanos de individuos con profunda experiencia en la lucha por el socialismo y con conocimientos del pensamiento marxista-leninista-maoista. Como lo expresó un antiguo miembro de la Guardia Roja, la comprensión de la «lucha entre las dos líneas», como una clara demarcación entre el socialismo de la revolución y el capitalismo actual, está emergiendo directamente, y principalmente, de las clases trabajadoras, y no sólo de los intelectuales. En particular, toma la forma de una lucha contra la corrupción, no sólo en el estrecho sentido de oponerse a los sobornos y a las estafas financieras, que es una parte de la lucha, sino más bien como un intento de impedir que la alianza entre funcionarios estatales y del partido con administradores y empresarios transformen los medios de producción en propiedad privada de los nuevos capitalistas, y que se vuelva atrás con los logros socialistas alcanzados por los trabajadores y campesinos en el período revolucionario. Son los activistas quienes mantienen viva la teoría y el espíritu de la revolución, especialmente en Zhengzhou y en otros lugares que fueron centros del movimiento Comunista a principios de los años 20. En esa ciudad, una torre similar a una doble pagoda se eleva sobre la principal intersección del centro de la ciudad, construida en 1971 para conmemorar a los más de cien trabajadores muertos en una huelga general del ferrocarril Beijing-Hankou, liderada por los comunistas, que fue salvajemente reprimida por el líder militar de la región. El legado de Mao, que también allí se mantiene vivo actualmente, y el muy alto nivel de conciencia proletaria conducen a la lucha de las dos líneas.
Uno de los aspectos más notables que surgieron en las discusiones con los trabajadores de esa ciudad fue el «sentimiento de posesión» que sentían con respecto a las fábricas en las que habían trabajado. A pesar de que existían limitaciones en la propiedad social y en los derechos a la participación en las empresas estatales (que se revelaron inadecuadas como salvaguardias frente a las expropiaciones de la reforma de Deng), no hay duda de que en las clases trabajadoras había un fuerte sentimiento de que las fábricas eran, en algún sentido muy básico, «suyas». Como lo explicó uno de ellos, la fábrica de equipos de transmisión eléctrica fue «construida con el sudor de los trabajadores», y no querían que cayera en manos de capitalistas. Le pertenecía a toda la nación, y era parte de la acumulación económica colectiva de la clase trabajadora en su conjunto. Durante el gobierno de Mao, los obreros también tenían algo de control sobre las fábricas, y podían «aportar ideas y ser escuchados.» Esto alcanzó su pico durante la Revolución Cultural. En aquel momento, ellos «eran los líderes, la clase obrera se representaba a sí misma», pero ahora nadie los escucha, no tienen poder. Una y otra vez los trabajadores declararon sentirse desposeídos como consecuencia del robo efectivo de su propiedad colectiva, conseguida a lo largo de una vida de trabajo. También dijeron sentirse privados de todos los derechos participatorios de los que gozaban antes. Poniendo todo esto en un contexto más teórico, un obrero de Zhengzhou explico que el sistema actual de «capital burocrático» es un problema político, y no especialmente económico; un análisis que podría haber salido directamente del ¿Que hacer? de Lenin. «Parece económico a primera vista, pero en realidad es una lucha entre capitalismo y socialismo», básicamente una cuestión política. Según él, China «no es como Estados Unidos, donde nunca hubo socialismo. Los trabajadores más viejos comprenden este contexto histórico. La mayoría vivieron el período de Mao y la Revolución Cultural. Experimentaron el pensamiento de Mao Tse Tung, y su generación quiere devolver a China a la ‘vía de Mao’. Es parte de una lucha internacional para proteger el camino socialista.»
A este trabajador le gustaría que en Occidente se conociesen mejor la lucha de la clase trabajadora china y el por que de la importancia de la vuelta a la vía socialista. Tiene la esperanza de que los trabajadores en China vuelvan lentamente hacia esta vía, en cuyo caso lograran eventualmente la victoria. Pero también advirtió que si el actual movimiento no alcanza pronto un mayor nivel de desarrollo, los trabajadores más jóvenes lo verán apenas como una lucha económica por «mejores condiciones». Este es el legado del período de reformas antisocialistas, y de los dichos de Deng Xiaoping, como «enriquecerse es glorioso.» Estos dichos arruinan la comprensión de los trabajadores más jóvenes. «La mayoría de ellos tienen hasta miedo de reunirse y discutir de esta manera»; esto fue manifestado más de una vez por los trabajadores más viejos.
En parte es por esta razón que aquellos que aún se dedican a la lucha por el socialismo han encontrado otras maneras de transmitir su conciencia y su experiencia: usando formas culturales, y no sólo económicas y políticas, para mantener vivo el legado de la revolución y pasarlo a las nuevas generaciones. En una esquina del parque que visitamos dentro del distrito obrero en Zhengzhou, los trabajadores y sus familias se reúnen cada noche para entonar las viejas canciones revolucionarias. La noche de un día laborable que estuvimos allí, cien personas o más (desde viejos jubilados hasta adolescentes e incluso niños) tomaron parte cantando animadamente acompañados por un grupo de músicos, dirigidos por un dinámico director. Se nos dijo que durante los fines de semana es frecuente que haya «muchísima mas gente», llegando casi al millar de personas. Como lo expresó uno de los trabajadores que nos llevó a ese parque: «El sentido político de estos cantos es mostrar nuestra oposición al Partido Comunista (a lo que se ha convertido) y usar a Mao para enfrentarlo y despertar conciencias.»
