«Jueguen con la cadena, pero no con el tigre», pareció ser la respuesta de Pekín al reciente anuncio por Washington de la venta a la separatista isla de Taiwán de 114 misiles Patriot, 60 helicópteros Black Hawk, equipamiento de comunicación para aviones F-16 y buques cazas de minas submarinas, entre otros artilugios bélicos. Quizás al […]
«Jueguen con la cadena, pero no con el tigre», pareció ser la respuesta de Pekín al reciente anuncio por Washington de la venta a la separatista isla de Taiwán de 114 misiles Patriot, 60 helicópteros Black Hawk, equipamiento de comunicación para aviones F-16 y buques cazas de minas submarinas, entre otros artilugios bélicos.
Quizás al declarar, vehemente, que la decisión «constituye una intervención flagrante en los asuntos internos de China, pone seriamente en peligro la seguridad nacional y daña los esfuerzos de reunificación pacífica», el canciller He Yafei recordaba un indudable contrasentido: en su visita al país asiático, el 15 de noviembre, el mismísimo presidente Barack Obama no tuvo empacho en perorar acerca de un diálogo estratégico entre «los dos estados más poderosos del mundo», para trabajar de forma cooperativa y constructiva no solo con respecto a temas bilaterales, sino en la solución de mayúsculos problemas globales, como el terrorismo, la proliferación nuclear, el calentamiento del planeta y las crisis humanitarias.
Entonces, ¿por qué ahora este acto «irracional»? Ah, pues por sacrosantas razones geopolíticas, que, nos atrevemos a vaticinar, seguirán determinando unas relaciones de flujo y reflujo, como las mareas. Porque no se equivocan quienes destacan que, en última y no tan última instancia, esos nexos forman parte de un complejo tablero estratégico en cuyo centro se encuentra el «triángulo petrolero» (Eurasia, el Cáucaso y el Oriente Medio), que enfrenta a los ejes Rusia-China-Irán y EE.UU.-Unión Europea.
Insistamos: ¿Por qué, en vez de calimbarlo de «proteccionista» incorregible y mendaz, exigiendo a gritos la apreciación del yuan, como vía para resolver el déficit comercial, la Casa Blanca no se aviene a reconocer que su «aliado» ya logró la valoración en 21 por ciento de este frente al dólar, gracias a la reforma de julio de 2005, con que se desvinculó la primera moneda de la segunda? ¿O el hecho de que, entre julio de 2008 y febrero de 2009, cuando la economía planetaria acezaba como asmática irreparable, el yuan adquiriera 14, 5 por ciento más?
En el fondo, los jerarcas gringos andan con espeluznos por la previsión (enunciada por investigadores como Pablo Bustelo) de que, al ritmo actual de crecimiento (pronóstico de 8,5 por ciento para el año en curso), el PIB de China podría sobrepasar al de los Estados Unidos entre los años 2015 y 2030, subrayemos que en andas de estímulos económicos tales como la expansión de la inversión, con renovado énfasis en la local, y el aumento de los préstamos, programas que han impulsado la producción industrial, frenado el desempleo y propiciado grandes ganancias a las empresas, en tiempos de «vacas flacas» en el ámbito mundial.
Sí, como mentís a los rescoldos de la teoría y la práctica del neoliberalismo, la potencia emergente no se esconde para ¿pavonearse?, no, para convencer a los descreídos del control estatal de los bancos, por ejemplo, y del buen tino de embridar el paro y mantener los salarios a aquellos que no perdieron sus plazas hace dos años, mientras la crisis acogotaba a Norteamérica, Europa, con la consiguiente reducción de las importaciones desde China.
No constituye secreto alguno que los recortes de plantillas se dieron previa reubicación de los trabajadores en proyectos de infraestructura, el trabajo agrícola o la recapacitación. En la actualidad, la desocupación se restringe a 4,2 por ciento, en tanto EE.UU. trata de que la suya no se entronice en el temido y ya cercano 10 por ciento. Y, para mayor inri del Tío Sam, la producción industrial del ¿socio? está siendo asimilada en gran medida por la demanda interna, merced a que, en comparación con 2008, los ingresos per cápita se han acrecentado 11,2 por ciento en las zonas urbanas, y 8,1 por ciento en las rurales. Todo lo cual, y más, subyace como causa real del paranoico empeño norteamericano en que se eleve el valor del yuan. Y en otras medidas coercitivas, como prohibir el negocio de productos de alta tecnología… se sabe con quién.
Pero, a no dudarlo, China tiene arrestos suficientes para, encrespada también por deslices como el recibimiento por Obama del Dalai Lama, heraldo de la desvertebración del territorio nacional, poner a temblar a la Oficina Oval con la advertencia de suspender los intercambios militares y de sancionar a las empresas que participen en la venta de armas a Taiwán. ¿Acaso, con un PIB de tres mil 942 billones de dólares, no amenaza con desplazar del puesto de segunda economía a Japón, con cuatro mil 867 billones? ¿Acaso no cuenta con las mayores reservas de divisas del orbe, cifradas en 2,13 billones de dólares?…
Nada, que, si de salvar la honrilla se trata, a los gringos les vendría mejor conformarse jugando solo con la cadena. ¿O no?