El mismo espíritu histórico permea también las luchas prácticas en la ciudad. Cuando comenzó la huelga de la papelera en 2000, que aún sirve de «modelo» a las resistencias a las privatizaciones en esta área, los obreros usaron métodos de la Revolución Cultural, según un activista, sacando a los administradores, tomando la fábrica, evitando que las máquinas fueran retiradas, y estableciendo el control obrero. Después de muchas vueltas, parte de la fábrica continúa en manos de los trabajadores, pero está aún está luchando para sobrevivir, no sólo en la economía de mercado sino también contra los intentos del gobierno de debilitarla económicamente. Como explicó su líder, después de estar en prisión, esta forma especifica de lucha fue adoptada «porque los principios de la Comuna de París vivirán por siempre». En la huelga de la fábrica de equipamiento eléctrico pudo verse una similar perspectiva histórica de izquierda, ya que no de los eslóganes era «los trabajadores quieren producir y vivir», pero también se colgó un cartel que decía «Defendamos continuamente el pensamiento de Mao Tse-Tung». Otras acciones de los trabajadores adoptan formas aún más abiertamente políticas.
El mismo año de la toma de la papelera comenzó la celebración del aniversario de la muerte de Mao. En el 2001 esto reunió a decenas de miles de trabajadores (con 10000 policías rodeándolos) y hubo una gran huelga y enfrentamientos. Hoy en día los trabajadores tienen prohibido siquiera ir al pequeño parque donde se encuentra la última estatua de Mao en la ciudad durante las fechas de su nacimiento y de su muerte. Pero ellos van de todos modos, y se enfrentan a la policía. Fue allí que, el 9 de septiembre de 2004 un activista obrero, Zhang Zhengyao, distribuyo un panfleto [1] en el que acusaba al Partido Comunista y al gobierno de abandonar los intereses de la clase de trabajadora y participar de la corrupción generalizada. El panfleto también denunciaba la restauración del capitalismo en China y llamaba a volver a la «vía socialista» de Mao. Tanto él como su coautor, Zhang Ruquan, fueron arrestados después de que la policía allanara sus apartamentos. Su caso pronto se transformó en una cause célèbre en China, e izquierdistas de todo el país viajaron hasta Zhengzhou para protestar fuera de la dependencia donde se realizó el juicio a puertas cerradas, en diciembre de 2004, donde fueron condenados a tres años de prisión. A estos trabajadores, junto a Ge Liying y Wang Zhanqing, quienes ayudaron en la escritura e impresión del panfleto, se los conoce como los «4 de Zhengzhou».
Un petitorio por su liberación, iniciado en Estados Unidos y dirigido al presidente Hu Jintao y dirigido al Primer Ministro Wen Jiabao, atrajo más de doscientas firmas, mitad de dentro y mitad de fuera de China. Esto fue una muestra de apoyo sin precedentes a los trabajadores de izquierda, debido especialmente a los riesgos potenciales para los que firmaron, que unió a los intelectuales y activistas chinos con sus pares de otros países. Aunque el gobierno no respondió directamente el petitorio, Zhang Ruquan fue luego liberado, supuestamente por cuestiones de salud. Algunos activistas creen que en parte esto fue el resultado de la presión generada por el petitorio y otras actividades solidarias relacionadas, como la publicación en sitios Web de izquierda de extensos análisis e informaciones relacionadas con el caso.
Los 4 de Zhengzhou representan la negativa de los trabajadores de aceptar pasivamente las nuevas condiciones que les imponen el partido y el estado, así como la persistencia de la ideología de izquierda y el activismo entre sus filas, y el creciente apoyo que están recibiendo de toda la sociedad, e incluso del exterior. Pero este caso también reveló tanto las divisiones como la renovada fuerza de la izquierda china. Fueron principalmente los jóvenes de la izquierda quienes tomaron la iniciativa al firmar el petitorio y usar la Internet para darle amplia difusión, criticando a la vez a aquellos de entre sus mayores y mentores que, al menos al principio, se resistían a firmar. Para la nueva generación, la solidaridad con los trabajadores que adoptaron públicamente una postura de izquierda era más importante que seguir correctísimamente la línea. Para los izquierdistas más viejos, las divisiones del pasado y las luchas sobre ideología y política frecuentemente bloqueaban el camino hacia una acción común. En su caso, resulta más difícil dejar de lado los conflictos históricos para enfrentar las nuevas condiciones del presente.
Estas diferentes actitudes reflejan un análisis ampliamente aceptado de los tres principales agrupamientos de la izquierda china: (1) la «vieja» izquierda que se compone principalmente de aquellos que ascendieron desde las filas del Partido y del Estado quienes, después de haber inicialmente apoyado al menos parte de las reformas de Deng Xiaoping, se pasaron a la oposición cuando el carácter capitalista de aquellas políticas se hizo cada vez más evidente; (2) «Maoístas» que han seguido firmes en su apoyo a las políticas de la era revolucionaria del socialismo chino de Mao, y tiene su base popular principalmente entre los trabajadores y los campesinos; y (3) la «nueva» izquierda que, como su contraparte occidental (especialmente en los años 60), tiende a estar compuesta por las generaciones jóvenes, principalmente centradas en las universidades y en las nuevas ONG, que están abiertas a un amplio rango de tendencias marxistas, y también en general a tendencias sociológicas y socialdemócratas, pero con frecuencia también pueden estar más dispuestas a alinearse con los seguidores de Mao que los miembros de la «vieja» izquierda. Sin embargo, las líneas entre estos tres grupos no son de ninguna manera rígidas ni mutuamente exclusivas. Pueden encontrarse partidarios de la «vieja» izquierda a lo largo de toda la sociedad, dentro y fuera del gobierno, mientras que muchos «maoístas» e incluso gente de la «nueva» izquierda trabajan dentro del Partido y del Estado. Los paralelismos con similares categorizaciones de la izquierda occidental, especialmente en lo que se refiere a la «nueva» izquierda, no deberían exagerarse ya que cada grupo tiene características específicamente chinas que reflejan la historia de las luchas en ese país. En 2001 un antiguo jefe de la Guardia Roja de Zhengzhou, que estuvo preso muchos años desde que comenzaron las reformas y que sigue siendo activista, organizó una reunión muy fuera de lo común entre cuatro tendencias políticas diferentes en Beidahe, la ciudad de playa donde los principales líderes se reúnen cada año para planear sus estrategias. Si bien no pudieron ponerse de acuerdo en oponerse a todas las reformas, sí estuvieron de acuerdo en criticar a Deng Xiaoping por el grado de recapitalización que llevó a cabo.
Mas recientemente, un foro de altos cuadros de varios institutos, universidades y agencias importantes se reunió para hacer un análisis marxista de la situación actual. El presidente de la Universidad de Beijing abrió la sesión. Se esperaba poder convertir esto en una reunión periódica. El antiguo miembro del partido que estuvo detrás de la organización de esta reunión explico que esta no podría haber tenido lugar sin al menos algún apoyo de las altas esferas. En Zhengzhou, un foro similar de gente de izquierda y «liberales» (término que en la China actual suele incluir gente más radical que sus análogos occidentales) se llevó a cabo durante toda la década pasada, reuniendo a personas de opiniones muy diversas. Tienen en común un fuerte sentimiento de que la dirección en la que marchan la sociedad china y las políticas oficiales no es sustentable. Así, a pesar de sus diferentes formaciones y enfoques, hay muchos que pueden ser incluidos en las tres categorías («viejo», «maoísta» y «nuevo»), dentro y fuera de los organismos e instituciones del partido y del estado, y no sólo sus ideas sino también sus foros y reuniones se solapan, interpenetran y se influencian los unos a los otros, atrayendo incluso a quienes no comparten sus ideologías. Entre las nuevas ONGs hay algunas con una fuerte base de izquierda que están trabajando en cuestiones tan prácticas como el establecimiento de escuelas en las aldeas rurales más pobres y promover una sociedad más manejada por los trabajadores y campesinos que lo que proponen las organizaciones más convencionales. Este retorno de la izquierda refleja la creciente fuerza en las clases trabajadoras de la lucha popular, lo que ha hecho imposible evitar enfrentar la crisis social en China y la amenaza de que se profundice si no hay un cambio radical de las políticas actuales. Esto reabre, por más lejano que pueda parecer hoy, la posibilidad de una renovación del socialismo revolucionario de la época de Mao.
Un ejemplo sorprendente de esta nueva apertura de la izquierda es una carta, llamada «Nuestras ideas y opiniones sobre el paisaje político actual» [2], dirigida a Hu Jintao por un grupo de «miembros veteranos del PCC, cuadros, personal militar e intelectuales» en octubre de 2004. Aunque en un tono más respetuoso que el volante de los 4 de Zhengzhou, y dando algo de crédito a las reformas por sus logros económicos, trata en forma muy parecida los mismos temas que aquel y, con sus llamadas a una acción correctiva y a un retorno a la vía socialista para salir del «camino capitalista», es igual de militante en su crítica de la situación actual. No es claro que haya habido alguna relación directa entre los dos. Pero gente de izquierda en China siguió juntando firmas en apoyo de los 4 de Zhengzhou, y el entusiasmo con el que la «nueva» izquierda abrazó su causa y la defensa de tales actividades «maoístas» está abriendo más espacio para que miembros de la «vieja» izquierda reafirmen sus antiguas críticas, como ocurrió en la carta a Hu. La disposición de los veteranos de las antiguas luchas revolucionarias a manifestarse tan abiertamente contra las actuales políticas del partido es una medida del nuevo clima que está emergiendo. Todavía en 1999 nuestras conversaciones con antiguos miembros de la izquierda mostraban lo moderados que estos sentían que debían ser, frente a la atmósfera reformista dominante. Ahora es claro que muchos de aquellos antiguos líderes y otras personas en posiciones similares se sienten «liberados» y pueden emitir sus opiniones más abiertamente. Entonces no es sólo en teoría que el pasado continúa informando al presente, y que las acciones de una parte de la izquierda impactan en la otra, sino también en la práctica.
En unos pocos casos, pequeño en número pero a veces bastante grande en su influencia, las formas socialistas de organización de la era de Mao continúan siendo implementadas hoy, aunque necesariamente en forma modificada, para responder a las nuevas condiciones de la economía de mercado. Así, incluso hoy en día cerca del 1 por ciento de las aldeas rurales, o sea varios miles (los números varían dependiendo de quien haga la medición y cuales sean los criterios) nunca han abandonado completamente la colectivización de la época de las comunas. Incluso las pocas que implementaron las reformas de Deng han vuelto a la producción colectivizada, transformándose en un modelo para otros que buscan alternativas para la economía rural. El ejemplo más destacado de conservación de las metas y los métodos de la era socialista, Nanjiecun («aldea de la calle sur»), una ciudad «maoísta» de la provincia de Henan a una hora de Zhengzhou, que comenzó a recolectivizarse hace 15 o 20 años, continúa funcionando bajo la forma de comuna para todos sus miembros, proveyendo alojamiento, salud y educación gratis, e incluso pagando la universidad de sus jóvenes. También defiende los principios igualitarios de la era socialista, como que los administradores no reciban más salario que un obrero calificado. También está dedicado a las metas políticas de Mao, cuyas fotos y frases, junto con imágenes de otros líderes revolucionarios (incluyendo a Marx, Engels, Lenin y Stalin) son mostradas claramente en toda la ciudad. Aquí, complejos habitacionales de edificios, con departamentos amplios y luminosos proporcionados a cada familia miembro, están rodeados por impecables avenidas, paseos y jardines. La ciudad tiene una atractiva escuela y un centro para el cuidado de niños. Un ambiente así es algo virtualmente único en China (excepto por los nuevos condominios para los ricos de las ciudades) y contrasta marcadamente con el ambiente rural más típico que se encuentra más allá de sus puertas y paredes.
Pero incluso con tales éxitos, hay muchas contradicciones en las prácticas de Nanjiecun, ya que se financia mediante inversiones extranjeras y usa a los campesinos de las áreas aledañas (alojados en viviendas decentes pero decididamente menos confortables) como la principal fuerza de trabajo en sus «emprendimientos urbanos», que están totalmente integrados en la nueva economía capitalista. Recientemente, según activistas de Zhengzhou, incluyendo dos que nos acompañaron en una vista a la ciudad, esta ha sufrido serias dificultades financieras, debido principalmente a una sobreexpansión hacia áreas de producción nuevas con las que no estaban familiarizados. Pero a pesar de estas limitaciones, inevitables en una situación en la que se encuentran rodeados por un mar de capitalismo y deben competir en la economía de mercado para sobrevivir, sirve como un punto focal para aquellos que todavía creen que otro camino es posible para la China rural. Las delegaciones llegan diariamente desde todo el país (a veces ómnibus repletos de campesinos y obreros) para estudiar como se ha continuado la práctica de la producción y distribución colectivizadas. También ha recibido la bendición, y mediante eso la protección, de las autoridades provinciales de Henan. La carta abierta de los veteranos de la izquierda dirigida a Hu Jintao ponía a Nanjiecun como modelo de lo que todavía hoy se necesita en las áreas rurales. Pero incluso donde el legado de la época de Mao no es tan destacado, sus experiencias y conceptos siguen siendo la base contra la cual las condiciones del presente siguen siendo analizadas y comparadas.
Un importante desarrollo que se vio en el verano de 2004 fue un nuevo movimiento para formar cooperativas de agricultores, en un esfuerzo para mejorar el aislamiento y la inseguridad de las granjas familiares frente al mercado global. El objetivo principal de estas cooperativas es conseguir construir economías de escala en el mercado (a través de compras colectivas de fertilizante, por ejemplo, o logrando mayor poder en la negociación de precios por sus cosechas), así como ofrecer a sus miembros apoyo financiero y seguridad. Estos esfuerzos significan un apartamiento significativo de las políticas individualistas del salvese-quien-pueda del período reformista, incluso si no pueden todavía resolver todos los terribles aspectos de la situación que enfrenta el campesinado como un todo. Aunque las cooperativas no son una vuelta a las comunas, y representan como mucho una especie de semicolectivización, estas se basan no sólo en la experiencia de antiguos movimientos cooperativos de antes de la revolución sino también en conceptos de la época de Mao, de la cual los miembros suelen conocer bastante. Por eso, no es inusual encontrar gente como el responsable de una cooperativa que visitamos, cerca de Siping, en la provincia nororiental de Jili, quien nos hizo un detallado análisis comparativo de las clases urbanas y rurales y su situación hoy en día, o como el joven miembro que se embarcó en una larga y profunda discusión desde un punto de vista socialista de la situación del país, no sólo interna, sino también en relación con el resto del mundo. Las clases trabajadoras chinas no sólo tienen mucho para enseñarle a los intelectuales urbanos acerca del mundo real del trabajo y la explotación, sino que además tienen más experiencia en la implementaron del socialismo en la práctica. Y en muchos caos su comprensión y aplicación de los principios básicos del Marxismo-Leninismo y el Pensamiento de Mao Tse Tung están más desarrollados que en algunos de los jóvenes miembros de la izquierda con más educación.
Al mismo tiempo, la rápida polarización de la sociedad está desplazando a muchos de la nueva clase media, sin importar su ocupación o posición especificas, hacia condiciones más parecidas a las que enfrentan los obreros y campesinos, llevando a una creciente base para la unidad entre ellos, y ayudando a crear una base masiva para un renacimiento de la izquierda. El sistema capitalista los devora y a la vez genera grupos de alienados cada vez más amplios. Hoy en día, incluso muchos cuadros del Partido Comunista que estaban en antiguas empresas estatales han sido despedidos, después de haber ayudado a venderlas a inversores privados. No son retenidos por los nuevos dueños capitalistas, una condición que un obrero describió como «quemar el puente que se acaba de cruzar». En consecuencia, muchos de ellos se encuentran ahora desempleados y entienden mejor de que se trata la «mercantilización»; eso los «concientiza».
Estas nuevas tomas de conciencia, que resultan de las cambiantes condiciones de sus vidas, son comunes. Escuchamos más de una historia de aquellos que inicialmente habían abrazado las reformas Dengistas (como un universitario progresista con el que hablamos en Beijing) que ahora están volviendo a Mao e incluso reexaminando la misma Revolución Cultural. En algunos casos, esto resulta directamente de haber «aprendido de las masas». Este es el caso de un estudiante de las áreas rurales, destacado pero previamente bastante conservador, cuya «conversión» se produjo porque, cuando visitaba a los campesinos, nunca escuchó una crítica a Mao, pero si muchas Deng, lo que lo obligó a reexaminar sus propias actitudes hacia el pasado. Pero este tipo de reevaluaciones tiene raíces mucho más profundas que las simples experiencias personales. Para muchos, también dentro de la elite intelectual, las diversas tendencias ideológicas que han florecido desde el comienzo de la era reformista (desde la fundamentación de la mercantilización y las privatizaciones con características propias chinas brindadas por los propagandistas del estado y del partido, hasta los conceptos liberales occidentales usados principalmente por universitarios y ONG), están demostrando ser inadecuadas para explicar lo que está pasando en la China de hoy.
Como lo expresaron tanto un antiguo Guardia Rojo como un joven intelectual activista en conversaciones separadas, aquellos que inicialmente estuvieron a favor de las reformas, y ahora se esfuerzan en tratar de entender lo que está pasando, «tienen que volver a la lucha de las dos líneas y a la Revolución Cultural para lidiar con el presente», porque ya han probado otros enfoques y estos no ofrecen ninguna explicación.
Mientras que hace apenas unos pocos años los problemas que aquejaban a la sociedad china parecían ser muy específicos y por ende todavía relativamente fáciles de «solucionar» (por ejemplo mediante una campaña anticorrupción), hoy en día hay una creciente sensación de que en realidad estos son inherentes al sistema e intratables, requiriendo una transformación mucho más fundamental que no puede ser llevada a cabo por el capitalismo ni por el mercado global, y que el estado y el partido, con su constitución actual, no serán capaces de resolver. Como resultado de esto, la crítica que hizo Mao de la vía capitalista, durante la Revolución Cultural, vuelve a parecer relevante hoy en día, porque estas ideas, expresadas durante los últimos años de su vida, continúan ofreciendo un análisis profundo del sistema actual que llega a las raíces de sus crecientes contradicciones, y apunta soluciones más profundas que los simples intentos de mejoras. En consecuencia, muchos tema que eran tabú entre los intelectuales están dejando de serlo.
Incluso la Revolución Cultural, que todavía es anatema para la mayoría de los universitarios y para otros miembros de la élite (se nos dijo que cualquier insinuación de una actitud positiva hacia ella conduce al aislamiento y a una carrera arruinada), se está transformando nuevamente en un tema de discusión y reexaminación. Esto es especialmente cierto entre los jóvenes miembros de la izquierda que están haciendo sus propias investigaciones históricas, desenterrando materiales que hace tiempo habían sido dejados de lado, llevando a cabo entrevistas con personas que estuvieron activas durante ese período, publicando sus hallazgos en la Web, y desafiando también de otras maneras la línea oficial del partido sobre los eventos de esa época.
Hay otros signos muy significativos de este creciente renacimiento de la izquierda y de sus extendidos lazos con la luchas de la clase trabajadoras. En 1999 hicimos una visita en Qinghua a estudiantes de la Universidad de Beijing (que suele ser llamada el MIT de China) que estaban tomando parte en un pequeño grupo de estudio marxista, uno de los pocos que recientemente habían aparecido, especialmente en las universidades más importantes. Yo comenté en ese momento que, para ser efectivos, tenían que encontrar una manera de salir de sus campus y conectarse con las clases trabajadoras, algo que el movimiento estudiantil de Tiananmen en 1989 no había conseguido hacer. En esa lucha, por más que al final muchos trabajadores de Beijing se les unieron (y que por su parte llevaron la peor parte de la violencia y represión asesinas que le pusieron fin), la brecha entre los estudiantes y las clases trabajadoras básicamente no pudo cerrarse.
Por ejemplo en Changchun, en el noreste, donde tuvo lugar una versión más pequeña del mismo movimiento, los trabajadores de la gran fábrica First Auto se negaron a unirse a los estudiantes universitarios que protestaban, una amarga experiencia que dejó a estos últimos expuestos a una represión muy dura, y los condujo a reevaluar su aislamiento de las clases trabajadoras. Al final, como ha ocurrido tan frecuentemente en la historia de China, fue básicamente un ejército compuesto en su mayoría de campesinos de las provincias más lejanas el que se envío para aplastar al movimiento de Tiananmen, luego de que los regimientos estacionados en Beijing se negaran a hacerlo. Pero las lecciones de esa época no fueron desaprovechadas por la actual generación de jóvenes de izquierda, y el cambio que se vio en el verano de 2004 no podría haber sido más dramático. Hoy, los estudiantes activistas están saliendo de los campus universitarios en grandes números para establecer contacto con las clases trabajadoras, estudiar sus condiciones, ofrecerles apoyo legal y material, y para informar en las universidades lo que está ocurriendo en las fábricas y en las granjas.
Un veterano de la Guardia Roja de la Revolución Cultural nos explicó cuan grande ha sido el cambio en la relación entre estudiantes y trabajadores. Ya en 2000 los estudiantes de un grupo de estudio marxista de la Universidad de Beijing (la más importante institución educativa del país) comenzaron visitar fábricas de esa ciudad. Desde el 2001 hasta ahora, grupos de estudiantes de la Universidad Qinghua lo han hecho cada año. En 2004 cerca de ochenta estudiantes llegaron a Zhengzhou desde otro importante campus universitario en Beijing. Las autoridades temen estos contactos cada vez más frecuentes, y están tratando de desalentarlos. Contrastando con los viajes gratis en tren y otros incentivos que se ofrecían a los estudiantes que querían desplazarse por el país durante la Revolución Cultural, el gobierno actual trata de detener este flujo, negándose incluso a venderles boletos a las delegaciones estudiantiles, o negándoles el derecho de bajarse en Zhengzhou. Pero aun así siguen llegando. Van a las fábricas, y algunos incluso han vivido en ellas durante los primeros momentos de la lucha en esa ciudad, para ayudar a detener el cierre de las fábricas. Después de haber comenzado en Zhengzhou, este movimiento se difundió hacia el noreste y hacia otras partes del país. También se extiende a las áreas rurales, donde los estudiantes van a las aldeas para llevar a cabo actividades similares, llevando materiales, estableciendo contactos, ofreciendo asistencia legal, y en general rompiendo el aislamiento que sienten muchos activistas campesinos. Actualmente se ha formado una organización llamada «Hijos de los Campesinos» (que a pesar de su nombre incluye también a muchas «hijas») en la Universidad de Beijing y muchas otras instituciones de educación superior, específicamente para este propósito. Un activista de la izquierda con quien nos encontramos en 1999, que en ese momento parecía virtualmente sólo en la investigación de las condiciones de la clase trabajadora, nos explicó que para 2004 los estudiantes estaban ya muy motivados, y ya no necesitaban el liderazgo de personas como él. Ahora son ellos quienes toman la iniciativa.
Este movimiento es a la vez conducido y facilitado por los cambios en la composición y las condiciones del propio cuerpo de estudiantes universitarios. Habiéndose triplicado el número de ingresantes desde 1999, un número cada vez mayor de estudiantes vienen de familias de las clases trabajadoras y para muchos de ellos es más difícil que nunca financiar su educación y conseguir un empleo después de graduarse. Esto resulta en una creciente base social común que contribuye a la empatía y la unidad entre muchos estudiantes universitarios y los obreros y campesinos. Las universidades chinas hoy en día han perdido un poco su carácter de feudo de los privilegiados y tienen un carácter más masivo que durante los primeros años de las reformas cuando, como reacción a la Revolución Cultural, Deng Xiaoping hacía hincapié en ser «experto» en vez de «rojo», e impuso una vuelta a requisitos de entrada más restrictivos. Como consecuencia de esto, estudiantes de izquierda están ahora tratando de cerrar la brecha entre los intelectuales de la elite y aquellos que luchan en las fábricas y las granjas, quienes ahora suelen ser sus propios parientes o al menos miembros de su misma clase social. En algunos aspectos entonces, la situación actual de China se parece mucho a los primeros días de la Revolución Rusa, cuando Lenin llevó a los estudiantes marxistas a los barrios fabriles para conectarse con los obreros. Por supuesto, la diferencia crucial es que ahora no sólo muchos de los estudiantes vienen de familias de obreros y campesinos, sino también que los jóvenes chinos de izquierda, mientras buscan como establecer una nueva relación con las clases trabajadoras, pueden apoyarse en cincuenta años de experiencia revolucionaria socialista bajo el liderazgo de Mao. Los conceptos, políticas y relaciones de esa época no pueden, y no deberían, ser aplicados sin modificaciones a la situación actual, que es muy diferente. Pero siguen siendo un vasto reservorio de ideas y prácticas revolucionarias en los que la izquierda puede inspirarse al confrontar las condiciones de las clases trabajadoras frente a las reformas capitalistas y el estado actual de la mercantilización mundial. Lejos de ser nuevas, las ideas de izquierda están firmemente arraigadas entre los obreros y los campesinos.
De todos modos, exagerar estas tendencias seria un serio error. La izquierda china, como fuerza reconocible, es aún pequeña, marginalizada y dividida (como las propias clases trabajadoras) en muchos grupos y facciones. Como ocurre con la izquierda en todo el mundo, ha tenido que hacer frente al derrumbe del mundo que alguna vez conoció, y está ahora tratando de encontrar nuevos caminos, sin un conjunto de conceptos unificador alrededor del cual organizarse y movilizar a las clases trabajadoras. En gran medida son ahora los obreros y los campesinos quienes están al mando, llevando a cabo luchas que a veces son enormes. Aunque estas a veces son lideradas por gente de izquierda de sus filas, hasta ahora no hay casi ningún movimiento organizado dentro de la izquierda en general. Las nuevas ideologías competidoras, incluyendo los conceptos reformistas liberales y social democráticos, también representan un desafío para la izquierda. Tal como ha ocurrido en Estados Unidos, incluso el termino «clase» se usa menos hoy en día, y en vez de eso se habla de «grupos sociales débiles» en el mercado, mientras que el concepto de explotación se hace menos explícito. Estas tendencias se ven reforzadas por el estilo de vida de muchos profesionales, sin importar sus preferencias políticas. Algunos intelectuales, incluidos aquellos que se consideran de izquierda, están ganando mucho dinero en las ciudades y en la práctica no tienen casi lazos con las clases trabajadoras, cuyas condiciones pueden parecerles cada vez más remotas, comparadas con sus propias experiencias.
Para aquellos que sí intentan asumir posiciones públicas o trasladar sus ideas a la acción, la supresión es frecuente, aunque esta no está necesariamente enfocada en la izquierda o la derecha. Más bien, que el gobierno actúe o no, depende más de cuan lejos uno se aparte del marco de referencia aceptado. Incluso un organizador migrante, que está a favor de las reformas y es partidario de la privatización de la tierra para convertir a los campesinos en «ciudadanos», fue detenido por tratar de llevar a cabo una reunión en Beijing para promover los «derechos humanos». Los intentos organizados de acabar con el régimen unipartidista marcan una línea que no se puede cruzar, y cualquier cosa que parezca atentar contra el monopolio del Estado sobre todas las áreas de la actividad pública puede rápidamente causar problemas, independientemente de su contenido político especifico.
Sin embargo, la izquierda es vista por las autoridades como una amenaza especial, ya que tiene el poder de dar una forma más organizada a la rápidamente creciente lucha de la clase trabajadora. En este sentido, es típica la clausura del sitio Web y las listas de discusión de los Trabajadores Chinos. A diferencia de la mayor parte de los otros foros similares, este era «el primer sitio web en China manejado por gente de la izquierda, que permitía a los obreros y campesinos hablar de sus luchas para defender el socialismo en la China actual». En él los intelectuales, incluidos los que pertenecen a las propias clases trabajadoras, podían «participar en discusiones con trabajadores acerca de los asuntos de los trabajadores.» (Stephen Philion, «Una entrevista a Yan Yuanzhang,» MRZine, http://mrzine.monthlyreview
Entre los trabajadores y los campesinos, los intelectuales en general, y también dentro de la nueva clase media, hay una amplia exigencia de transparencia en los sistemas políticos y económicos, y también del derecho a tener mayor participación en las decisiones que los afectan. Aunque la democracia electoral al estilo de EE.UU. no tiene todavía un atractivo extendido, mucha gente está empezando a hablar bastante abiertamente de derechos democráticos. Para algunos la principal meta es la libertad de expresión, mientras que para otros es la existencia de partidos de oposición. Muchos trabajadores ya hablan de que «el sistema de partido único no funciona.» Se están llevando a cabo foros, incluso dentro del partido, buscando formas de tener más espacio para el debate abierto, y las ONG de la «sociedad civil» que están surgiendo cubren un amplio rango de temas, como los derechos de la mujer y el medio ambiente.
Hay en consecuencia un extendido deseo de mayor democracia que el gobierno sabe que no puede simplemente reprimir. Más bien está tratando de enfrentar este desafío introduciendo cambios graduales. Pero las políticas oficiales de reformas en esta área, como las elecciones de autoridades municipales, a pesar de ser una democratización superficial, son frecuentemente recibidas con escepticismo por las clases trabajadoras, ya que en su mayoría estas son usadas para justificar los nombramientos hechos desde arriba en el partido. En esta, como en muchas otras áreas, los recuerdos del período socialista, y especialmente la participación de los obreros y los campesinos en la administración de fábricas, granjas e incluso universidades y gobiernos locales durante la Revolución Cultural, siguen sirviendo como punto de referencia, y contrastan marcadamente con el despojamiento de todos esos derechos en la China de hoy. Como lo expresó un trabajador: «las reformas democráticas, en la forma que han sido implementadas hasta ahora, ponen la revolución de Mao cabeza abajo y ponen la vida de los trabajadores patas arriba; son una especie de venganza y represalia contra la clase trabajadora.»
En consecuencia, la clave para una aproximación aceptable a la reforma política será, una vez mas, encontrar la forma de reunir los conceptos de izquierda de control obrero y campesino con la democracia participativa que es ahora parte de la agenda progresista. Esta búsqueda ya ha comenzado. En la carta de 2004 dirigida a Hu Jintao por los veteranos de la Revolución una de las principales demandas era la reanimación de las luchas populares masivas, como un medio de controlar los abusos de poder y de dar a las clases trabajadoras un papel directo en el funcionamiento del partido y del estado, como parte de un sistema democrático. Sin embargo, las barreras para construir un movimiento unido y llevar a cabo estos cambios revolucionarios son hoy tan formidables en China como en cualquier otro lado. A pesar del legado que han recibido, los obreros y campesinos más viejos temen que, si no se alcanza pronto un nuevo nivel en la lucha por el socialismo, los recuerdos de la época de la Revolución acabarán muriendo, y las jóvenes generaciones sólo conocerán y perseguirán el deseo de hacerse ricos y formar parte de la cultura del consumo. En ese caso habría que empezar todo de nuevo, de la nada, cuando finalmente surja la necesidad de un cambio fundamental, si esto ocurriera.
Pero los chinos tienen la ventaja de que ya lo han hecho antes. Por más lejana que esta perspectiva pueda parecer, China todavía tiene la posibilidad de una vía rápida hacia una renovada revolución socialista, un evento que volvería a sacudir al mundo. Pero este es, sin duda, apenas uno de los muchos escenarios posibles para lo que ocurrirá en China en un futuro cercano. La complejidad y polarización de su estructura de clases están impulsando a la sociedad china en direcciones contrarias, dando la posibilidad de una amplia gama de resultados.
Esto se evidencia en la evolución más reciente, tanto de las condiciones de las clases trabajadoras como de la respuesta del partido y del estado a los nuevos desafíos. Con el objeto de prevenir nuevos disturbios en las áreas rurales, los dos líderes supremos, Hu Jintao y Wen Jiabao, han introducido una serie de cambios en la política rural que han tenido efectos bastante espectaculares. Estos cambios incluyen la eliminación del impuesto agrario de los campesinos, así como la mayoría de las tasas locales (muchas de ellas ilegales) que eran una de las principales fuentes de protestas. También hay planes de mayores inversiones en las áreas rurales, incluyendo las fábricas en ciudades y aldeas pequeñas, y especialmente en educación, salud y cuidado del medio ambiente. Estas medidas, junto a los precios más favorables de los bienes agrícolas, han aliviado significativamente la presión sobre muchas familias campesinas. Incluso se habla oficialmente de Nuevas Ciudades Socialistas, aunque hasta ahora el significado de este termino no está claro, y puede ser simplemente un intento de poner una etiqueta más de izquierda a las políticas agrarias ya introducidas. Pero todavía está por verse cual será la profundidad de las reformas dentro de las reformas, debido sobre todo a la tradición de falta de implementación a nivel local (lo que históricamente es un factor endémico a nivel gubernamental) y a la desenfrenada venta de tierras para diversos proyectos por parte de funcionarios frecuentemente corruptos, lo que continúa siendo la regla en muchas áreas. Sin embargo, uno de sus efectos ya es muy claro. En una sorprendente inversión de lo que ocurría hace unos tres años, en las zonas exportadoras de las regiones costeras se está sintiendo una creciente falta de obreros, a medida que los migrantes vuelven a sus ciudades en grandes números, en parte para beneficiarse de la mejora de las condiciones allí, y también como rechazo a la salvaje explotación de las fábricas costeras. Esta migración inversa es un reflejo de la evolución de la conciencia, resistencia y autoorganización de los migrantes, muchos de los cuales son ahora curtidos veteranos, que ya no aceptaran las condiciones que los atraían cuando eran más jóvenes. Pero incluso el flujo de jóvenes trabajadores migrantes, y especialmente mujeres pobres que eran preferidas por las fábricas y sufrían la mayor explotación, está comenzando a detenerse.
Si bien esto ha tenido el efecto positivo de forzar a las industrias exportadoras a aumentar los salarios y los beneficios en un esfuerzo para continuar atrayendo una fuerza de trabajo suficientemente grande, también hay signos de que algunos empresas se están «corriendo hacia el fondo», desplazando sus fábricas hacia países de costo laboral aún más bajo, como Vietnam, India y Bangladesh. En consecuencia, no hay una solución simple para revisar el sistema actual, ya que cada acción genera contradicciones adicionales, debido a la naturaleza del mercado capitalista mundial al que China se encuentra cada vez más atada. Aunque el mercado interno está creciendo, cualquier caída de la competitividad global y la desaceleración económica resultante (el gran miedo de los líderes chinos) no sólo minaría la capacidad de llevar a cabo las revisiones de política que Hu y Wen están intentando, incluyendo el nuevo énfasis en la «igualdad social», sino que también traería la amenaza de disturbios a gran escala.
La incapacidad de la mercantilización capitalista para resolver esas contradicciones continúa dando nueva fuerza a la izquierda. Un sorprendente ejemplo de esta creciente influencia fue evidente en marzo de 2006,
(P)or primera vez en quizás una década, el Congreso Popular Nacional, la legislatura manejada por el Partido Comunista, se consumió con un debate ideológico sobre socialismo y capitalismo, que muchos asumían que había sido enterrado por la larga racha de rápido crecimiento económico de China.
La controversia ha obligado al gobierno a archivar un proyecto de ley para proteger el derecho de propiedad, que se había esperado que pasaría sin problemas, y resaltó la renacida influencia de un pequeño pero expresivo grupo de académicos y consejeros políticos de tendencia socialista. Estos pensadores de izquierda de la vieja escuela han usado la creciente brecha en la distribución de ingresos para expresar sus dudas acerca de lo que ellos ven como una búsqueda desenfrenada de riqueza privada y de desarrollo económico guiado por el mercado…Los que restaron importancia a este ataque considerándolo una reminiscencia de épocas ya pasadas subestimaron el continuo atractivo de las ideas socialistas en su país, donde la manifiesta desigualdad entre los ricos y los pobres, la corrupción generalizada, los abusos contra los trabajadores y las quitas de tierra son recordatorios diarios de lo mucho que China se ha apartado de su ideología oficial. (New York Times, 12 de Marzo de 2006)
Por más que alguna forma de la ley de propiedad acabara siendo aprobada en el largo plazo, las propuestas de «permitirle al mercado jugar un amplio papel en educación y salud» y los pedidos aún más radicales de privatización de la tierra han sido rechazados, al menos por ahora.
Incluso los líderes supremos se han sentido obligados a moverse, al menos superficialmente, en dirección al socialismo, que sigue siendo la base teórica del gobierno y del Partido Comunista, a pesar de sus prácticas capitalistas.
Desde su llegada al poder en 2002 el presidente Hu ha intentado también establecer sus credenciales de izquierda ensalzando el marxismo, elogiando a Mao y estimulando investigaciones para hacer que la frecuentemente ignorada ideología socialista oficial sea más relevante para el presente. (New York Times, 12 de Marzo de 2006)
Incluso los métodos de la apoca de Mao han sido revividos, en un intento de restaurar la menguante legitimidad del partido, al que la mayoría considera profundamente corrupto.
A la manera de una empresa gigante preocupada por su desorden organizacional y su desprestigiada imagen pública, el Partido Comunista Chino está tratando de transformarse en una maquina moderna y eficiente. Pero para eso ha elegido una de sus más antiguas herramientas políticas: una campaña ideológica al estilo maoísta, con sus necesarios grupos de estudio y todo.
Desde hace ya más de 14 meses se les ha ordenado a los 70 millones de miembros del partido que lean discursos de Mao y Deng Xiaoping, así como el abrumador tratado de más de 17000 palabras que es la constitución del partido. Las reuniones obligatorias incluyen sesiones donde los cuadros del partido deben hacer su autocrítica y también criticar a todos los demás. (New York Times, 9 de marzo de 2006).
Si bien algunos la consideran un serio intento de hacer una reforma y otros son muy cínicos al respecto, la campaña puede no ser tan importante por su impacto directo como por su reconocimiento de que el partido se ha apartado demasiado de su función de «servir a la gente», como exigía Mao, y aún más de sus metas revolucionarias originales. Pocos esperan que Hu y Wen lideren un renacimiento de la revolución socialista, o siquiera que se aparten radicalmente de la vía capitalista con la que el estado y el partido han estado comprometidos por treinta años, y con la cual las fuerzas económicas están ahora tan fuertemente ligadas. Pero la promoción oficial de los conceptos socialistas y el estudio de Mao no pueden sino abrir más espacio para un renacimiento de la izquierda que permita lidiar con la creciente crisis. Revirtiendo una cierta tendencia hacia la insularidad y el aislamiento de los foros globales recientes, hay hoy un conocimiento cada vez mayor de las luchas de las fuerzas de izquierda en todo el mundo y una mayor conexión con ellas (a pesar de los intentos del gobierno de limitarla) gracias a las nuevas redes de comunicación y organización globales, que se extienden rápidamente.
El deterioro de las condiciones de las clases trabajadoras está empujándolas rápidamente en una dirección más radical y militante. No sólo dentro de las filas de los obreros y campesinos sino también entre los muchos intelectuales e incluso entre algunos miembros de la nueva clase media, hay una creciente y profunda comprensión de que el capitalismo global no ofrece respuestas para sus situaciones, y que el socialismo revolucionario que construyeron durante el gobierno de Mao ofrece hoy al menos el esbozo de otro camino posible. En las fábricas y en las granjas, los obreros y campesinos no sólo están resistiendo las nuevas formas de explotación capitalista, sino que tiene recuerdos de otro mundo que ya saben que es posible. Dada la experiencia de sus vidas durante el período socialista antes de las reformas, son conscientes de que existen alternativas viables a la descontrolada devastación del capitalismo global.
A pesar de este legado, una vuelta simplista al pasado no es ni posible ni deseable. Demasiado ha cambiado y demasiados genios han sido liberados como para simplemente hacerlos volver a todos a sus lámparas. Las fallas y errores del pasado, así como los éxitos y victorias, tendrán que ser reexaminados y deberán encontrarse nuevas formas de superar las limitaciones del primer período del socialismo, en China como en otras partes. No es fácil predecir que dirección tomaran las luchas en el próximo período. Pero, a medida que avanzan, las clases trabajadoras chinas pueden también mirar hacia atrás a medida que encuentren nuevamente su propio camino hacia una nueva sociedad socialista, un camino que combine sus luchas históricas y actuales con los movimientos globales de hoy en día, y que produzca una vez más una transformación revolucionaria.
Fuente: http://www.monthlyreview.org
[1] Texto en español del panfleto en: http://ecuador.indymedia.org
[2] Texto en español de la carta en: http://colombia.indymedia.org
Sebastián Risau es miembro de Rebelión. Esta traducción se puede reporducir libremente a condición de mencionar al autor, al traductor y la fuente.